-Bien. Despierto. Knurla Orik te espera.
Se despidió con una nueva reverencia y se
escabulló.
Saphira abandonó la cueva de un salto y aterrizó junto a
Eragon. Llevaba a Zar'roc entre las zarpas. ¿Para qué llevas eso?
-preguntó Eragon con el entrecejo fruncido.
Llévala -contestó la dragona ladeando la cabeza-. Eres un
Jinete y deberías llevar tu espada. Puede que Zar'roc tenga una
historia sangrienta, pero eso no tiene por qué condicionar tus
actos. Fórjale una historia nueva y llévala con orgullo. ¿Estás
segura? Acuérdate del consejo de Ajihad.
Saphira resopló y echó una vaharada de humo por las fosas
nasales.
Llévala, Eragon. Si quieres mantenerte por encima de las
fuerzas que abundan por aquí, no dejes que la desaprobación de los
demás dicte tus actos.
Como quieras -aceptó Eragon con reticencia, y se abrochó la
espada al cinto.
Trepó a lomos de la dragona, y Saphira abandonó Tronjheim
volando. Había ya suficiente luz en Farthen Dür para que la masa de
las paredes del cráter resultara visible a casi ocho kilómetros de
distancia en todas direcciones. Mientras descendían en espiral
hacia la base de la ciudad-montaña, Eragon contó a Saphira su
encuentro con Angela.
En cuanto aterrizaron junto a una de las puertas de
Tronjheim, Orik llegó corriendo a su lado.
-Hrothgar, mi rey, quiere veros a los dos. Desmonta deprisa.
Debemos apresurarnos.
Eragon trotó tras el enano para entrar en Tronjheim, pero
Saphira mantuvo el paso cómodamente junto a ellos. Ignorando las
miradas de la gente en el vertiginoso corredor, Eragon preguntó:
-¿Dónde debemos encontrarnos con Hrothgar?
-En el salón del trono, que se halla debajo de la ciudad
-contestó Orik sin aminorar el paso-. Será una audiencia privada,
un acto de otho… O sea, de fe. No hace falta que te dirijas a él de
ninguna manera especial, pero debes hablarle con
respeto.
Hrothgar se enfada con facilidad, aunque es inteligente y
sabe adentrarse en las profundidades de la mente de los hombres,
así que piensa bien antes de hablar.
Tras entrar en la cámara central de Tronjheim, Orik los guió
por una de las dos escaleras descendentes que flanqueaban la sala
que tenían enfrente. Empezaron a bajar por la escalera de la
derecha, que se curvaba suavemente hacia el interior hasta
encararse de nuevo en la misma dirección por la que habían llegado
hasta allí. La otra escalera se fundía con la primera para formar
una amplia cascada de escalones en penumbra que terminaban, unos
treinta metros más abajo, ante dos puertas de granito, sobre las
que estaba esculpida una corona de siete puntas que ocupaba la
superficie de ambas.
A cada lado de la entrada había siete enanos de guardia que
llevaban bruñidos azadones y cinturones con gemas incrustadas.
Cuando Eragon, Orik y Saphira seacercaron, los enanos golpearon el
suelo con los mangos de los azadones dando lugar a un estruendoso
sonido que ascendió escaleras arriba. Las puertas se abrieron hacia
dentro.
Ante ellos había un oscuro salón, cuya distancia podía
cubrirse con un buen tiro de flecha. La sala del trono era una
cueva natural donde las estalagmitas y las estalactitas -todas
ellas más gruesas que un hombre- se alineaban en las
paredes.
Algunas antorchas sueltas proyectaban una lúgubre luz, y se
veía que el suelo de color marrón era liso y parecía pulido. Al
otro lado del salón se hallaba un trono negro, con una figura
inmóvil sentada en él.
-El rey os espera -anunció Orik haciendo una profunda
reverencia.
Eragon apoyó una mano en el lomo de Saphira, y los dos
siguieron andando hacia el trono. Las puertas se cerraron tras
ellos dejándolos solos con el rey en el penumbroso
salón.
