32

Martes, 21:10 horas

Jessica seguía esperando. La gente iba y venía deprisa a causa de la lluvia, parando taxis, corriendo a las bocas de metro.

Nadie era Brian Parkhurst.

Metió la mano debajo del impermeable y pulsó dos veces su busca.

En la entrada a la Plaza Central, a unos quince metros de distancia, salió de las sombras un hombre con aspecto un tanto desastrado.

Jessica lo miró con las manos extendidas y las palmas hacia arriba.

Nick Palladino se encogió de hombros a su vez. Antes de abandonar el noreste de la ciudad, Jessica intentó llamar a Byrne otras dos veces y luego, mientras venía hacia el centro, llamó a Nick, el cual aceptó al instante seguir el plan de Jessica. La gran experiencia de Nick en Narcóticos como policía secreto lo convertía en el acompañante ideal para vigilar sin ser vistos. Llevaba una andrajosa sudadera con capucha y pantalones caqui manchados. Para Nick Palladino, éste era el sacrificio más duro que le exigía su trabajo.

John Shepherd estaba debajo del andamiaje colocado junto al Ayuntamiento, justo al otro lado de la calle, con unos prismáticos en la mano. Había una pareja de agentes uniformados junto a la boca del metro de la calle del Mercado, ambos con la foto de posgraduado de Brian Parkhurst, por si asomaba por allí.

Pero no asomó. Y parecía que no tenía intención de hacerlo.

Jessica llamó a la comisaría. La dotación apostada en la casa de Parkhurst no había detectado ninguna actividad.

Jessica se dirigió a donde estaba Palladino.

—¿Aún no has dado con Kevin? —preguntó.

—No —respondió Jessica.

—Probablemente se ha ido a dormir un poco, aprovechando el permiso.

Jessica vaciló antes de preguntar. Era nueva en este club y no quería herir susceptibilidades.

—¿A ti te parece normal?

—Kevin es difícil de interpretar, Jess.

—Parece completamente agotado.

Palladino asintió con la cabeza y encendió un pitillo. Todos estaban muy cansados.

—¿Te ha hablado de su… experiencia?

—¿Te refieres a lo de Luther White?

Por lo que Jessica podía colegir, Kevin Byrne se había visto implicado en una detención abortada quince años atrás, un enfrentamiento sangriento con un sospechoso de violación llamado Luther White. White había resultado muerto, y Byrne estuvo a punto de morir igualmente.

Era la parte del a punto de la que no tenía muy clara Jessica.

—Sí —afirmó Palladino.

—No, no me ha hablado —reconoció Jessica—. No he tenido agallas para preguntárselo.

—Por poco la palma —la informó Palladino—. Por muy poco. Por lo que yo sé, estuvo, no sé cómo decirlo, muerto durante un tiempo.

—Entonces lo he oído bien —repuso Jessica, incrédula—. ¿Y qué pasa, que es como un aparecido o algo así?

—Hombre, no, no es eso —Palladino sonrió mientras sacudía la cabeza—. No es nada de eso. No se te ocurra pronunciar esa palabra cuando él esté cerca. En realidad, creo que sería mejor que ni siquiera lo sacaras a colación.

—Y eso ¿por qué?

—Digámoslo de esta manera. Un detective de Central algo hablador dijo una noche varias tonterías sobre el tema en el Finnigan’sWake. Creo que el susodicho detective sigue comiendo a través de una pajita.

—Pillado —dijo Jessica.

—Quiero decir que Kevin… suele atinar con los realmente malos. O solía atinar, al menos. El caso Morris Blanchard le hizo mucho daño. Se equivocó con Blanchard, y aquella equivocación casi acaba con él. Sé que quiere irse, Jess. Ya tiene los veinte años de servicio preceptivos. Pero no acaba de encontrar la salida deseada.

Los dos detectives miraron al otro lado de la plaza encharcada por la lluvia.

—Mira —empezó Palladino—, probablemente no soy yo quién para decir esto, pero creo que Ike Buchanan se ha metido en un lío contigo. Lo sabes, ¿no?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Jessica, aunque ella sabía de sobra por dónde iban los tiros.

—Hablo de cuando formó el grupo de trabajo y dio la dirección a Kevin. Te podría haber puesto en la parte trasera del pelotón. Caray, creo que debería haberlo hecho. Y no quiero ofender.

—Ni yo me ofendo.

—Ike es un tío que piensa muy mucho las cosas. Alguien podría pensar que te pone en la cabeza del pelotón por razones políticas —y no creo que te sorprenda en absoluto el que haya unos cuantos gilipollas en el departamento que así lo creen—, pero él cree en ti. Tú no estarías aquí si no fuera así.

Qué bárbaro, pensó Jessica. ¿A qué se debería todo esto?

—En fin, espero no defraudar su confianza —dijo ella.

—Lo harás muy bien.

—Gracias, Nick. Eso significa mucho para mí —Y lo dijo sinceramente.

—Ya. En fin, ni siquiera sé por qué te he contado esto.

Por alguna razón desconocida, Jessica lo abrazó. Unos segundos después, se separaron, se atusaron el pelo, tosieron en los puños y superaron su numerito emotivo.

—Bueno —balbuceó Jessica—, ¿y qué se supone que vamos a hacer ahora?

Nick Palladino echó un vistazo al cuaderno: Ayuntamiento, Ancha Sur, Plaza Central, Mercado. Encontró a John Shepherd bajo la marquesina de la boca del metro. Cruzó una mirada con él. Los dos hombres se encogieron de hombros. La lluvia caía torrencialmente.

—¡Mierda! —exclamó—. ¡Ale, con la música a otra parte!

Las chicas del rosario
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