El muchacho se acabó el desayuno, recogió su escudilla y se
dirigió en silencio hacia Saphira.
-Recuerda -le dijo Brom-: agárrate con las rodillas, guíala
con tus pensamientos y manténte lo más agachado que puedas. Si no
te asustas, todo irá bien.
Eragon asintió, guardó el arco sin la cuerda en su funda de
gamuza, y Brom lo ayudó a montar.
Saphira esperaba impaciente mientras Eragon se apretaba las
tiras alrededor de las piernas. ¿Estás preparado?
-preguntó.
El muchacho aspiró el aire fresco de la
mañana.
No, pero ¡adelante!
La dragona respondió con entusiasmo, y cuando se hubo
agachado, él se le agarró con fuerza. Saphira se dio impulso con
las poderosas patas traseras, y el aire silbó en los oídos de
Eragon de tal manera que le cortó el aliento. Remontaron el vuelo
con tres suaves aleteos y empezaron el ascenso.
La última vez que Eragon había montado a Saphira, cada batir
de alas le había provocado una gran tensión. Pero esta vez la
dragona volaba con tranquilidad y sin esfuerzos, y aunque se
ladeaba cuando cambiaba de dirección, el muchacho permanecía bien
cogido al cuello de Saphira. El río se convirtió en una tenue línea
gris debajo de ellos y las nubes flotaban a su
alrededor.
Cuando se enderezaron, a mucha altura sobre la planicie, los
árboles apenas se veían como unas manchas y el aire era puro, frío
y perfectamente claro.
-Es maravilloso… -Las palabras de Eragon se desvanecieron
porque Saphira se inclinó y dio una vuelta completa. Entonces la
tierra empezó a girar en círculos enloquecidos, y Eragon tuvo un
ataque de vértigo-. ¡No hagas eso, tengo la sensación de que voy a
caerme! -gritó.
Debes acostumbrarte. Si me atacan en el aire, ésta es una de
las maniobras más sencillas que tendré que hacer -respondió
Saphira.
Como no se le ocurrió nada que contestarle, se concentró en
controlar su estómago. A continuación, Saphira se lanzó hacia abajo
y, lentamente, se acercó al suelo.
Aunque a Eragon se le encogía el estómago con cada bamboleo,
empezó a disfrutar. Relajó un poco los brazos y estiró el cuello
hacia atrás mientras observaba el paisaje. Saphira lo dejó
disfrutar un rato hasta que dijo:
Déjame que te muestre lo que es volar de verdad. ¿Qué?
-exclamó Eragon.
Tranquilízate, no tengas miedo.
La mente de Saphira atrajo la de Eragon y se la sacó del
cuerpo. Durante un instante Eragon opuso resistencia, pero
enseguida abandonó el control. El muchachotenía la vista borrosa y
se dio cuenta de que veía a través de los ojos de Saphira. Todo
estaba distorsionado: los colores tenían matices raros, exóticos;
los azules resaltaban mucho, mientras que los verdes y los rojos
eran más suaves. Eragon intentó girar la cabeza y el cuerpo, pero
comprobó que no podía. Se sentía como un fantasma escapado del
éter.
Saphira irradiaba puro placer a medida que se elevaba por el
cielo, pues le encantaba la libertad de poder ir a cualquier parte.
En un momento dado, muy lejos de la tierra, volvió la cabeza y miró
a Eragon, y él se vio a sí mismo igual que la dragona lo veía:
agarrado a ella y con la mirada perdida en el vacío. El muchacho
percibía que el cuerpo de la dragona se tensaba y aprovechaba las
corrientes de aire para elevarse, de tal modo que los músculos de
Saphira parecían los suyos. Eragon también sintió que la cola del
animal se balanceaba en el aire como un timón gigante para corregir
el rumbo, y se sorprendió al comprobar que Saphira dependía en gran
manera de ese movimiento.
La conexión fue creciendo hasta que no hubo diferencia entre
ambas identidades: plegaron las alas juntos y descendieron en
picado, como una lanza arrojada desde lo alto, pero Eragon no
sintió miedo alguno, absorbido como estaba por la euforia de
Saphira. El aire les azotaba la cara con fuerza, y al mismo tiempo
la cola de ambos daba latigazos al aire mientras las mentes unidas
se deleitaban con la experiencia.
Ni siquiera tuvieron miedo de chocar cuando se lanzaron
veloces hacia el suelo: desplegaron las alas en el momento justo y
detuvieron el descenso con la fuerza combinada de los dos. Y
después de trazar un círculo gigante, volvieron a remontar el
vuelo.