Mientras avanzaban, el eco de sus pasos resonaba por la
estancia. En los huecos entre las estalagmitas y las estalactitas
había grandes estatuas, cada una de las cuales representaba a un
rey de los enanos coronado y sentado en un trono, cuyos ojos ciegos
miraban solemnes hacia la lejanía y cuyos rostros, surcados de
arrugas, adoptaban fieras expresiones. Bajo los pies de cada
escultura, había un nombre grabado con runas.
Eragon y Saphira caminaron con solemnidad entre las dos filas
de los monarcas de antaño, pasaron ante más de cuarenta estatuas y
ante huecos vacíos y oscuros, dispuestos para los reyes del futuro,
y se detuvieron ante Hrothgar al llegar al final del
salón.
El rey de los enanos permanecía sentado como una estatua en
un trono elevado, esculpido en una pieza entera de mármol negro.
Era macizo, austero y estaba cincelado con una precisión rigurosa.
Aquel trono emanaba una fuerza que se remontaba a tiempos antiguos,
a aquellos en que los enanos dominaban Alagaësía sin oposición
alguna de elfos ni de humanos. En lugar de corona, Hrothgar llevaba
en la cabeza un yelmo de oro con rubíes y diamantes; tenía el
rostro severo, avejentado y tallado por sus muchos años de
experiencia; bajo la curtida frente le relucían dos ojos profundos,
pétreos y penetrantes; una cota de malla cubría su poderoso pecho;
llevaba la barba blanca encajada bajo el cinturón y sostenía en el
regazo un tremendo martillo de guerra, en cuya cabeza aparecía
grabado en relieve el símbolo del clan de Orik.
Eragon hizo una torpe reverencia y se arrodilló, pero Saphira
permaneció erguida. El rey se movió un poco, como si se despertara
de un largo sueño, y tronó:
-Levántate, Jinete. No hace falta que me rindas tributo.
-Eragon se levantó y se encontró con los impenetrables ojos de
Hrothgar. El rey lo inspeccionó con su dura mirada y dijo en tono
gutural-: Az knurl deimi lanok. Ten cuidado, la roca cambia… Es un
viejo refrán que tenemos. Y hoy en día la roca cambia muy rápido,
desde luego. -Tocó distraídamente el martillo-. No he podido
reunirme antes contigo, como Ajihad, porque me he visto obligado a
enfrentarme a mis enemigos entre los clanes. Me exigían que te
negara el refugio y te expulsara de Farthen Dür. Me ha costado
mucho esfuerzo convencerlos de lo contrario.
-Gracias -contestó Eragon-. No imaginaba que mi llegada fuera
a causar tantos conflictos.
El rey aceptó su agradecimiento. Luego alzó una deformada
mano y señaló.
-Mira hacia allí, Jinete Eragon, donde descansan mis
antecesores en sus tronos esculpidos. Hay cuarenta y uno, y yo soy
el siguiente. Cuando abandone este mundo y pase al cuidado de los
dioses, mi hírna se sumará a sus filas. La primera
estatuarepresenta a mi antepasado Korgan que forjó el último líder,
Vrael, que me rindió tributo entre estas mismas paredes. Son pocos
los vivos que pueden decir lo mismo.
Recuerdo a los Jinetes y cómo se entremetieron en nuestros
asuntos. Pero también recuerdo que mantuvieron una paz que nos
permitía recorrer ilesos el camino entre Tronjheim y Narda. »Y
ahora te presentas ante mí… Una vieja tradición recuperada. Dime, y
hazlo con sinceridad, ¿por qué has venido a Farthen Dür? Conozco
los sucesos que te llevaron a abandonar el Imperio, pero ¿cuál es
tu intención?
-De momento, Saphira y yo sólo queremos recuperarnos en
Tronjheim -respondió Eragon-. No hemos venido a causar ningún
problema, sino a refugiarnos de los peligros que hemos afrontado
durante muchos meses. Acaso Ajihad nos envíe con los elfos, pero
entretanto no ocurra eso, no tenemos ninguna voluntad de
irnos.
