Como la herboristería tenía un colorido cartel, fue fácil encontrarla. En la puerta estaba sentada una mujer de baja estatura y de cabello rizado. Con una mano sostenía una rana y con la otra escribía. Eragon supuso que era Angela, la herbolaria. A cada lado de la tienda había una casa. -¿Cuál crees que es la de Jeod? -inquirió el muchacho.


-Vamos a averiguarlo -dijo Brom, pensativo. Se acercó a la mujer y preguntó educadamente-. ¿Podríais decirnos cuál es la casa de Jeod?

-Sí, podría -respondió sin dejar de escribir. -¿Y nos lo diréis?

-Sí.

Pero se quedó en silencio mientras escribía más deprisa.

La rana que tenía en la mano croó y los miró con ojos torvos. Brom y Eragon esperaron incómodos, pero la mujer no dijo nada más. Eragon estaba a punto de soltar algo, cuando Angela levantó la vista. -¡Por supuesto que os lo diré! Lo único que tenéis que hacer es preguntarlo. La primera pregunta fue si «podría» o no decirlo, y la segunda, si lo «haría». Pero en realidad no me habéis hecho la pregunta.

-Pues dejadme que os la haga adecuadamente -dijo Brom con una sonrisa-. ¿Dónde vive Jeod? ¿Y por qué tiene usted una rana?

-Bueno, ahora sí que nos entenderemos -bromeó la mujer-. La casa de Jeod es la de la derecha. En cuanto a la rana…(bien, en realidad es un sapo) estoy intentando demostrar que los sapos no existen… que sólo hay ranas. -¿Cómo es posible que no existan los sapos si ahora mismo tenéis uno en la mano derecha? -interrumpió Eragon-. Además, ¿para qué sirve demostrar que sólo hay ranas?

La mujer movió la cabeza con fuerza y los oscuros rizos rebotaron.

-No, no, no comprendéis. Si demuestro que los sapos no existen, entonces este bicho es una rana y nunca fue un sapo. Por lo tanto, el sapo que ves ahora no existe. Y -levantó el meñique- si demuestro que sólo hay ranas, los sapos no podrán hacer nada malo, como provocar que se caiga un diente, que salgan verrugas, o envenenar y matar a las personas. Además, las brujas no podrán usar ninguno de sus hechizos porque, naturalmente, no habrá ningún sapo.

-Comprendo -dijo Brom con delicadeza-. Parece interesante y me gustaría que me lo explicarais mejor, pero ahora debo ir a ver a Jeod.

-Claro -dijo ella, y agitó la mano mientras volvía a su escritura.

Cuando se alejaron de la herbolaria, Eragon comentó: -¡Está loca!

-Es posible -dijo Brom-, pero nunca se sabe. A lo mejor descubre algo útil, así que no la critiques. Quién sabe… ¡los sapos en realidad podrían ser ranas!

-Y mis zapatos, de oro -replicó Eragon.

Se detuvieron delante de una puerta que tenía una aldaba de hierro forjado y un umbral de mármol. Brom llamó tres veces, pero nadie respondió. Eragon se sentía un poco tonto.

-A lo mejor no es esta casa. Probemos en la otra -dijo.

Brom no le hizo caso y volvió a llamar, esta vez más fuerte.

De nuevo, no hubo respuesta. Eragon se apartó nervioso, pero en ese momento oyó que alguien se acercaba: una mujer joven, de tez pálida y cabello rubio claro abrió una rendija. Tenía los ojos hinchados, como si hubiera estado llorando, pero su voz era perfectamente firme. -¿Qué deseáis? -¿Vive aquí Jeod? -preguntó Brom con amabilidad.

La mujer agachó un poco la cabeza.

-Sí, es mi marido. ¿Os está esperando?

No abrió más la puerta.

-No, pero tenemos que hablar con él -dijo Brom.

-Está muy ocupado.

-Hemos venido desde muy lejos. Es muy importante que lo veamos.

-Está ocupado -repitió con expresión dura.

Brom se puso nervioso, pero no perdió el tono amable.

-Puesto que no está disponible, ¿podríais darle un mensaje? -La mujer hizo una mueca con la boca, pero accedió-. Decidle que un amigo de Gil'ead lo espera fuera.

-Muy bien -respondió la mujer, aunque con expresión de desconfianza, y cerró la puerta bruscamente.

-No ha sido muy educada -comentó Eragon mientras la oía alejarse.

-Guárdate tus opiniones -le soltó Brom-. Y no digas nada. Déjame hablar a mí.

Se cruzó de brazos y empezó a tamborilear con los dedos. Por su parte, Eragon cerró la boca y miró hacia otro lado.

De repente, se abrió la puerta de par en par, y un hombre de elevada estatura salió de la casa. Las prendas que vestía eran caras, pero estaban muy ajadas; tenía el pelo canoso y ralo, y el rostro, en el que destacaban unas cejas muy pequeñas, reflejaba una expresión de tristeza. Una larga cicatriz le cruzaba el cráneo hasta la sien.

Al verlos, los ojos se le desorbitaron y se apoyó en el vano de la puerta, estupefacto. Abrió y cerró la boca varias veces como un pez agonizante. -¿Brom…? -preguntó en voz baja, incrédula.

Brom se llevó el índice a los labios y se acercó a estrechar la mano del hombre. -¡Me alegro de verte, Jeod! Y me alegro también de que no te falle la memoria, pero no uses ese nombre. Sería una desgracia que alguien supiera que estoy aquí.

