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La casa de Atreo

Continúa la narración de Casandra:

Sobre la familia de Agamenón, había sabido algo por medio de Laocoonte. Más tarde, Herófila me puso al corriente; fue un día durante la guerra, mientras veíamos por la ventana abierta de mi habitación el campamento griego detrás de la empalizada. Aunque no la conocía bien, sabía que la historia era aterradora. Deseaba pensar que no era verdad, que, como es costumbre, los bardos habían exagerado.

- ¿Qué hay de cierto y qué de falso? -pregunté a Herófila. En este caso, la imaginación de los cantores no ha sido necesaria. Es posible que haya habido algo de exageración e incluso que algún episodio se haya suavizado por orden de algún mandatario escrupuloso, pero en lo esencial todo es verdadero. Es preciso reconocer que los poetas tienen una memoria excelente.

- ¿Es cierto que la abuela de Agamenón, Hipodamía, fue una desvergonzada?

- Una desvergonzada soy yo -se rió Herófila-, ella era una asesina y una hija incestuosa. Era bella y ardiente, y tan voluptuosa, dicen, que siempre parecía estar desnuda a pesar de hallarse completamente vestida, que vestía de forma impúdica. Se pintaba los pezones de color rojo, y cuando se acostaba con un hombre se los untaba con miel. Su padre Enómao, que era rey de Pisa en Elide, se volvió loco por ella; se dice que en aquella época era corriente que los padres yacieran con sus hijas, es posible. La cuestión es que la quería para él solo y no permitía que ninguno de los muchos pretendientes de Hipodamía se casara con ella. Para deshacerse de ellos, los retaba a competir en una carrera de carros, sabiendo que ganaría, pues sus caballos eran un divino regalo de Ares. Cuando los alcanzaba los atravesaba con su lanza. Había matado así a más de doce cuando apareció Pélope, el abuelo de Agamenón.

- Hijo de Tántalo, a su vez hijo de Zeus. Esa estirpe desciende de los dioses -dije yo.

- No se puede negar, pero son gente sanguinaria, se han destruido en luchas dinásticas, han matado por el trono aun a sus padres, hijos o hermanos, no han dudado en derramar la sangre de su sangre. Tántalo era cruel, y cometió muchos delitos, uno de ellos fue una acción criminal precisamente contra su hijo Pélope. En una ocasión invitó a los dioses olímpicos a un banquete y, para probar su omnisciencia, no se le ocurrió otra cosa que despedazar a su hijo Pélope y servirlo como comida. Horrorizados, todos los dioses se abstuvieron de probarla, excepto la pobre Deméter, que, distraída por el rapto de su hija Perséfone, a quien por entonces Hades se había llevado con él a vivir al mundo de las sombras, comió un hombro. Zeus resucitó a Pélope y recompuso su cuerpo, y cambió el hombro que Deméter se había comido por uno de marfil. Se conserva ese hombro y es una reliquia que posee poderes curativos. Por otra parte, Tántalo fue castigado por los dioses a llevar una enorme roca suspendida sobre su cabeza siempre a punto de caer. Un castigo eterno. Tras su vuelta a la vida, Pélope se convirtió en un joven muy hermoso. Debes saber una cosa que te interesará.

- Lo sé -respondí-. Reinó en el monte Sípilo, en Lidia, y fue expulsado de allí por mi antepasado Ilo. Qué antiguo es el rencor hacia Troya. Imagino a Atreo queriendo vengar a su padre y a Agamenón heredando esas viejas heridas. Continúa tu historia, llegó a Pisa e Hipodamía se enamoró de inmediato.

- Así es. Y decidió que ganaría la carrera. Para ello sobornó al cochero de su padre, un tal Mirtilo, para que cambiara los ejes de madera del carro por unos de cera, así que el carro se estrelló y Enómao murió arrastrado por sus propios caballos.

- De modo que Hipodamía mató a su padre.

