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VEINTITRÉS

EN PARNASSOS, DIEZ AÑOS ANTES

POR FORTUNA, FUERON LOS DESNUTRIDOS QUIENES ATACARON. Torben colocó con suavidad a Gosta en el suelo y se preparó para la embestida. Siv mostró sus dientes y gritó. La primera persona que alcanzó a Phasma fue un hombre tan delgado que podía verse cada hueso presionando con enojo contra su piel. Phasma no lo esperó; le dio un cabezazo y lo arrojó a un lado. Siguiendo su liderazgo, Torben golpeó a sus atacantes y los hizo a un lado como si estuvieran hechos de astillas. Cayeron al suelo, maltrechos, y rodaron por él, gimiendo. Siv entró en la pelea, con sus puños volando, y descubrió la extraña sensación de golpear gente que estaba demasiado exhausta para pelear.

—¡Detengan esto ahora mismo! —gritó Phasma mientras uno de los caídos estiraba la mano hacia ella desde el piso.

—¿Tienen algo de comida? —preguntó.

—Todavía son fuertes —agregó otro.

—No durarán mucho —dijo alguien más, desde un lugar al fondo de la sala.

Brendol y sus troopers permanecieron detrás de los scyres. Los troopers habían puesto a Elli junto a Gosta, pero Brendol no había dado la orden de pelear. Nadie los había amenazado aún, así que sólo se quedaron de pie, esperando. Ahora que los otros prisioneros habían dejado de atacar, Brendol dio un paso adelante, empujando a Torben para quedar al lado de Phasma.

—¿Alguien puede explicarnos lo que pasa en este lugar?

Un hombre de baja estatura, con barba, vestido con una túnica de manga larga y que aún tenía algo de músculo, saltó de la parte superior de una litera y se pavoneó como si fuera el amo del lugar.

—Esta es la Estación Arratu —dijo, con voz dramáticamente aguda para llenar la sala—. Alguna vez fue el principal proveedor de telas, malla de reciclado y toldos para las operaciones de la Corporación Minera Con Star en Parnassos. Ustedes saben lo que pasó. Todo se fue al infierno. Y nosotros fuimos a quienes dejaron atrás.

Brendol chasqueó los dedos al hombre.

—Ve al grano.

—Esta es una prisión.

—Lo sabemos. Pero ¿qué quieren de nosotros? ¿Simplemente hacernos sufrir? Porque sospecho algo más.

El hombre de baja estatura cruzó los brazos y sonrió satisfecho. Llevaba una túnica plegada de color carmesí, como la gente de afuera, con la tela arrugada y gastada, pero de color aún vibrante, en comparación con cualquier cosa en el Scyre que no fuera sangre recién derramada.

—Hay demasiada gente aquí —dijo con simpleza—. Sin comida ni espacio suficientes. Así que servimos al Arratu y esperamos que nos favorezca.

—¿Y qué pide el Arratu? —presionó Brendol.

El hombre caminó hacia uno de los prisioneros esqueléticos que estaban en el piso, todavía arrastrándose hacia Phasma, aunque ella había probado más allá de toda duda que era una idea condenada al fracaso.

—Si son problemáticos, desea que sufran de manera divertida. Si son interesantes, desea que lo entretengan. Así que te pregunto, mi aburrido amigo. ¿Eres problemático o entretenido?

Brendol lanzó un suspiró y miró alrededor de la sala como si esperara algo mejor.

—Estoy aburrido.

—También lo está el Arratu. Así que te sugeriría una manera de ser entretenido. —El hombre pateó al prisionero que se arrastraba, quien cayó con un gruñido apático—. Porque el sufrimiento no parece tan placentero. Todos tienen una oportunidad de conseguir comida y tal vez la libertad, pero el Arratu es exigente, y quienes no lo complacen no comen. Ellos se deshacen de esas pobres almas una vez por semana. —Se rio mostrando unos dientes amarillos—. La sopa siempre es superbuena ese día. Me llamo Vrod, por cierto. —Levantó ambas manos y las mangas de su túnica cayeron por el peso. Su mano izquierda tenía un tono rosa blancuzco, mientras que el resto de su piel era de color bronceado cálido—. Me llaman Vrod de la Mano Blanca. Soy afortunado. Siempre divierto al Arratu, por eso estoy a cargo de esta prisión llena de carne de cañón. Pronto te llegará tu momento. Esperemos que encuentres pronto tu propio don.

Con eso, Vrod se dio vuelta y caminó hacia la puerta. Cuando gritó una orden, se deslizó para abrirse y él salió lentamente. En el instante en que se fue, los ocupantes originales de la sala se concentraron una vez más en los recién llegados.

—Soy el General Brendol Hux —gritó Brendol, con el volumen suficiente para que todos lo oyeran—. No tenemos comida. Nos la robaron sus opresores. Pero les advierto ahora: somos guerreros entrenados. Si nos crean problemas sufrirán aún más que esto. —Movió la cabeza en dirección de uno de sus troopers, quien se adelantó hacia la figura medio muerta en el piso, a los pies de Phasma, y presionó su bota hasta que un fuerte crujido hizo eco en el aire quieto.

En el interior de la sala, las cabezas asintieron para indicar su comprensión… y su respeto. Siv estaba horrorizada, por la prisión y porque Brendol había animado a sus hombres a que mataran a alguien que ya estaba medio muerto. Tal vez era una muerte misericordiosa, pero el crujido dramático del hueso sugirió un intento más siniestro. Al mirar a los dos troopers ahora, Siv no pudo siquiera saber cuál fue el responsable del acto. Gosta gritó y Siv se dio vuelta para ver que uno de los hombres desnutridos agarraba la mano de la chica lesionada, que permanecía en el piso, pataleando.

—¡Torben! —Siv hizo un ademán en dirección del guerrero grande para que ayudara a su amiga.

Él se lanzó para apartar al hombre de una patada y volvió a arrullar a Gosta entre sus brazos.

—Necesitamos una cama —observó.

Phasma seguía un poco mareada, y Siv por poco habla por ella, pero Brendol se adelantó.

—Allí.

En las camas de la litera que señaló había cinco prisioneros, tan delgados que podían acomodarse dos arriba y tres abajo, aunque los colchones estaban hechos para una persona. Siv se dio cuenta de inmediato que sería muy fácil echar a esos débiles prisioneros, pero particularmente cruel. Aun así, era una mujer del Scyre, y Gosta y Elli necesitaban un lugar seguro y fácil de defender. Pete y Huff ya se dirigían hacia la litera, y su postura y su andar sugerían que la gente en la cama debía salir antes de que la obligaran, lo cual hicieron. Se deslizaron al suelo como si no tuvieran la energía o la fuerza para permanecer de pie. Siv se sintió mal al verlos arrastrarse, pero por lo menos Brendol los dejó vivir.

Torben colocó cuidadosamente a Gosta en la parte superior de la litera. Siv se trepó para sentarse junto a la chica más joven. Había una comodidad animal en sentir la calidez de la carne de su amiga y aspirar su olor familiar. Desde que habían llegado a la ciudad, la esencia de una cantidad excesiva de cuerpos mezclada con fragancias empalagosas, ambas superpuestas sobre el picor agudo de las enredaderas en crecimiento, había atormentado la nariz de Siv.

—¿Te sientes bien? —preguntó Siv mientras Pete y Huff colocaban a Elli en la litera de abajo.

—Me duele la cabeza y me molesta mucho la luz y el ruido, pero creo que sobreviviré.

Siv sonrió ante el espíritu valeroso de la joven y le dio un codazo gentil.

—Bien. De todos modos, no necesitamos tu cabeza. Y este lugar es tan brillante que no estás sola en eso.

—¿Qué va a suceder, Siv? —preguntó Gosta—. ¿Qué quieren de nosotros?

