-¿Por qué crees que esos dos úrgalos estaban aún en Yazuac? -preguntó Eragon cuando ya se hallaban en camino desde hacía un rato-. No parece haber ninguna razón para que se hubieran quedado rezagados.


-Sospecho que desertaron de la columna principal para saquear el pueblo -respondió Brom-. Sin embargo, ese hecho resulta extraño porque, por lo que sé, los úrgalos sólo se han reunido en gran número dos o tres veces en la historia, así que es inquietante que lo hagan ahora. -¿Crees que los ra'zac son los responsables del ataque?

-No lo sé. Lo mejor que podemos hacer es seguir alejándonos de Yazuac lo más deprisa que podamos. Además, ésta es la dirección hacia donde han ido los ra'zac, el sur.

Eragon estuvo de acuerdo con Brom.

-Pero aún necesitamos provisiones -comentó el muchacho-. ¿Hay algún otro pueblo cerca?

-No, pero si estamos dispuestos a sobrevivir a base de carne, Saphira puede cazar para nosotros. Esta franja de árboles quizá te parezca muy pequeña, pero son muchos los animales que habitan en ella. Y como el río es la única fuente de agua en muchas leguas, la mayor parte de los animales de las llanuras vienen aquí a beber. No pasaremos hambre.

Eragon se quedó en silencio, satisfecho con la respuesta de Brom. Por el camino, pájaros cantarines revoloteaban a su alrededor y el río discurría pacíficamente. Era un lugar bullicioso, lleno de vida y de energía. -¿Cómo te cogió ese úrgalo? -le preguntó Eragon a Brom-. Todo sucedió tan deprisa que no lo vi.

-Por mala suerte, la verdad -murmuró Brom-. Yo era un buen oponente para él, así que le dio una patada a Nieve de Fuego, pero el idiota del caballo retrocedió y me hizo perder el equilibrio. Era lo único que necesitaba el úrgalo para hacerme este corte.

-Se rascó la barbilla-. Bien, supongo que te estarás haciendo preguntas sobre la magia… El hecho de que lo hayas descubierto supone un espinoso problema. Verás… aunque pocas personas lo saben, todos los Jinetes podían hacer magia, pero con diferente intensidad. Sin embargo, guardaron esa aptitud en secreto, incluso en el apogeo de su poder, porque les daba ventaja sobre sus enemigos. En cambio, si todo el mundo lo hubiera sabido, les habría resultado difícil tratar con el vulgo. Por otra parte, mucha gente cree que el rey Galbatorix tiene poderes mágicos porque es brujo o mago, pero no es verdad; se debe a que es un Jinete. -¿Cuál es la diferencia? ¿El hecho de poder hacer magia no me convierte en mago? -¡De ninguna manera! Un brujo, como un Sombra, usa los espíritus para hacer lo que desea. Y eso es completamente diferente de tus poderes. Tampoco es mago aquel que tiene poderes sin la ayuda de los espíritus o de un dragón. Y, sin duda, no eres un hechicero, que es el que obtiene su poder gracias a diferentes pócimas o hechizos. »Lo que me lleva otra vez al punto de partida: el problema que has planteado.

Los jóvenes Jinetes, como tú, eran sometidos a un duro entrenamiento, destinado afortalecer el cuerpo y a aumentar el control mental, que duraba muchos meses, a veces años, hasta que eran considerados lo bastante responsables para hacer magia. Hasta entonces, a ningún aprendiz se le hablaba de su poder potencial, y si alguno de ellos -ya fuera hombre o mujer- descubría la magia por casualidad, era inmediatamente apartado y recibía una tutela privada. Era raro que un Jinete descubriera la magia por su cuenta -inclinó la cabeza hacia Eragon-, aunque nunca se veían expuestos a presiones como las que has experimentado tú. -¿Cómo los preparaban entonces para hacer magia? -preguntó Eragon-. No comprendo cómo se puede enseñar. Si me lo hubieras explicado hace unos días, no habría comprendido nada.

