A la mañana siguiente Eragon se despertó con agujetas y lleno de moretones, y al ver que Brom llevaba la silla a Saphira, trató de reprimir su inquietud. Cuando el desayuno estuvo servido, el anciano ya había atado la silla y había colgado las alforjas de Eragon.


El muchacho se acabó el desayuno, recogió su escudilla y se dirigió en silencio hacia Saphira.

-Recuerda -le dijo Brom-: agárrate con las rodillas, guíala con tus pensamientos y manténte lo más agachado que puedas. Si no te asustas, todo irá bien.

Eragon asintió, guardó el arco sin la cuerda en su funda de gamuza, y Brom lo ayudó a montar.

Saphira esperaba impaciente mientras Eragon se apretaba las tiras alrededor de las piernas. ¿Estás preparado? -preguntó.

El muchacho aspiró el aire fresco de la mañana.

No, pero ¡adelante!

La dragona respondió con entusiasmo, y cuando se hubo agachado, él se le agarró con fuerza. Saphira se dio impulso con las poderosas patas traseras, y el aire silbó en los oídos de Eragon de tal manera que le cortó el aliento. Remontaron el vuelo con tres suaves aleteos y empezaron el ascenso.

La última vez que Eragon había montado a Saphira, cada batir de alas le había provocado una gran tensión. Pero esta vez la dragona volaba con tranquilidad y sin esfuerzos, y aunque se ladeaba cuando cambiaba de dirección, el muchacho permanecía bien cogido al cuello de Saphira. El río se convirtió en una tenue línea gris debajo de ellos y las nubes flotaban a su alrededor.

Cuando se enderezaron, a mucha altura sobre la planicie, los árboles apenas se veían como unas manchas y el aire era puro, frío y perfectamente claro.

-Es maravilloso… -Las palabras de Eragon se desvanecieron porque Saphira se inclinó y dio una vuelta completa. Entonces la tierra empezó a girar en círculos enloquecidos, y Eragon tuvo un ataque de vértigo-. ¡No hagas eso, tengo la sensación de que voy a caerme! -gritó.

Debes acostumbrarte. Si me atacan en el aire, ésta es una de las maniobras más sencillas que tendré que hacer -respondió Saphira.

Como no se le ocurrió nada que contestarle, se concentró en controlar su estómago. A continuación, Saphira se lanzó hacia abajo y, lentamente, se acercó al suelo.

Aunque a Eragon se le encogía el estómago con cada bamboleo, empezó a disfrutar. Relajó un poco los brazos y estiró el cuello hacia atrás mientras observaba el paisaje. Saphira lo dejó disfrutar un rato hasta que dijo:

Déjame que te muestre lo que es volar de verdad. ¿Qué? -exclamó Eragon.

Tranquilízate, no tengas miedo.

La mente de Saphira atrajo la de Eragon y se la sacó del cuerpo. Durante un instante Eragon opuso resistencia, pero enseguida abandonó el control. El muchachotenía la vista borrosa y se dio cuenta de que veía a través de los ojos de Saphira. Todo estaba distorsionado: los colores tenían matices raros, exóticos; los azules resaltaban mucho, mientras que los verdes y los rojos eran más suaves. Eragon intentó girar la cabeza y el cuerpo, pero comprobó que no podía. Se sentía como un fantasma escapado del éter.

Saphira irradiaba puro placer a medida que se elevaba por el cielo, pues le encantaba la libertad de poder ir a cualquier parte. En un momento dado, muy lejos de la tierra, volvió la cabeza y miró a Eragon, y él se vio a sí mismo igual que la dragona lo veía: agarrado a ella y con la mirada perdida en el vacío. El muchacho percibía que el cuerpo de la dragona se tensaba y aprovechaba las corrientes de aire para elevarse, de tal modo que los músculos de Saphira parecían los suyos. Eragon también sintió que la cola del animal se balanceaba en el aire como un timón gigante para corregir el rumbo, y se sorprendió al comprobar que Saphira dependía en gran manera de ese movimiento.

La conexión fue creciendo hasta que no hubo diferencia entre ambas identidades: plegaron las alas juntos y descendieron en picado, como una lanza arrojada desde lo alto, pero Eragon no sintió miedo alguno, absorbido como estaba por la euforia de Saphira. El aire les azotaba la cara con fuerza, y al mismo tiempo la cola de ambos daba latigazos al aire mientras las mentes unidas se deleitaban con la experiencia.

