«Pero ¿en qué habría estado pensando?», se preguntó Eragon a la mañana siguiente. Le latía la cabeza y tenía la lengua espesa y pastosa. El chico hizo una mueca de asco al oír el ruido de una rata que corría debajo del suelo. ¿Qué tal estamos? -preguntó Saphira con ironía.


Eragon no le hizo caso.

Al cabo de un momento, Brom se levantó de la cama con un gruñido, se roció la cara con agua fría de la jofaina y salió de la habitación. Eragon lo siguió por el pasillo. -¿Adónde vas? -le preguntó.

-A recuperarme.

-Yo también.

En la taberna, Eragon descubrió que el método de recuperación de Brom consistía en tomar ingentes cantidades de té caliente y agua helada y bajarlo todo con coñac.

Cuando volvieron a la habitación, Eragon ya podía funcionar un poco mejor.

Brom se calzó la espada al cinto y se alisó las arrugas de la ropa.

-En primer lugar, debemos hacer algunas preguntas discretas. Quiero averiguar a qué lugar de Dras-Leona fue enviado el aceite de seithr y adonde lo llevaron desde allí. Lo más probable es que en el transporte participaran soldados o trabajadores, así que tenemos que saber quiénes son y entablar relación con alguno de ellos para hablar sobre el tema.

Salieron de El Globo de Oro y buscaron almacenes a los que podría haber llegado el aceite. Cerca del centro, las calles empezaban a ascender hacia un palacio de granito pulido, que estaba construido sobre una loma, de modo que descollaba sobre todos los edificios menos la catedral.

El patio del palacio era de mosaico y madreperla, y algunas partes de los muros tenían incrustaciones de oro. También había unas hornacinas con estatuas de color negro, en cuyas manos sostenían barras de incienso, y soldados apostados cada cuatro metros, aproximadamente, que vigilaban con atención a los transeúntes. -¿Quién vive ahí? -preguntó Eragon, impresionado.

-Marcus Tábor, el gobernador de esta ciudad, quien sólo da explicaciones ante el rey y ante su propia conciencia, que últimamente no ha estado muy activa.

Caminaron alrededor de la plaza observando las ornamentadas casas, cercadas con verjas, que la rodeaban.

Al mediodía aún no se habían enterado de nada útil, así que pararon a almorzar.

-Esta ciudad es muy grande para que la rastreemos juntos -dijo Brom-. Busca por tu cuenta y reúnete conmigo en El Globo de Oro al atardecer. -Lo fulminó con la mirada y añadió-: Confío en que no cometas ninguna estupidez.

-Tenlo por seguro -prometió Eragon. Brom le dio unas monedas y se marchó en dirección opuesta.

Durante el resto del día Eragon habló con tenderos y trabajadores tratando de ser lo más simpático y encantador posible. Sus preguntas lo llevaron de una punta a otra de la ciudad sin parar, pero nadie parecía saber nada del aceite. Y fuera donde fuese, la catedral lo miraba desde lo alto y era imposible escapar de sus elevadas agujas.

Al final dio con un hombre que había ayudado a descargar el aceite de seithr yrecordaba a qué almacén lo había llevado. Eragon, entusiasmado, fue a mirar el lugar y regresó a El Globo de Oro, pero pasó más de una hora hasta que volvió Brom, agotado. -¿Has averiguado algo? -preguntó Eragon.

Brom se echó la blanca cabellera hacia atrás.

-Me he enterado de un montón de cosas interesantes y de cierta importancia:

Galbatorix vendrá a visitar Dras-Leona dentro de una semana. -¿Qué? -exclamó Eragon.

Brom se dejó caer contra la pared mientras profundas arrugas le surcaban la frente.

-Parece que Tábor se ha tomado demasiadas libertades gracias a su poder, de modo que Galbatorix ha decidido venir a darle una lección de humildad. Es la primera vez que el rey sale de Urü'baen en más de diez años. -¿Crees que sabe de nuestra existencia? -preguntó Eragon.

-Por supuesto, pero estoy seguro de que no le han dicho dónde estamos porque, si lo supiera, ya estaríamos en las garras de los ra'zac. Por lo tanto, significa que hagamos lo que hagamos con esas criaturas, tenemos que acabar con ellos antes de la llegada de Galbatorix, pues más vale que no estemos a menos de cien kilómetros a la redonda de él. Lo único a nuestro favor es que no cabe duda de que los ra'zac están aquí y que se están preparando para la visita del rey.

-Quiero pillar a los ra'zac -exclamó Eragon con los puños apretados-, pero si eso significa luchar contra el rey, no lo deseo porque seguramente me destrozaría.

El comentario pareció divertir a Brom.

-Muy bien, pues ten mucho cuidado. Y además, estás en lo cierto: no tendrías la más mínima oportunidad contra Galbatorix. Ahora dime lo que has averiguado.

Podría confirmar lo que yo he oído.

-Sólo han sido tonterías, pero he hablado con un hombre que sabía adonde llevaron el aceite: se trata de un viejo almacén. Aparte de eso, no he descubierto nada útil.

