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Viernes Santo, 22:00 horas
Drew esperaba en el sótano, en el fondo del hueco de las escaleras. Jessica encendió las velas de la cocina y luego sentó a Sophie en una de las sillas del comedorcito. Dejó el arma encima del frigorífico.
Bajó los escalones. La mancha de sangre sobre el cemento estaba aún allí, pero no Patrick.
—Me han comunicado que hay un par de coches patrulla de camino —le dijo—. Pero siento decirle que no hay nadie aquí abajo.
—¿Está seguro?
Drew pasó el haz de la linterna por todo el sótano.
—A no ser que haya un pasadizo secreto, debe de haber salido por las escaleras.
Drew apuntó la linterna hacia arriba. No había huellas de sangre en los peldaños. Con los guantes de látex puestos, se arrodilló y tocó la sangre del suelo. Se frotó suavemente dos dedos.
—¿Y dice que estaba aquí mismo? —preguntó.
—Sí —respondió Jessica—. Hace un par de minutos. En cuanto lo vi, subí corriendo y salí a la calle.
—¿Cómo recibió la herida? —preguntó.
—No tengo la menor idea.
—¿Se encuentra usted bien?
—Yo estoy bien.
—Bueno, la policía estará aquí en cualquier momento. Efectuará un registro minucioso de todas las habitaciones. —Se levantó—. Hasta entonces, probablemente estemos más seguros aquí abajo.
¿Qué? —pensó Jessica.
¿Probablemente estemos más seguros aquí abajo?
—¿Está bien su hija pequeña? —le preguntó.
Jessica se quedó mirando al hombre. Un puño de hierro le encogió el corazón.
—Yo no le he dicho en ningún momento que tenga una hija pequeña.
Drew se quitó los guantes y los metió en la bolsa.
Al rayo de luz, Jessica vio manchas de tiza azul en sus dedos y un profundo arañazo en el dorso de su mano derecha, en el mismo momento en que vio los pies de Patrick asomando por debajo de las escaleras.
Y entonces lo vio todo claro. Este hombre no había llamado al teléfono de emergencia. Nadie iba a venir. Jessica se volvió para correr. Hacia las escaleras. Hacia Sophie. Hacia la salvación. Pero antes de que pudiera moverse, una mano salió disparada de entre la oscuridad.
Andrew Chase estaba encima de ella.