Ni siquiera tuvieron miedo de chocar cuando se lanzaron veloces hacia el suelo: desplegaron las alas en el momento justo y detuvieron el descenso con la fuerza combinada de los dos. Y después de trazar un círculo gigante, volvieron a remontar el vuelo.

Cuando se enderezaron, las mentes del muchacho y la de la dragona empezaron a separarse, y cada uno de ellos recuperó de nuevo su respectiva personalidad. Durante una fracción de segundo, Eragon sintió su propio cuerpo y el de Saphira. Después volvió a tener la vista borrosa, jadeó y se desplomó sobre la silla de montar. Pasaron unos minutos hasta que el corazón dejó de latirle con fuerza, y recobró el aliento. Una vez recuperado, exclamó: ¡Ha sido increíble! ¿Cómo soportas aterrizar si te gusta tanto volar?

Porque tengo que comer -respondió ella con cierta ironía-, pero me alegro de que hayas disfrutado.

No encuentro palabras para definir esta experiencia y lamento no haber volado contigo antes. Jamás pensé que sería así. ¿Siempre lo ves todo tan azul?

Sí, soy así. ¿Volaremos juntos más a menudo? ¡Sí, siempre que podamos!

Bien -respondió Saphira, contenta.

Intercambiaron muchos pensamientos durante el vuelo y charlaron como no lo habían hecho desde hacía varias semanas atrás. Saphira le enseñó cómo se servía de las montañas y de los árboles para ocultarse y cómo podía esconderse en la sombra de una nube. Luego ambos exploraron el sendero en busca de Brom, lo que resultó más difícil de lo que Eragon esperaba porque el sendero no se divisaba a no ser que Saphira volara muy bajo, en cuyo caso se arriesgaba a que la vieran.

Cerca del mediodía, Eragon empezó a notar un zumbido molesto en los oídos y una extraña presión en la mente. Movió la cabeza tratando de librarse de esa molestia, pero la tensión era cada vez mayor. Recordó de golpe las palabras de Brom acerca de cómo la gente podía penetrar en la mente de otra persona, y trató frenéticamente de clarificar sus pensamientos. Así pues, se concentró en una de las escamas de Saphira yse esforzó por ignorar todo lo demás. La presión se desvaneció durante un momento, pero regresó con más fuerza que antes. Entonces, al sacudir una ráfaga de viento a Saphira, Eragon perdió la concentración, y antes de que lograra levantar nuevas defensas, la fuerza se abrió paso. Sin embargo, en lugar de descubrir que otra mente había invadido la suya, sólo se topó con estas palabras: ¿Qué demonios haces? Baja, he encontrado algo importante. ¿Brom? -preguntó.

Si -respondió el anciano, irritado-. Dile a esa lagartija gigante que aterrice. Estoy aquí…

Y mandó una imagen de donde se hallaba.

Eragon le dijo enseguida a Saphira adonde debía ir, y ella viró hacia abajo, en dirección al río. Mientras tanto Eragon colocó la cuerda en el arco y sacó varias flechas.

Si hay problemas, estaré preparado.

Yo también -dijo Saphira.

Cuando se acercaron a donde estaba Brom, Eragon lo vio de pie en un claro agitando los brazos. Saphira aterrizó y el muchacho saltó de su montura en busca del peligro. Los caballos estaban atados a un árbol en el borde del claro, pero no había nadie más. Eragon corrió hasta Brom. -¿Qué sucede? -le preguntó.

Brom se rascó la barbilla al tiempo que lanzaba una serie de maldiciones.

-No vuelvas a impedirme al acceso a tu mente. Ya es bastante difícil llegar a ti sin tener que luchar para que me escuches.

-Lo siento.

Brom resopló.

-Estaba un poco más adelante, río abajo, cuando de pronto noté que se acababan las huellas de los ra'zac. Volví sobre mis pasos hasta que encontré dónde desaparecían.

Mira al suelo y dime lo que ves.

Eragon se arrodilló y examinó un revoltijo de huellas, difícil de descifrar, pues había un montón de ellas superpuestas. Pertenecían a los ra'zac, y Eragon supuso que hacía pocos días que estaban allí, pero encima de esas huellas había unos extensos y profundos agujeros socavados en la tierra, que le resultaban conocidos aunque no sabía de qué.

Se puso de pie y movió la cabeza.

