38
Vladimir se levantó de un salto sacudiendo algún resto de polvo del terremoto del sofá. Kroll ofreció un cigarrillo a Amara. Ella se dejó caer sobre el cuero beige: aunque parecía agotada, Dima notó que había renovado su maquillaje. Se preguntó qué esperaría sacar de todo esto, sin duda no una aventura amorosa con alguno de su equipo. Las mujeres como ella se aseguraban de ir ascendiendo en el mundo, no descendiendo.
—La nieve era muy buena. Él incluso tenía su propio telesilla privado. Es una zona protegida, en una reserva natural de fauna salvaje. —Resopló—. Obtuvo una dispensa especial, un favor del gobierno. Creo que en su día perteneció al Sha.
—Y tú te reuniste con él.
—Varias veces. Gazul siempre me pedía que fuera muy amable y atenta. «Hable de lo que hable tú escúchale... así. —Abrió mucho los ojos con una expresión levemente siniestra—. Sin él no somos nadie». Eso era lo que él creía. No sé por qué, ese tipo de cosas nunca las discutieron delante de mí. Pensé que tal vez se trataría de drogas. Siempre tenía a montones. Una de sus esposas murió de sobredosis, me lo contó su novia.
Dima estaba mirando a Amara tan fijamente como lo había estado haciendo ella con él.
—El lugar: descríbelo por favor.
—Está bien escondido, se accede por un camino en cuesta que solo un 4 x 4 puede subir, aunque también hay un helipuerto.
—¿Dónde?
—En los terrenos. Por fuera parece como un chalet suizo, ya sabes, estilo alpino, pero está hecho de hormigón y —hizo un gesto cortante con la mano— excavado en la montaña. Kaffarov lo llama su Kelsten... algo.
Se encogió de hombros.
Dima se puso en pie muy excitado.
—¡Su Kehlsteinhaus..., el Nido del Águila!
Todo el mundo pareció perplejo.
—¿Y? —preguntó Vladimir.
—El refugio secreto de Hitler en el monte Kehlstein —aclaró Kroll—. Construido por Martin Bormann por su cincuenta cumpleaños. Coste: treinta millones de marcos del Reich. Solo que Hitler apenas puso el pie allí.
Él y Dima intercambiaron una mirada.
—¡Porque tenía pánico a las alturas!
Amara volvió a encogerse de hombros. Algunas personas no tenían sensibilidad histórica.
—Lo siento —se disculpó Dima—. Continúa.
Ella hizo un gesto de indiferencia.
—¿Cuántos guardias tendrá con él?
—No lo sé, algunos norcoreanos, creo.
—Los infames Yin y Yang.
—No hablan nunca. Y algunos más que siempre estaban vigilando los alrededores armados con Uzis. Siempre armas, armas, armas, a todas partes donde vayas. —Suspiró—. Su novia decía que siempre dormía con una debajo de su almohada.
—¿Y?
—Eso es todo.
—Vamos a necesitar algo más que eso —declaró Kroll.
—Por favor, Amara, piensa: ¿cuántas plantas tiene? ¿Dónde se guardan los coches? ¿Hay guardias en el perímetro de la valla? ¿Cómo es de alta?
—¿Cómo voy a saberlo? No soy una maldita guía turística. Solo he estado allí unas cuantas veces.
—¿Cómo se llama tu amiga?
—Kristen.
—Oh, sí, ahora lo recuerdo. Es austriaca. —Dima se rio—. Una amante alpina que conjunte bien con el chalet: ha encontrado el lote completo.
—A ella no le gusta que la llamen así.
—Lo que sea. ¿Te ha enviado alguna vez algo? ¿Direcciones? ¿Un mapa?
—Por supuesto que no. Siempre iba con Gazul y él sabe dónde está. Bueno, lo sabía.
Dima se preguntó qué haría Amara con su vida ahora que él había desaparecido, pero no había tiempo para pensar en ello.
—Kristen es muy dulce, siempre está contenta, nunca da problemas. Gazul siempre me decía: «¿Por qué no puedes ser como Kristen, siempre sonriente?».
Dima frunció el ceño. ¿Añoraba a su marido o no?
—Kristen siempre sonríe porque siempre está colocada. Sin ella esos viajes hubieran sido muy aburridos. Solíamos reírnos mucho juntas. Una vez nos... Un momento, os lo enseñaré.
Se levantó y abrió el cajón inferior derecho del escritorio.
—Aquí está.
Metió la mano y sacó un álbum de fotos forrado en seda blanca.
Vladimir, Zirak y Gregorin se acercaron a mirar.
—No creo que este sea el mejor momento para ver fotos de boda —comentó Zirak.
Pero era algo mejor que eso: mucho mejor.
—¡Oh, Dios mío...! —exclamó Dima.
Lo abrió: la primera página mostraba varias fotos de ella y una atractiva rubia, asomadas a la ventana de un torreón, saludando. Y luego, página tras página, fotos de vacaciones tomadas por ella o por Kristen y, por el aspecto, también por algunos guardias, mostrando toda la distribución del Nido del Águila.
Al final, la «desconsolada» viuda les había servido de ayuda. Dima la rodeó con el brazo y la besó.
—Vale, vale —dijo—. Pero el resto de estos golfos que ni lo intente.
—Mirad —señaló Zirak—. Incluso ha sacado a Yin y a Yang.
Los dos coreanos miraban con autosuficiencia a la cámara, sus Uzis claramente a la vista.
—Maldición —dijo Kroll—. Realmente se parece al original. Esperad un se...
Apartó con cuidado el escáner a un lado y tecleó algo en su ordenador.
—Bienvenidos al Kehlsteinhaus... —se oyó—. Punto de referencia histórico, museo y restaurante.
Los dos edificios eran idénticos. Kroll volvió la cabeza, sonrió y pulsó en Mapa.