Siv echó el cabello de la chica hacia atrás, para tranquilizarla.

—Lo descubriremos muy pronto. Hasta entonces, descansa. Necesitarás energía para lo que está por venir.

Gosta se acurrucó convenientemente. Siv dejó que se relajara un poco, disfrutando el relleno de la cama después del viaje lleno de sacudidas en el VAT. Había dejado de sentir náuseas, porque ahora tenía un hambre voraz. Nada podía hacerse por ella. Se acomodó también, preparándose para una rápida siesta. Torben estaba a su lado, montando guardia junto a la litera, su hombro al parejo de la cama. Él le acarició la mejilla con sus enormes nudillos antes de enderezarse a todo lo alto y lanzar a la sala una mirada desafiante. Phasma y Brendol se quedaron parados al pie de la litera, hablando entre susurros. Los stormtroopers montaron guardia a ambos lados. Siv tuvo que suponer que estaba lo más segura posible y que podría ceder a la pesadez y el cansancio de los huesos de sus extremidades.

Mientras Siv se perdía en el sueño, observó que los prisioneros desnutridos se iban acercando al cuerpo sobre el que los stormtroopers se habían parado, con sus ojos huecos, brillantes y desesperados. Ella cerró los ojos y se dio vuelta al otro lado. Usar los detraxores era una cosa, en un lugar donde todos conocían su responsabilidad con la gente, viva o muerta. Había una dignidad en el uso de la máquina, aun en la manera en que la aguja dejaba el más pequeño de los agujeros, nada llamativo o notorio, en realidad. Pero allí, al parecer, los cuerpos eran algo más. Siv había tenido hambre, pero nunca como la de la gente en el piso. Ojalá nunca tuviera que aprender lo que se sentía.

Al día siguiente, Vrod apareció vestido con túnicas de color azul brillante. Su larga barba estaba trenzada y teñida de color púrpura. Cuando se conocieron el día anterior, él parecía sólo otro prisionero, pero debió de tratarse de algún juego o complot peculiar para probarlos. Ahora parecía la caricatura de una persona, con pintura colorida alrededor de sus ojos y puntadas en su manga que destacaban su mano blanca. Un susurro de preocupación creció en la sala. Miró a sus prisioneros con una sonrisa satisfecha, anticipatoria, y aplaudió.

—Botín de ayer, vengan conmigo. Es hora de que conozcan al Arratu y que él vea lo que pueden hacer.

Brendol dio un paso adelante.

—¿Todos nosotros? Uno de mis hombres todavía está herido.

Vrod se encogió de hombros.

—Ese no es mi problema. Sólo tienen una oportunidad de conocer al Arratu, así que mejor déjenlo atrás.

Habían retirado el casco de Elli durante la noche, y cuando Siv saltó para bajar de la litera vio que el color de la mujer no era bueno. Estaba pálida y tenía círculos morados alrededor de los ojos, que coincidían con sus labios azules.

Phasma se inclinó hacia delante y comprobó lo que Siv sospechaba.

—Tiene el cuello roto. Aunque despierte, no podrá mover las piernas, tal vez ni siquiera sus brazos. Brendol cree que podría reponerse, pero en su mundo uno se acostumbra a los milagros médicos.

—Una razón más para regresar a su nave —observó Siv.

Phasma asintió.

—Pero no llegaremos allí si tenemos que arrastrar peso muerto.

Poniéndose de pie, Phasma le gritó a Vrod.

—¿Nos permitirán conservar nuestra ropa?

Vrod se rio.

—Si su apariencia divierte al Arratu, sí.

Brendol y Phasma intercambiaron una mirada. Cualquier cosa que hubieran convenido en silencio terminó con Brendol inclinando su cabeza para indicar su acuerdo.

Sin otra palabra, Phasma empezó a quitarle la armadura blanca a Elli.

Aunque Phasma nunca fue torpe, resultó un trabajo difícil. Los otros dos troopers no sabían si ayudarla o rechazarla hasta que Brendol suspiró.

—Bien. Ayúdenla.

—Sólo tienen hasta que yo me aburra —dijo Vrod, volviendo su atención a un revoltijo debajo de una cobija deshilachada en la esquina—. ¿Quién sacó la paja más corta anoche? Ah. Él no era muy interesante. No representa una gran pérdida. Más vale que la nueva sangre sea divertida, o estarán lamiendo huesos para la cena.

Todos los ojos se posaron en Siv y su grupo. Ella sintió como si la destazaran con cuchillos. Esas personas estaban más allá de la lealtad y la amabilidad, reducidas al hambre y la desesperación. Tal vez la Primera Orden de Brendol era la respuesta que él aseguraba para esas personas, en caso de que pudieran apoderarse de una ciudad tan miserable y superpoblada y traerle paz.

Con la ayuda de los stormtroopers, Phasma tuvo pronto la armadura blanca sobre su ropa regular. No le ajustaba de manera elegante, porque Elli era una cabeza más corta que Phasma y un poco más rechoncha, pero el resultado final fue que su mejor guerrera tenía la mejor armadura jamás vista en el Scyre. Cuando Phasma se puso el casco, jadeó brevemente.

—Te acostumbrarás —dijo Brendol mientras el casco de Phasma iba de un lado a otro.

—¿Qué ves? —preguntó Siv.

Phasma se rio, lo que era algo raro.

—Más. —Fue todo lo que ella dijo.

A Siv le quemó la curiosidad de saber cómo era ver a través de esos misteriosos lentes negros. Phasma se veía a disgusto desde que perdió su antiguo casco, y ahora estaba visiblemente relajada, con todo y que se dirigían a una suerte incierta.

Entonces Elli atrajo la mirada de Siv y fue una visión triste. La mujer estaba flácida. Uno de sus pies se encontraba en un ángulo extraño, lo que había pasado desapercibido debajo de la armadura. Phasma tenía razón. No era una persona apta para la lucha por la vida en el Scyre, mucho menos para un viaje peligroso a través de las arenas grises. Así como estaba, el traje negro ajustado como única vestimenta, el cuello contusionado, torcido, según se reveló al retirar el casco, Elli representaba un espectáculo pequeño y patético, con el pelo toscamente recortado y las mejillas marcadas por antiguas cicatrices.

—No tengo los detraxores —dijo Siv, sobrecogida de pronto por la pérdida.

El trabajo de Siv se veía con reverencia; la banda sentía cierto temor y aprecio por lo que ella hacía. Sin el bálsamo de oráculo y el linimento, su gente rápidamente sufriría quemaduras, se debilitaría o sucumbiría a la menor infección. Había visto a su madre realizar este ritual sagrado cuando era niña, y el día que su madre murió, al caer de un pináculo de roca y golpearse la cabeza mientras colgaba de su cuerda, había sido responsabilidad suya recuperar el cuerpo de su madre y los detraxores de su mochila. En el momento en que la aguja se deslizó en el brazo de su madre, Siv había llorado. Las lágrimas eran poco frecuentes en un lugar desprovisto de agua, pero ella las guardó en un pequeño frasco y las agregó a la esencia de su madre, como un acto final de amor. Desde entonces, Phasma y los otros guerreros la habían adoptado como su familia. Al estar en presencia de un cuerpo adelantado en el camino a la muerte, pero carecer de sus herramientas, Siv no pudo evitar un nudo en su estómago, como evidencia de su falla. Las tiras de color verde oscuro se habían desvanecido en las mejillas de todos, y ella no podía hacer nada para ayudar a proteger a su gente aquí.

—¿Ya están listos? —preguntó Vrod—. El Arratu está ansioso de conocerlos.

Brendol y Phasma caminaron juntos, mientras sus guerreros se acomodaban detrás. Siv observó que Phasma avanzaba con un poco más de orgullo ahora que tenía puesta la armadura, aunque también admitía que ella siempre había caminado con orgullo. Además, la armadura le quedaba bien.