-Entonces, ¿fue solamente la búsqueda de seguridad lo que os
trajo aquí? -preguntó Hrothgar-. ¿Sólo queréis vivir en este lugar
y olvidar vuestros problemas con el Imperio?
Eragon negó con la cabeza, pues su orgullo rechazaba tal
afirmación.
-Si Ajihad os ha hablado de mi pasado, debéis de saber que he
vivido suficientes agravios para que luche contra el Imperio hasta
que éste no sea más que un montón de cenizas desperdigadas. Sin
embargo, por encima de todo, deseo ayudar a quienes no pueden huir
de Galbatorix, incluido mi primo. Tengo la fuerza necesaria para
ello, de modo que debo hacerlo.
El rey pareció satisfecho por la respuesta. Entonces se
volvió hacia Saphira y preguntó:
-Dragón, ¿qué piensas tú al respecto? ¿Cuál fue tu razón para
venir?
Saphira alzó un labio para gruñir.
Dile que tengo sed de sangre enemiga y que espero con afán el
día en que cabalguemos para combatir contra Galbatorix. No siento
amor ni piedad por los traidores y destructores de huevos de dragón
como ese falso rey. Él me retuvo durante un siglo e incluso ahora
conserva a dos de mis hermanos, a quienes deseo liberar siempre que
sea posible. Y dile a Hrothgar que te considero preparado para la
tarea.
Eragon reaccionó ante las palabras de Saphira con una mueca,
pero las transmitió cumplidamente. Hrothgar alzó una comisura en un
atisbo de sonrisa inexorable, pero las arrugas se le
acentuaron.
-Veo que los dragones no han cambiado con el paso de los
siglos. -Tamborileó sobre el trono con los nudillos-. ¿Sabes por
qué tallaron este asiento con una forma tan llana y angulosa? Lo
hicieron para que nadie se acomodara en él. Yo no lo he hecho y
renunciaré a él cuando llegue el momento. ¿Qué hace falta para
recordarte tus obligaciones, Eragon? Si cae el Imperio, ¿ocuparás
el lugar de Galbatorix y reclamarás su reinado?
-No tengo afán de llevar la corona ni de mandar -contestó
Eragon, preocupado-. Ser un Jinete ya es suficiente
responsabilidad. No, no ocuparía el trono de Urü'baen… a no ser que
no haya nadie competente dispuesto a hacerlo.
Hrothgar le advirtió con severidad:
-Sin duda serías un rey más benigno que Galbatorix, pero
ninguna raza debería tener un líder que no envejezca o que no
abandone el trono. El tiempo de los Jinetes ha pasado, Eragon, y
nunca volverán a alzarse ni siquiera si los otros dos huevos de
dragón, en poder de Galbatorix, prenden. -Miró hacia el costado de
Eragon y una sombra de preocupación le cruzó por la cara-. Veo que
llevas la espada del enemigo; ya me habían contado que viajas con
el hijo de uno de los Apóstatas. No me complace ver esa arma.
-Extendió una mano-. Me gustaría examinarla.
Eragon desenfundó a Zar'roc y se la entregó al rey por la
empuñadura. Hrothgar cogió la espada y revisó con mirada experta la
hoja rojiza. El filo captó la luz de una antorcha y la reflejó
nítidamente. El rey de los enanos probó la punta en la palma de una
mano y dijo:
-Un filo forjado con maestría. Los elfos no suelen hacer
espadas, pues prefieren arcos y lanzas, pero cuando las forjan
logran resultados inimitables. No obstante, es una espada
desventurada; no me gusta verla en mi reino. Llévala, sin embargo,
si así lo deseas. Tal vez haya cambiado su suerte. -Le devolvió a
Zar'roc, y Eragon la envainó-. ¿Os ha resultado útil mi sobrino
durante vuestra estancia? -¿Quién?
