
VEINTE
EN EL ABSOLUTION
—¿POR QUÉ TE DETIENES? —PREGUNTA CARDINAL. LA HA MIRADO con tanta intensidad que Vi sabe que ha hecho un buen trabajo hasta ahora. Sin embargo, él simpatiza con Phasma, está tan fascinado con su historia como Vi.
—Porque tengo la garganta tan seca como las arenas grises de Parnassos. —Ella pasa la lengua por sus labios partidos y, por sólo un momento, deja que el dolor de cabeza palpitante se apodere de ella, para que Cardinal vea que está en muy mala forma. Los estimulantes ayudan, pero también hacen que los músculos se pongan más tensos, y ella no puede dejar de temblar.
Con la frustración escrita en cada arruga de su cara, Cardinal sostiene la bebida. Ella absorbe por el popote y bebe profusamente. Se pregunta, por un instante, si el agua contiene sedantes o algún otro tipo de aditivo especial de la Primera Orden, aunque no por eso dejaría de beberla. Pero, considerando las necesidades de una nave tan grande (cientos de miles de personas), seguramente el agua contiene vitaminas, nutrientes y tal vez medicinas. Un poco de refuerzo para el ánimo, un pequeño suavizante de las sustancias químicas, para evitar que los cerebros alertas se despierten por completo y se amotinen. O peor: que cuestionen. No es poco lo que Vi sabe de la manera en que se entrena a la nueva camada de stormtroopers; sobre todo, de la parte en que Cardinal les enseña a los niños cómo manejar armas, con la amabilidad que lo haría un tío favorito.
No, a los jóvenes reclutas los enchufan en sus camas como datapads que descargan nueva información. Por la noche, voces gentiles y monótonas llenan sus cabezas con dichos, propaganda, advertencias, recordatorios de que la Primera Orden es la única respuesta, la única manera de salvar a la galaxia de sí misma y de la destrucción. Armitage Hux creció en la Academia Imperial en Arkanis, mirando cómo su padre entregaba, manipulaba y programaba niños para convertirlos en máquinas asesinas. Pero Armitage ha ido aún más lejos con sus agudos conocimientos teóricos de la batalla, creando simulaciones complejas que replican de manera realista cada aspecto del combate. Los niños pierden todo sentido de individualidad, de sí mismos. Nunca se les permite jugar, se les desalienta la risa, la frivolidad o la creatividad, a menos que puedan usar esas emociones o urgencias para ganar en juegos bélicos.
Pero Cardinal está conforme con todo eso. Él es producto de ese sistema. Vi no logrará que cambie de bando atacando el corazón de lo que él es y de lo que representa. No, ella va a seguir desmadejando la historia, mostrándole quién es realmente Phasma mientras se compra tiempo suficiente para escapar, en caso de que él no termine compartiendo su punto de vista.
La droide emite un pitido, recordando a ambos la tarea a mano.
—Adelante —dice él—. Se nos está acabando el tiempo.
—¿No sabes que no se puede apresurar una historia? —bromea ella, pero con cansancio.
—Sé que la verdad no toma tanto tiempo como una mentira.
Vi se ríe, o trata de hacerlo, pero termina tosiendo. Él le permite otro sorbo de agua.
—En ocasiones, la verdad toma un buen rato en asomarse. En eso se parece un poco a Parnassos: no se preocupa por ti.
Cardinal levanta el control remoto, y Vi no hace más que arredrarse.
—Entonces preocúpate de este control remoto —dice él—. Porque Phasma estará pronto en esta nave. Debo tener lo que necesito antes de que llegue aquí. De lo contrario, tú y tu hermano, Baako, tendrán mayores problemas que un pequeño choque eléctrico.