Daret estaba a orillas del río Ninor, como debía estar para que sus moradores sobrevivieran. El pueblo era pequeño y tenía aspecto desolado, sin rastro de habitantes. Eragon y Brom se acercaron con suma cautela y, esta vez, Saphira se escondió cerca de allí; así, si surgía algún problema, estaría junto a ellos en pocos segundos.


Entraron a caballo en Daret procurando cabalgar en silencio. Brom sujetó su espada con la mano del brazo sano mientras vigilaba con ojo avizor todos los lugares, y Eragon llevaba el arco a medio sacar de la funda cuando pasaron entre las silenciosas casas. Ambos se miraban el uno al otro con aprensión.

Esto no tiene buen aspecto -le comentó Eragon a Saphira, que no contestó, pero el muchacho percibió que la dragona estaba preparada para precipitarse en su ayuda.

Eragon miró al suelo y se tranquilizó al ver huellas recientes de niños. ¿Dónde estarán?

Brom se puso tenso cuando entraron en el centro de Daret y lo encontraron vacío.

El viento soplaba sobre el pueblo desierto y el polvo se arremolinaba. Dio media vuelta con Nieve de Fuego.

-Salgamos de aquí. Esto no me gusta nada.

El anciano espoleó al caballo que empezó a galopar, seguido de Eragon que también puso a Cadoc al galope.

Habían avanzado unos pocos pasos cuando unos carros, que salieron de detrás de las casas, volcaron y les bloquearon el camino. Cadoc resopló y se paró en seco resbalando hasta detenerse junto a Nieve de Fuego. Un hombre de piel morena, que llevaba una espada ancha colgada de un costado y un arco en las manos, subió de un salto a un carro y se les plantó delante. Eragon también sacó su arco y apuntó al desconocido, que les ordenó: -¡Alto! ¡Dejad vuestras armas! ¡Estáis rodeados por sesenta arqueros que dispararán si os movéis.

En ese preciso instante, una hilera de hombres se pusieron de pie en los tejados de las casas de alrededor. ¡No te acerques, Saphira! -gritó Eragon-. Son demasiados, y si vienes, dispararán sobre ti. ¡Manténte alejada!

La dragona lo escuchó, pero él no sabía si lo obedecería, así que se preparó para hacer magia.

Tendré que parar las flechas antes de que nos alcancen a Brom o a mí. -¿Qué queréis? -preguntó Brom sin perder la calma. -¿A qué habéis venido? -preguntó a su vez el hombre.

-A comprar provisiones y a enterarnos de las novedades. Nada más. Vamos de camino a la casa de mi primo en Dras-Leona.

-Pero vais muy bien armados.

-Vosotros también -respondió Brom-. Son tiempos peligrosos.

-Es cierto. -El hombre los miró con cautela-. No creo que vengáis con malas intenciones, pero hemos tenido demasiados encuentros con úrgalos y bandidos para confiar sin más en vuestra palabra.

-Si da igual lo que digamos, ¿qué podemos hacer entonces? -replicó Brom.

Los hombres de los tejados no se habían movido, por lo que Eragon dedujo que eran muy disciplinados… o temían por su vida. Esperaba que fuera esto último.

-Si, como dices, sólo queréis provisiones, ¿accederíais a quedaros donde estáis mientras os traemos lo que necesitáis, luego nos pagáis y os marcháis inmediatamente?

-Sí.

-De acuerdo -dijo el hombre que bajó el arco, aunque no la guardia. Hizo una seña a uno de los arqueros, que descendió y corrió hacia ellos-. Decidle qué necesitáis.

Brom enumeró una breve lista y añadió:

-Y, si tenéis un par de guantes que os sobren para mi sobrino, también me gustaría comprarlos.

El arquero asintió y echó a correr.

-Mi nombre es Trevor -dijo el hombre que tenían delante-. En otras circunstancias os estrecharía la mano, pero en éstas creo que es mejor mantener las distancias. Decidme, ¿de dónde venís?