Torben ayudó a Gosta a bajar de la litera. La joven se recargó en él, cojeando, tras la estela de Phasma. Mientras el grupo salía por la puerta, Siv escuchó pasos que se acercaban a su litera. No miró atrás. No había manera de ayudar a Elli ahora, y las reglas eran diferentes en este lugar.

Y ahora que lo pensaba, ¿no era extraño que un día antes hubieran estado con esposas y cadenas, pero entonces, caminando por el pasillo, tuvieran sólo un guía y no hubiera restricciones? Lo comprendió de inmediato cuando pasaron por la puerta. La gente de Vrod esperaba en el pasillo y tenía ahora dos de los perros de piel gris sostenidos con cadenas. De manera muy parecida a los lobos de piel con los que lucharon en el desierto, estas bestias tenían extraños nudos, arrugas y granos por todos lados. También mostraban los dientes y lanzaban gruñidos que retumbaban profundamente y que sugerían que nada les gustaría más que poder cazar algo divertido.

—No les recomiendo que corran —dijo Vrod, afirmando lo obvio—. Pero, si deciden hacerlo, por lo menos pongan algo de estilo. Los perros están ansiosos de entretenimiento, también.

Vrod los condujo por varios pasillos familiares, hacia donde se localizaba el turboascensor en la Estación Terpsichore. Aquí, sin embargo, ese pasillo terminaba en puertas altas y amplias. Cuando Siv señaló sin decir palabras las franjas de pintura sobre las puertas, Brendol frunció el ceño.

—Dice Bienvenidos al olvido —murmuró—. Bueno, eso es acogedor.

Vrod plantó una mano en cada una de las hojas de la puerta y empujó con fuerza. Se abrieron de manera dramática. El salón del interior era más cavernoso incluso que el hangar y, al parecer, tan grande como el resto de toda la fábrica. Tenía la altura de seis hombres, con muros perfectamente rectos y sólidos y el techo tan alto que los squeeps coloridos se movían con prisa entre los puntales.

Cuando Siv describió lo que llenaba el salón, tuve que enseñarle la palabra correcta para eso: estadio. Filas y filas de bancas rodeaban un foso circular con paredes altas de piedra y un piso de arena gris. Aunque no sabía cómo llamarlo, comprendió de inmediato para qué servía. El miedo se deslizó por su espina dorsal. El Scyre era un lugar inhóspito, sin sentido y azarosamente cruel, pero los seres humanos habían creado a propósito esta monstruosidad repugnante.

Vrod los hizo pasar por una puerta al interior del estadio. De pie en el centro de la pista, era natural darse vuelta, levantar la vista y sentirse pequeño. Los asientos estaban vacíos, excepto por una especie de caja situada entre las bancas y protegida por todos lados por elaborados toldos de tela. Dentro de esta caja había un trono que empequeñecía el que alguna vez habían compartido Keldo y Phasma en la Nautilus. Varios hombres y mujeres mayores, con túnicas violetas, estaban sentados en bancas a ambos lados de la gran silla, charlando con entusiasmo y señalando con sus abanicos de tela. Evidentemente no eran el centro de atención.

En el trono estaba sentada una figura envuelta en voluminosas túnicas rojas y con un sombrero alto y adornado. Era un hombre humano, rosado y gordo como un bebé. Tenía la boca fruncida con disgusto, pero cuando se dio cuenta de que se aproximaban, sonrió. Los pequeños squeeps, brillantes como joyas, recubrían sus hombros y se posaban sobre su sombrero, parpadeando y reacomodándose incansablemente sobre el carmesí vibrante. Se echó adelante en su asiento con avidez, uniendo los dedos de ambas manos.

—¿Qué es esto? —preguntó.

Vrod hizo una reverencia, trazando una floritura con su mano blanca.

—Nuevo botín para su placer, mi Arratu. Atrapados ayer en la trampa del este.

—¿Qué son?

—No quisiera arruinar la diversión para Su Majestad.

El Arratu se aclaró la garganta y agitó una mano en dirección de ellos.

—Expliquen sus orígenes exóticos.

Brendol dio un paso adelante. Siv tomó nota de que sus modales habían cambiado por completo. Sus movimientos eran más amplios, su acento recortado, su voz bien educada, deferente y suave.

—Gran Arratu, no somos sino nobles peregrinos que pasan por su magnífica tierra.

El Arratu rebotó en su asiento.

—Sí, pero ¿qué pueden hacer? ¡El último grupo de extranjeros tenía un alienígena cubierto con pieles!

Brendol vaciló brevemente, luego hizo una reverencia.

—Soy educador y estratega de la Primera Orden, gran Arratu, y mi talento está en administrar y cuidar a los jóvenes con fines estratégicos. Si necesita hombres inteligentes a su servicio, puedo asumir muchas tareas. Tal vez pueda ayudarle a distribuir los recursos para que menos gente muera de hambre.

—No me agrada él —dijo el Arratu, haciendo un puchero. Movió sus dedos en dirección de Brendol, como si tratara de mandarlo a otra parte, y giró en su silla. Las pequeñas aves salieron volando y aletearon a su alrededor.

—¡Esperen! ¿Por qué ese —señaló a Phasma— tiene un aspecto diferente al de estos? —Señaló a Pete y Huff—. Las armaduras de ellos son adecuadas, pero el alto es divertido. ¿Es un payaso?

Brendol se adelantó de nuevo y empezó.

—Oh, gran Arratu…

—No. Pregunté por ese. El alto. ¿Qué es?

Phasma habló desde el interior de su casco, con voz plana y medio robótica. Siv no hubiera reconocido esta voz, este acento, sólo una semana antes.

—Soy Phasma del Scyre, y soy una guerrera. He tomado esta armadura de un soldado moribundo, así que no estaba hecha a mi medida. Y si pregunta por mis habilidades, la mía es la muerte.

El Arratu se enderezó en su asiento, con aspecto fascinado y excitado.

—¿La muerte?

—Pelearé contra cualquier persona o cosa a cambio de mi libertad.

Más adelante, Siv se dio cuenta de que Phasma sólo había hablado por ella, no por su gente.

El Arratu negó con la cabeza. Su sombrero se movió de un lado a otro.

—No será así. Si es agradable ver cómo peleas, querré que te quedes. Será necesario que tengas algunas dotes teatrales para entregar la muerte que prometes.

—Entonces ¿si lo hago bien, me quedo, y si lo hago mal, me quedo?

—Bueno, sí, pero si lo haces bien, te alimentaré. Te daré regalos.

—Pero Vrod dijo que podíamos conseguir nuestra libertad si lo complacíamos.

El Arratu miró a Vrod, quien dio varios pasos atrás.

—Sí, bueno, él les mintió. Sólo yo puedo hacer las reglas.

Phasma asintió, y Siv la conocía lo suficientemente bien para comprender que estaba considerando diversos escenarios en su cabeza, tratando de seleccionar el mejor ángulo de ataque. El Arratu pasó la vista por el resto de su grupo, pero no volvió a rebotar en su lugar.

—El resto de ustedes son muy aburridos. Hasta sus ropas son aburridas. ¿Alguien puede hacer otra cosa, aparte de pelear?

Siguió un silencio incómodo. Cuando los ojos locos del Arratu aterrizaron sobre ella, Siv sintió como si las patas de un insecto estuvieran desmenuzando su cara, a la caza de alguna grieta para aferrarse a ella.

—Puedo contar historias —dijo Siv.

El Arratu enderezó la cabeza.

—¿Ah, sí? ¿Sobre qué?

—La vida en el Scyre. Nuestras batallas pasadas y las historias de la época de mi madre, que ella me pasó a mí.

Los ojos de él se estrecharon.

—¿Entonces son sólo… historias de personas como ustedes? Eso no suena muy emocionante.