Hrothgar enarcó una poblada ceja.
-Orik, el hijo de mi hermana menor. Presta servicio a las
órdenes de Ajihad para demostrar mi apoyo a los vardenos, aunque
parece que lo han devuelto a mi mando.
Me agradó saber que lo defendiste con tus
palabras.
Eragon entendió que lo que decía el rey era otra señal de
otho… -de fe- por parte de Hrothgar.
-No podría pedir un guía mejor.
-Eso está bien -contestó el rey, claramente complacido-. Por
desgracia, no puedo seguir hablando contigo. Me esperan mis
consejeros, pues debo encargarme de ciertos asuntos. Sin embargo,
te diré lo siguiente: si deseas obtener el apoyo de los enanos
dentro de mi reino, antes deberás lograr su aprobación. Tenemos
mucha memoria y no tomamos decisiones precipitadas. Las palabras no
decidirán nada, sólo las obras.
-Lo tendré presente -dijo Eragon haciendo una nueva
reverencia.
Hrothgar asintió con gesto majestuoso.
-Entonces, puedes irte.
Eragon se dio la vuelta con Saphira y los dos echaron a andar
por el salón del rey de la montaña. Orik los esperaba al otro lado
de las puertas de piedra con una expresión de ansiedad en el
rostro. Se unió a ellos cuando iniciaban el ascenso para regresar a
la cámara central de Tronjheim. -¿Ha ido todo bien? ¿Os ha recibido
favorablemente?
-Creo que sí. Pero tu rey es cauto -dijo
Eragon.
-Por eso ha sobrevivido tanto tiempo.
No me gustaría nada que Hrothgar se enfadara con nosotros
-dijo Saphira.
No, a mí tampoco -corroboró Eragon mirándola-. No estoy
seguro de lo que habrá pensado de ti… Parece que no le gustan los
dragones, aunque no lo haya dicho a las claras.
Saphira parecía encontrarlo gracioso.
Hace muy bien, sobre todo porque no me llega ni a la altura
de las rodillas.
En el centro de Tronjheim, bajo los destellos de Isidar
Mithrim, Orik les dijo:
-Vuestra bendición de ayer ha removido a los vardenos como si
alguien le hubiera dado la vuelta a una colmena. La criatura tocada
por Saphira ha sido aclamada como héroe del futuro, y ella y su
protectora se alojan en las mejores habitaciones.
Todo el mundo habla de vuestro «milagro», de tal manera que
todas las madres humanas parecen empeñadas en encontraros y en
obtener lo mismo para sus hijos.
Alarmado, Eragon echó un vistazo furtivo alrededor. -¿Qué
podemos hacer? -¿Aparte de retractaros de lo que habéis hecho?
-preguntó Orik en tono seco-.
Manteneos fuera de la vista siempre que sea posible. Nadie
puede entrar en la dragonera, así que allí no os
molestarán.
Eragon no quería regresar todavía a la dragonera. El día
apenas habíacomenzado, y quería explorar Tronjheim con Saphira.
Ahora que habían abandonado el Imperio no tenían por qué estar
separados. Pero tampoco quería llamar la atención, lo cual
resultaba difícil al lado de la dragona. Saphira, ¿qué quieres
hacer?
Ella se encaró a él y le rozó el brazo con las escamas.
Volveré a la dragonera. Hay alguien allí a quien quiero ver.
Paséate todo lo que quieras.
De acuerdo -contestó él-, pero ¿a quién quieres ver? Saphira
se limitó a guiñarle uno de sus enormes ojos, antes de seguir
caminando por uno de los túneles principales de
Tronjheim.
Eragon explicó a Orik adonde iba la dragona y luego
dijo:
-Me apetece desayunar, y después me interesaría ver algo más
de Tronjheim. Es un lugar increíble. No quiero ir a la zona de
entrenamiento hasta mañana, porque aún no me he recuperado del
todo.
Orik asintió; cuando hacía ese movimiento, la barbilla le
llegaba al pecho.