Cuando se enderezaron, las mentes del muchacho y la de la
dragona empezaron a separarse, y cada uno de ellos recuperó de
nuevo su respectiva personalidad. Durante una fracción de segundo,
Eragon sintió su propio cuerpo y el de Saphira. Después volvió a
tener la vista borrosa, jadeó y se desplomó sobre la silla de
montar. Pasaron unos minutos hasta que el corazón dejó de latirle
con fuerza, y recobró el aliento. Una vez recuperado, exclamó: ¡Ha
sido increíble! ¿Cómo soportas aterrizar si te gusta tanto
volar?
Porque tengo que comer -respondió ella con cierta ironía-,
pero me alegro de que hayas disfrutado.
No encuentro palabras para definir esta experiencia y lamento
no haber volado contigo antes. Jamás pensé que sería así. ¿Siempre
lo ves todo tan azul?
Sí, soy así. ¿Volaremos juntos más a menudo? ¡Sí, siempre que
podamos!
Bien -respondió Saphira, contenta.
Intercambiaron muchos pensamientos durante el vuelo y
charlaron como no lo habían hecho desde hacía varias semanas atrás.
Saphira le enseñó cómo se servía de las montañas y de los árboles
para ocultarse y cómo podía esconderse en la sombra de una nube.
Luego ambos exploraron el sendero en busca de Brom, lo que resultó
más difícil de lo que Eragon esperaba porque el sendero no se
divisaba a no ser que Saphira volara muy bajo, en cuyo caso se
arriesgaba a que la vieran.
Cerca del mediodía, Eragon empezó a notar un zumbido molesto
en los oídos y una extraña presión en la mente. Movió la cabeza
tratando de librarse de esa molestia, pero la tensión era cada vez
mayor. Recordó de golpe las palabras de Brom acerca de cómo la
gente podía penetrar en la mente de otra persona, y trató
frenéticamente de clarificar sus pensamientos. Así pues, se
concentró en una de las escamas de Saphira yse esforzó por ignorar
todo lo demás. La presión se desvaneció durante un momento, pero
regresó con más fuerza que antes. Entonces, al sacudir una ráfaga
de viento a Saphira, Eragon perdió la concentración, y antes de que
lograra levantar nuevas defensas, la fuerza se abrió paso. Sin
embargo, en lugar de descubrir que otra mente había invadido la
suya, sólo se topó con estas palabras: ¿Qué demonios haces? Baja,
he encontrado algo importante. ¿Brom? -preguntó.
Si -respondió el anciano, irritado-. Dile a esa lagartija
gigante que aterrice. Estoy aquí…
Y mandó una imagen de donde se hallaba.
Eragon le dijo enseguida a Saphira adonde debía ir, y ella
viró hacia abajo, en dirección al río. Mientras tanto Eragon colocó
la cuerda en el arco y sacó varias flechas.
Si hay problemas, estaré preparado.
Yo también -dijo Saphira.
Cuando se acercaron a donde estaba Brom, Eragon lo vio de pie
en un claro agitando los brazos. Saphira aterrizó y el muchacho
saltó de su montura en busca del peligro. Los caballos estaban
atados a un árbol en el borde del claro, pero no había nadie más.
Eragon corrió hasta Brom. -¿Qué sucede? -le
preguntó.
Brom se rascó la barbilla al tiempo que lanzaba una serie de
maldiciones.
-No vuelvas a impedirme al acceso a tu mente. Ya es bastante
difícil llegar a ti sin tener que luchar para que me
escuches.
-Lo siento.
Brom resopló.
-Estaba un poco más adelante, río abajo, cuando de pronto
noté que se acababan las huellas de los ra'zac. Volví sobre mis
pasos hasta que encontré dónde desaparecían.
Mira al suelo y dime lo que ves.
Eragon se arrodilló y examinó un revoltijo de huellas,
difícil de descifrar, pues había un montón de ellas superpuestas.
Pertenecían a los ra'zac, y Eragon supuso que hacía pocos días que
estaban allí, pero encima de esas huellas había unos extensos y
profundos agujeros socavados en la tierra, que le resultaban
conocidos aunque no sabía de qué.
Se puso de pie y movió la cabeza.