- Y no se detuvo ahí. Poco después de casarse con Pélope, intentó seducir a Mirtilo, éste se negó y entonces ella lo acusó de haberla violado. Pélope lo atravesó con su espada, y antes de morir maldijo a toda su estirpe, a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Como verás, la maldición se cumplió.

Poco después, Pélope tuvo un hijo con una ninfa, Crisipo, y fue tal el odio de Hipodamía hacia el muchacho que instigó a sus hijos Atreo y Tiestes a que lo matasen.

- De modo que fue culpable de tres asesinatos.

- En efecto, y por este último Pélope la desterró y también desterró a sus dos hijos asesinos. Poco después murió él. Fue un buen rey, dicen que un héroe tan admirado que dio nombre a esa parte de Grecia que llaman el Peloponeso. Lo enterraron en Pisa con todos los honores y su tumba es un lugar de culto.

- Continúa.

- Tras desterrar a sus dos hijos, Pélope los maldijo; quizás por esa razón desde entonces se odiaron. Fueron acogidos en Micenas, donde entonces reinaba un tal Esténelo. Pues bien, un oráculo había hecho saber que el nuevo rey había de ser elegido entre los descendientes de Pélope. Atreo había contraído matrimonio con Aérope, una princesa cretense expulsada de Creta por su propio padre cuando la sorprendió copulando con dos esclavos, aunque sospecho que no sería la primera vez que la hallarían en situaciones semejantes, pues no es una falta que justifique un destierro. Parece ser que a los hombres de esa familia les gustan las adúlteras. Aérope se casó son Atreo, pero se acostaba con su hermano Tiestes. Pero sigo, resultó, ignoro por qué razón, que Atreo poseía un vellocino de oro.

- Muy sencillo, lo consiguió en la Cólquide, después de saquear Troya en tiempos de mi abuelo Laomedonte. Las orillas de los ríos del norte están llenas de oro; basta introducir la piel de un borrego para que la lana salga impregnada.

- Pues bien. Aérope le robó el vellocino y se lo entregó a Tiestes, quien propuso al Consejo que había de decidir la sucesión que se coronase a aquel que pudiese presentar un vellocino de oro. Atreo, sin sospechar la traición de su esposa, aceptó, y gracias a ese engaño Tiestes triunfó. Pero aquella noche intervinieron los dioses. Hermes, el mensajero, se presentó en sueños a Atreo y le aconsejó que propusiese una última prueba: si el sol salía por el oeste sería él el soberano. Naturalmente, Tiestes y el Consejo aceptaron, pues ignoraban que los dioses ya habían elegido a Atreo, o quizás se olvidaron de su inmenso poder, de que ellos son capaces de cambiar el curso del sol si lo desean. Y así ocurrió. Zeus ordenó a tu Apolo que lo hiciese, y sucedió el prodigio ante los ojos atónitos de los aqueos de Micenas. Atreo era el preferido por los dioses. Tiestes le entregó la corona admirado y cabizbajo, pero con un gran odio en su corazón. De inmediato, Atreo desterró a su hermano. Más tarde, al enterarse de la traición de su esposa, la arrojó al mar desde la más alta de las rocas. Pero no le bastó con la expulsión de su hermano ni con la muerte de su esposa, quería venganza e ideó algo atroz, al igual que su abuelo Tántalo, con una diferencia aún más vil, si ello es posible.

- No acierto a imaginarlo. Tántalo cocinó y dio a comer a su propio hijo.

- Atreo asesinó, descuartizó, guisó y sirvió como festín a los tres hijos de su hermano. Tiestes los comió, naturalmente sin saberlo, él no era un dios sino un simple mortal, y carecía del poder de la omnisciencia. Acabado el banquete, Atreo le mostró las cabezas de los niños. Tiestes huyó horrorizado.

- Pero pensó en vengarse -dije.

