Saphira tenía puesta la silla y debía llevarla hasta que
consiguieran caballos.
Eragon le sujetó también a Zar'roc al lomo porque él no
quería llevar excesivo peso.
Además, en sus manos, la espada no le serviría de mucho más
que un garrote.
En el claro del zarzal, Eragon se sentía a salvo, pero fuera
de ese lugar avanzaba con cautela. Saphira despegó y sobrevoló en
círculos. El bosque se iba haciendo menos espeso conforme
regresaban a la granja.
«Volveré a ver este lugar -intentó convencerse mientras
miraba la casa destruida-. No es posible que me vaya a un exilio
permanente. Algún día, cuando esté a salvo,
volveré…»
Echando los hombros hacia atrás, miró hacia el sur, hacia
donde se extendían territorios bárbaros y
desconocidos.
Mientras caminaban, Saphira viró al oeste, en dirección a las
montañas, y se perdió de vista. Eragon se sintió incómodo al verla
alejarse. Ni siquiera ahora que no había nadie podían estar juntos,
pues la dragona debía mantenerse oculta por si se encontraban con
algún otro viajero.
Las huellas de los ra'zac apenas se veían sobre la nieve,
pero a Eragon eso no le preocupaba. Era poco probable que hubieran
abandonado el camino, que era la forma más fácil de salir del valle
para internarse en la espesura. Sin embargo, una vez fuera del
valle, el camino se dividía en varios senderos, lo que les
dificultaría saber cuál de ellos habían tomado los
forasteros.
Caminaban en silencio, concentrados en la marcha. Las piernas
de Eragon aún sangraban en los puntos en que se cuarteaban las
costras, de modo que el muchacho empezó a hablar con Brom para
olvidar ese malestar. -¿Qué pueden hacer exactamente los dragones?
-preguntó-. Me dijiste que conocías algunas de sus
aptitudes.
Brom rió. El anillo de zafiro centelleaba mientras el anciano
movía las manos.
-Desgraciadamente, sé muy poco comparado con lo que me
gustaría saber. Hace siglos que la gente trata de responder a tu
pregunta, así que ten en cuenta que lo que voy a responderte es,
necesariamente, incompleto. Los dragones siempre han tenido un
áurea de misterio, aunque quizá no lo hagan a propósito. »Antes de
que pueda responder con certeza a tu pregunta, necesitas unos
conocimientos básicos sobre estos animales, porque resulta
desconcertante empezar a tratar a medias un tema tan complejo, sin
comprender las bases en las que se apoya.
Así pues, comenzaré por el ciclo vital de un dragón y, si no
te cansa, seguiré con otro tema.
Brom empezó por explicar cómo se apareaban los dragones y lo
que hacía falta para que se incubara el huevo.
-Verás: cuando una dragona pone un huevo, el polluelo que hay
dentro ya está listo para salir del cascarón. Pero espera, a veces
durante años, a que se den lascircunstancias adecuadas. Cuando los
dragones vivían en libertad, a menudo la disponibilidad de comida
era lo que dictaba esas circunstancias. Sin embargo, desde que
establecieron la alianza con los elfos, cada año les entregaban a
los Jinetes cierta cantidad de huevos, por lo general, no más de
uno o dos de ellos. Esos huevos, o mejor dicho los polluelos que
estaban en su interior, no salían del cascarón hasta que una
persona destinada a ser un Jinete se acercaba a ellos, pero no se
sabe cómo lo percibían.
La gente solía hacer cola para tocar los huevos, esperando
ser la elegida. -¿Quieres decir que, tal vez por mi culpa, Saphira
podría no haber salido del cascarón? -preguntó
Eragon.
-Si no le hubieras gustado, es muy posible.
El muchacho se sintió muy halagado de que lo hubiera elegido
a él de entre toda la gente de Alagaësía, y le hubiera gustado
saber cuánto tiempo hacía que la dragona esperaba, aunque sintió un
escalofrío al imaginarse a sí mismo encerrado en un huevo, rodeado
de oscuridad.
Brom continuó su disertación. Le explicó qué y cuándo comían
los dragones: un dragón, completamente adulto y sedentario, podía
pasar meses sin tomar alimento, pero en la temporada de
apareamiento tenían que comer todas las semanas. También le dijo
que algunas plantas los curaban, mientras que otras les hacían
daño, y que había varias maneras de cuidarles las garras y de
limpiarles las escamas.