-En ese caso, ¿te gustaría visitar la biblioteca de
Tronjheim? Es bastante antigua y conserva pergaminos muy valiosos.
Tal vez te parezca interesante leer una historia de Alagaësía que
no haya sido manipulada por Galbatorix.
Eragon sintió una punzada de aflicción al recordar a Brom
cuando le enseñaba a leer, y se preguntó si aún conservaría esa
habilidad, pues llevaba mucho tiempo sin ver una palabra
escrita.
-Sí, vamos.
-Muy bien.
Después de comer algo, Orik guió a Eragon por una miríada de
pasillos hasta su destino. Al llegar al arco de entrada de la
biblioteca, el muchacho lo traspuso con reverencia. La sala le hizo
pensar en un bosque: hileras de gráciles columnatas se ramificaban
hacia el techo, oscuro y con nervaduras, hasta una altura de cinco
pisos.
Entre las columnas había estanterías de mármol negro unidas
por la parte trasera, mientras que las paredes, separadas por
estrechos pasillos a los que se llegaba por tres escaleras de
caracol, estaban cubiertas por tiras de pergaminos. En torno a las
paredes, a intervalos regulares, había pares de bancos encarados, y
entre ellos, unas mesas pequeñas, cuyas bases penetraban en el
suelo sin fisuras.
En aquella sala había una infinidad de libros y de
pergaminos.
-Esta es la verdadera herencia de nuestra raza -dijo Orik-.
Aquí se conservan las escrituras de los mejores reyes y estudiosos
de los enanos, desde la antigüedad hasta el presente. Y también se
hallan las canciones y las historias compuestas por nuestros
artistas. Tal vez esta biblioteca sea la posesión más preciada. Sin
embargo, no todas las obras son nuestras, pues también hay textos
humanos. Vuestra raza vive poco tiempo, pero es prolífica. En
cambio tenemos muy poca cosa de los elfos, casi nada, puesto que
guardan sus secretos con mucho celo. -¿Cuánto rato puedo quedarme?
-preguntó Eragon acercándose a las estanterías.
-Tanto como quieras. Si tienes alguna pregunta, ven a
buscarme.
Eragon revolvió encantado entre los volúmenes y sacó con
ilusión aquellos que tenían títulos o cubiertas interesantes.
Sorprendentemente, los enanos usaban las mismas runas que los
humanos para escribir. Lo desanimó un poco lo difícil que le
resultaba leer tras tantos meses de falta de práctica. Pasaba de
libro a libro abriéndose camino lentamente en las profundidades de
la vasta biblioteca. Al final se sumergió en una traducción de los
poemas de Dóndar, el décimo rey de los enanos.
Mientras revisaba los elegantes versos, unos pasos
desconocidos se acercaron a él desde detrás de la estantería. Le
asustó el sonido, pero luego se riñó a sí mismo por ser tan tonto…
No podía ser que estuviera solo en la biblioteca. Aun así, guardó
el librosilenciosamente y se alejó de allí, con todos los sentidos
atentos al peligro. Había sufrido demasiadas emboscadas para
ignorar aquella sensación. Oyó los pasos de nuevo, pero ahora
correspondían a dos pares de pies. Inquieto, se metió deprisa por
un hueco al tiempo que trataba de recordar dónde se había sentado
Orik. Dobló una esquina y echó a andar, pero se encontró cara a
cara con los gemelos.
Éstos estaban juntos, hombro con hombro, con una expresión
vacía en los idénticos rostros, y lo taladraban con los ojos negros
de serpiente. Las manos, escondidas entre los pliegues de sus
túnicas de color violeta, se agitaban levemente.
Los dos hicieron una reverencia, pero el gesto resultó
insolente y desdeñoso.
-Te estábamos buscando -dijo uno de ellos.
Su voz guardaba un desagradable parecido con la de los
ra'zac. -¿Para qué? -preguntó Eragon conteniendo un
escalofrío.