—Es emocionante, si la has vivido.

El Arratu expulsó el aire por la nariz con molestia y agitó una mano llena de anillos en dirección de ellos. Los pájaros aletearon y se volvieron a posar, como si también estuvieran aburridos.

—Llévenselos, Vrod. Vístanlos de alguna manera excitante y tráiganlos de regreso esta noche.

Brendol había permanecido en silencio, pero ahora volvió a hablar. Su voz no tenía ya el respeto ni la teatralidad de antes.

—¿Qué haremos esta noche? —preguntó.

El Arratu sonrió como un niño que disfruta arrancando las alas a las mariposas.

—Lo único que pueden hacer, aparentemente. Lo mejor. Pelear.

Vrod los condujo a otra sala en el complejo e hizo que se desvistieran por completo, que se bañaran en aguas con esencias abundantes y se pusieran nuevas ropas que sacó de un rack interminable de prendas de colores. El estilo de vestir era completamente diferente del que usaban en el Scyre, y Siv no logró acostumbrarse a la blusa suelta que se hinchaba alrededor de ella mientras caminaba, ni a los amplios pantalones que chasqueaban a cada paso. Sus años de pelea en terreno rocoso y disparejo le indicaron de inmediato que esas ropas sólo la harían tropezar, que se atorarían en los obstáculos cuando lo que necesitaba era agilidad. Extrañaba las pieles que se ajustaban con firmeza y las botas gruesas, esa segunda piel que podía soportar todo, excepto las hojas más afiladas.

Hasta Phasma recibió nuevas ropas para vestir debajo de su armadura de stormtrooper. Mientras la empujaban hacia la regadera, siguió mirando su armadura como si sospechara que se la fueran a robar. Sin embargo, el Arratu debió de indicar que prefería el traje, porque la esperaba en la banca, sin cambio, cuando regresaron. No obstante, habían desaparecido las pieles que vestía debajo.

Mientras esperaban a que Phasma y los troopers terminaran de ajustarse sus armaduras, Torben se acurrucó junto a Siv, golpeando su hombro con suavidad. Él había ayudado a Gosta durante el proceso de baño, porque los scyres eran más tímidos en relación con el desperdicio de agua que con la desnudez, pero la joven lo estaba haciendo bien por su cuenta, arreglando su pelo largo y rizado en una gruesa trenza. Torben se dio vuelta para quedar frente a Siv y acarició su estómago con una mano amplia y cálida.

—Lo observé en la ducha —dijo él—. ¿Cómo te sientes?

Siv sonrió. Ella se había preguntado cuándo reconocería el cambio en su forma. Para tratarse de un hombre que actuaba como una bestia asesina, era tierno en muchas formas y ella estaba segura de que lo notaría más rápido que los demás.

—Bien, hasta ahora.

—Debes comer más.

—Eso también me gustaría.

Él hizo una pausa, con las manos en la cadera, apartando la vista con timidez.

—¿Es mío?

Siv se rio entre dientes.

—Creo que sabes la respuesta. Tuyo o de Keldo. No hay mucha privacidad en el Scyre.

Torben sonrió y asintió. Siv sabía que él consideraba que sus probabilidades eran buenas.

—La nave de Brendol tendrá cosas para ayudarte —dijo él—. Su medicina.

Tragándose el nudo en su garganta, Siv bajó la vista. Hasta donde sabía, había perdido a dos niños, después de que empezara a mostrarlo pero antes de que estuvieran completamente formados. Cada vez eran menos los niños engendrados en el Scyre y aún menos los que nacían. Ylva casi había muerto al dar a luz a Frey, quien había sido una cosa pequeña y frágil. Frey iba a cumplir seis años y aún era el único niño en la banda menor de 12 años. Este bebé sería un gran regalo para el Scyre, pero sólo si lograba retenerlo y sobrevivir la batalla sangrienta para llevarlo a término y dar a luz. Egoístamente, tal vez, había decidido que preferiría tener un hijo vivo en el espacio que dar a los scyres otro escaso puñado de bálsamo y otro paquete seco metido en las cámaras ocultas de la Nautilus.

—Así lo espero —dijo ella.

Gosta apareció, sonriente, todavía exprimiendo el agua de su trenza. La chica no había notado nada de la forma alterada de Siv, pero Gosta sólo tenía 14 años y, hasta donde Siv lo sabía, aún no había elegido parejas para acoplarse, ni afirmado estar interesada en hacerlo. Como la madre de la chica había muerto muchos años antes, tal vez nadie le había enseñado algo sobre la vida, aunque no había manera de evitar que fuera testigo del acto que la originaba. Siv se ruborizó por la vergüenza, pensando que había estado tan preocupada por su propio hijo posible que tal vez había descuidado a esta chica más joven, ya sola en el mundo. Ese era otro beneficio de encontrar la nave de Brendol y unirse a su clan entre las estrellas: no sólo menos bebés perdidos, sino también menos madres perdidas.

Brendol apareció y el momento de ternura se esfumó. Aunque Siv quería acceder desesperadamente a la seguridad y los recursos de su nave y su gente, no le agradaba ese hombre. Y le agradaba aún menos cuando Phasma no estaba en las inmediaciones, porque era un abusivo, sobre todo tratándose de las necesidades de sus guerreros, en comparación con las de los scyres. Tal vez sería diferente una vez que la banda del Scyre se uniera formalmente a su Primera Orden, cualquier cosa que eso fuera. Quizás ellos, también, se volverían su gente. Siv juraría lealtad gustosamente a Brendol a cambio de la promesa de medicinas como las que sus ancestros habían disfrutado: las inyecciones mágicas que podían curar la enfermedad y el dolor, los droides con conocimientos que podían guiar a una madre a través de su parto con la seguridad de un resultado positivo. Su recuperación de la fiebre en la Estación Terpsichore había convencido por completo a Siv de que había hecho la elección correcta. Permanecer cerca del amargado y astuto Brendol habrá valido la pena si llega a cargar a su primer hijo.

Pero, hasta entonces, ella buscaba a Phasma cada vez que Brendol estaba cerca. La guerrera tenía problemas para ajustar su armadura sobre el exceso de tela de su traje hinchado. Siv se acercó.

—Horrible, ¿no?

Phasma la miró, con ojos malhumorados.

—Quieren que muramos y que parezcamos tontos espléndidos al hacerlo.

Tiras de tela brillante sobresalían entre los segmentos de la armadura polvorienta, pero Siv sabía muy bien que no debería tratar de ayudar a Phasma de ninguna manera. Con Gosta, ella no dudaría en estirar una mano, metiendo la ropa aquí y allá, sonriendo, pero Phasma no dependía del contacto como el resto de ellos. Hasta Keldo aceptaba que lo reconfortaran, como Siv bien lo sabía. Aunque era muy reservado y raras veces hablaba de sus problemas o sus emociones, aún tenía sus momentos de ternura, cuando presionaba su frente contra la de ella en la callada oscuridad de la Nautilus o susurraba secretos que Siv prometía guardar. Pero Phasma no. Ella se mantenía a distancia, siempre, y había más posibilidades de que se interpusiera entre uno de sus hombres y una flecha a que diera una palmada en el hombro a alguien de una manera amigable después de una victoria.

—¿Quieren que muramos? —dijo Siv, lanzando una sonrisa—. Entonces hay que decepcionarlos.

Ante eso, Phasma sonrió, y fue algo salvaje. Siv esperó nunca estar en el extremo incorrecto de esa sonrisa.

—Sí, hagámoslo.

Vrod apareció en la puerta.

—La fina tela de Arratu bendiga a su audiencia —dio un golpecito en la túnica colorida que abarcaba el pecho de Torben, y este gruñó—. Pero, antes, unas palabras sabias: si desean llenar sus estómagos vacíos, entretengan a la multitud. Pónganla de su lado. Sobre todo al Arratu. Los aplausos les darán comida y agua.