-Los aprendices debían enfrentarse a una serie de ejercicios sin sentido destinados a frustrarlos. Por ejemplo, les ordenaban mover montones de piedras usando sólo los pies, llenar cubas de agua agujereadas y otras cosas imposibles. Al cabo de un tiempo, estaban lo suficientemente furiosos para emplear la magia. Y la mayor parte de las veces con éxito. »Lo que significa -continuó Brom- que siempre estarás en desventaja si te topas con un enemigo que tuvo esa preparación. Todavía viven algunos de esos Jinetes aunque son muy viejos: el rey, por ejemplo, por no mencionar a los elfos. Cualquiera de ellos podría destrozarte con facilidad. -¿Qué puedo hacer, entonces?

-No hay tiempo para que recibas una instrucción rigurosa, pero aprenderás mucho mientras viajamos -dijo Brom-. Conozco gran número de técnicas que, al practicarlas, te darán fuerza y control, aunque no puedes adquirir la disciplina de los Jinetes de la noche a la mañana. Tendrás que conseguirla sobre la marcha. -Miró, divertido, a Eragon-. Al principio resultará difícil, pero la recompensa será grande.

Quizá te alegre saber que ningún Jinete de tu edad ha usado jamás la magia de la forma que lo hiciste ayer con esos dos úrgalos.

Eragon sonrió, halagado.

-Gracias. ¿Tiene nombre ese idioma?

Brom soltó una carcajada.

-Sí, pero nadie lo sabe. Sería una palabra de increíble poder mediante la cual se podría controlar el idioma completo y a todos aquellos que lo usan. Hace mucho que la gente la busca, pero nadie la ha encontrado.

-Sigo sin comprender cómo funciona esta magia -dijo Eragon-. ¿Cómo la uso exactamente? -¿No lo he dejado claro? -le preguntó Brom mirándolo asombrado.

-No.

Brom respiró hondo antes de responder.

-Para hacer magia, hay que tener cierto poder innato, que en nuestros tiempos se da muy poco en la gente. También debes tener la capacidad de invocar ese poder a voluntad, pero una vez que se ha invocado, hay que usarlo o dejar que se desvanezca. ¿Lo entiendes? Ahora bien, si deseas emplear ese poder, debes utilizar la palabra o la frase en ese idioma antiguo que describe tu intención. Por ejemplo, si ayer no hubieras dicho brisingr, no habría pasado nada.

-Entonces, ¿estoy limitado por mis conocimientos de ese idioma?

-Exactamente -aprobó Brom-. Además, cuando uno habla el idioma antiguo, es imposible engañar.

-Eso no puede ser. La gente siempre miente, y el sonido de antiguas palabras no puede evitar que lo hagan.

En respuesta, Brom arqueó una ceja y dijo:

-Fethrblaka, eka weohnata néiat haina ono. Blaka eom iet lam. -Un pájaro salió volando de una rama y se posó en la mano del anciano. Revoloteó y los miró con unos ojos que parecían dos relucientes gotitas. Al cabo de un momento, Brom añadió-:

Eitha.

Y el pájaro volvió a revolotear y se alejó. -¿Cómo lo has hecho? -preguntó Eragon, estupefacto.

-Le he prometido que no le haría daño. Tal vez no ha entendido exactamente el significado de mis palabras, pero en el idioma del poder, el sentido era evidente. El pájaro ha tenido confianza porque sabía lo que saben todos los animales: que los que hablan ese idioma están comprometidos con lo que dicen. -¿Y los elfos también lo hablan?

-Sí. -¿Y nunca mienten?

-No mucho -admitió Brom-. Ellos sostienen que no lo hacen, y, en cierto modo, es verdad, pero han perfeccionado el arte de decir una cosa y querer decir otra.