-Del norte -respondió Brom-, pero no hemos vivido tiempo suficiente en un lugar concreto para considerarlo nuestro hogar. ¿Os veis obligados a tomar estas medidas por culpa de los úrgalos?

-Sí -respondió Trevor-, y por culpa de desalmados peores. ¿Tenéis noticias de otros pueblos? Pocas veces nos enteramos de lo que ocurre, pero nos han dicho que otros lugares también han sido sitiados.

-Ojalá no fuéramos nosotros los que tuviéramos que daros estas noticias -contestó Brom, muy serio-, pero hace casi quince días pasamos por Yazuac y lo encontramos saqueado. Los habitantes habían sido asesinados y apilados en un montón. Nos hubiera gustado enterrarlos dignamente, pero dos úrgalos nos atacaron.

Trevor, conmocionado, dio un paso atrás con lágrimas en los ojos. -¡Ay, qué día tan triste! Pero no entiendo cómo dos úrgalos pudieron derrotar a todo Yazuac. Era un pueblo luchador… donde tenía algunos buenos amigos.

-Por las huellas, dedujimos que una columna de úrgalos había saqueado la ciudad -respondió Brom-. Creo que los dos monstruos que encontramos eran desertores. -¿Era muy numerosa la columna?

Brom jugueteó con las alforjas durante un instante.

-Lo bastante numerosa para barrer Yazuac del mapa, pero lo suficientemente pequeña para pasar inadvertida por el país. No debían de ser más de cien, pero tampoco menos de cincuenta, y si no me equivoco, cualquiera de los dos números que te he dicho tendrá efectos catastróficos sobre vosotros. -Trevor asintió, abatido-. Así que tendríais que considerar la posibilidad de marcharos. Esta zona se ha vuelto demasiado peligrosa para vivir en paz.

-Lo sé, pero la gente se niega a marcharse. Éste es su hogar, y el mío, aunque sólo llevo aquí un par de años, y para ellos es más importante que su propia vida. -Trevor lo miró con seriedad-. Hemos rechazado a algunos úrgalos aislados, y eso ha dado a la gente del pueblo una excesiva confianza en su capacidad para vencerlos. Me temo que una mañana nos despertaremos todos degollados.

El arquero salió de una casa con una pila de provisiones en los brazos. Las dejó al lado de los caballos, y Brom le pagó. -¿Por qué te eligieron para defender Daret? -preguntó Brom mientras el hombre se alejaba.

-Tal vez porque estuve unos años en el ejército del rey -respondió Trevor.

Brom rebuscó entre las provisiones, le tendió a Eragon el par de guantes y guardó el resto de las cosas en las alforjas. El muchacho se puso los guantes, procurando mantener la palma hacia abajo, y luego flexionó los dedos. La piel parecía buena y fuerte, aunque estaba desgastada por el uso.

-Bueno -dijo Brom-, como prometimos, nos marchamos.

-De acuerdo -dijo Trevor, y añadió-: Cuando lleguéis a Dras-Leona, ¿podríais hacernos un favor? Avisad al Imperio de nuestra difícil situación y de la de otros pueblos. Si el rey todavía no sabe nada, es motivo de preocupación. Pero si lo sabe y ha decidido no hacer nada, también lo es.

-Llevaremos vuestro mensaje. Que vuestras espadas conserven el filo -dijo Brom.

-Y las vuestras también.

Retiraron los carros del camino y salieron de Daret hacia el bosque, junto al curso del río Ninor. Eragon le mandó mentalmente un mensaje a Saphira:

Estamos en camino. Todo ha salido bien. Pero la única respuesta de la dragona fue una expresión de rabia a punto de estallar.