A continuación estableció contacto mental con Saphira, y ella
se sumó a los pensamientos del muchacho de
inmediato.
-Desde que te reuniste con Ajihad queríamos… pedirte perdón
por nuestros actos. -Aquellas palabras suponían una burla, pero lo
habían dicho de tal modo que Eragon no podía retarlos-. Hemos
venido a rendirte homenaje.
De nuevo hicieron una reverencia, y Eragon se sonrojó de
rabia. ¡Ten cuidado! -advirtió Saphira.
Eragon contuvo la creciente ira. No podía permitirse que
aquel enfrentamiento lo irritara. Se le ocurrió una idea y, con una
pequeña sonrisa, respondió:
-No, soy yo quien os rinde homenaje. Sin vuestra aprobación
nunca hubiera podido entrar en Farthen Dür.
Les devolvió la reverencia y se aseguró de que fuera lo más
insultante posible.
Hubo un atisbo de irritación por parte de los gemelos, pero
conservaron la sonrisa y dijeron:
-Nos honra que alguien tan… importante como tú tenga tan alta
opinión de nosotros. Quedamos en deuda por tus amables
palabras.
Ahora le tocó a Eragon irritarse.
-Lo recordaré cuando tenga alguna necesidad.
Saphira se entremetió con brusquedad en los pensamientos de
Eragon.
Te estás pasando. No digas nada de lo que puedas
arrepentirte. Recordarán cada palabra que puedan usar en tu contra.
¡Bastante difícil me resulta sin tus comentarios! -protestó
Eragon.
Ella se retiró después de dar un gruñido de
exasperación.
Cuando los gemelos se acercaron más a él, los bajos de sus
túnicas rozaron suavemente el suelo. Sus voces se hicieron más
agradables.
-También te buscábamos por otra razón, Jinete: los pocos
conocedores de la magia que vivimos en Tronjheim hemos formado un
grupo. Nos llamamos Du Vrangr Gata, o sea…
-El Camino Errante, ya lo sé -los interrumpió Eragon
recordando lo que le había contado Angela al
respecto.
-Tu conocimiento del idioma antiguo es impresionante -dijo
con suavidad uno de los gemelos-. Como íbamos diciendo, Du Vrangr
Gata se ha enterado de tus poderosos logros, y hemos venido a
invitarte a formar parte del grupo. Sería un honor para nosotros
tener un miembro de tu talla. Y supongo que también podríamos
ayudarte. -¿Cómo?
-Nosotros dos hemos acumulado mucha experiencia en asuntos de
magia -respondió el otro gemelo-. Podríamos guiarte… enseñarte
hechizos que hemosdescubierto y algunas palabras de poder. Nada nos
gustaría más que contribuir, aunque sea con una pequeña ayuda, en
tu camino hacia la gloria. No hace falta que nos lo pagues de
ningún modo, pero nos satisfaría si consideraras oportuno compartir
algo de tu sabiduría.
El rostro de Eragon se endureció cuando se dio cuenta de lo
que le proponían. -¿Me habéis tomado por tonto? -preguntó con
severidad-. ¡No me convertiré en vuestro aprendiz para que podáis
aprender las palabras que me enseñó Brom! ¡Qué rabia debió de daros
no poder robarlas de mi mente!
Los gemelos abandonaron de repente las falsas sonrisas. -¡No
juegues con nosotros, muchacho! Seremos nosotros quienes pongamos a
prueba tus habilidades con la magia. Y eso puede llegar a ser muy
desagradable.
Recuerda que basta con equivocarse de hechizo para matar a
alguien. Tal vez seas un Jinete, pero entre los dos somos más
fuertes que tú.
Eragon mantuvo un rostro inexpresivo, aunque sentía dolorosas
contracciones en el estómago.
-Tendré en cuenta vuestra propuesta, pero tal
vez…
-Entonces esperaremos tu respuesta hasta mañana. Asegúrate de
que sea la correcta.
Le dirigieron una fría sonrisa y se adentraron en la
biblioteca.