Jeod miró a su alrededor con expresión de angustia.

-Pensaba que estabas muerto -murmuró-. ¿Qué ha pasado, Brom? ¿Por qué no te has puesto en contacto conmigo antes?

-Te lo explicaré todo. ¿Tienes algún lugar donde podamos hablar con tranquilidad?

Jeod dudó mientras miraba alternativamente a Brom y a Eragon con expresión impenetrable.

-Aquí no es posible -dijo al fin-, pero si esperas un momento te llevaré a un sitio donde podremos hacerlo.

-De acuerdo -dijo Brom, yjeod desapareció por la puerta.

«Espero enterarme de parte del pasado de Brom», pensó Eragon.

Cuando reapareció, Jeod llevaba un estoque y una chaqueta finamente bordada sobre los hombros, a juego con un sombrero de plumas. Brom echó una mirada críticaa todas esas galas, pero Jeod se encogió de hombros con timidez.

Los condujo a través de Teirm hacia la ciudadela. Eragon iba con los caballos detrás de los dos hombres. Al fin Jeod les señaló su destino.

-Risthart, el señor de Teirm, ha decretado que todos los comerciantes tengan sus despachos en el castillo. A pesar de que la mayoría hacemos los negocios en otra parte, tenemos que alquilar habitaciones allí. Es absurdo, pero lo acatamos para mantenerlo tranquilo. Allí estaremos a salvo de oídos indiscretos; los muros son muy gruesos.

Pasaron por la puerta principal de la fortaleza y accedieron a la torre. Jeod se dirigió a una puerta lateral y señaló un aro de hierro.

-Puedes atar ahí los caballos. Nadie los molestará.

Una vez atados Nieve de Fuego y Cadoc, abrió la puerta con una llave de hierro y los hizo pasar.

Se trataba de un corredor largo y vacío, iluminado por antorchas colgadas en las paredes. Eragon se sorprendió del frío y de la humedad que hacía, y al tocar las paredes, los dedos se le deslizaron sobre una capa de lodo que le dio escalofríos.

Jeod cogió una antorcha del soporte y los guió por el pasillo. Se detuvieron delante de una pesada puerta de madera; Jeod la abrió y los hizo pasar a una habitación, cuyo suelo estaba cubierto por una alfombra de piel de oso sobre la que había unas sillas tapizadas. Unas estanterías, atestadas de ejemplares encuadernados en cuero, cubrían las paredes.

Puso leña en la chimenea y metió la antorcha debajo. El fuego empezó a arder enseguida.

-Bueno, viejo, me debes algunas explicaciones. -¿A quién llamas viejo? -dijo Brom sonriendo-. La última vez que te vi no tenías ni una cana, y en cambio, ahora tu cabellera parece que está en su fase final de descomposición.

-Y tú estás igual que hace casi veinte años. Al parecer, el tiempo te ha conservado como un viejo cascarrabias que castiga a cada nueva generación con su sabiduría. ¡Bueno, ya basta! Cuéntame, ya que siempre ha sido algo que se te ha dado bien -dijo Jeod con impaciencia, al mismo tiempo que Eragon aguzaba el oído y, ansioso, se disponía a escuchar lo que Brom iba a decir.

Brom se acomodó en la silla y sacó la pipa. Formó despacio una voluta de humo que se volvió verde, se desplazó hacia la chimenea y ascendió por ella. -¿Te acuerdas de lo que hacíamos en Gil'ead?

-Por supuesto -respondió Jeod-. Ese tipo de cosas no se olvida.

-Y te quedas corto, pero es verdad a pesar de todo -replicó Brom-. Cuando… nos separaron, no logré encontrarte y, en medio del tumulto, fui a parar por casualidad a una pequeña habitación donde no había nada extraordinario, sólo cajones y cajas, pero me puse a revolver en ellos por pura curiosidad, y la fortuna me sonrió porque encontré lo que habíamos estado buscando. -El asombro se dibujó en la cara de Jeod-. Una vez que lo tuve en mis manos, no pude esperarte. Habrían podido descubrirme en cualquier momento, y todo se hubiera perdido. Así pues, me disfracé lo mejor que pude, huí de la ciudad y corrí hasta el… Brom vaciló, miró a Eragon y añadió-: hasta nuestros amigos. Lo guardaron en un sótano, para que estuviera a salvo, y me hicieron prometer que cuidaría de quienquiera que lo recibiera, pero yo debía desaparecer hasta el momento en que mis habilidades fueran requeridas. Nadie tenía que saber que yo estaba vivo, ni siquiera tú, aunque me dolió hacerte sufrir innecesariamente. Así que me marché al norte, y me oculté en Carvahall.

Eragon apretó las mandíbulas, rabioso de que Brom lo mantuviera a ciegas apropósito.

-Entonces, ¿nuestros… amigos han sabido siempre que estabas vivo? -preguntó Jeod frunciendo el entrecejo.

-Sí.

-Supongo que la artimaña era imprescindible -dijo con un suspiro-, pero ojalá me lo hubieran dicho. ¿No está Carvahall más hacia el norte, al otro lado de las Vertebradas? -Brom asintió, y Jeod, por primera vez, prestó atención a Eragon, y los ojos grises del hombre lo examinaron detalladamente. Después levantó las cejas y señaló-: Supongo, entonces, que estás cumpliendo con tu deber.

Brom hizo un gesto negativo.

