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Los caballos de Reso

Narración de Casandra:

No he podido evitar leer lo último que escribió Herófila. La pobre se lamenta de no haberme creído y siente remordimientos por ello. Como si yo no lo supiera. No me era desconocido ese sentimiento, era común a cuantos me rodeaban, por voluntad de Apolo. Pero le agradezco que me ocultara el intercambio de aquellos funestos regalos. Me evitó muchas horas de angustia.

Después del combate se procedió a la recogida de los cadáveres. Se acordaron varios días de tregua. Durante ese tiempo se enterró a los muertos.

La segunda batalla fue un completo éxito de nuestras tropas. Los aqueos retrocedieron hasta su campamento, donde permanecieron refugiados.

Aquella noche Héctor y nuestros aliados acamparon cerca del muro de los aqueos en espera del momento oportuno para atacar. Qué sensación tan extraña sentimos todos. Por primera vez en muchos años Troya no era una ciudad asediada, no sentíamos ninguna amenaza, ahora la amenaza éramos nosotros.

Por la noche, Enone me hizo llamar y me citó cerca de las murallas, en el templo de Hécate, de nefasto recuerdo para mí. Me hizo saber que el padre Zeus había prohibido a los demás dioses que intervinieran en la guerra. Lo haría sólo él y a nuestro favor.

- Esta noche sucederán cosas -dijo-. Agamenón está desesperado y ha enviado a Fénix, Ayax y Odiseo a parlamentar con Aquiles para convencerle de que regrese al combate. Ha elegido bien, Fénix es el mentor de Aquiles y Ayax su mejor amigo y su primo carnal, y Odiseo posee el don de la elocuencia y la persuasión. Han ido cargados de presentes y Agamenón ha entregado a la misma Briseida, incluso se ha visto obligado a jurar que no la ha tocado.

Nos echamos a reír.

- Estúpidos aqueos -continuó Enone-, antes de que ellos llegaran a Grecia los hijos heredaban el apellido de la madre y estaban orgullosos de continuar la estirpe de la matriarca. Desean que sus hijos lleven su sangre y no la de otro, y que su apellido no sea usurpado por un bastardo, pero si una de sus mujeres se queda preñada de un esclavo o un mercader, dicen que el hijo es de Zeus o de Apolo, e incluso lo creen. Esos bárbaros mandarán en el mundo, pero dudan del heredero de su cetro, ignoran si lleva su sangre o la de un vendedor de pescado.

De repente se me encogió el corazón, casi se me escapa una lágrima. Enone adivinó mis pensamientos.

- No te aflijas, Casandra, Agamenón no siente amor por la tal Briseida ni por la tal Criseida, ni mucho menos por su esposa Clitemnestra. Pero un hombre no puede estar sin una mujer, ni una mujer sin un hombre. Las noches son muy largas, y muy tristes los lechos solitarios. Pero sigo con mi historia. Aquiles recibió al grupo de aqueos con una sonrisa indolente, mientras tocaba la lira y cantaba versos, las hazañas de Heracles o de Teseo o de cualquiera de los héroes a los que deseaba emular. Les escuchó amablemente, y dijo que no.

- Es un loco.

- La cólera le ciega. Entretanto, alegraos, tú y los tuyos, de que se niegue a combatir. Incluso ha dicho que quizá mañana, pasado o cuando se le antoje, tomará sus naves, sus mirmidones y su Patroclo, y regresará a Grecia.

Eso no lo creí.

Narración de Herófila:

Mientras mi señora regresaba a Troya, alrededor de la tercera vela, en el campamento, Odiseo y su para entonces inseparable Diomedes decidieron hacer una incursión en las tropas troyanas. Conversaban sobre lo sucedido durante el día y trataban de resolver la adversa situación en la que se encontraba el ejército aqueo. De repente apareció una lechuza blanca y se posó sobre el poste de una tienda, a su derecha; lo consideraron un buen agüero, una señal de Atenea, la diosa protectora de Odiseo. Antes de salir vieron cómo Patroclo entraba en la tienda de Aquiles, y sonrieron de manera picara, como lo harían dos alcahuetes. De haber mirado a través de una rendija entre las pieles de la tienda, tal como hizo Perimedes, que vigilaba siguiendo mis órdenes, habrían visto a dos hombres desnudos sin ropa ni joya alguna, y se habrían asombrado de la semejanza, que les unía de tal modo que abrazados parecían un mismo ser multiplicado por dos. La misma elevada estatura, los mismos tensos músculos, igual complexión, idénticas la larga y rubia melena, la blanca piel.

Mientras, Héctor había enviado a Dolón, un guerrero troyano, para internarse en el campo enemigo como espía, al parecer le había prometido a cambio regalarle unos caballos que él deseaba. Iba vestido con un gorro hecho de cuero de hurón y una capa de piel de lobo. Casandra lo había visto cuando ella regresaba a Troya, y supo que era Dolón por sus extrañas vestiduras. Iba silbando con tranquila e insensata despreocupación, sin ningún afán de ocultarse, y desde luego no la vio porque ella sí se ocultaba como una sombra.

Me contó Perimedes que días antes Calcante había hecho una nueva profecía. Troya sería inexpugnable si los caballos del héroe tracio Reso comían pienso troyano y bebían agua del Escamandro, cosa que aún no habían hecho, porque los tracios estaban recién llegados y sus caballos se habían alimentado de su propio forraje y habían bebido agua de la fuente cercana a las murallas. Este Reso era hijo de Ares y de la musa Euterpe, y sus caballos eran legendarios por su blancura, belleza y rapidez.

Ignoro si, cuando salieron del campamento griego, Odiseo y Diomedes habían ya planeado hacer lo que posteriormente llevaron a cabo o si, en efecto, su diosa Atenea les inspiró y favoreció. La cuestión es que casualmente se encontraron cara a cara con Dolón. Le obligaron por la fuerza a que les refiriera la situación de las líneas troyanas y sus aliados. Un hombre habla con facilidad con una daga sobre su garganta. Cuando hizo lo que les pidió lo degollaron. Ocultaron en un tamarisco el gorro, la capa, el arco y la lanza de Dolón.

Después se dirigieron hacia donde habían acampado los troyanos y sus aliados. Los tracios se hallaban en el flanco derecho.

Con el mismo silencio con el que asesinaron a Dolón y llegaron hasta sus enemigos, asesinaron a Reso y a doce de sus compañeros. Luego capturaron a sus caballos. Fácil empresa para sinuosos asesinos y hábiles domadores de potros. Eran capaces de degollar hombres y susurrar al oído de las bestias con el más absoluto sigilo. Fue una hazaña de una astucia singular, digna de la mente taimada de Odiseo y de su destreza para las acciones viles y solapadas. Quizás en ese momento Casandra se despertó de su sueño y tuvo aquella única y extraordinaria visión en que -me explicaba- lo vio todo, la vida y el mundo en su más completa plenitud. Algo que le sucedió por efecto de las pócimas o por la generosidad de Apolo, pero que nunca más se volvería a repetir.

Cuando un soldado tracio despertó a causa tal vez de un relincho lejano, un gemido o un mal sueño, un sueño en el que veía morir a su jefe y a sus compañeros, Odiseo y Diomedes ya estaban a salvo en el campamento griego. Por el camino tomaron del tamarisco las pertenencias del espía.

A la mañana siguiente encontraron el cadáver desnudo de Dolón sobre las ramas del tamarisco.