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Escuchó el disparo cuando ya estaba tras la puerta. Para Dima aquello significaba algo más que la muerte de un hombre: marcaba el final de una era. Paliov había personificado un conjunto de valores y principios por el que ambos habían dado sus vidas. Queridos u odiados —y Dima había experimentado las dos cosas—, estaban en su ADN. A pesar de todos los problemas que Paliov le había causado, las mentiras, el desastre y el desperdicio, y, sobre todo, las vidas sacrificadas en el campamento de Kaffarov, Dima sintió un pellizco de pena.

Pero no tenía tiempo para procesar todo aquello. Mientras el ascensor le llevaba a la planta baja, las últimas palabras de Paliov resonaron en su cabeza.

Trabaja como operador en la Bolsa.

Kroll le estaba esperando en el Mercedes.

—Tenemos un problema.

—Para variar.

—Acabo de recibir una llamada de Omorova. Timofayev ha pedido ver tu cadáver. No acepta la palabra de nadie, a pesar de las imágenes captadas por el móvil. Como no vea con sus propios ojos un cadáver, es capaz de acordonar toda la ciudad y decirle al mundo entero que aún sigues ahí fuera. Armado y peligroso y con permiso para disparar en cuanto alguien te vea.

Dima parecía distraído.

—Omorova no sabe qué hacer. Ya se ha arriesgado mucho organizando tu «tiroteo».