Gosta se acercó más a Siv, quien percibió su temor. La chica era una peleadora ágil, rápida y silenciosa, una excelente exploradora, que sabía pasar desapercibida bajo la cubierta de la noche o cuando se arrastraba entre las rocas. Pero cualquier cosa que le hubiera pasado a su pierna durante la caída tomaría tiempo en sanar. Sus habilidades de lucha no serían entretenidas, como Vrod lo había pedido. Siv decidió permanecer cerca de ella y defenderla, si era necesario, de cualquier cosa que percibiera su debilidad y la tomara como blanco. Pasó su brazo alrededor de Gosta para ayudarla a caminar. Aún no tenían idea de quiénes serían sus rivales: soldados, los otros prisioneros, los perros malvados o algo aún más peligroso. No les habían dado armas y ni siquiera les habían preguntado cuáles eran sus preferidas.

—¡Pongan sus sonrisas más brillantes para el Arratu!

Con eso, Vrod extendió su brazo hacia la puerta, urgiéndolos para que salieran al pasillo. Mientras caminaban hacia el vasto salón que contenía el estadio, custodiados con blásters y lobos de piel, sintieron cierto cambio en el aire. Antes todo estaba quieto y tranquilo, excepto por el suave zumbido de las máquinas que hacían recircular el aire. Ahora escucharon un ruido creciente, como un trueno combinado con graznidos de las aves marinas y el áspero golpeteo del océano furioso.

—¿Qué es eso? —preguntó Gosta.

—Arratu —replicó alegremente Vrod.

—¿La persona?

—La ciudad. Arratu es la ciudad. Arratu es el líder. Arratu es el corazón de este lugar.

—¿Qué significa eso?

En lugar de responder, Vrod silbó una melodía inquietante y saltó un poco. Cuando empujó las puertas dobles para abrirlas, el sonido y el calor golpearon a Siv como una pared de piedra. Nunca había visto tantos cuerpos tan apretados y juntos. Los scyres se detuvieron ante la puerta abierta, congelados en el lugar. Brendol y sus troopers siguieron caminando; debían de estar acostumbrados a grandes grupos de personas. Pero el corazón de Siv latió con fuerza ante la energía en el aire, el asalto a sus sentidos. Miles de personas llenaban las bancas alrededor de la arena, cadera con cadera; era un alboroto de color, sonido y movimiento mientras silbaban, gritaban, golpeaban con los pies, aplaudían y ondeaban banderas coloridas. Un aroma pesado la arrasó como el mar, el almizcle habitual de los cuerpos además de perfumes embriagadores y especias extrañas le hicieron recordar la vegetación que colgaba de sus paredes. Aun el calor… tantos corazones latiendo, ¡tanta sangre! De pronto se sintió mareada y confundida.

—¿Qué pasa? —dijo Vrod, urgiéndolos a avanzar con los brazos extendidos—. ¡El Arratu les da la bienvenida!

—Son un montón de arratus —observó Torben.

Phasma miró alrededor dando un giro completo, explorando el salón con su casco.

—Que así sea.

Avanzó con firmeza, pasó junto a Brendol y sus hombres hacia el estadio. No había armas visibles, ni obstáculos, ni escondites. Sólo el suelo del estadio, cubierto por arena gris. Adelante, Phasma caminó hasta que quedó de nuevo enfrente del Arratu.

—¿Y bien? —gritó.

El Arratu se puso de pie, con los brazos en alto y cubiertos con pájaros aseados y brillantes. Casi toda la gente quedó en silencio, aunque sus susurros aún cosquilleaban en los oídos de Siv, como si carecieran de la especie de autocontrol que hasta los niños más pequeños mostraban en el Scyre.

—Mi pueblo, tenemos peleadores esta noche. ¿A quién debemos enfrentarlos?

El Arratu habló ante una máquina que amplificó su voz, llenando el gigantesco salón con sus palabras atronadoras. Un murmullo de discusión creció en las tribunas, hasta que poco a poco coincidieron en una extraña palabra repetida una y otra vez, como la llamada de un ave rapaz. A medida que el cántico aumentaba de volumen y las voces pasaban de susurros a gritos, Siv se dio cuenta de que, fuera lo que fuera, no anticipaba nada bueno.

—¡Wranderous, Wranderous, Wranderous!

—¿Qué es un wranderous? —preguntó Torben.

Siv se dio vuelta para preguntar a Vrod, pero él estaba cerrando las puertas con una sonrisa de loco mientras retrocedía por el pasillo. El metal se azotó y el perno de seguro ocupó su lugar. Una rápida mirada mostró a Siv que no había salida. Las paredes se elevaban más arriba de la cabeza de Phasma y estaban hechas de metal liso, nada como las rocas peñascosas que habían crecido trepando y a las que se aferraban como percebes.

Con las puertas cerradas, los scyres permanecieron cerca uno del otro, formando rápidamente un grupo cerrado, tocándose con las espaldas mientras cada uno miraba al frente, esperando alguna amenaza desconocida. Los troopers reconocieron la ventaja estratégica de esta agrupación en el círculo más grande de la arena y se les unieron. Brendol se deslizó entre sus hombres para permanecer en el centro. Fue algo bueno, también. Si habría un combate, alguien como Brendol debía permanecer fuera del camino y dejar que los guerreros se encargaran de todo.

Phasma aún permanecía sola, cerca del Arratu, quien provocaba a la multitud para que pidiera a Wranderous con gritos aún más fuertes. Como si fuera dirigido por una sola mente, el círculo de peleadores de los scyres y la Primera Orden se movieron juntos al centro de la arena y esperaron. El corazón de Siv latía al ritmo de los cantos de la multitud. Ella llevó su mano, sin pensarlo, a su estómago. Se sentía lo bastante segura con armas en sus manos, confiada en que la habían entrenado para pelear y en que tendría una buena muerte cuando llegara su momento, pero esta situación era antinatural e inquietante, muy diferente de la vida en el Scyre. Había un sabor artificial en el espectáculo que le pareció desagradable.

—¡Sólo ven a matarnos! —le respondió a la multitud con un grito.

Nadie la escuchó. Los rostros que vio estaban encendidos con un fervor loco; la saliva brotaba de sus labios y los puños golpeaban el aire. Su mirada aterrizó en un viejo con un bigote teñido de azul, luego en una mujer rechoncha cubierta con collares, junto a un grupo de niños pequeños, muertos de hambre, que lanzaron piedras que se quedaron cortas mientras gritaban. Sus rostros la hicieron sentir como un animal acorralado; pero en realidad ¿no eran las personas en las tribunas las que se estaban comportando como animales?

Cuando parecía que las voces elevadas ya no podrían sonar más alto, los cuerpos en las tribunas se apartaron como olas alrededor de la aleta de un tiburón para revelar a un hombre enorme, aún más grande que Torben, que bajaba de manera casual hacia el estadio. Estaba vestido con los pantalones coloridos habituales de la gente de Arratu, pero no llevaba camisa. Su pecho pálido era un motín de cicatrices y tatuajes debajo de su gruesa barba rubia. No llevaba armas, pero sus manos estaban envueltas en tela blanca manchada. Mientras bajaba por las escaleras de las tribunas, golpeaba palmas, tiraba golpes al aire y gritaba su propio nombre con la multitud. Cuando llegó al barandal en la orilla de la pared del estadio, lo saltó ágilmente y aterrizó en cuclillas sobre la suave arena de manera teatral.