-No, no es tan sencillo. Lo robaron tiempo atrás, al menos eso es lo que presumo, porque no he vuelto a tener noticias de nuestros amigos y supongo que sus mensajeros fueron detenidos, así que decidí averiguar por mi cuenta lo que pudiera. Y como resulta que Eragon viajaba en la misma dirección, estamos juntos desde hace algún tiempo.

Jeod parecía intrigado.

-Pero si no han enviado ningún mensaje, ¿cómo sabes que lo…?

-El tío de Eragon -lo interrumpió deprisa Brom- fue brutalmente asesinado por los ra'zac, luego incendiaron la casa y casi lo cogen a él. Un hecho así merece vengarse, pero nos han dejado sin pistas que seguir, y necesitamos ayuda para encontrarlos.

-Comprendo… -La duda desapareció del rostro de Jeod-. Pero, ¿por qué has venido aquí? No sé dónde pueden ocultarse los ra'zac, y si alguien lo sabe no te lo dirá.

Brom se puso de pie, metió la mano dentro de su túnica, sacó la cantimplora y se la pasó a Jeod.

-Contiene aceite de seithr, del peligroso. Lo llevaban los ra'zac, pero lo perdieron en el sendero, y nosotros lo encontramos por casualidad. De modo que tenemos que ver los archivos de los cargamentos de Teirm para seguir la pista de las compras de aceite del Imperio. Y eso nos llevará a la guarida de los ra'zac.

Jeod se quedó reflexionando mientras la cara se le surcaba de arrugas. -¿Ves todo eso? -preguntó señalando los libros de los estantes-. Son los documentos de mi negocio. ¡De un solo negocio! Te has embarcado en un proyecto que podría llevarte meses y, además, hay otro problema mayor aún: los libros de contabilidad que solicitas se guardan en este castillo, pero solamente Brand, el administrador de cuentas de Risthart, los examina con regularidad. A los mercaderes como yo no se nos permite manipularlos porque temen que falsifiquemos los resultados y engañemos al Imperio para evadir sus apreciados impuestos.

-No tengo problemas de tiempo -dijo Brom-, puesto que necesitamos descansar unos días para pensar en los procedimientos.

-Parece que ahora me ha llegado el turno de ayudarte a ti -dijo Jeod sonriendo-. Desde luego, mi casa es tu casa. ¿Usarás otro nombre mientras estés aquí?

-Sí. Yo soy Neal, y el muchacho es Evan.

-Eragon -dijo Jeod, pensativo-. Tienes un nombre único, pues a muy pocos se les ha puesto el nombre del primer Jinete. En mi vida, sólo he sabido de tres personas que lo llevaran.

Eragon se sorprendió de que Jeod supiera el origen de su nombre. -¿Puedes ir a ver si los caballos están bien? -dijo Brom mirando a Eragon-.

Creo que no he dejado muy bien atado a Nieve de Fuego.

«Me parece que están tratando de ocultarme algo. En cuanto salga van a hablar de ello.»

A pesar de todo, Eragon se levantó de la silla y salió de la habitación dando un portazo. Nieve de Fuego ni se había movido, pues el nudo que lo sujetaba estaba perfectamente bien. El muchacho se apoyó de mal humor contra la pared mientras acariciaba el cuello de los caballos.

«No es justo -se quejó en silencio-. ¡Ojalá pudiera escuchar lo que dicen!» De repente, entusiasmado, se irguió. En una ocasión, Brom le había enseñado unas palabras que podían mejorar su capacidad auditiva. «Un oído agudo no es exactamente lo que quiero, pero debería ser capaz de conseguir que las palabras cumplan su cometido. Después de todo, ¡no estuvo mal lo que logré con brisingr!»

Se concentró y se puso en contacto con su poder. Cuando lo alcanzó, dijo: -¡Thverr stenr un atra eka hórna!

Y cargó las palabras con su voluntad.

Mientras el poder surgía de él, oyó un tenue murmullo, pero nada más.

Desilusionado, se echó hacia atrás, pero se sobresaltó al escuchar a Jeod que decía: -…y hace casi ocho años que me dedico a eso.

Eragon miró a su alrededor: no había nadie, salvo unos pocos guardias apoyados contra la pared del otro extremo de la torre. Sonrió y se sentó en el patio con los ojos cerrados.

-Jamás me imaginé que te convertirías en mercader -dijo Brom-. ¡Después de pasar tanto tiempo con los libros y de haber encontrado el pasadizo de esa manera! ¿Qué fue lo que te hizo dedicarte a los negocios en lugar de continuar con el estudio?

-Después de Gil'ead, perdí el interés en seguir sentado en húmedas habitaciones leyendo pergaminos, y decidí ayudar a Ajinad lo mejor que podía. Pero no soy un guerrero. Mi padre también era mercader, como recordarás, y me ayudó en los comienzos. Sin embargo, el grueso de mi negocio no es más que una tapadera para introducir bienes en Surda.

-Pero por lo que he oído, las cosas van muy mal -comentó Brom.

-Sí, últimamente no se ha conseguido pasar ninguno de los cargamentos, y Tronjheim se está quedando sin suministros. De alguna forma el Imperio, o por lo menos yo creo que son ellos, ha descubierto a los que ayudábamos a Tronjheim. Sin embargo, no estoy absolutamente convencido de que se trate del Imperio, pues nadie ha visto ningún soldado. No lo comprendo. Quizá Galbatorix ha contratado mercenarios para destruirnos.

-Me han dicho que recientemente has perdido un barco.

