54
Era poco antes de las tres, la hora más calurosa del día. Daba la sensación de que el aire que entraba en el túnel provenía de un horno abierto. Dima salió primero, haciendo un gesto a Blackburn para que esperara hasta que le hiciera una señal. Escrutó el área alrededor de la boca del túnel: unos cuantos cipreses, un sendero que corría de sureste a norte. Con excepción de un cobertizo de piedra medio en ruinas a unos doscientos metros, no había señal alguna de presencia humana. Examinó el suelo.
—¿Qué estás buscando?
—Huellas. Son recientes. Mira.
Blackburn se agachó a su lado.
—¿Ves la forma en que esas briznas de hierba están rotas pero aún siguen verdes? Y aquí. —Trazó un círculo en el polvo—. Huellas de neumáticos, rodaduras anchas: tal vez una furgoneta o un SUV.
Dima aún llevaba su teléfono. Sintió que le vibraba en el bolsillo. Kroll.
—Bienvenido del subsuelo. ¿Quién es tu nuevo amigo?
—¿Dónde estás? —le preguntó Dima en inglés.
—¿Ves el cobertizo?
—¿Está despejado para que podamos movernos?
—El Tío Sam está al otro lado de la colina, pero no hay nadie más.
Dima y Blackburn se abrieron paso hasta los restos del cobertizo. Una red de camuflaje había sido desplegada entre los muros para proveer cobertura. Dentro había un deteriorado Toyota Land Cruiser. Kroll y Vladimir aparecieron por detrás de uno de los muros. Vladimir tenía un improvisado vendaje en la cabeza, y Kroll una tira de camisa atada alrededor del brazo. Para Dima, el alivio de verles quedó ensombrecido por lo que sabía que iba a venir a continuación.
Vladimir fue el primero en hablar.
—Zirak y Gregorin no han sobrevivido. Y tampoco Kristen.
—¿Y Amara?
Hizo un gesto hacia el asiento trasero del Land Cruiser.
—Está un poco magullada, pero no tiene nada roto. Los americanos la desenterraron, y entonces, cuando el chalet se desplomó, se olvidaron de ella. Pudimos escapar cuando concentraron su fuego contra los AA, pero mantuvimos la vigilancia hasta que la vimos, y entonces nos llevamos el coche.
Kroll hizo una seña para que se acercara al SUV. Dima miró al bulto acurrucado en el asiento trasero: polvoriento, desaliñado y conmocionado, pero vivo.
Kroll se decidió a hablar.
—Kristen le había mostrado la ruta de escape en su primera visita. Así que, una vez que la encontramos, decidimos esperar por si aparecías. Obviamente no sabíamos si lo harías.
Vladimir estaba mirando fijamente a Blackburn. Dima hizo un gesto hacia su nuevo camarada.
—Entre otras cosas, me ha salvado la vida —explicó—. Dale un poco de agua.
Kroll pasó una botella a cada uno.
—Se nos han acabado las gaseosas.
Mientras bebían, sacó un cigarrillo de su paquete.
Dima les hizo un resumen de lo sucedido. En deferencia hacia Blackburn omitió el asunto de Cole.
—Pero tenemos una situación mucho más urgente: se llama Solomon.
El encendedor de Kroll se quedó a medio camino.
—Adelante, enciéndelo. Probablemente necesitarás fumar otro después de lo que te voy a contar.
Se sentaron bajo la sombra de la red de camuflaje mientras Dima les explicaba, a grandes rasgos, la historia de Blackburn: las decapitaciones, los mapas y el dispositivo que quedaba en la cámara del banco. Cuando terminó, Kroll dejó caer la cabeza desalentado.
—Creo que prefiero volver a prisión —declaró Vladimir.
Kroll aspiró con fuerza su cigarrillo y dirigió una mirada a Dima.
—Espero que esa no sea tu cara de «¿alguien se apunta para París?».
Dima le ignoró.
—No sabemos cuánto tiempo tenemos: hay que tomarlo como una incógnita conocida. Ni tampoco si Solomon tiene ya a su gente en el lugar y en Nueva York, esperando solamente a que les entreguen las cabezas nucleares, lo que supone añadir una larga lista de incógnitas desconocidas.
—Sí, como la de quién en Moscú dio el soplo a Kaffarov.
Kroll no era de los que ocultaban su indignación.
Dima se volvió hacia Blackburn.
—Supongo que este es el momento en que debes decidir qué es lo que vas a hacer.
Blackburn estaba pálido, todavía conmocionado por los acontecimientos de la última media hora. Finalmente habló.
—Solo hay una elección. Tengo que volver con mi compañía.
—¿En qué condiciones estaba el chalet cuando os marchasteis? —preguntó Dima.
Kroll hizo un gesto de derrumbamiento con las manos.
—Todos retrocedieron cuando lo que quedaba de la fachada principal se desplomó. No creo que nadie haya vuelto ahí dentro.
Blackburn y Dima intercambiaron una mirada. Blackburn posó la botella en el suelo.
—Supongo que es la hora.
Vladimir se giró hacia Dima.
—¿Y no será eso un problema para nosotros? No queremos tener al ejército americano en nuestro trasero.
Todos miraron a Dima. Blackburn podía acudir a sus superiores con una versión de lo que acababa de suceder y estos se lanzarían de inmediato tras ellos.
Fue Blackburn quien rompió el silencio, súbitamente tranquilo y decidido. Se dirigió a Kroll y a Vladimir.
—Su camarada me ha salvado hoy la vida. Y ha presenciado algo que me puede meter detrás de los barrotes para el resto de mi vida. Tenemos un interés mutuo en la supervivencia del otro.
Dima se volvió hacia Blackburn, que se había puesto en pie.
—¿Seguro que no quieres quedarte con nosotros?
Fue la primera vez que vio una sonrisa en el rostro de Blackburn. De repente pareció mucho más joven.
—Me halaga tu oferta, Dima. Pero creo que sería un obstáculo para vuestros planes.
Dima miró hacia el sendero que conducía hasta la grieta entre las dos montañas.
—Bueno, ¿quieres que te acompañemos hasta allí arriba?
—Creo que tengo que hacer esto solo, no sea que aparezca algún Osprey.
Dima estrechó su mano.
—Una pregunta, si no es demasiado personal. ¿Cuántos años tienes?
—Creo que dejamos los formalismos hace mucho. Cumpliré veinticinco en la próxima fiesta de Acción de Gracias.
Veinticinco años desde París, pensó Dima. El joven de la fotografía debía de tener su misma edad.
—Cuídate, Blackburn.
Blackburn le hizo un saludo y luego estrechó la mano de los demás. Los tres observaron cómo el joven marine se alejaba hasta que no fue más que una mota en la ladera.
Finalmente Kroll rompió el silencio.
—¿Vas a contarnos de qué demonios iba todo esto?