-El Imperio está en peores condiciones de lo que me imaginaba -afirmó Brom mesándose la barba-. Cuando los mercaderes visitaron Carvahall, trajeron noticias del malestar que reinaba, pero yo no creía que estuviera tan extendido. Con tanto úrgalo por en medio, parece como si se estuviera atacando al mismísimo Imperio, aunque el rey no ha enviado tropas ni soldados. Es como si no le importara defender sus dominios.

-Es extraño -coincidió Eragon.

Brom agachó la cabeza al pasar por debajo de una rama baja. -¿Has usado alguno de tus poderes mientras estábamos en Daret?

-No ha hecho falta.

-Te equivocas -lo corrigió Brom-. Tendrías que haber percibido las intenciones de Trevor. A pesar de mis limitadas capacidades, yo las puse en práctica porque, si los habitantes del pueblo hubieran pretendido matarnos, no me habría quedado allí sentado. Sin embargo, me di cuenta de que había posibilidades razonables de hablar con ellos y de salir del lugar, y eso fue lo que hice.

-Y ¿cómo iba a saber lo que pensaba Trevor? -preguntó Eragon-. ¿Se supone que puedo leer el pensamiento de la gente? -¡Vamos, chico -lo reprendió Brom-, deberías conocer la respuesta a esa pregunta! Podrías haber descubierto las intenciones de Trevor de la misma manera que te comunicas con Cadoc o con Saphira, pues la mente de los hombres no es tan diferente de la de un caballo o de la de un dragón. Es muy sencillo hacerlo, pero es un poder que debes usar poco y con mucho cuidado porque la mente de una persona es su último refugio, y jamás debes violarlo a no ser que te obliguen las circunstancias.

Los Jinetes tenían reglas muy estrictas al respecto, y si no se cumplían sin una causa debida, el castigo era muy severo. -¿Y es algo que se puede hacer aunque uno no sea un Jinete? -preguntó Eragon.

-Como ya te he dicho, con la debida instrucción cualquiera puede comunicarse mentalmente, aunque con diferentes grados de éxito. Sin embargo, es difícil decir si eso es magia. La capacidad para la magia, o para tener un vínculo con un dragón, sin duda es un detonante de ese talento, pero he conocido muchas personas que lo han aprendido por su cuenta. Piensa en ello: puedes comunicarte con cualquier sersensible, aunque quizá el contacto no sea muy claro. Uno podría pasarse el día entero escuchando los pensamientos de un pájaro u observando cómo se siente una lombriz un día de lluvia. Pero los pájaros nunca me han parecido muy interesantes, así que te sugiero que empieces con los gatos; tienen una personalidad muy peculiar.

Eragon jugueteó con las riendas de Cadoc mientras pensaba en las consecuencias de lo que Brom acababa de decir.

-Pero si puedo meterme en la mente de alguien, ¿significa que los demás pueden hacer lo mismo conmigo? ¿Cómo sé si alguien está husmeando en mis pensamientos? ¿Hay forma de parar ese proceso?

«¿Cómo sé si Brom sabe lo que estoy pensando en este momento?»

-Pues, sí. ¿Acaso Saphira no te ha impedido alguna vez que penetraras en su mente?

-De vez en cuando -admitió Eragon-. Cuando me llevó a las Vertebradas, no había forma de hablar con ella. Era como si no me hiciera caso; creo que ni siquiera me escuchaba: había una especie de barreras alrededor de su mente que yo no podía atravesar.

Brom se arregló el vendaje del brazo y se lo subió un poco.

-Muy pocas personas saben si alguien ha entrado en su mente, y únicamente algunas de ellas pueden impedirlo. Es cuestión de entrenamiento y de saber cómo has de pensar. No obstante, con tus poderes mágicos, siempre sabrás si alguien está en tu mente, y una vez que te hayas dado cuenta, sólo es cuestión de que te concentres en algo concreto y que excluyas todo lo demás si quieres bloquearles el paso. Por ejemplo, si sólo piensas en una pared de ladrillos, eso es lo que un enemigo encontrará en tu mente. Sin embargo, hace falta una enorme cantidad de energía y de disciplina para impedir el paso a alguien durante mucho tiempo, y si uno se distrae aunque sea con algo insignificante, la barrera se tambalea, y el oponente puede filtrarse a través del fallo. -¿Y cómo puedo aprender a hacerlo? -preguntó Eragon.