Uno nunca conoce exactamente cuáles son sus intenciones, o si las ha interpretado correctamente. Muchas veces revelan sólo parte de la verdad y se guardan el resto.

Hace falta refinamiento y una mente sutil para tratar con la cultura elfa.

Eragon se quedó pensando. -¿Y qué significan los nombres de las personas en ese idioma? ¿Conceden poder a la gente?

-Sí, así es. -A Brom le brillaron los ojos de aprobación-. Los que hablan el idioma tienen dos nombres: el primero es el que se utiliza en la vida diaria y tiene poco poder, pero el segundo es el nombre auténtico y solamente lo conocen unas pocas personas de confianza. Hubo una época en que nadie ocultaba su nombre auténtico, pero ahora las cosas no están tan bien. Quienquiera que sepa tu verdadero nombre tendrá un poder enorme sobre ti; es como poner tu vida en manos de otra persona.

Todo el mundo tiene un nombre oculto, pero pocos saben cuál es. -¿Y cómo se entera uno de su nombre real?

-Los elfos saben el suyo instintivamente, pero nadie más posee ese don. Los Jinetes humanos, por lo general, debían salir en su búsqueda para descubrirlo o encontrarse con un elfo que se lo dijera, lo que constituía un hecho excepcional, ya que los elfos no proporcionan esa información desinteresadamente -respondió Brom.

-Me gustaría conocer el mío -le dijo Eragon con nostalgia.

-Ten cuidado -advirtió Brom, preocupado-. Puede ser un conocimiento terrible, porque enterarse de quién es uno sin engaños ni compasión es un descubrimiento del que nadie sale intacto. Algunos se han visto empujados a la locura ante la cruda realidad, aunque la mayoría trata de olvidarla. Porque así como el nombre da poder a los demás, uno también adquiere poder sobre sí mismo, si la verdad no lo destruye.

Y yo estoy segura de que eso no sucederá -afirmó la dragona.

-A pesar de todo, me gustaría saberlo -dijo Eragon, convencido.

-No es fácil disuadirte, aunque eso es bueno porque sólo los decididos descubren su propia identidad; no obstante, no puedo ayudarte. Es una búsqueda que tendrás que emprender por ti mismo.

Brom movió el brazo lastimado e hizo una mueca de dolor. -¿Por qué tú o yo no podemos curar el brazo con magia? -preguntó Eragon.

-No hay ninguna razón… Lo que ocurre es que nunca me lo he planteado porque está más allá de mis poderes. Sin embargo, si utilizaras la palabra apropiada, probablemente tú podrías lograrlo, pero no quiero que te agotes.

-Podría ahorrarte mucho dolor y molestias -protestó Eragon.

-Soy capaz de aguantarlo -dijo Brom, cansado-. Emplear la magia para curar una herida consume tanta energía como si se cura sola, de modo que no quiero que la fatiga haga mella en ti en los próximos días. Por el momento, no deberías intentar una tarea tan difícil.

-Pero si es posible curarte el brazo, ¿podría devolverle la vida a un muerto?

La pregunta sorprendió a Brom, pero respondió enseguida. -¿Recuerdas que te expliqué que había empresas que podrían matarte? Pues ésa es una de ellas. Por su propia seguridad, los Jinetes tenían prohibido resucitar a los muertos. Más allá de la vida existe un abismo donde la magia no significa nada, y si penetras en él, tu fuerza te abandonará y tu alma se desvanecerá en la oscuridad.

Tanto magos como brujos o Jinetes… han fracasado y han muerto en el empeño.

Manténte firme en lo que es posible que logres realizar: cuchilladas, golpes, quizá algún hueso roto… pero no intentes nada con los muertos.

-Esto es mucho más complejo de lo que creía -dijo Eragon, ceñudo. -¡Exactamente! -respondió Brom-. Y si no comprendes lo que estás haciendo, a lo mejor intentarías algo excesivo y morirías. -Se agachó sobre la silla de montar y recogió un puñado de guijarros del suelo. A continuación se enderezó con esfuerzo y tiró todas las piedrecitas menos una-. ¿Ves este guijarro?

