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Miércoles, 11:25 horas
La niña pequeña ríe locamente mientras persigue a su cachorrillo por el pequeño y abarrotado parque de la calle Catalina, sorteando el bosque de piernas. Los adultos la miramos, estamos siempre pendientes, siempre vigilantes. Somos cual escudos contra los males del mundo. Si piensas en toda la tragedia que puede cernerse sobre esta pequeña, la mente se tambalea.
Se detiene un momento, se agacha, recupera algún tesoro para ella. Lo examina de cerca. Su interés es puro y no contaminado por la avaricia o la autocomplacencia.
¿Qué es lo que dijo de la pureza Laura Elizabeth Richards?
«La encantadora luz de la santa inocencia refulge como un halo alrededor de su cabeza inclinada.»Las nubes amenazan lluvia, pero, por el momento, una manta de luz dorada cubre el sur de Filadelfia.
El perrito corre y adelanta a la pequeña, se gira, le husmea los talones, tal vez preguntándose por qué se ha detenido el juego. La pequeña no corre ni llora. Tiene la contundencia de su madre. Y, sin embargo, hay algo dentro de ella que es vulnerable y dulce, algo que habla de María.
Se sienta en un banco, se arregla remilgadamente el bajo de su vestido, se acaricia las rodillas.
El cachorro salta hasta su regazo y le lame la cara.
Sophie ríe. Es un sonido maravilloso.
Pero ¿y si un día, pronto, su vocecita quedara enmudecida?
Sin duda romperían a llorar todos los animales de su abarrotado zoológico.