Pero Phasma ya estaba corriendo hacia él. Mientras él se elevaba e inclinaba ante la multitud con una floritura exagerada, ella aterrizó una patada voladora que debió de despedazar su pierna. La multitud rugió como si lo desaprobara, pero Wranderous no cayó con un hueso roto. Se dio vuelta lentamente y le lanzó a Phasma una mirada que hubiera hecho temblar a un peleador menos avezado. Gosta, en realidad, sí tembló; Siv, de pie muy cerca de ella, pudo sentir cómo se tensaba: la sacudida espasmódica en los brazos de la joven.

—Así que esto es Wranderous —murmuró Torben—. Parece divertido. —Tronando sus nudillos, se alejó del círculo, hacia Phasma y la pelea.

Los troopers y Brendol permanecieron quietos, de modo que Siv y Gosta cerraron el círculo, esperando a que aparecieran más peleadores. Sin embargo, Phasma no se quedó esperando. Siguió su ataque sobre Wranderous, lanzando una combinación de golpes con los puños y los pies que cualquier guerrero scyre reconocería, porque se los había enseñado a cada uno. Incluía una sección de golpes para desconcertar y reducir a la víctima, con el fin de que una pelea justa fuera menos justa. Un golpe corto a la garganta, un cruzado a la cara, un gancho a la oreja, un cruzado al plexo solar. Pero en lugar de doblarse para recuperar el aliento, Wranderous golpeó el casco de Phasma, cuya cabeza se fue hacia atrás de manera inquietante. Ella absorbió el golpe y lo miró, a la caza de un nuevo ángulo; el casco debía de estar construido para absorber parte del daño y proteger el cráneo, o Phasma ya estaría en el suelo.

—¿Por qué no hay armas? —preguntó Gosta, inclinándose pesadamente sobre Siv.

—Quédate quieta y aprende —dijo Siv—. Tú sabes todo lo que yo sé.

Phasma se movió en círculo alrededor de Wranderous, con los puños en alto y protegiendo su cabeza, mientras Torben se acercaba desde el otro lado.

—Te estoy viendo, hombrecito —lo previno Wranderous—. Iré enseguida por ti.

Antes de que terminara de hablar, Phasma estrelló su casco en la barbilla del hombre enorme, tomándolo por sorpresa y haciendo que su cabeza se balanceara hacia atrás. Torben tomó el pelo largo de Wranderous y lo jaló hacia atrás para que Phasma lo golpeara en la garganta, pero Wranderous atrapó su puño con la misma facilidad que si fuera una niña. Con un giro, Wranderous lanzó a Phasma hacia Torben y ambos cayeron. Phasma nunca había peleado con una armadura, y aunque la ayudaba a absorber el daño, también le restaba agilidad. Aun así, se recuperó de prisa, se alejó rodando de Torben y se puso de pie, de modo que tal vez cumplía su propósito.

En cuanto se puso de pie, Phasma lanzó una brutal andanada de patadas, pero Wranderous las bloqueó todas, riendo. Luego tiró un golpe a las piernas de ella y le cayó encima sobre la arena. Antes de que Torben pudiera reaccionar, Wranderous desprendió el casco de Phasma y empezó a ahorcarla.

—¿No van a ayudarlos? —murmuró Siv a los troopers.

—No, hasta que dé la orden —murmuró Brendol como respuesta.

Siv quería ayudar. A su profunda lealtad de scyre le lastimaba ver que la multitud se reía de su líder, pero era la única persona que permanecía entre Wranderous y Gosta, en caso de que llegara a eso. Era evidente que los troopers no ayudarían a la chica, mientras aún tuvieran que proteger a Brendol. Tal vez Siv también terminaría golpeada y ahorcada, pero al menos sería por la razón correcta.

Torben se había levantado ahora y dio un golpe en la espina dorsal de Wranderous, que hizo que el hombre de Arratu dejara de golpear a Phasma y se pusiera de pie con un salto y un aullido. Se movieron en círculo, uno frente al otro, uno enorme y pálido y el otro grande y oscuro. El rojo de la cara de Phasma empezó a disminuir. Ella agitó la cabeza y se puso de pie, mareada y planeando su siguiente ataque. Cuando Torben se le lanzó para contenerlo con los brazos, Phasma hizo que Wranderous tropezara para tirarlo al suelo. Torben se lanzó encima de él y se sentó a horcajadas sobre su pecho. Los hombres empezaron a luchar mientras Phasma hacía llover golpes desde arriba y patadas desde un costado.

Al mirar la pelea, quedó en evidencia para Siv que Wranderous tenía diferentes habilidades de las que habían aprendido en el Scyre. Su técnica no sólo consistía en girarse, buscando una mejor posición. Torcía los brazos de Torben y buscaba ciertos amarres. Así que con el tiempo encontró una manera de dejarlo inconsciente en el hueco de su codo, con su cara enterrada en el cuello de Torben para que ningún golpe de Phasma pudiera herirlo. En el momento en que Torben quedó impedido, Wranderous se puso de pie y le sonrió a Phasma.

—Tú eres la que sigue —dijo—. Si el Arratu lo desea.

Levantó la vista hacia el Arratu, con un pie en el pecho de Torben.

El Arratu se puso de pie y se acercó con dificultad a la barandilla, mientras las aves revoloteaban detrás de él. Sostenía tres piezas de tela en sus manos suaves, una roja, una verde y una negra. Golpeando su barbilla con los dedos, se quedó viendo los pañuelos, luego seleccionó uno y lo lanzó a la arena para la exaltación desenfrenada de la multitud. La tela era roja y, cualquier cosa que significara, Wranderous se rio.

Más tarde Phasma le contó a Siv lo que Wranderous susurró en su oído mientras la multitud enloquecía: «Él quiere verte golpeada pero no muerta. Recibe unos cuantos golpes y comerás bien esta noche. Pero haz que se vea bien».

Phasma también le dijo a Siv lo que ella le susurró como respuesta: «No».

Lo que ocurrió enseguida fue algo que Siv nunca había visto; nunca pensó que lo vería. Wranderous aplastó a Phasma en la tierra. Él sostuvo su pelo y le golpeó la cara. La levantó de la arena y estrelló su puño contra su barbilla. Con su armadura intacta, él no podía golpear su cuerpo para reducirlo a pulpa, así que sacó su furia medida sobre su rostro. Phasma luchó, pateó, golpeó y arañó, pero no pudo derrotar a Wranderous, un hombre que tenía el doble de su masa. Si Phasma hubiera tenido su hacha y su lanza, o aun una daga, habría tenido una oportunidad. Pero hambrienta, exhausta y poco familiarizada con la pelea en armadura, y al final de cuentas sin armas ni defensores, Phasma probó su primera derrota.

Al Arratu le encantó. Se rio y aplaudió con cada nuevo golpe. Cuando Phasma finalmente cayó, goteando sangre sobre la arena e incapaz de volver a ponerse de pie, el Arratu saltaba con deleite como si fuera menos un líder y más un niño demasiado grande; uno estúpido y cruel. Los pájaros chillaron mientras volaban en círculo alrededor de su sombrero. Siv recorrió el estadio con la mirada, vio a la gente que aclamaba y se burlaba, y sintió una oleada de odio puro. Debe de ser fácil portarse mezquino, rudo y cruel cuando tienes un exceso de población. En el Scyre, las vidas eran tan escasas y difíciles de crear que la muerte no era cosa de risa. Este tipo de bárbara inhumanidad era algo nuevo. Como respuesta, Siv sintió que una furia quemaba su propio corazón. Esperaba que algún día el Arratu y su gente pagaran por lo que estaban haciendo.

Por lo menos Phasma no estaba muerta. Mientras la gente aplaudía y gritaba a Wranderous, una puerta oculta se deslizó en la pared del estadio. Wranderous levantó el pañuelo rojo y salió caminando, con los brazos en alto, gritando su propio nombre. La puerta se deslizó para cerrarse en cuanto estuvo dentro y no había mecanismo externo visible para mostrar cómo lo había logrado. A la distancia a la que estaba, aunque hubiera deseado dejar a Gosta atrás, Siv no habría podido escapar de esa manera. Pero ahora sabían que había puertas.