-Sí, el último que me quedaba -respondió Jeod con amargura-. Todos los hombres a bordo eran leales y valientes. Dudo que los vuelva a ver… La única opción que me queda es enviar caravanas a Surda o a Gil'ead, y sé que no llegarán por muchos guardias que contrate, o bien alquilar el barco de otra persona para llevar las mercancías. Pero ahora nadie querrá hacerlo. -¿Cuántos mercaderes te han ayudado? -preguntó Brom. -¡Ah, un buen número, de un lado a otro del litoral, y todos ellos se han visto asediados por los mismos problemas! Sé lo que estás pensando: yo mismo he cavilado sobre ello más de una noche, pero me resisto a la idea de que haya un traidor tan poderoso y que sepa tanto. Si hubiera alguno, todos estaríamos en peligro. Deberías volver a Tronjheim. -¿Y llevar allí a Eragon? -lo interrumpió Brom-. Lo destrozarían. Hoy por hoy, es el peor lugar en el que podría estar. Quizá sea adecuado dentro de unos meses o, mejor, dentro de un año. ¿Te imaginas cómo reaccionarían los enanos? Todo elmundo trataría de influir sobre él, especialmente Islanzadi. Él y Saphira no estarían a salvo en Tronjheim hasta que yo haya conseguido que pasen, como mínimo, por el tuatha du orothrim.

«¡Enanos! -pensó Eragon, entusiasmado-. ¿Dónde está eso de Tronjheim? ¿Y por qué le ha hablado a Jeod de Saphira? ¡No debió hacerlo sin pedirme permiso!»

-Sin embargo, tengo la sensación de que necesitan tu poder y tu sabiduría. -¿Sabiduría? -soltó Brom-. Sólo soy lo que has dicho antes: un viejo cascarrabias.

-Muchos no estarían de acuerdo.

-Déjalos, no tengo por qué explicar nada de mí mismo. No, Ajinad tendrá que arreglárselas sin mí. Lo que estoy haciendo ahora es mucho más importante, pero la perspectiva de la existencia de un traidor despierta dudas muy perturbadoras. Me gustaría saber si ése fue el medio por el que el Imperio sabía dónde…

Su voz se desvaneció.

-Y me pregunto por qué no se pusieron en contacto conmigo por este asunto -dijo Jeod.

-A lo mejor lo intentaron. Pero si hay un traidor… -Brom se calló-. Tengo que avisar a Ajihad. ¿Tienes algún mensajero digno de confianza?

-Creo que sí. Depende de adonde tenga que ir.

-No lo sé -dijo Brom-. He estado aislado demasiado tiempo, mis contactos probablemente han muerto o se han olvidado de mí. ¿Puedes mandarlo a visitar a quienes reciben tus cargamentos?

-Sí, pero es peligroso. -¿Y qué no lo es últimamente? ¿Cuándo puede partir?

-Por la mañana. Lo mandaré a Gil'ead. Será más rápido -dijo Jeod-. ¿Qué puede llevar para convencer a Ajihad de que el mensaje procede de ti?

-Toma, dale a tu hombre mi anillo y dile que si lo pierde, yo mismo le arrancaré el hígado. Me lo dio la reina. -¡Qué sentido del humor!

Brom soltó un gruñido.

-Vayamos a ver a Eragon -dijo tras un largo silencio-. Estoy inquieto cuando está solo porque el muchacho tiene la anormal tendencia de estar allí donde hay problemas. -¿Te sorprende?

-La verdad es que no.

Eragon oyó el ruido de las sillas cuando las corrieron hacia atrás al levantarse.

Desconectó enseguida la mente y abrió los ojos.

«¿Qué está sucediendo? -murmuró para sí mismo-. Jeod y otros mercaderes están en apuros por ayudar a gente que el Imperio no favorece. Y Brom encontró algo en Gil'ead y fue a Carvahall para esconderse. ¿Qué era tan importante para que dejara que su amigo creyera que había muerto hace casi veinte años? Además, ha mencionado a una reina, aunque no hay ninguna en los reinos que se conocen, y ha nombrado a los enanos, quienes, según él mismo me dijo, desaparecieron bajo tierra hace mucho tiempo.» ¡Quería respuestas! Sin embargo, ahora no le plantearía nada a Brom para no poner en peligro la misión que llevaban entre manos. No, esperaría hasta que se marcharan de Teirm y entonces insistiría hasta que el anciano le contara sus secretos.

Los pensamientos aún le daban vueltas por la cabeza cuando se abrió la puerta. -¿Estaban bien los caballos? -preguntó Brom.

-Perfectos -respondió Eragon.

Los desataron y salieron del castillo.

-Dime, Jeod -dijo Brom mientras regresaban al centro de Teirm-, así que al fin te has casado. Y -le guiñó un ojo-con una joven muy guapa. Felicidades.

Jeod no pareció alegrarse por el halago, sino que hundió los hombros y se quedó mirando el pavimento.

-Si las felicitaciones corresponden o no es algo discutible. Helen no es muy feliz. -¿Por qué? ¿Qué es lo que quiere? -preguntó Brom.

-Lo normal -dijo Jeod haciendo un gesto de resignación-: un buen hogar, hijos alegres, comida en la mesa y una compañía agradable. La cuestión es que proviene de una familia pudiente y su padre ha hecho fuertes inversiones en mi negocio. Si sigo sufriendo estas pérdidas, no habrá suficiente dinero para mantener el estilo de vida al que está acostumbrada. »Pero por favor-continuó Jeod-, no quiero que mis problemas sean los tuyos.