-No tengo idea de que… -En ese momento miró a Saphira y comprendió de qué se trataban los agujeros: cada vez que la dragona despegaba, las garras de las patas traseras hacían el mismo tipo de agujeros en la tierra-. No tiene sentido, pero lo único que se me ocurre es que los ra'zac huyeron montados en dragones, o en algún pájaro gigante, y desaparecieron en el cielo. Si tienes una explicación mejor, dímela.

Brom se encogió de hombros.

-He oído que los ra'zac van de un lado a otro a una velocidad increíble, pero es la primera prueba que tengo de ese hecho. De modo que, si es cierto que tienen corceles voladores, será casi imposible encontrarlos. Sin embargo, no son dragones; de eso estoy seguro porque un dragón nunca accedería a transportar a un ra'zac. -¿Qué hacemos, pues? Saphira no puede seguirles la pista por el cielo y, aunque pudiera, tendríamos que dejarte atrás.

-Este enigma no tiene fácil solución. Vamos a almorzar mientras lo pensamos, y quizá nos llegue la inspiración mientras comemos.

Eragon, desanimado, fue a buscar las provisiones a las alforjas, y comieron en silencio mientras contemplaban el desértico cielo.

Una vez más, Eragon pensó en su hogar y en lo que estaría haciendo Roran. Loasaltó la imagen de la granja quemada, y el dolor amenazó con apoderarse de él.

«¿Qué haré si no puedo encontrar a los ra'zac? ¿Cuál será mi objetivo entonces? Podría regresar a Carvahall. -Cogió una cagarruta del suelo y la rompió con los dedos-. O seguir viajando con Brom y continuar mi educación.» Dirigió la vista hacia la llanura con la esperanza de aquietar sus pensamientos.

Cuando Brom terminó de comer, se puso de pie, se quitó la capucha y dijo:

-He pensado en todos los trucos que conozco, en cada palabra de poder que poseo y en todos los talentos que tengo, pero sigo sin saber cómo podemos encontrar a los ra'zac. -Eragon se apoyó sobre la dragona, desesperado-. Saphira podría dejarse ver en algún pueblo, y eso atraería a los la'zac como moscas a la miel, pero sería una jugada sumamente arriesgada. Los ra'zac traerían soldados, y hasta el rey estaría lo suficientemente interesado para venir en persona, lo que nos garantizaría una muerte segura, a ti y a mí. -¿Qué hacemos entonces? -preguntó Eragon con un gesto de impotencia-. ¿Tienes alguna idea, Saphira?

No.

-Depende de ti -le dijo Brom-. Ésta es tu cruzada.

Eragon apretó los dientes y se alejó de Brom y de Saphira. En el momento en que estaba a punto de entrar en el bosque, su pie golpeó algo duro. En el suelo había una cantimplora de metal con una correa de cuero para colgársela al hombro, en cuya parte interior había grabada en plata una insignia que Eragon reconoció como el emblema de los ra'zac.

Entusiasmado, recogió la cantimplora y desenroscó la tapa. Del recipiente emanó un olor empalagoso, el mismo que había percibido cuando encontró a Garrow bajo los escombros de la casa. Inclinó la cantimplora y le cayó una gota de un líquido transparente y brillante sobre un dedo. En el acto empezó a arderle, como si lo tuviera en el fuego. Eragon gritó y se frotó la mano sobre la tierra. Al cabo de un momento se le calmó el dolor que se convirtió en un latido, pero el líquido le había quemado un trozo de piel.

Haciendo muecas de dolor, corrió hasta donde estaba Brom. -¡Mira lo que he encontrado!

Brom cogió la cantimplora, la examinó y vertió un poco de líquido en la tapa.

-Cuidado, te quemará la… -empezó a decir Eragon.

-La piel, ya sé -dijo Brom-. Y supongo que tú, sin pensarlo, te echaste el líquido sobre la mano. Ah, ¿el dedo? Bueno, por lo menos tuviste la sensatez de no beberlo, porque habrías quedado reducido a un charco. -¿Qué es? -preguntó Eragon.