—Vayan por ella —dijo Brendol a sus hombres.

Los troopers trotaron hasta Phasma y la levantaron por los brazos, arrastrándola de regreso al grupo y dejando un largo rastro de sangre en la arena. Por lo menos no había escarabajos chupasangre.

Cuando ya no se presentó otra amenaza, Siv empujó a Gosta hacia Brendol.

—Ayúdela —murmuró, antes de correr hacia Torben. Ella se deslizó sobre la arena para detenerse, de rodillas, y sacudió su hombro, llamándolo por su nombre. Como él no respondió, le dio una palmadita suave en la cara y luego una bofetada.

—¡Torben! —gritó ella en su oído, desesperada por despertarlo antes de que viniera algo más por ellos.

Finalmente, los ojos de él parpadearon hasta abrirse y enfocarse en ella.

—No me gusta la manera en que él pelea —dijo.

Siv sonrió.

—A mí tampoco. Debes pararte. No sabemos lo que viene a continuación.

Él asintió y se incorporó. Siv lo ayudó a ponerse de pie. Juntos, con las burlas de la multitud sobre ellos, caminaron con dificultad adonde esperaba el resto del grupo. El círculo volvió a formarse, esta vez con Phasma y Brendol en el centro. Phasma estaba de costado, acurrucada protegiendo su cara rota. Al notar que el casco aún estaba cerca de las manchas de sangre, Siv corrió de prisa hacia él, lo levantó y regresó con su gente. Phasma lo querría cuando despertara. Siv sabía muy bien que era difícil ceder una máscara, una vez que alguien la adoptaba.

—Probemos una cosa más —gritó el Arratu—. ¡Liberemos a los lupulcus!

Señaló la pared de la arena y otra puerta se deslizó hacia arriba. Dos formas grises saltaron por ellas, precipitándose con facilidad por el estadio, como si estuvieran acostumbrados a él. Eran de nuevo los lobos de piel, grises y sin pelo, grotescamente húmedos y cubiertos con verrugas y granos. Estos dos parecían más grandes, gruesos y malvados que los salvajes. Se concentraron de inmediato en los peleadores y aceleraron, mostrando los dientes mientras corrían sobre la arena gris.

De haber tenido un arma, a Siv no le hubieran parecido amenazadoras esas criaturas en absoluto. Siete contra dos eran buenas opciones, aun para criaturas más difíciles de matar que la mayoría. Pero sin su bláster o sus navajas, y considerando que Torben aún no despertaba del todo, no estaba muy segura de que pudieran detener sin armas a estas bestias. Cautelosa pero determinada, se paró enfrente de Gosta.

Phasma gruñó y levantó sus manos.

—Mi casco —murmuró.

Gosta lo pateó hacia ella y Phasma lo deslizó sobre su cabeza. En el momento en que el casco quedó en su lugar, Phasma se puso de pie al lado de Siv. Los stormtroopers se les unieron para formar una pared de cuatro personas.

—¿Te sientes bien? —Siv le preguntó a Phasma.

Como respuesta, Phasma se tensó para adoptar una posición de pelea y la empujó hacia atrás. Ella aterrizó sobre la arena y giró para ponerse de pie a tiempo para mirar al primer perro de piel saltar hacia Phasma. La líder de los scyres subió el brazo con la placa blanca. Los dientes del perro se cerraron alrededor de él. Con su brazo libre, Phasma golpeó la nuca del perro y lo arrojó contra el suelo, puso una bota en su cuello y lo aplastó. El otro perro se lanzó hacia los stormtroopers, quienes hicieron lo posible para defenderse de él.

—Dejen de jugar —dijo Phasma, caminando entre ellos y extendiendo su brazo hacia la bestia. En el momento en que esta se enganchó en la armadura, ella estampó un puño con guante en su cráneo y este, también, quedó fuera de combate.

Se puso de pie, miró directamente al Arratu, colocó un pie en la cabeza de la bestia y esperó.

Siv sabía que debía sentir orgullo y satisfacción de ver que su líder no sólo había sobrevivido a la golpiza que había recibido, sino que había acabado con los perros atacantes. Pero lo único que sintió, no pudo evitarlo, fue que había algo de blasfemia en el asesinato gratuito. Hasta estas horribles criaturas podían proporcionar agua, nutrientes y comida. En cambio, estaban esparcidos sobre la arena, con su valor ignorado, y por parte de personas sin recursos suficientes para alimentar a sus miembros más pobres.

El estadio se quedó en silencio, excepto por los susurros apagados de la gente en las tribunas. Todos los ojos se fijaron en el Arratu. Él estaba de pie, con la cabeza erguida, observando… pero tenía aspecto complacido. Elevó sus brazos en el aire y los pajaritos revolotearon a su alrededor, trinando alegremente.

—Eso fue maravilloso —dijo—. Llévenselos y tráiganme algo nuevo para ver. Regrésenlos mañana para divertirnos más.

Una aclamación creció y las palabras pronto se unieron a la exigencia de «¡Algo nuevo! ¡Algo nuevo!».

La puerta por la que entraron se volvió a abrir y apareció Vrod, haciéndoles ademanes para que entraran, mientras sus guerreros esperaban con sus blásters listos.

—Traigan a los lobos —dijo Phasma.

Siv estaba demasiado ocupada en ayudar a Gosta y jalar a Torben como para seguir la orden, pero los dos stormtroopers se dieron vuelta de inmediato para recoger los cuerpos inanimados de las bestias grises. Siv observó que la cara de Brendol recorrió algunas contorsiones fascinantes de la indignación al enojo, la fascinación y la reflexión medida, al ver que sus hombres seguían las órdenes de Phasma. Vrod no discutió mientras pasaban por la puerta cargando a los lobos de piel muertos y lo seguían por el pasillo.

—¿No quedó complacido el Arratu? —preguntó Brendol, adelantándose para seguir el paso de su captor.

—No estuvo del todo mal —dijo Vrod, y sus túnicas chasquearon a su paso—. Pudieron esforzarse un poco más para mostrar originalidad. La próxima vez, es probable que les den armas para ver qué pueden hacer realmente.

—Pero ganamos.

—Sí, bueno, ella ganó. Más o menos. —Vrod agitó una mano en dirección de Phasma—. Ustedes sólo miraron. No se trata tanto de ganar, ¿saben?, sino de mostrar al Arratu algo que nunca haya visto. La multitud y el propio Arratu son conocedores experimentados, ¿ven? El estadio nos ha mostrado cosas hermosas y terribles, y vivimos para la emoción. De vez en cuando, algo es tan asombroso que el Arratu le otorga la libertad a quien lo realiza. Pero ustedes no están ni cerca. Si no pueden entretener, se marchitarán como el resto y morirán.

—¿Por qué es así? ¿Esta gran ciudad no tiene suficientes encantos?

Vrod expulsó el aire por la nariz con fuerza.

—No podemos dejar los muros. Nada cambia nunca. Hay demasiadas personas y no tenemos comida suficiente. Todo lo que tenemos es el entretenimiento. Y los extranjeros que capturamos son el mejor tipo de entretenimiento.

—¿Nadie desafía al Arratu?

Ante eso, Vrod dejó de caminar y miró a Brendol como si le hubiera brotado otra cabeza.

—¿Por qué alguien habría de desafiarlo? Él tiene el mejor gusto.

Esta vez los llevaron a una sala diferente, una que podía servir como cuarto de almacenamiento. Apenas era lo bastante grande para que todos se sentaran en el piso y comieran los alimentos que dejaron allí, cosas extrañas que no eran carne seca ni vegetales marinos. Nada de eso tenía buen sabor, pero el sabor era lo de menos. Había mucha agua, y era la mejor agua que Siv hubiera probado, sin gusto a sal, nutrientes o mar. Los dos lobos muertos yacían cerca de la puerta, sin tocarlos, y Vrod permanecía de pie frente al grupo, viéndolos comer.