-Mi día ha sido un poco más fructífero que el tuyo, pues me he enterado de lo mismo que tú, pero fui al almacén y hablé con los trabajadores. No me costó mucho engatusarlos para que revelaran que las cajas de aceite de seithr fueron enviadas del almacén al palacio.

-Y entonces ha sido cuando has decidido venir -concluyó por él Eragon. -¡No, no fue así! ¡No me interrumpas! Después me dirigí al palacio y me hice invitar al ala de los criados en calidad de vate. Durante varias horas di vueltas por el lugar divirtiendo a las doncellas y a los demás con canciones y poemas, y… haciendo preguntas sin parar. -Brom llenó despacio la pipa de tabaco-. Es asombroso lo que saben los criados. ¿Quieres creer que uno de los condes tiene tres amantes y todas viven en la misma ala del palacio? -Hizo un gesto negativo con la cabeza y encendió la pipa-. Además de estos fascinantes chismes, me dijeron, casi por casualidad, adonde llevan el aceite desde el palacio. -¿Y lo llevan a…? -preguntó Eragon con impaciencia.

-Fuera de la ciudad, naturalmente -contestó Brom, después de dar una calada a la pipa y formar una voluta de humo-. Cada luna llena mandan dos esclavos a la base del Helgrind con provisiones para un mes, y todas las veces que llega aceite de seithr a Dras-Leona, lo envían junto con las provisiones. Nadie vuelve a ver nunca más a los esclavos, y la única vez que alguien los siguió, también desapareció.

-Pensaba que los Jinetes habían abolido la esclavitud -dijo Eragon.

-Por desgracia ha florecido bajo el reinado de Galbatorix.

-Así que los ra'zac están en el Helgrind -dijo Eragon pensando en la montaña rocosa.

-Allí o en alguna parte cercana.

-Si están en el Helgrind, se hallarán abajo, protegidos por una gruesa puerta de piedra, o en la cumbre, donde sólo sus monturas voladoras, o Saphira, puedan llegar.

Pero ya sea arriba o ya sea abajo, sin duda su guarida debe de estar camuflada. -Se quedó pensando un momento-. Por lo tanto, si Saphira y yo volamos alrededor del Helgrind, seguro que los ra'zac nos ven, y, evidentemente, todo Dras-Leona también.

-En efecto, es un problema -coincidió Brom. -¿Y si nos hacemos pasar por los dos esclavos? -sugirió Eragon frunciendo el entrecejo-. No falta mucho para la luna llena, y sería la oportunidad perfecta para acercarnos a los ra'zac.

Brom se tironeó de la barba, pensativo.

-Es muy arriesgado, porque si matan a los esclavos desde lejos estaremos en apuros. No podemos hacerles nada a los ra'zac si no los vemos.

-Pero no sabemos si es cierto que matan a los esclavos -señaló Eragon.

-Yo estoy seguro de ello -dijo Brom con rostro serio. En ese momento los ojos del anciano chispearon, y él formó otra voluta de humo-. Sin embargo, es una idea interesante. Si podemos llevarla a cabo con Saphira, que se puede esconder por allí cerca, y con un… -Se quedó callado-. Podría funcionar, pero tenemos que actuar deprisa. Con la llegada del rey, no tenemos mucho tiempo. -¿Vamos al Helgrind y echamos un vistazo? Estaría bien ver el terreno a la luz del día, y así no nos sorprendería ninguna emboscada.

Brom toqueteó el bastón.

-Lo haremos más adelante. Mañana volveré al palacio y trataré de averiguar cómo podemos reemplazar a los esclavos. Aunque debo tener cuidado de no despertar sospechas, puesto que los espías y los cortesanos que están al tanto de los ra'zac podrían descubrirme con facilidad.

-No me lo puedo creer: ya los hemos encontrado -dijo Eragon en voz baja.

Las imágenes de su tío muerto y de la granja quemada pasaron como un destello por la mente del muchacho, que apretó las mandíbulas.

-Todavía falta lo más difícil, pero sí, lo hemos hecho bien -afirmó Brom-. Si la suerte nos sonríe, es posible que pronto puedas vengarte, y los vardenos se desharán de un enemigo peligroso. Lo que suceda a partir de entonces, depende de ti.

Eragon abrió la mente y le dijo a Saphira, alborozado: ¡Hemos encontrado la guarida de los ra'zac! ¿Dónde? -Eragon le explicó con rapidez lo que habían averiguado-. Helgrind -murmuró la dragona-: un lugar perfecto para ellos.

Eragon estuvo de acuerdo con Saphira.

Cuando hayamos acabado aquí, quizá podríamos ir a hacer una visita a Carvahall. ¿Eso es lo que quieres? -preguntó de pronto Saphira con amargura-. ¿Volver a tu vida de antes? Sabes que eso no sucederá, así que deja de soñar con ello. En algún momento tendrás que decidir con qué comprometerte. ¿Te esconderás durante el resto de tu vida o ayudarás a los vardenos? Son las únicas opciones que te quedan, a menos que decidas aliarte con Galbatorix, cosa que yo no acepto ni nunca aceptaré.

Si debo elegir -dijo él en voz baja-, uniré mi destino al de los vardenos, como bien sabes.

Sí, pero a veces tienes que oírtelo decir a ti mismo.

Y lo dejó para que pensara en esas palabras.