Asimismo, le explicó las técnicas para defenderse del ataque
de un dragón y qué hacer si uno combatía contra alguno de ellos, ya
fuera a pie, a caballo o montado en otro dragón. Se debía tener en
cuenta que llevaban la barriga protegida, pero las axilas no.
Eragon lo interrumpía constantemente para hacerle preguntas, y Brom
parecía complacido. Pasaron las horas sin que lo notaran mientras
conversaban.
A última hora de la tarde llegaron cerca de Therinsford. Al
caer la noche, y mientras buscaban un lugar para acampar, Eragon
preguntó: -¿A qué Jinete perteneció Zar'roc?
-A un poderoso guerrero -respondió Brom-, muy fuerte y temido
en su época. -¿Cómo se llamaba?
-No te diré su nombre. -Eragon protestó, pero Brom se mantuvo
firme-. No es que quiera mantenerte en la ignorancia, ni mucho
menos, pero por ahora saber ciertos detalles sólo sería peligroso y
te distraería. No hay razón para que te preocupes de algunas cosas
hasta que tengas el tiempo y el poder suficientes para enfrentarte
a ellas. Sólo deseo protegerte de aquellos que te usarían para el
mal.
Eragon lo miró con ferocidad. -¿Sabes una cosa? Creo que te
gusta hablar dando rodeos. Pues estoy pensando en dejarte, para que
no me fastidies más con todo eso. Si quieres decir algo, dilo de
una vez en lugar de estar dando vueltas con frases
vagas.
-Haya paz. Todo se dirá en su momento -dijo Brom en voz
baja.
Eragon refunfuñó, poco convencido.
Finalmente, encontraron un lugar cómodo para pasar la noche y
montaron el campamento. Saphira se unió a ellos cuando la comida
estaba en el fuego. ¿Has tenido tiempo para cazar? -le preguntó
Eragon.
Si hubierais ido un poco más despacio, habría tenido tiempo
de hacer un viaje de ida y vuelta cruzando el mar, y no me habría
quedado atrás -resopló la dragona, divertida.
No tienes por qué ser ofensiva. Además, cuando tengamos
caballos iremos más rápido.
Quizá -replicó lanzando una bocanada de humo-, pero ¿podremos
atrapar a los ra'zac? Nos llevan varios días y muchas leguas de
ventaja. Y me temo que sospechan que losseguimos. ¿Por qué iban a
destruir la granja de esa manera tan espectacular si no querían
provocarte para que los persiguieras?
No lo sé -respondió Eragon, confuso.
Saphira se echó al lado del muchacho, y él se apoyó en la
barriga de la dragona acogiendo el calorcillo que le daba. Brom se
sentó al otro lado del fuego y se puso a sacar punta a dos palos
largos. De repente, le lanzó uno de ellos a Eragon por encima de
las llamas que crepitaban, y el chico lo cogió por reflejo mientras
el palo giraba. -¡Defiéndete! -le espetó Brom poniéndose de
pie.
Eragon miró el palo que tenía en la mano y vio que tenía la
forma de una tosca espada. ¿Brom quería pelear con él? ¿Acaso creía
el anciano que tenía alguna posibilidad de ganar? «Si el viejo
quiere jugar, que así sea, pero si cree que me va a ganar, menuda
sorpresa se llevará.»
Se levantó mientras Brom daba vueltas alrededor del luego.
Durante un instante se quedaron frente a frente, hasta que Brom
cargó blandiendo su palo. Eragon trató de detener el ataque, pero
fue demasiado lento, y dio un grito en el momento en que Brom le
asestaba un golpe en las costillas que lo hizo retroceder a
trompicones.
Eragon, sin pensarlo, arremetió, pero Brom esquivó sin
dificultad el golpe. A continuación el chico lanzó una estocada con
el palo hacia la cabeza de Brom, que la desvió en el último
momento, y luego intentó golpearle el costado. El chasquido de las
maderas que chocaban entre sí resonó en el
campamento.
-Improvisación… ¡Muy bien! -exclamó Brom brillándole los
ojos.
El brazo del anciano trazó una imprecisa filigrana que
concluyó con una explosión de dolor en la sien de Eragon, que se
desplomó, aturdido, como un saco vacío.
