Se tapó la cabeza con las mantas y lloró en silencio en esa
tibia oscuridad. Le gustaba estar allí, escondido del mundo
exterior. Al cabo de un rato cesaron las lágrimas, y maldijo a
Brom. Se secó las mejillas a regañadientes y se
levantó.
Brom estaba preparando el desayuno.
-Buenos días -saludó.
Eragon respondió con un gruñido. Se metió los helados dedos
en los sobacos y se quedó acurrucado junto al fuego hasta que el
desayuno estuvo listo. Comieron deprisa tratando de acabárselo
antes de que se enfriara. Cuando terminaron, Eragon limpió su cazo
con nieve y después desplegó sobre el suelo las piezas de cuero que
había robado. -¿Qué vas a hacer con eso? -preguntó Brom-. No
podemos llevarlo con nosotros.
-Voy a construir una silla para montar a Saphira. ¿Sabes qué
aspecto tenían? -preguntó Eragon.
-Mmm. -Brom se acercó-. Bueno, los dragones solían tener dos
clases de sillas. Una de ellas era rígida y moldeada, como las
monturas de los caballos, pero hacen falta tiempo y herramientas
para fabricarla, y no tenemos ninguna de las dos cosas. Y la otra
clase de silla era delgada y ligeramente acolchada, que apenas
suponía una ligera separación entre el Jinete y el dragón. Éstas
eran las que se utilizaban cuando la flexibilidad y la velocidad
eran importantes, aunque no eran tan cómodas como las otras. Pero
sé algo más que todo eso: sé hacerlas.
-Entonces hazla, por favor -dijo Eragon, y se
apartó.
-Muy bien, pero presta atención porque quizá algún día
tendrás que fabricar una tú solo.
Con el permiso de Saphira, le midió el cuello y el pecho.
Después cortó cinco franjas de cuero sobre las que dibujó unas doce
formas distintas. Una vez las hubo recortado, cortó a su vez el
resto de las pieles en largas tiras.
Brom utilizó estas tiras para coser las piezas entre sí, pero
para cada puntada tenía que hacer dos agujeros en el cuero. Eragon
lo ayudó en esa tarea. En lugar de hebillas, hicieron complejos
nudos y dejaron las tiras con la longitud suficiente para que la
silla le fuera bien a Saphira en los meses
siguientes.
La parte principal de la silla constaba de tres secciones
idénticas cosidas con un acolchado entre ellas. En la parte
delantera, había un grueso nudo que se ajustaba perfectamente a una
de las púas del cuello de Saphira, mientras que dos tiras anchas,
cosidas a los dos lados de esa parte, hacían de cinchas y le
pasaban por debajo de la barriga. A modo de estribos, había una
serie de lazos a ambos lados que, una vez apretados, sujetarían las
piernas de Eragon en su sitio. Una de las tiras largas serviría
para que pasara entre las patas delanteras de la dragona, se
dividiera en dos y llegara hasta la silla.
Mientras Brom trabajaba, Eragon reparó su mochila y organizó
las provisiones.
Pasaron el día haciendo esas tareas hasta que todo estuvo
listo. Brom, cansado del trabajo, ensilló a Saphira y comprobó que
las tiras estuvieran bien adaptadas. Hizo unos pequeños arreglos y
quitó la silla, satisfecho.
-Buen trabajo -admitió Eragon de mala gana.
-Se hace lo que se puede. Te será útil; el cuero es bastante
fuerte. ¿No vas a probarla? -preguntó Saphira.
Quizá mañana -respondió Eragon, y guardó la silla con sus
mantas-, ahora es muy tarde.
En realidad no estaba muy ansioso por volver a volar,
especialmente después del desastroso resultado de su último
intento.
Prepararon deprisa la comida; sabía bien, aunque era muy
sencilla. Mientras comían, Brom miró a Eragon por encima del fuego
y le preguntó: -¿Partimos mañana?
-No hay ninguna razón para que nos quedemos.
-Supongo que no… Eragon -cambió de tema-, debo disculparme
por todo lo que ha pasado. No era mi intención que sucediera esto.
Tu familia no se merecía semejante tragedia, y si yo pudiera hacer
algo por deshacer lo ocurrido, lo haría. Ésta es una situación
terrible para todos. -Eragon se quedó en silencio evitando la
mirada de Brom, que añadió-: Vamos a necesitar
caballos.
-Tal vez los necesites tú, yo tengo a
Saphira.
-No hay caballo que pueda dejar atrás a un dragón que vuele,
y Saphira es demasiado joven para llevarnos a los dos. Además, será
más seguro que nos mantengamos juntos, y a caballo se va más
deprisa que a pie.
-Pero eso hará más difícil que alcancemos a los ra'zac
-protestó Eragon-.
Montando a Saphira podría encontrarlos en un día o dos, pero
si vamos a caballo tardaremos mucho más tiempo, si es que es
posible tomarles la delantera sobre el terreno.
-Es un riesgo que tendrás que correr -dijo Brom despacio-, si
quieres que te acompañe.
-De acuerdo -refunfuñó después de pensárselo-, conseguiremos
caballos.
Pero tendrás que comprarlos; yo no tengo dinero y no quiero
volver a robar. No está bien.
-Eso depende de tu punto de vista -lo corrigió Brom con un
amago de sonrisa-. Antes de lanzarte a esta aventura, recuerda que
tus enemigos, los ra'zac, son los sirvientes del rey y estarán
protegidos dondequiera que vayan. Las leyes no los detienen. Y en
las ciudades tendrán acceso a muchos recursos y a servidores
dispuestos a ayudarlos. Ten en cuenta también que, para Galbatorix,
lo más importante es reclutarte o matarte, aunque todavía no sepa
que existes. Cuanto más tiempo logres eludir a los ra'zac, más
desesperado estará el rey porque sabrá que cada día que pase, serás
más fuerte y tendrás más oportunidades de unirte a sus
enemigos.
Debes tener mucho cuidado, ya que es muy fácil que pases de
cazador a presa. -Eragon, anonadado por estas contundentes
palabras, se quedó pensativo mientras hacía girar una ramita entre
los dedos-. Bueno, basta de charla -dijo Brom-. Es tarde y me
duelen los huesos. Mañana seguiremos hablando.
Eragon asintió y echó más leña al fuego.