- Así fue. Un oráculo le aseguró que sólo un hijo nacido de su propia hija Pelopia podía llevar a cabo la venganza; ésta era sacerdotisa de Atenea. Un día la siguió hasta el templo donde celebraba un sacrificio; Tiestes respetó el sagrado rito y la esperó escondido detrás de un árbol. Sucedió que Pelopia resbaló y cayó sobre el charco de sangre del animal sacrificado y se manchó la túnica, así que fue hacia el patio del templo y se la quitó. Tiestes aprovechó para violarla sin que ella lo reconociera, pues llevaba el rostro cubierto con una máscara, pero logró quitarle la espada y la escondió bajo el pedestal de la imagen de Atenea. De esta unión nació un hijo llamado Egisto, a quien su madre abandonó y fue amamantado por una cabra. Después Pelopia se casó con su tío Atreo. Éste, enterado de la existencia del niño, lo mandó buscar ignorando quién era el padre. Lo crió en Micenas como hijo suyo.

»Años después, Atreo, deseando acabar con Tiestes, pidió a Egisto que lo matara, y estaba a punto de matar a su padre, cuando éste reconoció como suya la espada que llevaba el muchacho, le preguntó por ella y le dijo que se la había dado su madre Pelopia. La mandaron llamar. Cuando la pobre mujer supo que había cometido incesto con su padre, cogió la espada y se la hundió en el vientre. Tiestes relató a su hijo toda la terrible historia que te acabo de contar, era su padre y como tal le ordenaba que matase a Atreo, y así lo hizo Egisto. Entregó el trono a su padre e hizo que sus dos primos, los Átridas, Agamenón y Menelao, fuesen desterrados. El resto lo conoces. Fueron acogidos por el rey Tindáreo en la corte de Esparta, Agamenón se casó con una de sus hijas, Clitemnestra, y les facilitó un ejército con el que reconquistaron Micenas. Agamenón fue nombrado rey.

Yo seguía enamorada de Agamenón; era un sentimiento más fuerte que mi voluntad. Me atormentaba pensar que fuera tan cruel como sus antepasados.

- Clitemnestra estaba casada, pero no le importó asesinar a su primer marido.

- No lo asesinó -protesté con vehemencia-. Los aedos cambiáis la realidad cuando os conviene presentar a alguien como un malvado. Lo mató en la batalla.

- ¿Cómo sabes eso? Muy pocos conocen esa historia y no hay cantor alguno que la cuente así, salvo cuando van a la corte de Micenas, entonces cambian unos versos. También se dice que obligó a Clitemnestra a casarse con él, y que ésta le odia desde entonces. Pero le ha dado tres hijos, Electra, Ifigenia y Orestes.

- ¿Qué fue de Tiestes y Egisto?

- Por la Diosa, espero que estén muy lejos esos asesinos incestuosos. Los conocí hace muchos años, cuando era joven, en una de las ocasiones que canté con mi maestro Penteo en la corte de Micenas. Fue antes de que Agamenón y Menelao los expulsaran. Entonces el palacio de Micenas era un magnífico edificio, más parecido a una construcción militar que a una residencia real. Pero cuando se traspasaba el umbral era como si se entrara en la casa del más rústico de los aldeanos; al recordarlo, me compadezco de la pobre Helena. Cantamos sentados en taburetes de tijera mientras las gallinas picoteaban a nuestro alrededor y los perros roían los huesos debajo de la gran mesa donde se celebraba el banquete, que era el único mueble de la habitación sin contar los trípodes. Las paredes estaban decoradas con unos trazos negros más parecidos a los dibujos de los niños que a los de un pintor profesional, y cuyos motivos he querido olvidar, si es que había alguno. Pero Tiestes y Egisto presidían la mesa cubiertos de oro. Sobre las túnicas llevaban un peto de oro, brazaletes en ambas muñecas, varios medallones de enorme tamaño y anillos en todos los dedos. También eran de oro la vajilla y los trípodes. No parecían hombres crueles ni impíos asesinos, sino curiosos seres silenciosos de mirada tranquila y espeso pelo blanco, inofensivo como el de los ancianos. Cuando se dignaron mirarme, observé con perplejidad que también eran blancas sus cejas y sus pestañas. Eran viejos con rostros de niños, su piel era tersa y rubicunda, como sucede con la mayoría de los aqueos.

- Extraña gente -dije-. ¿Han muerto?

