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Una puerta llevaba desde la cocina al garaje. Kroll pasó la mano por el capó de un todoterreno Chevy negro con los cristales tintados.

—A todo el mundo le gusta un 4 x 4 americano —dijo Kroll—. Desde luego no les falta gusto. Tal vez podríamos hacernos pasar por oficiales americanos de las Fuerzas Especiales.

—No pasa desapercibido, precisamente.

—Ahora mismo, nada con ruedas que no sea un APC pasa desapercibido.

—Me gusta —declaró Vladimir—. Es más grande que mi vieja celda.

Kroll abrió una puerta.

—Caben cinco personas fácilmente.

—Seis. Amara va a escapar para salvar su vida con su leal equipo de guardaespaldas: es decir, nosotros.

—¿Y Kaffarov se va a creer eso?

—No tiene por qué. Es solo para ayudarnos a pasar ante los guardas. Ella llamará a Kristen desde la puerta.

—¿Y cómo sabemos que ella aún sigue allí?

Dima sonrió.

—Amara la ha llamado desde el teléfono satélite de Gazul: le ha dicho que vaya cuanto antes.

Miró a Gregorin y a Zirak.

—¿Alguien quiere dejar el barco?

Nadie lo hizo.

Solo había una cosa que seguía desconcertando a Dima: ¿qué sacaba Amara de todo eso? Y cuando se decidiera a pedírselo, ¿estaría él dispuesto a acceder?