-Sí. -¡Cógelo! -Eragon lo hizo y se lo quedó mirando: era una piedra común y corriente, de color negro opaco, lisa y del tamaño de la yema de su pulgar. Había un montón de guijarros iguales en el sendero-. Éste es tu entrenamiento.

Entonces Eragon, confuso, dirigió la mirada hacia Brom.

-No comprendo.

-Claro que no -dijo Brom, impaciente-. Por eso soy yo el que te enseña a ti, y no al revés. Ahora deja de hablar o no llegaremos a ninguna parte. Quiero que sostengas la piedra en la palma de tu mano, la levantes y la mantengas en el aire el máximo tiempo posible. Las palabras que vas a usar son stenr reisa. Dilas.

-Stenr reisa.

-Bien, ahora hazlo.

Eragon, molesto, se concentró en el guijarro tratando de buscar en la mente algún indicio de la energía que le había bullido en su fuero interno el día anterior. Pero la piedra ni se movió mientras la observaba, sudoroso y frustrado. «¿Cómo tengo que hacerlo?»

-Es imposible -espetó al fin cruzando los brazos.

-No -replicó Brom con aspereza-, soy yo el que dirá cuándo algo es imposible o no lo es. ¡Lucha por ello y no te rindas con tanta facilidad! ¡Inténtalo otra vez!

Eragon, con el entrecejo fruncido, cerró los ojos tratando de apartar todos los pensamientos que lo pudieran distraer. Respiró hondo y llegó a los rincones más recónditos de su conciencia e intentó averiguar dónde yacía su poder. En la búsqueda, sólo encontró pensamientos y recuerdos hasta que sintió algo diferente: un pequeño obstáculo que formaba parte de él y, al mismo tiempo, no lo formaba. Entusiasmado, siguió explorando en ese lugar y procuró ver lo que escondía: sintió una resistencia, una barrera en la mente, pero se dio cuenta de que el poder se hallaba al otro lado.

Trató de atravesar el obstáculo, pero se le resistía a pesar de sus esfuerzos. Cada vezmás enfadado, arremetió contra la barrera con todo su ímpetu hasta que se hizo añicos como un cristal y le inundó la mente con un río de luz.

-Stenr reisa -murmuró, y la piedra se le elevó sobre el suave resplandor de la palma de la mano.

Luchó para mantenerla en el aire, pero el poder se le escapó y se ocultó tras la barrera. Por su parte, la piedra cayó con un ¡paf! amortiguado sobre la palma, que dejó de brillar y volvió a la normalidad. Eragon se sintió un poco cansado, pero sonrió por haberlo logrado.

-Para ser la primera vez, no está mal -dijo Brom. -¿Por qué me brilla la palma como una pequeña linterna?

-Nadie lo sabe muy bien -admitió Brom-. Los Jinetes siempre preferían canalizar su poder a través de la mano que tenía la gedwey ignasia. No obstante, también puedes usar tu otra palma, pero no es tan fácil. -Se quedó mirando a Eragon durante un minuto-. Te compraré unos guantes en el próximo pueblo, si sigue en pie, porque aunque sabes ocultar la marca bastante bien, no conviene que nadie la vea por descuido. Además, habrá veces en que no quieras alertar a tu enemigo con el resplandor. -¿Tú también tienes una marca?

-No, sólo los Jinetes la tienen. Otra cosa que debes saber es que la distancia influye sobre la magia, igual que ocurre cuando se arroja una flecha o una lanza. Si tratas de levantar o mover algo que está a más de un kilómetro, te exigirá mayor energía que si estuviera cerca. De modo que si ves que los enemigos te persiguen a esa distancia, deja que se acerquen antes de hacer magia. Bien, ahora volvamos al trabajo: trata de levantar de nuevo la piedra. -¿De nuevo? -preguntó Eragon pensando en el esfuerzo que le había costado hacerlo la primera vez. -¡Sí, y ahora, más rápido!