-Aceite de pétalos de seithr, una planta que crece en una pequeña isla de los gélidos mares del norte. En su estado natural, este aceite se usa para conservar las perlas, les da lustre y las hace resistentes. Pero cuando se pronuncian determinadas palabras sobre ese líquido, acompañadas de un sacrificio cruento, adquiere la propiedad de corroer cualquier tipo de carne. Esta particularidad no tendría nada de especial, puesto que hay muchos ácidos que disuelven los tendones y los huesos, pero la diferencia es que deja intacto todo lo demás: puedes meter cualquier cosa en el aceite y sacarlo sin que se haya alterado, salvo que sea parte de un animal o de un ser humano. Esa característica lo convierte en el arma favorita de tortura y de asesinato. Se puede impregnar una pieza de madera con ese aceite, mojar con él la punta de una lanza o verterlo sobre unas sábanas, de modo que la persona que entre en contacto con el material que lo contenga se queme viva. Se lo puede usar de millones de maneras, limitadas sólo por tu ingenuidad. Las heridas que causa cicatrizan muy lentamente, yes bastante escaso y caro, especialmente en esta forma.

Eragon recordó las terribles quemaduras de Garrow.

«Eso fue lo que usaron», se dio cuenta, horrorizado.

-Me pregunto por qué lo dejaron los ra'zac si es tan valioso.

-Se les habrá caído cuando huyeron.

-Pero ¿por qué no han vuelto a buscarlo? Dudo que el rey se alegre de que lo hayan perdido.

-No, seguro que no -dijo Brom-, pero más le disgustará que se demoren para llevarle noticias de ti. De hecho, si los ra'zac ya están con él, ten la certeza de que el rey sabe tu nombre. Y eso significa que deberemos tener mucho más cuidado cuando vayamos a los pueblos porque habrá carteles y bandos sobre ti por todo el Imperio.

Eragon se quedó pensando. -¿Tan raro es este aceite?

-Como un diamante en la pocilga de un cerdo -respondió Brom, y al cabo de un instante, añadió-: En realidad, el aceite en su estado natural es usado por los joyeros, pero sólo por aquellos que pueden permitírselo. -¿Hay gente entonces que comercia con él?

-Quizá uno o dos.

-Perfecto -dijo Eragon-. Entonces, en los pueblos de la costa, ¿queda constancia de los cargamentos?

-Por supuesto. -Los ojos de Brom se iluminaron-. Si podemos acceder a esos documentos, sabremos quién llevó el aceite al sur y adonde se envió desde allí. -¡Y los registros de compra del Imperio nos dirán dónde viven los ra'zac! -concluyó Eragon-. No sé cuánta gente puede pagar este aceite, pero no creo que sea muy difícil descubrir a los que no trabajan para el Imperio. -¡Eres un genio! -exclamó Brom sonriendo-. ¡Ojalá se me hubiera ocurrido esa idea hace años: me habría ahorrado muchos quebraderos de cabeza! La costa está llena de ciudades y de pueblos a los que pueden llegar los barcos. Supongo que Teirm es el sitio para comenzar, ya que controla la mayor parte del comercio. -Brom hizo una pausa, y continuó-: Por las últimas noticias que tuve, mi amigo Jeod aún seguía viviendo allí, y aunque hace mucho tiempo que no nos vemos, quizá esté dispuesto a ayudarnos. Y como es mercader, es posible que tenga acceso a esos archivos. -¿Cómo llegaremos a Teirm?

-Tendremos que dirigirnos al sudoeste hasta llegar a un puerto de alta montaña en las Vertebradas, y una vez al otro lado, seguiremos por la costa hasta Teirm.

Una suave brisa agitó el cabello de Brom. -¿Podremos llegar a ese puerto en una semana?

-Sí, seguro. Si nos alejamos del Ninor hacia la derecha, mañana ya veremos las montañas.

Eragon se acercó a Saphira y montó.

-De acuerdo, nos veremos a la hora de cenar.

Cuando remontaron el vuelo, le dijo a Saphira:

Mañana voy a montar a Cadoc. Y, antes de que protestes, quiero que sepas que lo hago porque tengo que hablar con Brom.

Debes ir a caballo con él un día sí y un día no. De esa forma, puedes seguir con tu aprendizaje, y yo tendré tiempo de cazar. ¿No te molesta?

Es necesario.

Cuando aterrizaron al final del día, Eragon se alegró al descubrir que no le dolían las piernas, pues la silla lo protegía de las escamas de Saphira.

Eragon y Brom sostuvieron su lucha nocturna, pero sin mucha energía, ya que ambos estaban preocupados por los acontecimientos del día. Cuando acabaron, al muchacho le ardían los brazos porque no estaba acostumbrado al peso de Zar'roc.