-No tengo idea de que… -En ese momento miró a Saphira y
comprendió de qué se trataban los agujeros: cada vez que la dragona
despegaba, las garras de las patas traseras hacían el mismo tipo de
agujeros en la tierra-. No tiene sentido, pero lo único que se me
ocurre es que los ra'zac huyeron montados en dragones, o en algún
pájaro gigante, y desaparecieron en el cielo. Si tienes una
explicación mejor, dímela.
Brom se encogió de hombros.
-He oído que los ra'zac van de un lado a otro a una velocidad
increíble, pero es la primera prueba que tengo de ese hecho. De
modo que, si es cierto que tienen corceles voladores, será casi
imposible encontrarlos. Sin embargo, no son dragones; de eso estoy
seguro porque un dragón nunca accedería a transportar a un ra'zac.
-¿Qué hacemos, pues? Saphira no puede seguirles la pista por el
cielo y, aunque pudiera, tendríamos que dejarte
atrás.
-Este enigma no tiene fácil solución. Vamos a almorzar
mientras lo pensamos, y quizá nos llegue la inspiración mientras
comemos.
Eragon, desanimado, fue a buscar las provisiones a las
alforjas, y comieron en silencio mientras contemplaban el desértico
cielo.
Una vez más, Eragon pensó en su hogar y en lo que estaría
haciendo Roran. Loasaltó la imagen de la granja quemada, y el dolor
amenazó con apoderarse de él.
«¿Qué haré si no puedo encontrar a los ra'zac? ¿Cuál será mi
objetivo entonces? Podría regresar a Carvahall. -Cogió una
cagarruta del suelo y la rompió con los dedos-. O seguir viajando
con Brom y continuar mi educación.» Dirigió la vista hacia la
llanura con la esperanza de aquietar sus
pensamientos.
Cuando Brom terminó de comer, se puso de pie, se quitó la
capucha y dijo:
-He pensado en todos los trucos que conozco, en cada palabra
de poder que poseo y en todos los talentos que tengo, pero sigo sin
saber cómo podemos encontrar a los ra'zac. -Eragon se apoyó sobre
la dragona, desesperado-. Saphira podría dejarse ver en algún
pueblo, y eso atraería a los la'zac como moscas a la miel, pero
sería una jugada sumamente arriesgada. Los ra'zac traerían
soldados, y hasta el rey estaría lo suficientemente interesado para
venir en persona, lo que nos garantizaría una muerte segura, a ti y
a mí. -¿Qué hacemos entonces? -preguntó Eragon con un gesto de
impotencia-. ¿Tienes alguna idea, Saphira?
No.
-Depende de ti -le dijo Brom-. Ésta es tu
cruzada.
Eragon apretó los dientes y se alejó de Brom y de Saphira. En
el momento en que estaba a punto de entrar en el bosque, su pie
golpeó algo duro. En el suelo había una cantimplora de metal con
una correa de cuero para colgársela al hombro, en cuya parte
interior había grabada en plata una insignia que Eragon reconoció
como el emblema de los ra'zac.
Entusiasmado, recogió la cantimplora y desenroscó la tapa.
Del recipiente emanó un olor empalagoso, el mismo que había
percibido cuando encontró a Garrow bajo los escombros de la casa.
Inclinó la cantimplora y le cayó una gota de un líquido
transparente y brillante sobre un dedo. En el acto empezó a
arderle, como si lo tuviera en el fuego. Eragon gritó y se frotó la
mano sobre la tierra. Al cabo de un momento se le calmó el dolor
que se convirtió en un latido, pero el líquido le había quemado un
trozo de piel.
Haciendo muecas de dolor, corrió hasta donde estaba Brom.
-¡Mira lo que he encontrado!
Brom cogió la cantimplora, la examinó y vertió un poco de
líquido en la tapa.
-Cuidado, te quemará la… -empezó a decir
Eragon.
-La piel, ya sé -dijo Brom-. Y supongo que tú, sin pensarlo,
te echaste el líquido sobre la mano. Ah, ¿el dedo? Bueno, por lo
menos tuviste la sensatez de no beberlo, porque habrías quedado
reducido a un charco. -¿Qué es? -preguntó Eragon.