No hay que importunar a un invitado con las propias preocupaciones, así que mientras estés en mi casa, no dejaré que te moleste nada más que un estómago demasiado lleno.

-Gracias -dijo Brom-. Agradecemos tu hospitalidad. Hemos viajado mucho sin ningún tipo de comodidades. Por cierto, ¿sabes por casualidad dónde puedo encontrar una tienda barata? Esta cabalgata ha destrozado nuestra ropa.

-Claro. Es mi trabajo -contestó Jeod con alegría.

Hablaron animadamente sobre precios y tiendas hasta que llegaron a la casa. -¿Te importaría que fuéramos a comer a alguna otra parte? -preguntó Jeod-.

Sería inoportuno que entrarais ahora.

-Como quieras -respondió Brom.

-Gracias. -Jeod pareció aliviado-. Dejemos los caballos en mi establo.

Así lo hicieron, y luego lo siguieron hasta una taberna muy grande. A diferencia de El Castaño Verde, ésta era bulliciosa, limpia y estaba llena de ruidosos clientes.

Cuando llegó el segundo plato, un lechón relleno, Eragon atacó la carne con voracidad, pero saboreó especialmente la guarnición de patatas, zanahorias, nabos y manzanas dulces, pues hacía tiempo que sólo comía presas de caza.

Se demoraron horas con la comida, mientras Brom y Jeod intercambiaban historias. A Eragon no le importó. Sentía calorcillo, una melodía alegre resonaba al fondo de la estancia y había comida más que suficiente. El animado murmullo de la taberna le resultaba agradable a los oídos.

Cuando al fin salieron del lugar, el sol ya estaba casi sobre el horizonte.

-Vosotros seguid, yo tengo que ir a comprobar algo -dijo Eragon.

Quería ver a Saphira y asegurarse de que estaba bien escondida.

-Ten cuidado y no tardes mucho -accedió Brom, distraído.

-Espera -dijo Jeod-. ¿Vas a salir de Teirm? -Eragon dudó y asintió de mala gana-. Asegúrate de volver a la ciudad antes de que sea de noche porque cierran las puertas, y los guardias no te dejarán entrar hasta la mañana.

-No tardaré -prometió Eragon.

Se dio la vuelta y corrió por una calle lateral hacia la muralla exterior de Teirm.

Una vez fuera de la ciudad, respiró hondo disfrutando del aire fresco. ¡Saphira! -llamó-. ¿Dónde estás? - Ella lo fue guiando hasta un acantilado cubierto de musgo y rodeado de arces. Eragon vio que asomaba la cabeza por encima de los árboles y le hacía señas con la pata-. ¿Cómo quieres que suba hasta allí?

Busca un claro, y bajaré a recogerte.

No -replicó él al ver el acantilado-, no es necesario. Ya subiré yo.

Es muy peligroso.

Y tú te preocupas demasiado. Déjame que me divierta un poco.

Eragon se quitó los guantes y empezó el ascenso. El muchacho disfrutaba del esfuerzo físico, y como la pared estaba llena de rocas a las cuales podía agarrarse, le resultaba fácil subir. Pronto dejó atrás los árboles, y al llegar a un saliente, se detuvo para recobrar el aliento.

Una vez recuperadas las fuerzas, se estiró para agarrarse a otra roca, pero el brazo no le llegaba. Chasqueado, buscó alguna grieta o protuberancia de la que agarrarse, pero no había ninguna. Entonces intentó retroceder, pero las piernas no le llegaban al último saliente. Saphira lo observaba sin parpadear. Por fin el chico se rindió y dijo:

Bueno, acepto tu ayuda.

Es culpa tuya.

Sí, ya sé. ¿Vas a venir a buscarme o no?

Si yo no estuviera por aquí, te verías en apuros.

No hace falta que me lo digas.

Eragon miró hacia arriba.

Tienes razón. Después de todo, ¿cómo puede una simple dragona decirle a un hombre como tú lo que tiene que hacer?

En realidad, todo el mundo debería quedarse impresionado por tu genial idea de encontrar el único camino sin salida. Vaya, si hubieras avanzado un poco hacia cualquiera de los dos lados, el camino hasta aquí arriba habría estado despejado.

Ladeó la cabeza y lo miró echando chispas por los ojos.

De acuerdo. Me equivoqué. Ahora ¿puedes sacarme de aquí, por favor? -le rogó.

La dragona retiró la cabeza del borde del acantilado. ¿Saphira? -la llamó al cabo de un momento, pero en lo alto sólo se veían árboles que se agitaban. -¡Saphira! -rugió-. ¡Vuelve!

Con un ruido sordo, Saphira salió disparada de lo alto del acantilado y dio una vuelta por el aire. Planeó hacia Eragon como un murciélago gigante, y al cogerlo de la camisa con las garras, le arañó la espalda. Eragon se soltó de la roca mientras la dragona lo elevaba por el aire y, tras un breve vuelo, lo depositó con suavidad en lo alto del acantilado y lo soltó.

Qué tontería -dijo Saphira en voz baja.

Eragon miró hacia otro lado y examinó el paisaje. El acantilado ofrecía una vista espléndida de los alrededores, especialmente del mar cubierto de espuma, y al mismo tiempo era una protección ideal de miradas inoportunas. Sólo los pájaros podían ver a la dragona en aquel lugar: era perfecto. ¿Es digno de confianza el amigo de Brom? -preguntó Saphira.