Siguieron con los ejercicios durante la mayor parte del día, y cuando al fin Eragon dejó de practicar, estaba cansado y de mal humor. En esas horas había llegado a odiar la piedra y todo lo relacionado con ella. Estaba a punto de arrojarla, pero Brom le dijo: -¡No! ¡Guárdala!

Eragon le clavó la mirada y, de mala gana, se la metió en el bolsillo.

-Aún no hemos acabado -le advirtió Brom-, así que no te pongas cómodo. -Le señaló una planta pequeña-. Se llama delois.

A partir de entonces Brom empezó a instruirlo en el idioma antiguo enseñándole palabras para que las memorizara, como por ejemplo, vóndr, un palo delgado y recto, o Aiedail, la estrella matutina.

Esa noche lucharon alrededor del fuego y, aunque Brom lo hizo con la mano izquierda, su destreza no disminuyó.

Los días siguieron de la misma manera. Primero, Eragon se esforzaba por aprender las palabras antiguas y por manipular el guijarro. Después, al anochecer, luchaba contra Brom con falsas espadas. El muchacho estaba constantemente incómodo, pero poco a poco empezó a cambiar, casi sin notarlo, de tal manera que muy pronto la piedra dejó de tambalearse cuando la levantaba. Eragon llegó a dominar los primeros ejercicios que Brom le había enseñado y acometió otros más difíciles, de modo que su conocimiento del idioma antiguo fue aumentando.

En la lucha, Eragon adquirió confianza y velocidad, y atacaba como una serpiente. Sus golpes se hicieron más contundentes, y ya no le temblaba el brazo cuando paraba las arremetidas. El chocar de las espadas duraba más a medida que aprendía a repeler las acometidas de Brom, y cuando se iban a dormir, Eragon ya no era el único que tenía moretones.

Saphira también seguía creciendo, pero a un ritmo menor que antes. Sus prolongados vuelos junto con sus periódicas cacerías la mantenían sana y en forma. Ya era más alta que los caballos y de una longitud mucho mayor, aunque también era mucho más visible a causa del tamaño y de las brillantes escamas. Brom y Eragon estaban preocupados por ese motivo, pero no conseguían convencerla de que se dejara ensuciar la centelleante piel para oscurecerla.

Continuaron hacia el sur, tras las huellas de los ra'zac, aunque Eragon se sentía frustrado porque, por muy rápido que viajaran, los ra'zac siempre les llevarían uno o dos días de ventaja. A veces tenía ganas de abandonar, pero entonces encontraban algún indicio o alguna huella que les hacía recuperar la esperanza.

No había rastros de vida humana a lo largo del Ninor ni en las llanuras, de modo que los tres compañeros viajaron durante días sin que nadie los molestara. Al fin se acercaron a Daret, el primer pueblo desde Yazuac.

La noche antes de la llegada al pueblo, los sueños de Eragon fueron especialmente reales: vio a Garrow y a Roran en casa, sentados en la cocina destruida, que le pedían ayuda para reconstruir la granja, pero él sólo se limitaba a hacer un gesto negativo al tiempo que sentía una punzada de dolor en el corazón.

Voy tras vuestros asesinos -le susurró a su tío.

Garrow lo miraba con recelo y le preguntaba: ¿Te parece que estoy muerto?

No puedo ayudarte -le respondió Eragon en voz baja con los ojos llenos de lágrimas.

De pronto, sonó un bramido, y Garrow se transformó en los ra'zac: ¡Muere entonces!, mascullaron, y se abalanzaron sobre él.

Al despertarse con muchas náuseas, Eragon observó que las estrellas se apagaban en el cielo.

Todo irá bien, pequeño -le dijo Saphira con dulzura.