-Sólo hay una manera: práctica, práctica y más práctica. Por ejemplo, imagínate algo, manténlo en tu mente y expulsa todos los otros pensamientos durante el máximo tiempo que puedas. Ésta es una aptitud muy avanzada que sólo un puñado de gente domina.

-No necesito perfección, sino sólo seguridad -replicó Eragon.

«Si consiguiera entrar en la mente de alguien, ¿acaso podría cambiar lo que piensa? Cada vez que aprendo algo sobre la magia, menos me fío de ella.»

Cuando llegaron donde estaba Saphira, ésta los sobresaltó porque se plantó bruscamente ante ellos. Los caballos retrocedieron nerviosos, y la dragona, a quien los ojos le echaban chispas, miró atentamente a Eragon y resopló. A su vez Eragon, preocupado, miró a Brom porque nunca había visto a Saphira tan enfadada. ¿Hay algún problema? -le preguntó.

Tú eres el problema -rezongó ella.

Eragon frunció el entrecejo y bajó de Cadoc. En cuanto puso los pies en el suelo, Saphira le dio un coletazo en las piernas y lo cogió con sus garras. -¿Qué haces? -gritó Eragon tratando de quitársela de encima, pero la dragona era mucho más fuerte que él.

Brom observaba con atención, todavía montado en Nieve de Fuego.

Saphira le acercó la cara a Eragon y lo miró a los ojos. El muchacho se sintió incómodo bajo la férrea mirada de la dragona. ¡Sí, tú! Cada vez que te alejas de mi vista te metes en problemas. Pareces uno de esos mocosos que mete las narices en todo. Pero ¿qué pasará el día que te devuelvan el golpe? ¿Cómocrees que te las arreglarás? Porque yo no podré ayudarte si estoy a leguas de distancia. Me he quedado escondida para que no me viera nadie, ¡pero se ha acabado! Sobre todo si el hecho de que yo permanezca oculta puede costarte la vida.

No entiendo por qué estás tan enfadada -dijo Eragon-, soy mucho mayor que tú y puedo cuidar de mí mismo. Si alguien necesita protección, ésa eres tú.

Saphira dio un gruñido y le lanzó una dentellada junto a la oreja. ¿De veras crees eso? -le preguntó-. Mañana irás montado encima de mí y no en ese lamentable animal que llamas caballo porque, de lo contrario, te llevaré cogido a mis garras. ¿Eres un Jinete de Dragón o no? ¿Es que acaso no te importo?

La pregunta fulminó a Eragon, que bajó la mirada. Sabía que ella tenía razón, pero le daba miedo montarla porque las veces que había volado sobre Saphira había sido la cosa más dolorosa que había padecido en su vida. -¿Qué ocurre? -preguntó Brom.

-Quiere que mañana vaya montado en ella -respondió Eragon con poca convicción.

Brom se quedó pensando en esa posibilidad mientras los ojos le centellaban.

-Bueno, tienes la silla; y supongo que si os mantenéis fuera de la vista, no tendremos dificultades.

Saphira miró a Brom y después otra vez a Eragon.

-Pero ¿y si te atacan o tienes un accidente? -insinuó Eragon-. No llegaré a tiempo y…

Saphira le oprimió el pecho con más fuerza obligándolo a callarse.

Precisamente lo mismo que decía yo, muchacho.

-Vale la pena correr el riesgo -admitió Brom que pareció que sonreía disimuladamente-. A pesar de todo, tienes que aprender a montar a Saphira, y considerándolo desde el lado positivo, ten en cuenta que si te adelantas volando y miras hacia abajo, podrás divisar cualquier trampa, emboscada o sorpresa inesperada.