- Huyeron cuando los Átridas regresaron a Micenas. Creo que Tiestes se exilió en alguna pequeña isla, pero ya debe de haber muerto o será muy viejo. Egisto marchó a Argos y, por lo que sé, allí sigue. ¿Y a qué se debe tu interés por esa casta de asesinos?

Había pocas personas en el mundo que pudieran entenderme, y Herófila era una de ellas. Mi secreto salió de mis labios con alivio.

Narración de Herófila:

Recé entonces por Casandra, y aún sigo haciéndolo ahora. Hubo una época, antes de que la guerra comenzase, en que pretendió impedirla, pero ¿qué hubiera hecho cualquiera en su lugar sabiendo lo que ella, y sólo ella, creía saber? Estaba tan afligida que no pensaba en su aspecto personal, en sus salidas de tono o en sus ataques. Aún no sé si creer su encuentro con Apolo en el templo de la Madre y su maldición, aquel extraordinario episodio que me contó, pero, si fue verdad, el mal de la princesa era la soberbia, una falta que carece de término medio: o es propia de los necios o de los seres que poseen cualidades superiores. Ella no se rendía y seguía pretendiendo que la creyeran. No se rindió jamás. A Troya la sometieron con un engaño, a ella nunca. Todavía no la han vencido, y algo me dice, por su forma de comportarse, que ganará la última batalla.

Narración de Casandra:

Me liberaron de mi encierro antes de que llegaran Paris y Helena a Troya, gracias a mi hermano Héctor y a que mi padre, a pesar de todo, me amaba. Héctor nunca pensó que yo estaba loca, sino enferma, y creía no sólo que ya me hallaba restablecida, sino que jamás debieron recluirme. Atribuyó mi mal aspecto al encierro, mi palidez a la falta de sol, mi desánimo a la carencia de aire fresco y mi delgadez a la tristeza y a las drogas. En cambio, él mostraba una presencia radiante, que se debía al amor por su esposa Andrómaca. Fuera el viento silbaba, el frío viento del norte que llegaba con las naves cargadas de mercancías atravesando los Dardanelos.

- Me han llegado rumores de que Paris ha raptado a la esposa del rey de Esparta -dije-. Los esclavos hablan mucho.

Estaba al corriente.

- Paris es un insensato -dijo irritado.

- ¿Lo sabe nuestro padre?

- Hace unos días llegó un correo de Chipre, en él se lo hacía saber.

- ¿Y le ha respondido? -pregunté con ansiedad.

- Pues sí -dijo Héctor enojado-. ¿Sabes qué le decía la nota de Paris? Es extraordinaria su astucia y el modo en que sabe embaucar a nuestro padre, decía: «No he podido conseguir a Hesíone, pero en su lugar llevo a Helena». Él se rió hasta llorar, jamás lo vi tan eufórico. Se sintió desagraviado.

- ¡Por todos los dioses! -bramé-. Está senil, ya no sabe distinguir entre el bien y el mal, ha regresado a la infancia.

Me detuve. Mi hermano me miraba con extrañeza.

- Vamos, Casandra -dijo-, no es más que un capricho. Dicen que es muy hermosa. Si Menelao se muestra quejoso se contentará con unos cuantos talentos. A fin de cuentas, esa mujer no le ha dado más que una hija y forma parte de una familia reconocidamente adúltera. Además, es probable que Paris se canse de ella y la devuelva a su marido.

- No será así, hermano -dije yo.

- Nuestro padre ha bendecido su matrimonio. Pronto llegarán a Troya y serán recibidos con toda clase de honores. No me complace en absoluto, pero no se puede hacer nada por evitarlo.

Me dio un escalofrío y me arrebujé en mi piel de oso. Entonces Héctor dijo de repente, como si me leyera el pensamiento.

- ¿No creerás en los temores de Antenor?

- ¿Los crees tú? -fue mi respuesta. -Troya es invulnerable -fue la suya.

Él lo sabía mejor que nadie, pues era el jefe del ejército, el protector de la ciudad.