No pienso unirme a Du Vrangr Gata, hagan lo que hagan
-protestó Eragon.
Tendrías que hablar con Angela -dijo Saphira-. Ella ya se
enfrentó a los gemelos y quizá pueda estar presente cuando te
examinen. A lo mejor así no te hacen ningún daño.
Buena idea.
Eragon caminó entre las estanterías hasta que encontró a Orik
sentado en un banco, ocupado en pulir su hacha de
guerra.
-Quisiera volver a la dragonera.
El enano encajó el mango del hacha en un lazo de cuero que
llevaba en el cinturón y luego escoltó a Eragon hasta la puerta,
donde lo esperaba Saphira. Muchas personas se apiñaban en torno a
ella, pero Eragon, ignorando a la gente, montó a lomos de Saphira y
se escaparon hacia el cielo.
Hay que resolver este problema enseguida. No puedes permitir
que los gemelos te intimiden -dijo Saphira cuando aterrizaron en
Isidar Mithrim.
Ya lo sé. Pero espero evitar que se enfaden porque serían
peligrosos como enemigos.
Desmontó deprisa, con una mano apoyada en
Zar'roc.
Tú también lo eres. Pero ¿acaso los prefieres como
aliados?
La verdad es que no. Mañana les diré que no quiero ser
miembro de Du Vrangr Gata.
Eragon dejó a Saphira en su cueva y se paseó por la
dragonera. Quería ver a Angela, pero no recordaba cómo llegar a su
escondrijo y no tenía a Solembum para que lo guiara. Recorrió los
pasillos desiertos con la esperanza de encontrarse con Angela por
casualidad.
Cuando se cansó de ver habitaciones vacías y paredes grises
interminables, volvió sobre sus pasos. Ya se acercaba a la
dragonera cuando oyó que alguien hablaba dentro de la sala. Se
detuvo y prestó atención, pero la clara voz guardó
silencio.
Saphira, ¿quién hay ahí?
Es una mujer… Tiene aires de mando. La distraeré mientras
entras.
Eragon aflojó la espada dentro de la funda.
Orik dijo que no dejarían entrar a nadie en la dragonera,
¿cómo puede ser?
Calmó sus nervios y luego entró, con una mano en la
espada.
Había una mujer en el centro de la sala mirando con
curiosidad a Saphira, que acababa de asomar la cabeza por la boca
de la cueva. La joven aparentaba unos diecisiete años. El zafiro
estrellado desparramaba sobre ella una luz rosada, acentuándole en
la piel el mismo tono de la de Ajihad. El vestido de terciopelo que
llevaba, de elegante corte, era de color burdeos, y de la cintura
le colgaba una funda de cuero, gastada por el uso, que guardaba una
daga con joyas incrustadas.
Eragon cruzó los brazos en espera de que la mujer se diera
cuenta de su presencia. Ella siguió mirando a Saphira y después
hizo una reverencia cortés y preguntó:
-Por favor, ¿podrías decirme dónde está el Jinete
Eragon?
A Saphira le destellaron los ojos de
regocijo.
-Estoy aquí -dijo Eragon con una leve
sonrisa.
La joven se dio la vuelta para encararse a él al tiempo que
una de sus manos volaba hacia la daga. Tenía un rostro
sorprendente, con ojos almendrados, labios gruesos y pómulos
redondos. Se relajó y volvió a hacer una
reverencia.
-Soy Nasuada -se presentó.
-Parece obvio que ya sabes quién soy yo -repuso Eragon con
una inclinación de cabeza-. ¿Qué quieres?
Nasuada sonrió, encantadora.
-Me envía mi padre, Ajihad, con un mensaje. ¿Quieres
oírlo?
A Eragon no le había parecido que el líder de los vardenos
fuera proclive al matrimonio ni a la paternidad, por lo que se
preguntó quién sería la madre de Nasuada. Tenía que haber sido una
mujer muy poco común para atraer el interés de
Ajihad.
-Sí, me encantaría.