Una salpicadura de agua fría lo despejó, y se incorporó
muerto de rabia. Le zumbaba la cabeza y tenía sangre seca en la
cara. Brom se inclinó hacia él sosteniendo un cazo de nieve
derretida.
-No tenías por qué hacer algo así -dijo Eragon, enfadado, y
se puso de pie.
Estaba mareado y aturdido. -¿Ah, no? -exclamó Brom con gesto
de sorpresa-. Un enemigo auténtico no te dará golpecitos, y yo
tampoco. ¿Quieres que te consienta tu… incompetencia para que estés
contento? No me parece buena idea. -Recogió el palo que Eragon
había tirado y se lo tendió-. Y ahora…
¡defiéndete!
Eragon, incrédulo, miró el palo y negó con la
cabeza.
-Olvídalo; ya he tenido suficiente.
Se dio la vuelta, pero trastabilló cuando le dieron un
garrotazo en la espalda.
Eragon se volvió chillando.
-Jamás des la espalda a un enemigo -le soltó Brom, que le
lanzó el palo y atacó, mientras Eragon retrocedía hasta el fuego
ante la arremetida-. Estira los brazos y mantén las rodillas
flexionadas -gritaba Brom.
Continuó dando instrucciones, aunque se detuvo para enseñarle
cómo ejecutar exactamente determinado movimiento.
-Hazlo de nuevo, pero esta vez despacio.
Repitieron los gestos con movimientos exagerados antes de
reemprender la furiosa batalla. Eragon aprendía rápido, pero por
mucho que lo intentaba, no podía rechazar más que unos pocos golpes
de Brom.
Cuando acabaron, Eragon se tumbó sobre las mantas quejándose.
Le dolía todo;
Brom no había sido muy benévolo con su palo. Saphira dejó
escapar un gruñido prolongado y entrecortado e hizo una mueca con
la boca que dejó a la vista una impresionante hilera de
dientes.
¿Qué te pasa? -le preguntó Eragon, irritado.
Nada -respondió ella-, me divierte ver a un mozuelo como tú
derrotado por un viejo.
Y volvió a hacer el mismo ruido. Eragon se puso colorado al
ver que se reía de él y, tratando de conservar cierta dignidad, se
puso de lado y se durmió.
Al día siguiente incluso se sentía peor. Tenía los brazos
cubiertos de moretones y casi no podía moverse del dolor. Brom
levantó la mirada de la papilla de harina que preparaba, y sonrió.
-¿Cómo te sientes?
Eragon soltó un gruñido y devoró el
desayuno.
Ya en el camino, apretaron el paso para llegar a Therinsford
antes del mediodía.
Al cabo de unos cinco kilómetros el camino se ensanchaba, y
vieron humo a lo lejos.
-Será mejor que le digas a la dragona que se adelante volando
y nos espere al otro lado de Therinsford -dijo Brom-. Ahí debe
tener cuidado, pues de lo contrario la gente la verá. -¿Por qué no
se lo dices tú? -lo desafió Eragon.
-Es de mala educación interferir con el dragón de
otro.
-En Carvahall no pareció importarte.
-Hice lo que tenía que hacer -respondió Brom con un amago de
sonrisa.
Eragon lo miró con recelo, pero le dio las instrucciones a
Saphira.
Tened cuidado -advirtió la dragona-, los siervos del Imperio
pueden ocultarse en cualquier parte.
A medida que los surcos del camino se hacían más profundos,
Eragon distinguió más huellas; las granjas indicaban que se
acercaban a Therinsford, que era un pueblo más grande que
Carvahall, pero que había crecido de manera caótica y cuyas casas
se alzaban sin ningún orden. -¡Menudo caos! -opinó Eragon que no
veía el molino de Dempton.
«Seguramente Baldor y Albriech ya habrán venido a buscar a
Roran», se dijo. De todas formas, no deseaba encontrarse con su
primo.
-Es feo, nada más -coincidió Brom.
Entre ellos y el pueblo fluía el río Anora sobre el que había
un sólido puente que lo cruzaba. Al acercarse, un hombre de aspecto
sucio salió de detrás de un arbusto y les bloqueó el camino. Como
llevaba una camisa demasiado corta, le sobresalía la barriga roñosa
por encima de un cinto de cuerda. Tenía los labios partidos, y por
ellos asomaban los dientes que se desmoronaban como
lápidas.
