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Hubo un grito de pánico colectivo dentro del Osprey cuando sintieron el impacto. El fuego de los AA alcanzó el extremo del rotor de estribor, calando el motor antes de que estallara en llamas. Las rampas de acceso estaban ya abriéndose para una rápida evacuación, pero los tiradores junto a las puertas habían saltado por los aires. Y no por una andanada de disparos, sino por cortas y precisas ráfagas de un experto. Los F-16 habían informado de que los nidos de ametralladoras habían sido neutralizados. Error. Blackburn por fin empezaba a darse cuenta de la cantidad de errores que se cometen en una guerra. Era un milagro que alguien sobreviviera, y no digamos ya, que triunfara.
Las revoluciones del motor de babor se incrementaron mientras aspiraban el aire, tratando de compensar, pero el Osprey estaba a mitad de camino en su transformación de avión a planeador. Blackburn sintió la nave ascender y luego quedar suspendida durante unos angustiosos segundos, antes de rendirse e iniciar su progresión descendente. El piloto hizo lo que pudo, pero el suelo estaba cada vez más cerca. Los hombres se quedaron petrificados en sus posiciones, agarrados de las barras de sujeción en el interior del fuselaje. Inútil. Blackburn se tambaleó hacia la rampa abierta, tropezó y resbaló, precipitándose de cabeza fuera del aparato. Atravesó las ramas de unos árboles que no tuvo tiempo de identificar, pero chico, ¡cómo agradeció su presencia! Los brazos de los ángeles amortiguando su caída. Aun así, su aterrizaje en tierra fue doloroso y quedó inconsciente durante algunos segundos. Un poco más abajo de la colina, observó al Osprey inclinarse hacia un lado: las alas, con sus rotores aún girando, se partieron en mil pedazos como las piezas de una cometa de plástico.
Alzó los ojos hacia el chalet, cuyos planos había memorizado desde la primera a la última habitación. Pero, a simple vista, resultaba irreconocible, toda la fachada y las terrazas habían quedado destruidas por el misil. Si queda alguien con vida ahí dentro será un milagro, pensó Black. Pero sabía que había habitaciones excavadas en lo más profundo de la roca. Tenía que llegar allí. No quiso pensar en las bajas. Si regresaba al Osprey e intentaba ayudar, Cole podría acusarle de rehuir otra vez sus responsabilidades. Bien, que se joda Cole, si mueres porque nadie te ayuda, es tu culpa. De hecho, ojalá te mueras.
¿A cuento de qué venía aquello? En el colegio él siempre había sido el mediador, el pacífico, el que separaba en las peleas. El que deseaba ver el lado bueno. Pero en este encargo llevaba exceso de equipaje. A partir de ahora viajaría más ligero. Cogió su M4, lo comprobó y se dirigió hacia los escombros.