No lo sé. -Eragon le contó los acontecimientos del día-. Hay fuerzas que nos rodean de las que no somos conscientes. A veces me pregunto si alguna vez llegaremos a entender las auténticas motivaciones de la gente que tenemos a nuestro alrededor. Todos parecen guardar secretos.

Así es la vida. No hagas caso de las intrigas y ten confianza en la naturaleza de cada persona. Brom es bueno y no pretende hacernos daño. No tenemos por qué tener miedo de sus planes.

Eso espero -respondió Eragon mirándose las manos.

Pero realmente eso de encontrar a los ra'zac a través de documentos escritos es una extraña manera de seguirles la pista. ¿No habría algún modo de usar la magia para ver los libros de contabilidad sin tener que estar en esa habitación? -preguntó Saphira.

No estoy seguro. Tendría que combinar la palabra «ver» con «de lejos»… o quizá «luz» con «lejos». En todo caso, parece bastante difícil, pero se lo preguntaré a Brom.

Sería sensato.

Se sumieron en un tranquilo silencio. ¿Sabes una cosa? Es posible que tengamos que quedarnos un tiempo aquí.

Y, como siempre, yo tendré que esperar fuera -respondió Saphira con tono de enfado.

No es eso lo que yo deseo, pero pronto volveremos a viajar juntos. ¡Ojalá ese día llegue pronto!

Eragon sonrió y la abrazó. En ese momento se dio cuenta de que estaba oscureciendo deprisa.

Debo irme ahora, antes de que me dejen fuera de Teirm. Mañana ve a cazar, te veré por la tarde.

Saphira desplegó las alas.

Ven, te llevaré hasta abajo.

Eragon montó sobre el lomo cubierto de escamas y se agarró con fuerza mientras Saphira despegaba sobre el borde del acantilado, sobrevolaba los árboles y aterrizaba sobre una loma. Eragon le dio las gracias y regresó corriendo a Teirm.

Vio los rastrillos de las murallas en el momento en que empezaban a bajar. Gritó que lo esperaran, aceleró el paso y consiguió pasar apenas unos segundos antes de que las puertas se cerraran de un golpe.

-Has llegado un poco justo -observó uno de los guardias.

-No volverá a pasar -aseguró Eragon mientras se agachaba para recuperar el aliento.

Serpenteó por las oscuras callejuelas de la ciudad hasta la casa de Jeod. Un fanal colgaba fuera como un faro.

Un mayordomo regordete atendió su llamada y lo acompañó por la casa sin decir palabra. Las paredes de piedra estaban cubiertas de tapices, mientras que alfombras de intrincados dibujos estaban distribuidas por el suelo de lustrosa madera, que brillaba a la luz de tres candelabros de oro que pendían del techo donde se acumulaba el humo que flotaba en el aire.

-Por aquí, señor. Vuestro amigo ya está en el estudio.

Pasaron por delante de montones de puertas hasta que el mayordomo abrió una que daba a un estudio. Las paredes estaban llenas de estanterías con libros. Pero a diferencia de los del despacho de Jeod, éstos eran de diferentes formas y tamaños. Un hogar con leña encendida calentaba la habitación, y Brom y Jeod estaban sentados a un escritorio oval hablando amistosamente. Brom levantó la pipa y dijo con voz jovial: -¡Ah, ya estás aquí! Empezábamos a preocuparnos por ti. ¿Qué tal el paseo?

«Me pregunto por qué estará de tan buen humor. ¿Por qué no sale y me pregunta cómo está Saphira?»

-Agradable, pero los guardias casi me dejan fuera de la ciudad. Y Teirm es grande. Me costó encontrar la casa.

Jeod rió.

-Cuando hayas visto Dras-Leona, Gil'ead o, incluso, Kuasta, no te impresionarás tan fácilmente con esta pequeña ciudad marítima, aunque a mí me gusta. Cuando no llueve, Teirm es realmente muy bonita.

Eragon se volvió hacia Brom. -¿Tienes idea de hasta cuándo nos quedaremos aquí?

-Es difícil decirlo -contestó Brom alzando las palmas de las manos-. Depende de si podemos ver los libros o no, y del tiempo que tardemos en encontrar lo que buscamos. Todos tenemos que contribuir; será un trabajo enorme. Mañana hablaré con Brand y veré si nos deja examinar los libros.

-No creo que yo pueda ayudar -dijo Eragon moviéndose inquieto. -¿Por qué no? -preguntó Brom-. Habrá mucho trabajo para ti.

-No sé leer -afirmó Eragon bajando la cabeza.

Brom se puso tenso, sin creérselo. -¿Quieres decir que Garrow no te enseñó? -¿Acaso él sabía leer? -preguntó Eragon, intrigado.

Jeod los miraba con interés. -¡Claro que sabía! -soltó Brom-. El tonto orgulloso… ¿qué se creía? Tendría que haberme imaginado que no te había enseñado. Probablemente lo consideraba un lujo innecesario. -Frunció el entrecejo y se tiró de la barba, enfadado-. Eso retrasa un poco mis planes, pero no de forma irreparable. Tendré que enseñarte a leer. No tardarás mucho en aprender si te esfuerzas.

Eragon hizo una mueca. Las lecciones de Brom solían ser intensas y brutalmente directas.

«¿Cuántas cosas más puedo aprender de golpe?»

-Creo que es necesario -dijo el muchacho, arrepentido.