-No os podéis detener aquí. Es mi puente, y tenéis que pagar.
-¿Cuánto? -preguntó Brom con voz de resignación.
Acto seguido sacó una bolsa, y los ojos del guardián del
puente se iluminaron.
-Cinco coronas -respondió el hombre lanzando una amplia
sonrisa.
Eragon se indignó ante lo exorbitante del precio y empezó a
protestar, enfadado.
Pero Brom lo hizo callar con una rápida mirada y le dio las
monedas al hombre sin decir palabra. -… Muchas gracias -dijo el
hombre en tono burlón mientras guardaba las monedas en una bolsa
que le colgaba del cinto y se apartaba.
Brom dio un paso al frente, tropezó y se cogió al guardián
del puente para sostenerse.
-Mira por dónde pisas -le espetó el mugriento individuo
apartándose a un lado.
-Lo siento -dijo Brom, y siguió cruzando el puente junto a
Eragon.
-¿Por qué no has regateado? ¡Te ha robado vilmente! -exclamó
Eragon cuando se alejaron lo suficiente del hombre-. Lo más seguro
es que no sea el dueño del puente, podríamos haberle dado un
empujón y pasar tranquilamente.
-Es muy probable -coincidió Brom.
-Entonces ¿por qué le has pagado?
-Porque no se puede discutir con todos los tontos del mundo.
Es más fácil dejar que se salgan con la suya y después engañarlos
cuando no se lo esperan.
Brom abrió una mano, y un puñado de monedas brilló en la
palma. -¿Le has cortado la bolsa? -preguntó,
incrédulo.
Brom se guardó el dinero y le guiñó un ojo. -¡Y tenía una
buena cantidad! Debería tener más cuidado y no guardar tantas
monedas en un único lugar. -De pronto, escucharon un grito de
angustia en la otra orilla-. Diría que nuestro amigo acaba de darse
cuenta. Si ves algún guardia, avísame.
-Cogió por el hombro a un chiquillo que corría entre las
casas y le preguntó-: ¿Sabes dónde podemos comprar caballos? -El
niño los miró dándose importancia y señaló un establo en las
afueras de Therinsford-. Gracias -le dijo Brom, y le lanzó una
moneda pequeña.
Las puertas dobles del establo estaban abiertas y dejaban a
la vista dos hileras de caballerizas. La pared del otro extremo
estaba cubierta de sillas de montar, arneses y otros arreos, y al
fondo había un hombre de brazos musculosos, cepillando con fuerza
un semental blanco, que les indicó con la mano que pasaran. -¡Qué
hermoso animal! -dijo Brom mientras se acercaban.
-Así es. Se llama Nieve de Fuego, y yo, Haberth -dijo el
hombre tendiéndoles una recia mano y estrechándoles con fuerza las
suyas, mientras esperaba educadamente que ellos se presentaran-.
¿Qué deseáis? -preguntó tras escuchar sus nombres.
-Necesitamos dos caballos y arreos completos para ambos
-respondió Brom-.
Queremos que sean rápidos y resistentes para un largo
viaje.
Haberth se quedó pensando un momento.
-No tengo muchos animales de ese tipo y los que poseo no son
baratos.
El semental se movió, nervioso, pero se calmó tras algunas
caricias del dueño.
-El precio no ha de ser un problema. Me llevaré los mejores
que tengáis -dijo Brom.
Haberth asintió en silencio y llevó al semental a una
caballeriza. Luego se acercó a la pared y empezó a descolgar unas
sillas y otros arreos. Al cabo de un rato había preparado dos
montones idénticos. Después se dirigió a las caballerizas y sacó
dos caballos: uno era un zaino claro y el otro un ruano. El zaino
tironeaba de la cuerda.
-Éste es un poco arisco, pero con mano firme no tendréis
dificultades con él -dijo Haberth mientras le daba la cuerda a
Brom.
Brom dejó que el caballo le olfateara la mano, y el animal le
permitió que le acariciara el cuello.
-Nos lo llevamos -dijo Brom mientras echaba una mirada al
otro-. En cuanto al ruano, no estoy muy seguro.
-Tiene buenas patas.
