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La guerra, equilibrada
Continúa la narración de Casandra:
Llegó la primavera, el deshielo, la crecida de los ríos, los vientos benéficos del sur, y de nuevo se reanudó la contienda. Fue entonces cuando dividieron el ejército en dos. Aquiles y Áyax el Grande se establecieron en Aso con la mitad de la flota, desde allí partieron hacia el sur con el fin de saquear las ciudades costeras de Asia Menor, nuestras aliadas. Se trataba de ciudades pequeñas, ricas y poco habitadas. Vivían de la agricultura, la ganadería y el comercio con Troya; eran estados pacíficos que carecían de ejércitos poderosos. Una confederación de ellos hubiera sido un poderoso aliado para nosotros. Los aqueos actuaron con inteligencia. Destruyéndolos no sólo se hacían con un rico botín sino que nos privaban de una ayuda esencial. Las incursiones de Aquiles y el gigantesco Áyax apenas duraban días e incluso horas. Navegaban muy cerca de la costa. Los terribles mirmidones y el ejército de Áyax atracaban sus naves durante la noche y caían por sorpresa sobre los desvalidos habitantes, sin dar prácticamente tiempo a que sus ejércitos respondieran al ataque. De ese modo, en pocos meses cayeron Lesbos, Focea, Colofón, Esmirna, Clazómene, Cima, Egialo y otras.
Las reuniones del Consejo en Troya me desesperaban. Mi padre había adoptado la posición del ciego, del soberbio o del anciano senil a quien la muerte de uno de sus más queridos hijos le había ensombrecido el juicio.
- Troya no caerá jamás -decía-. Tenemos alimentos y agua. A pesar de sus piraterías, continúan llegando a Troya las naves cargadas de mercancías y trigo del Ponto. Nuestra flota en Sigeo nos abastece. Ellos pueden dividirse en dos, pero no pueden multiplicarse, y la otra parte del ejército tiene que permanecer aquí ocupándose de alimentar a miles de hombres jóvenes y robustos. ¿Es que no los habéis visto? Han cultivado hectáreas enteras entre el Escamandro y el Simios, y aún más hacia el interior, porque han terminado con las reservas de las aldeas cercanas, y los recursos de la zona norte y este los controlan nuestro ejército y el de Eneas. Los guerreros se han convertido en agricultores. No pueden hacer otra cosa si quieren sobrevivir. Puede que Agamenón planeara un corto saqueo o un largo asedio, desde luego tuvo que pensar en cómo alimentar a la tropa si la guerra se alargaba, pero no dio con la solución, porque simplemente es imposible hallar comida para todos esos hombres sin que esa tarea sea un fin más esencial que el combate mismo. Nosotros tenemos alimentos, ellos no.
Héctor fruncía el ceño, y las aletas de su nariz se dilataban en un gesto de ira.
- Padre, su presencia en nuestras tierras es una provocación. Déjame que reúna al ejército y me enfrente a Agamenón.
- Esta no es una guerra de batallas, sino de supervivencia y resistencia -dijo mi padre-. Cuando no tengan nada que comer, cuando estén cansados de pasar hambre y frío, cuando empiecen a pensar en sus reinos, a dudar de la lealtad de los que les han sustituido en el gobierno, porque nuestro linaje lleva muchas generaciones gobernando Troya, pero el suyo es reciente, sus tronos ni siquiera son necesariamente hereditarios sino que puede acceder a ellos el más poderoso o el más hábil, y no pueden confiar ni en sus propias mujeres, a las que arrebataron el mando y a las que prohíben practicar el culto a una religión en la que siguen creyendo, finalmente, cuando se convenzan de que Troya es invencible, entonces se irán.
- ¿Y los daños que habremos sufrido entretanto? ¿Y los saqueos, los pillajes, los robos? -inquirió Héctor.
- Los pueblos saqueados buscarán refugio en las montañas, después de pasado el peligro volverán a reconstruir sus ciudades.
- Aquiles las saqueará de nuevo -dijo Eneas.
- Y ellos las volverán a levantar. ¿Sabéis cuántos años puede costarles destruir y después invadir los pueblos costeros de Asia? ¿Sabéis cuántas bajas y cuántas fatigas?
- Y también cuánto botín y cuántas riquezas -respondió Antenor-. Aquiles lo hará una vez y cien si es necesario. Su furia es inmensa, es tan poderoso como su ejército.
- Bien, bien -respondió mi padre con impaciencia-. Se cansará, como todos, o temerá por su reino o pensará que ya tiene suficientes riquezas. A nosotros nada debe preocuparnos mientras sigamos manteniendo el comercio con el Ponto. Troya es muy rica, poco nos afecta que nos pirateen alguna nave, que saqueen aldeas o granjas. En cuanto a las ciudades de Asia, las ayudaremos a restablecerse cuando todo esto haya pasado.
- ¿Y cuando nos combatan, cuando nos planteen batalla a campo abierto? Son mucho más numerosos que nosotros -dijo Héctor.
- Si ese día llega, pediremos ayuda a nuestros aliados.