-Te gustará. Puedes aprender muchas cosas de los libros y de los pergaminos -dijo Jeod señalando las paredes-. Estos libros son mis amigos, mis compañeros. Me hacen reír o llorar y le dan un sentido a mi vida.

-Parece interesante -reconoció Eragon.

-Vaya, siempre has sido un estudioso, ¿no? -preguntó Brom.

-Ya no: me temo que he degenerado en bibliófilo -respondió Jeod. -¿En qué? -preguntó Eragon.

-En una persona que ama los libros -le explicó Jeod, y retomó la conversación con Brom.

Eragon, aburrido, se puso a examinar los estantes. Un bello libro con adornos de oro le llamó la atención, lo sacó del estante y lo miró con curiosidad.

Estaba encuadernado en piel negra y tenía grabadas misteriosas runas. Eragon pasó los dedos por la cubierta y disfrutó de la agradable suavidad. Las letras del texto estaban impresas con una brillante tinta rojiza, y el muchacho deslizó los dedos sobre las páginas. Entonces se fijó en una columna escrita al margen, cuyas palabras eran de gran tamaño, como si flotaran, y estaban escritas con trazos muy bellos y puntiagudos.

Eragon le llevó el libro a Brom. -¿Qué es esto? -preguntó señalando la extraña caligrafía.

Brom miró con atención la página y enarcó las cejas, sorprendido.

-Jeod, veo que has ampliado tu colección. ¿Dónde lo has conseguido? Hacía siglos que no lo veía.

Jeod estiró el cuello para ver el libro. -¡Ah, sí, el Domia abr Wyrda! Hace unos años un hombre pasó por aquí e intentó venderlo a un mercader de los muelles. Por suerte, dio la casualidad de que yo estaba allí y pude salvar el libro y la vida del individuo, que no tenía ni idea de lo que era.

-Es extraño, Eragon, que precisamente hayas cogido este libro, El predominio del destino -dijo Brom-. De todos los que hay en esta casa, probablemente sea el más valioso. Detalla la historia completa de Alagaësía desde mucho antes de la llegada de los elfos hasta hace tan sólo unas décadas. Es un libro muy curioso y el mejor en su género. Cuando se publicó, el Imperio lo condenó por blasfemo e hizo quemar al autor, Heslant el Monje. No sabía que aún hubiera ejemplares. Los caracteres por los que me has preguntado pertenecen al idioma antiguo. -¿Y qué dicen? -preguntó Eragon.

Brom tardó un momento en leer la escritura.

-Es parte de un poema elfo que habla de los años en los que lucharon al lado de los dragones, y este fragmento describe a uno de sus reyes, Ceranthor, que galopa hacia la batalla. Los elfos aman este poema y lo recitan con frecuencia, aunque hacen falta tres días para hacerlo, con el fin de no repetir los errores del pasado. A veces, lo cantan de una forma tan bella que hasta las piedras lloran.

Eragon volvió a su silla sosteniendo el libro con suavidad.

«Es asombroso lo que una persona muerta puede explicarle a la gente a través de estas páginas porque, siempre y cuando sobreviva el libro, perduran las ideas del autor. Me gustaría saber si tiene información sobre los ra'zac.»

Hojeó el ejemplar mientras Brom y Jeod hablaban. Pasaron las horas, y Eragon empezó a adormilarse. Jeod, en consideración al agotamiento de sus huéspedes, les deseó las buenas noches.

-El mayordomo os enseñará vuestras habitaciones.

Mientras subían, el criado dijo:

-Si necesitan algo, junto a la cama hay una campanilla.

Se detuvo delante de un conjunto de tres puertas, hizo una reverencia y se retiró. -¿Puedo hablar contigo? -preguntó Eragon a Brom mientras éste entraba en la habitación de la derecha.

-Acabas de hacerlo, pero entra.

Eragon cerró la puerta a sus espaldas.

-Saphira y yo tenemos una idea. ¿Hay…?

Brom le hizo callar haciendo un gesto con la mano, y corrió las cortinas de las ventanas.

-Cuando hables de esas cosas, harías bien en cerciorarte de que no hay oídos indiscretos cerca.

-Lo siento -se disculpó Eragon reprendiéndose a sí mismo por el descuido-. ¿Es posible invocar una imagen de algo que uno no puede ver?

Brom se sentó en el borde de la cama. -¡Ah, te refieres a la criptovisión! Pues sí, es posible y muy útil en determinadas situaciones, pero conlleva algunas dificultades graves: sólo se puede ver gente, lugares y cosas que ya hayas visto. De modo que si quieres ver a los ra'zac, los verás, pero no sabrás dónde están. También hay otros problemas: por ejemplo, si quieres ver una página de un libro que ya hayas contemplado, el libro tiene que estar abierto por esa página, pero si está cerrado cuando lo intentas, la página aparecerá completamente negra. -¿Por qué no se pueden ver objetos que no se hayan visto anteriormente? -preguntó Eragon.

A pesar de las limitaciones, se dio cuenta de que la criptovisión podía ser muy útil.

«Me pregunto si podría ver a leguas de distancia y usar la magia para influir sobre lo que sucede en ese lugar.»

-Porque para utilizar la criptovisión -dijo Brom pacientemente-, tienes que saber lo que buscas y adonde dirigir tu poder. Aunque te describieran a un desconocido, sería completamente imposible que lo vieras y mucho menos observar dónde está y qué cosas lo rodean. Uno tiene que saber qué es lo que quiere ver antes de poder hacerlo. ¿Responde eso a tu pregunta?