-Aceite de pétalos de seithr, una planta que crece en una
pequeña isla de los gélidos mares del norte. En su estado natural,
este aceite se usa para conservar las perlas, les da lustre y las
hace resistentes. Pero cuando se pronuncian determinadas palabras
sobre ese líquido, acompañadas de un sacrificio cruento, adquiere
la propiedad de corroer cualquier tipo de carne. Esta
particularidad no tendría nada de especial, puesto que hay muchos
ácidos que disuelven los tendones y los huesos, pero la diferencia
es que deja intacto todo lo demás: puedes meter cualquier cosa en
el aceite y sacarlo sin que se haya alterado, salvo que sea parte
de un animal o de un ser humano. Esa característica lo convierte en
el arma favorita de tortura y de asesinato. Se puede impregnar una
pieza de madera con ese aceite, mojar con él la punta de una lanza
o verterlo sobre unas sábanas, de modo que la persona que entre en
contacto con el material que lo contenga se queme viva. Se lo puede
usar de millones de maneras, limitadas sólo por tu ingenuidad. Las
heridas que causa cicatrizan muy lentamente, yes bastante escaso y
caro, especialmente en esta forma.
Eragon recordó las terribles quemaduras de
Garrow.
«Eso fue lo que usaron», se dio cuenta,
horrorizado.
-Me pregunto por qué lo dejaron los ra'zac si es tan
valioso.
-Se les habrá caído cuando huyeron.
-Pero ¿por qué no han vuelto a buscarlo? Dudo que el rey se
alegre de que lo hayan perdido.
-No, seguro que no -dijo Brom-, pero más le disgustará que se
demoren para llevarle noticias de ti. De hecho, si los ra'zac ya
están con él, ten la certeza de que el rey sabe tu nombre. Y eso
significa que deberemos tener mucho más cuidado cuando vayamos a
los pueblos porque habrá carteles y bandos sobre ti por todo el
Imperio.
Eragon se quedó pensando. -¿Tan raro es este
aceite?
-Como un diamante en la pocilga de un cerdo -respondió Brom,
y al cabo de un instante, añadió-: En realidad, el aceite en su
estado natural es usado por los joyeros, pero sólo por aquellos que
pueden permitírselo. -¿Hay gente entonces que comercia con
él?
-Quizá uno o dos.
-Perfecto -dijo Eragon-. Entonces, en los pueblos de la
costa, ¿queda constancia de los cargamentos?
-Por supuesto. -Los ojos de Brom se iluminaron-. Si podemos
acceder a esos documentos, sabremos quién llevó el aceite al sur y
adonde se envió desde allí. -¡Y los registros de compra del Imperio
nos dirán dónde viven los ra'zac! -concluyó Eragon-. No sé cuánta
gente puede pagar este aceite, pero no creo que sea muy difícil
descubrir a los que no trabajan para el Imperio. -¡Eres un genio!
-exclamó Brom sonriendo-. ¡Ojalá se me hubiera ocurrido esa idea
hace años: me habría ahorrado muchos quebraderos de cabeza! La
costa está llena de ciudades y de pueblos a los que pueden llegar
los barcos. Supongo que Teirm es el sitio para comenzar, ya que
controla la mayor parte del comercio. -Brom hizo una pausa, y
continuó-: Por las últimas noticias que tuve, mi amigo Jeod aún
seguía viviendo allí, y aunque hace mucho tiempo que no nos vemos,
quizá esté dispuesto a ayudarnos. Y como es mercader, es posible
que tenga acceso a esos archivos. -¿Cómo llegaremos a
Teirm?
-Tendremos que dirigirnos al sudoeste hasta llegar a un
puerto de alta montaña en las Vertebradas, y una vez al otro lado,
seguiremos por la costa hasta Teirm.
Una suave brisa agitó el cabello de Brom. -¿Podremos llegar a
ese puerto en una semana?
-Sí, seguro. Si nos alejamos del Ninor hacia la derecha,
mañana ya veremos las montañas.
Eragon se acercó a Saphira y montó.
-De acuerdo, nos veremos a la hora de cenar.
Cuando remontaron el vuelo, le dijo a
Saphira:
Mañana voy a montar a Cadoc. Y, antes de que protestes,
quiero que sepas que lo hago porque tengo que hablar con
Brom.
Debes ir a caballo con él un día sí y un día no. De esa
forma, puedes seguir con tu aprendizaje, y yo tendré tiempo de
cazar. ¿No te molesta?
Es necesario.
Cuando aterrizaron al final del día, Eragon se alegró al
descubrir que no le dolían las piernas, pues la silla lo protegía
de las escamas de Saphira.
Eragon y Brom sostuvieron su lucha nocturna, pero sin mucha
energía, ya que ambos estaban preocupados por los acontecimientos
del día. Cuando acabaron, al muchacho le ardían los brazos porque
no estaba acostumbrado al peso de Zar'roc.