- Los menosprecias, Príamo, no los conoces -respondió Antenor-. Agamenón es inteligente. Hace unos años es posible que invadieran una ciudad o saquearan un templo de la Madre en completo desorden, pero han aprendido. Aún no has podido apreciar el modo en que forman sus falanges. Marchan cuerpo con cuerpo, escudo con escudo, yelmo con yelmo, formando filas impecables. Conocen la importancia de la organización, los oficiales se apostan en los flancos para encargarse de reponer de inmediato a los fatigados, los muertos o los heridos, tal como hace un ejército bien adiestrado. Saben combatir. Es muy difícil romper sus filas.
- Héctor puede hacerlo -dijo mi padre-. Y también Eneas.
- Con el suficiente número de hombres -respondió Héctor.
- Parecéis haber olvidado que Troya no está sola.
- Los hititas no nos ayudarán -dijo Antenor-. El imperio ya no es lo que era, y Troya les queda demasiado lejos. Además, ¿habéis pensado cuánto puedo beneficiarles la guerra? Si Aquiles sigue saqueando ciudades, y no dudo de que lo hará, los aqueos llenarán los mercados de Asia Menor de esclavos baratos, y los mercaderes hititas y asirios se enriquecerán con la guerra mientras nosotros nos empobrecemos.
- Troya fue destruida una vez, y yo la levanté de nuevo y en menos de veinte años la convertí en una de las ciudades más ricas y poderosas de toda Asia -dijo mi padre con orgullo.
- Y qué me dices, Príamo -argumentó Eneas-, de nuestros aliados de la costa. Si los atacan constantemente, ¿cómo podrán ayudarnos?
- Contamos con los licios de Glauco y Sarpedón, tienen un ejército muy poderoso. Desde luego, con las amazonas y con mi sobrino Memnón de Etiopía. Todos juntos les derrotaríamos.
Callamos. Durante unos minutos el gran salón de reuniones se mantuvo en un tenso silencio. Entonces habló Helena.
- Honorable Príamo, padre de mi esposo y rey de Troya. Conozco bien el espíritu de Agamenón y la cruel ambición de los descendientes de Pélope y Atreo. No creáis que este conflicto se resolvería si me dejarais ir. No me quieren a mí, quieren la guerra.
- Lo sabemos, Helena -dijo Héctor irritado-. De ser así, ya estarías de camino al campamento atreo, no hemos de poner en peligro la vida de los troyanos ni por ti ni por ninguna otra mujer.
- Si devolvéis a mi esposa yo me iré con ella -intervino Paris.
- No vamos a hacer eso, hijo mío -le tranquilizó mi padre.
- Yo misma me iría si con eso pudiera evitar estas hostilidades -dijo Helena-. Sabed que Agamenón ha envidiado siempre a Troya y ha deseado poseer su poder. Esta guerra la tenía planeada desde hacía muchos años, de no haber sido yo el pretexto hubiera encontrado otro cualquiera. No le conocéis como yo le conozco. Ese invencible Aquiles del que habláis, ese héroe hijo de una diosa, no es más que uno de sus peones. Está conquistando la costa de Asia Menor para él, quiere hacer de Grecia un imperio.
- Tu cuñado no es un ambicioso sino un estúpido -dijo mi padre-. ¡Asia de los aqueos, un continente invadiendo otro continente! ¡Oh, querida!, esos Átridas han debido de ser muy crueles contigo. Las mujeres habláis con el corazón, no con la cabeza.
- No niego mi condición de mujer, orgullosa estoy de que la Madre me haya otorgado el don de parir hijos y alimentarlos con mis pechos. No es mi corazón el que habla, ni siquiera mi cabeza, sino mi experiencia, mi buen Príamo. Los dioses han concedido a Agamenón un extraño don, el de ser rey de reyes, no me refiero de sus reinos y sus haciendas, cualquier poderoso puede hacerse pagar tributos y obligar a que se le agasaje con honores. Lo que mi cuñado consigue es reinar en sus espíritus, en sus actos. Primero logró unirlos en una empresa común, luego los embarcó en una guerra contra Troya. Lo que parece imposible, él lo logra. Ahora Aquiles conquista ciudades para él, su amigo el bravo Patroclo, el inteligente Palamedes, el astuto Odiseo de Ítaca, el venerable Néstor de Pilos, Áyax el gigante hijo de Telamón, el justo y hábil Diomedes de Argos, Idomeneo de Creta, descendiente del legendario Minos, el valiente Menesteo de Atenas y otros muchos grandes caudillos y hombres notables luchan por él y para él, y todas las valiosas capacidades que los dioses les han otorgado las ponen a su servicio como el siervo que trabaja para el amo. Así es Agamenón.
No pude reprimir mi deseo de humillarla; sus palabras habían sido para mí duras y dolorosas.
- En ese caso, debes haber lamentado mucho que eligiera como esposa a tu hermana Clitemnestra y que, a pesar de tu belleza, tu padre te destinara al segundón de la casa de Atreo.
De nuevo se hizo el silencio. Antenor y Héctor sonrieron, mi padre me miró de forma severa. Helena se puso pálida, luego enrojeció. Por su manera de mirarme, supe que mis palabras habían revelado una cierta verdad, algún viejo rencor.
- Casandra -dijo Paris-, sujeta tu lengua.
- Está bien -intervino mi padre-, concluyamos esta reunión. El ejército continuará ocupándose de que las caravanas de Asia lleguen a Troya sin percances y, lo más importante, de que nuestra flota siga comerciando con el Ponto con regularidad.
Se hizo tal como mi padre había ordenado.