Entonces Eragon volvió a mirar a Saphira y le dijo:

De acuerdo, lo haré. Pero ahora quítate de encima.

Dame tu palabra. ¿Es necesario? -preguntó Eragon, y la dragona parpadeó en señal de asentimiento-. Bueno, te doy mi palabra de que volaré mañana contigo. ¿Satisfecha?

Me alegro.

Saphira se apartó y, dándose impulso con las patas traseras, alzó el vuelo, al tiempo que un escalofrío recorría el cuerpo de Eragon mientras la observaba girar en el aire. El muchacho regresó refunfuñando hasta donde se hallaba Cadoc y siguió a Brom.

Acamparon casi con la puesta de sol y, como siempre, Eragon se batió con Brom antes de la cena. Durante la lucha, el muchacho asestó un golpe tan potente que los dos palos se quebraron como si fueran finas ramitas, cuyos trozos volaron en medio de la oscuridad formando una nube de astillas.

-Bueno, hemos acabado con estos trastos -dijo Brom mientras tiraba lo que quedaba de su palo al fuego-. Ya puedes arrojar también el tuyo. Hemos practicado todo lo que se puede hacer con palos, y sabes mucho, pero ya no aprenderás nada más con ellos, así que ha llegado la hora de que uses la espada.

Sacó a Zar'roc de la funda que llevaba Eragon y se la dio.

-Acabaremos hechos picadillo -protestó Eragon.

-No tanto. Vuelves a olvidarte otra vez de la magia -replicó Brom. Entonces enarboló su propia espada y la giró para que la luz del fuego brillara sobre el borde.

Puso un dedo en uno de los lados de la hoja y se concentró profundamente mientras se le marcaban todas las arrugas de la frente. Durante un momento no pasó nada, hasta que al fin pronunció-: ¡Geuloth du knífr!

Una chispa roja le surgió entre los dedos, y Brom los deslizó de arriba abajo de la espada mientras la chispa saltaba de una parte a otra de la hoja. Después le dio la vuelta e hizo lo mismo por el otro borde. La chispa desapareció en el momento en que Brom separó los dedos del metal.

Brom estiró la mano con la palma hacia arriba y le asestó un sablazo. Eragon intentó detenerlo de un salto, pero fue demasiado lento, y se quedó perplejo al ver a Brom que, con una sonrisa, levantaba la mano intacta. -¿Qué has hecho? -preguntó Eragon.

-Palpa el filo -contestó Brom. Eragon lo tocó con los dedos, y notó que una superficie invisible lo reseguía. La barrera tenía aproximadamente medio centímetro de anchura y era muy resbaladiza-. Ahora haz lo mismo con Zar'roc -le indicó-. Tu bloqueo será un poco diferente del mío, pero tendrá el mismo efecto.

Le explicó cómo pronunciar las palabras y lo guió en el proceso. Eragon tuvo que probar varias veces, pero enseguida consiguió proteger el filo de Zar'roc. Confiado, se puso en posición de lucha, pero antes de que comenzaran, Brom le advirtió:

-Estas espadas no nos cortarán, pero no obstante podrían rompernos algún hueso. Como comprenderás, preferiría evitarlo, así que no muevas los brazos como acostumbras. Un golpe en el cuello sería mortal.

Eragon asintió y atacó sin avisar. Saltaron chispas de la hoja de su espada, y el sonido del entrechocar del metal llenó el campamento mientras Brom esquivaba las embestidas. Después de haber peleado con palos durante tanto tiempo, a Eragon la espada le parecía lenta y pesada, y como era incapaz de mover a Zar'roc con la suficiente rapidez, recibió un golpe en la rodilla.

Ambos lucían largos verdugones cuando pararon, aunque Eragon tenía más que Brom. Sin embargo, el muchacho estaba maravillado al ver que Zar'roc no se había rayado ni mellado pese a los fuertes golpes.