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El Teniente estaba furioso: al menos eso era evidente.

—Felicidades, Blackburn. Ha encontrado a su hombre. Me alegra ver que sus prioridades son las correctas.

Blackburn no dijo nada.

—Campo y Montes imaginaban que estaría muerto ya que hay, al menos, dos cuerpos más enterrados entre los escombros ahí fuera.

Las noticias golpearon a Dima como otra explosión. Zirak y Gregorin...

Cole miró a Dima.

—Así que este es el verdugo. Se ha labrado todo un nombre usted solo.

Dima no respondió. Ante la duda no había que hacer nada, solo pensar rápido y observar atentamente. El Uzi estaba a medio metro de su pie. Trató de definir al Teniente: voluntarioso, bien educado, comprometido, aventuró, estaba allí porque eso era lo que quería. Allí durante una buena temporada. Pero había algo más en esa historia. Se adivinaba por la intrigante reacción de Blackburn ante su oficial superior, como si el hecho de haber sido rescatado por él fuera la última cosa que deseara en el mundo.

Cole se acercó más, mirando a Dima.

—Este es tan buen sitio para terminar como cualquiera.

Blackburn no dijo nada. El polvo había convertido su rostro en una máscara. Un pensamiento bastante desagradable empezó a formarse en la mente de Dima.

—Veamos, Blackburn. Este parece un lugar muy inestable. Deberíamos salir de aquí antes de que se desplome.

—Señor —respondió Blackburn. Pero no hizo ningún movimiento. El M4 parecía como una traición en sus manos.

—Está muy callado, Blackburn. Creo que sé lo que está pensando: ahora es su oportunidad. Bueno, soldado, se la ha ganado. Siga adelante. Haga lo que tenga que hacer. Su secreto estará a salvo conmigo.

No puedo creer que esto esté pasando, pensó Dima, comprendiendo lo que Cole estaba insinuando. Miró el Uzi.

Cole se acercó a Blackburn y le gritó al oído:

—¿Qué pasa, Blackburn, no me oye? Le estoy dando una oportunidad.

Menudo gilipollas, pensó Dima.

Blackburn estaba petrificado en su sitio, el M4 sujeto desganadamente entre sus manos. Frente a él, su oficial al mando y torturador, diciéndole que matara al extraño que acababa de salvarle la vida. Y si ese hombre tenía razón sobre Solomon... Lo que sucedió a continuación pasó en menos de un segundo, pero fue un segundo muy intenso. Dima, llevado por sus reflejos, se abalanzó sobre el Uzi. Cole, habiendo concluido que Blackburn no tenía estómago para matarle, apuntó a Dima. Pero el arma que se disparó no fue la de Cole. Y el hombre que cayó no fue Dima. El disparo pareció llenar todo el búnker. La expresión de Cole fue de tremenda sorpresa mientras caía de rodillas, pasando de la consternación a la indignación y, finalmente, al horror.

Se quedó muy rígido durante unos breves y agonizantes segundos, luego sus ojos se nublaron y cayó hacia delante sobre los escombros.

Dima, con el Uzi en la mano, se giró para mirar a Blackburn. Había visto antes esa mirada: en Gregorin describiendo la aniquilación de su camarada acosador, una especie de serenidad a continuación de una venganza especialmente dulce. Sacudió su cabeza como si aún no pudiera creerlo. Pero no había duda, el joven americano tenía una expresión como si le hubieran quitado un gran peso de encima.

Dima dio un paso y agarró a su salvador por el hombro.

—Gracias, camarada. Creo que estamos en paz.