—¿Qué planean hacer con los lupulcus? —preguntó, divertido.

—Comerlos —respondió Phasma.

Era maravilloso que pudiera hablar, sobre todo comer, considerando que cuando se quitó el casco su cara estaba morada, negra y sanguinolenta. Tenía los labios aplastados, un ojo hinchado y cerrado. Siv la miró tocarse varios dientes y hacer muecas ante los resultados. Por lo menos la comida era suave, en especial los cubos gelatinosos y los trozos suaves de algún tipo de fruta dulce.

Ante eso, Vrod rio de buena gana.

—¿Comer bestias enfermas? Entonces ¿nuestra comida no es lo suficientemente buena para ustedes? Hay personas en los anillos exteriores de la ciudad que matarían por estas riquezas.

—Es bastante buena —respondió Phasma—. Pero quién sabe cuánto tiempo seguirán alimentándonos.

—¡Una comediante, también! Deberías trabajar en ese acto. Te seguiría alimentando convenientemente, pero sin raspones ni ojos morados.

La comida se terminó pronto; no había mucha. Los scyres estaban acostumbrados a comer sólo lo indispensable y tomaban en cuenta las necesidades de quienes estaban alrededor. Torben era grande y mantenerlo así beneficiaba a todos. Gosta era pequeña, pero aún estaba creciendo y necesitaba comida adecuada para que su pierna lesionada sanara. Phasma también necesitaba nutrientes para sanar. Siv comió muy poco, sabiendo que estaba bien y que no era grande. Lo que comió lo hizo por el hijo en su interior.

Sin embargo, le molestó ver a Brendol Hux, quien había hecho tan poco, tomar la misma cantidad de comida que cualquier otro. En el Scyre, era natural que los ancianos (cualquier persona mayor de 40 años) tomaran menos comida. No podían pelear, no necesitaban peso adicional y dependían de las fuerzas de espaldas y puños más jóvenes que los mantuvieran alimentados. Pero Brendol tomó lo que quiso y ni siquiera Phasma se opuso, aunque Siv vio que sus ojos se estrecharon cuando Brendol dio el último bocado.

—De vuelta a las barracas, entonces —dijo Vrod—. Con sus perros muertos, porque esa pequeña solicitud divirtió al Arratu. Creo que él vendría a ver cómo se las ingenian para destazar los cuerpos sin cuchillos, si tan sólo los guardianes lo dejaran poner un pie fuera de la seguridad de su torre sagrada.

Phasma señaló a los perros con la barbilla y los troopers los levantaron. Todo el grupo siguió a Vrod por el vestíbulo. Él caminaba como si nada le importara en el mundo. Tal vez era así, considerando que sus guardias tenían sus blásters apuntados a los peligrosos prisioneros que caminaban, sin esposas, por el pasillo. Siv no comprendía esa actitud aquí, el flagrante desprecio por la seguridad y la vigilancia.

—¿Sabían que alguna vez esto no fue nada más que una fábrica de ropa? —Vrod dio unos golpecitos en una ventana de cristal. Siv echó una mirada al interior para ver cómo se movían grandes máquinas que escupían aún más de la tela vaporosa—. La Estación Arratu. Hacía los uniformes para la Corporación Minera Con Star. La construyeron aquí por el agua. Un enorme manantial y, alguna vez, un río que pasaba por aquí. Ahora tenemos máquinas que pueden fabricar tela. Tela sin fin. Sólo echas arena en una y hará tela todo el día. Pero no puede hacer comida y no puede hacer que los días pasen más rápido, así que es mejor que encuentren una manera de entretener al Arratu sin romperse todos los huesos. Porque esas máquinas tampoco hacen medicinas.

Cuando él abrió la puerta, todos los ojos en las barracas de la prisión voltearon. Phasma entró primero, con su casco puesto y sin mostrar un solo signo exterior de haber sido golpeada casi hasta la muerte. Los troopers entraron detrás, y ella señaló una mancha de sangre en el piso.

—Pongan uno de ésos aquí.

Los stormtroopers se miraron entre sí y uno de ellos lanzó su lobo de piel sin cuestionarla. El otro siguió cargando su presa sangrante; la piel gris goteaba y manchaba su armadura con sangre lodosa.

—Pasen una buena noche. Prepárense para mañana. —Vrod hizo un ademán con su mano blanca en dirección de ellos. La puerta se deslizó para cerrarse.

—Uno de esos perros es nuestro. Pueden quedarse con el otro —dijo Phasma a los otros ocupantes del cuarto.

—¿Por qué? —alguien preguntó desde el suelo—. ¿Qué quieren?

—No queremos problemas. Y de todos modos la carne se echará a perder.

Phasma se apartó de las personas que se deslizaban hacia el cadáver en el suelo y fue a la cama donde Elli había yacido esa mañana. La mujer había desaparecido. Dos personas estaban acostadas en su litera, con sus vientres redondos contra sus huesos delgados. Bastó una mirada de Phasma para que todos saltaran de la cama y se arrastraran como cangrejos fuera de su vista.

—Torben y Gosta.

—No quepo allí —se quejó Torben.

—Inténtalo.

Gosta se trepó a la parte de arriba y Torben ocupó toda la de abajo, mientras el marco de metal crujía debajo de él. Mientras Siv se movía para revisarlo en busca de heridas ocultas, aunque no pudiera hacer nada por el daño, observó algo peculiar. Brendol y Phasma estaban conversando en el rincón, con susurros demasiado bajos para escucharlos. Pero vio que Brendol metía la mano en su chamarra y sacaba algo, un tubo brillante, que clavó en el hombro de Phasma, justo entre las placas de su armadura. Ella no se movió, no gruñó y, por supuesto, no agarró su mano y le aplastó los huesos con su guante como castigo. Siv no sabía lo que contenía el tubo, pero cualquier cosa que fuera, Phasma estuvo de acuerdo. Cuando terminó, el tubo vacío volvió a desaparecer en la chamarra de Brendol.

—Descansemos un poco —dijo Phasma a su gente.

Ella se quitó el casco y se recostó en el suelo junto a la cama de Torben. Mientras Siv todavía lo recorría con los dedos, revisando sus ojos y los moretones oscuros en su garganta, debajo de la sombra de su barba, Phasma cayó en un sueño profundo. De estar en casa, Siv habría atendido primero las contusiones de Phasma, le habría ofrecido el más fuerte de los linimentos y algunas hierbas para masticar que le ayudarían a reducir la inflamación. Aquí, sin recursos ni hierbas, no podía hacer nada. Igual que con los detraxores, estaba indefensa sin su mochila. Revisó a Gosta de nuevo antes de que Torben la atrapara por la cadera y la jalara hacia su pequeña cama, acunándola contra su costado caliente y manteniéndola cerca de su brazo.

—Este lugar está tan mal —murmuró ella.

—Entonces lo abandonaremos.

—Creo que sufriste una conmoción cerebral.

—Tal vez.

Ella se durmió contra él. Cuando despertó, se estaba muriendo de hambre. Miró al perro muerto en el suelo, el que Phasma había guardado para su gente. Con renuencia, y odiándose a sí misma por eso, empezó a picarlo en busca de un lugar suave.

Cuando miró la cara dormida de Phasma, la encontró casi sana. Los moretones eran amarillos, la hinchazón se había ido, la piel abierta estaba unida por líneas rosadas de cicatrices. Cualquier cosa que hubiera en ese tubo debía de ser más de la asombrosa medicina de Brendol.

Era un milagro. Pero ¿qué otros milagros se estaba reservando Brendol?