Eragon se quedó pensando un momento.

-Pero ¿cómo se hace? ¿Uno invoca la imagen en el aire?

-En general no -dijo Brom moviendo negativamente la canosa cabeza-. Eso exige más energía que proyectar la imagen sobre una superficie reflectante, como una charca de agua o un espejo. Algunos Jinetes solían viajar sin cesar para tratar de ver lo máximo posible. Después, cuando sobrevenía una guerra u otra calamidad, podían ver los acontecimientos a través de toda Alagaësía. -¿Puedo probarlo? -preguntó Eragon.

-No, ahora no -contestó Brom mirándolo con atención-. Estás cansado, y la criptovisión exige mucha fuerza. Te diré las palabras, pero debes prometerme que no lo intentarás esta noche. Y me gustaría que esperaras a que nos marchemos de Teirm; tengo más cosas que enseñarte.

-Lo prometo -dijo Eragon con una sonrisa.

-Muy bien. -Brom se inclinó y susurró en voz muy baja al oído de Eragon-:

Draumr kópa.

Eragon memorizó las palabras.

-Cuando nos vayamos de Teirm, podría «criptover» a Roran, porque desearía saber cómo está. Tengo miedo de que los ra'zac lo persigan.

-No quiero asustarte, pero es una posibilidad -dijo Brom-. Aunque casi todo el tiempo que los ra'zac estuvieron en Carvahall, Roran no se hallaba allí, estoy seguro de que hicieron preguntas sobre él. Quién sabe, a lo mejor se toparon con tu primo cuando fueron a Therinsford. En todo caso, dudo que hayan saciado su curiosidad. A fin de cuentas tú sigues prófugo, y, probablemente, el rey los ha amenazado con castigos terribles si no te encuentran. Si se sienten muy frustrados, volverán e interrogarán a Roran. Es sólo cuestión de tiempo.

-Si es así, entonces la única forma de mantener a salvo a Roran es que los ra'zac sepan dónde estoy y vengan a por mí en lugar de buscarlo a él.

-No, eso tampoco daría resultado. No piensas -lo reprendió Brom-. Si no comprendes a tus enemigos, ¿cómo quieres adelantarte a ellos? Aunque revelaras tu paradero, los ra'zac perseguirían a Roran. ¿Sabes por qué?

Eragon se enderezó y trató de examinar todas las posibilidades.

-Si me ocultara durante bastante tiempo, se sentirían tan decepcionados que capturarían a Roran para obligarme a salir. Y si eso no funcionara, lo matarían sólo por hacerme daño. Además, si me convierto en un enemigo público del Imperio, podrían usarlo como señuelo para prenderme. Y si fuera a ver a Roran, y ellos se enterasen, lo torturarían para averiguar dónde estoy.

-Muy bien, Eragon. Lo has deducido perfectamente -dijo Brom.

-Pero ¿cuál es la solución? ¡No puedo dejar que lo maten!

-La solución es bastante obvia -respondió Brom juntando las manos-. Roran tendrá que aprender a defenderse. Aunque parezca despiadado, no puedes arriesgarte a reunirte con él, como has indicado. Tal vez no lo recuerdes porque estabas casi desvariando cuando nos marchamos de Carvahall, pero te dije entonces que había dejado una carta de advertencia a Roran para que no estuviera totalmente desprevenido ante el peligro. Si tiene un poco de criterio, la próxima vez que los ra'zac aparezcan por Carvahall, seguirá mi consejo y huirá.

-No me gusta todo esto -dijo Eragon con tristeza. -¡Ah, pero olvidas algo! -¿Qué? -preguntó.

-Pues que hay algo bueno en esta situación: el rey no puede permitirse que haya otro Jinete que vague por el mundo, y que él no controle. Galbatorix es el único Jinete conocido con vida, además de ti, pero le gustaría tener a otro Jinete bajo sus órdenes.

Por eso te ofrecerá la oportunidad de servirlo, antes de matar a Roran.

Desgraciadamente, si alguna vez se acerca lo suficiente para hacerte esa proposición, será demasiado tarde para que la rechaces y sigas vivo. -¡Y a eso lo llamas bueno!

-Es lo único que protege a Roran. Hasta que el rey no sepa de qué lado estás, no se arriesgará a alejarte matando a tu primo. Tenlo siempre presente. Los ra'zac asesinaron a Garrow, pero creo que fue una decisión que no reflexionaron en absoluto.

Por lo que sé sobre Galbatorix, él no la hubiera aprobado a menos que ganara algo con ella. -¿Y cómo podré rechazar los deseos del rey si me amenaza con la muerte? -preguntó Eragon de repente.

Brom suspiró. Se acercó a la mesilla de noche y se humedeció los dedos en un cuenco con agua de rosas.

-Galbatorix desea tu servicial cooperación. Sin ella, eres más que inútil para él.

La pregunta entonces es la siguiente: si alguna vez te enfrentas a esa disyuntiva, ¿estarías dispuesto a morir por lo que crees? Porque ése es el único motivo por el que podrás negarte. -La pregunta se quedó dotando en el aire-. Es una pregunta difícil -añadió al fin Brom-, y no se puede responder hasta que uno se enfrenta a ella. Ten presente que mucha gente ha muerto por sus creencias; en realidad es algo bastante común. El auténtico valor es vivir y sufrir por lo que uno cree.