Nasuada echó la cabeza hacia atrás y recitó:
-Está contento de que te vaya todo bien, pero te sugiere que
tengas cuidado con actos como la bendición de ayer porque crean más
problemas de los que solucionan.
Además, te urge a proceder con las pruebas en cuanto puedas…
Necesita conocer el alcance de tus aptitudes antes de hablar con
los elfos. -¿Has escalado hasta aquí sólo para decirme eso?
-preguntó Eragon pensando en la longitud del ascenso de Vol
Turin.
-No. He usado el sistema de poleas que sirve para llevar
provisiones a los niveles superiores. Podríamos haber enviado el
mensaje por medio de señales, pero decidí venir yo misma y
conocerte en persona. -¿Quieres sentarte? -preguntó Eragon, que
señaló hacia la cueva de Saphira.
-No, me están esperando -respondió Nasuada con una leve
risa-. También deberías saber que mi padre ha decretado que puedes
visitar a Murtagh, si así lo deseas. -Una expresión sombría
recorrió los rasgos de la joven, tan suaves hasta entonces-. He
conocido a Murtagh antes… Está ansioso por hablar contigo. Se
siente muy solo; deberías visitarlo.
A continuación dio a Eragon las indicaciones necesarias para
llegar a la celda de Murtagh. El muchacho le agradeció la
información y luego preguntó: -¿Y Arya? ¿Está mejor? ¿Puedo verla?
Orik no ha podido contarme demasiado.
-Arya se está recuperando con mucha rapidez, como todos los
elfos -repuso Nasuada sonriendo con malicia-. Nadie puede verla,
salvo mi padre, Hrothgar y los sanadores. Han pasado mucho tiempo
con ella para averiguar todo lo que ocurrió mientras estuvo presa.
-Entornó los ojos para mirar a Saphira-. Ahora debo irme. ¿Quieres
que le comunique algo a Ajihad de tu parte?
-No, salvo mi deseo de ver a Arya. Y transmítele mi
agradecimiento por su hospitalidad.
-Le haré llegar tus palabras directamente. Adiós, Jinete
Eragon. Espero que volvamos a vernos pronto.
Se despidió con una reverencia y abandonó la dragonera con la
cabeza muy erguida.
Si ha ascendido todo Tronjheim sólo para conocerme, con o sin
poleas, este encuentro no consistía tan sólo en una charla -comentó
Eragon.
Así es -dijo Saphira al tiempo que volvía a meter la cabeza
dentro de la cueva.
Eragon subió para llegar al lado de Saphira y se llevó una
sorpresa al ver a Solembum acurrucado en el hueco de la base del
cuello de la dragona. El hombre gato ronroneaba profundamente y
agitaba la cola, moteada con manchas negras. Los dos se quedaron
mirando con insolencia a Eragon, como si le preguntaran: «¿Qué
ocurre?».
Eragon movió la cabeza y se rió
descontrolado.
Saphira, ¿era a Solembum a quien querías
ver?
Ambos pestañearon y le contestaron:
Sí.
Era pura curiosidad -dijo él sintiendo un burbujeo de
regocijo por dentro. Tenía sentido que se hicieran amigos; eran dos
criaturas de la magia, con personalidades parecidas. Suspiró para
liberarse de la tensión del día y se desató a Zar'roc de la
cintura-. Solembum, ¿sabes dónde está Angela? No la encuentro y
necesito su consejo.
Solembum estiró las patas contra las escamas de
Saphira.
Anda por algún lugar de Tronjheim. ¿Cuándo
volverá?
Pronto. ¿Muy pronto? -preguntó con impaciencia-. Necesito
hablar con ella hoy.
No tan pronto.
El hombre gato se negó a decir nada más pese a las
persistentes preguntas de Eragon, que se rindió y se acostó,
apoyado en Saphira. El ronroneo de Solembum repicaba por encima de
la cabeza del muchacho.
«Mañana tengo que ir a ver a Murtagh», pensó a la vez que
tocaba el anillo de Brom.