-Mmm… ¿Cuánto pedís por Nieve de Fuego?
Haberth miró al semental con cariño.
-Preferiría no venderlo; es el mejor caballo que he criado… Y
espero obtener una buena descendencia de él.
-Pero si estuvierais dispuesto a separaros de él, ¿cuánto me
costaría cubrir esasexpectativas? -preguntó Brom.
Eragon trató de acariciar al zaino como había hecho Brom,
pero el animal se apartó. Inconscientemente, el muchacho se puso en
contacto mental con el caballo para tranquilizarlo y se quedó
atónito al ver que llegaba a la conciencia del animal. No era un
contacto claro e intenso como con Saphira, pero podía comunicarse
con el zaino hasta cierto punto. Probó a hacerle entender que era
un amigo, y el caballo se calmó y lo miró con sus ojos de color
castaño claro.
Haberth sumó con los dedos el precio de la
compra.
-Doscientas coronas, ni un céntimo menos -dijo con una
sonrisa, seguro de que nadie pagaría tanto.
Brom abrió su bolsa en silencio y contó el dinero. -¿Alcanza
con esto? -preguntó.
Hubo un prolongado silencio mientras Haberth miraba
alternativamente a Nieve de Fuego y las monedas.
-Es vuestro -dijo al fin con un suspiro-, aunque lo hago a mi
pesar.
-Lo trataré bien, como si fuera hijo de Gildintor, el corcel
más espléndido de la leyenda -dijo Brom.
-Vuestras palabras me reconfortan -respondió Haberth
inclinando ligeramente la cabeza. Los ayudó a ensillar los caballos
y, una vez listos, se despidió diciendo-:
Adiós. Por el bien de Nieve de Fuego, espero que ninguna
desgracia caiga sobre vosotros.
-No temáis; lo cuidaré bien -le prometió Brom mientras se
marchaban-. Toma -dijo tendiéndole las riendas de Nieve de Fuego a
Eragon-, ve al otro lado de Therinsford y espérame allí. -¿Por qué?
-preguntó Eragon, pero Brom ya se alejaba.
Salió de Therinsford de mal humor con los dos caballos y se
detuvo junto al camino. Observó el brumoso perfil del monte Utgard,
que se alzaba como un monolito gigantesco al final del valle y cuya
cumbre perforaba las nubes y se perdía de vista, elevándose sobre
las montañas de menor altura que lo rodeaban. Su oscuro y tenebroso
aspecto le produjo escalofríos a Eragon.
Brom regresó poco después e hizo señas a Eragon de que lo
siguiera. Anduvieron hasta que Therinsford quedó oculto detrás de
los árboles.
-Evidentemente, los ra'zac han pasado por este camino -afirmó
Brom-. Parece ser que se detuvieron aquí para conseguir caballos,
igual que nosotros, pues he encontrado a un hombre que los ha visto
y, aunque muy asustado, me los ha descrito y me ha dicho que
salieron de Therinsford al galope como demonios perseguidos por un
santo.
-Por lo visto, causaron profunda impresión en los
aldeanos.
-Sí, sin duda.
Eragon acarició los caballos.
-Cuando estábamos en el establo, me puse en contacto por
casualidad con la mente del zaino. No sabía que fuera posible hacer
algo así.
-Es raro que alguien tan joven como tú tenga esa aptitud
-respondió Brom-.
La mayoría de los Jinetes tienen que entrenarse durante años
para lograr el poder suficiente para comunicarse con otra criatura
que no sea su dragón. -Mostró una actitud seria mientras examinaba
a Nieve de Fuego -. Sácalo todo de tu mochila -dijo al fin-, ponlo
en las alforjas y después átale la mochila encima.
Eragon hizo lo que le pedía, mientras Brom montaba a Nieve de
Fuego.
El muchacho miró indeciso al zaino: era tanto o más pequeño
que Saphira, y por un momento se preguntó si podría aguantar su
peso. Con un suspiro, subió con torpeza a la silla, pues sólo había
montado caballos a pelo y para recorrer distancias cortas. -¿No me
lastimaré las piernas como cuando monté a Saphira? -le preguntó
Eragon a Brom. -¿Cómo estás ahora?
-Bastante bien, pero creo que un galope intenso provocará que
se me abran otra vez las heridas.
-Iremos despacio -le prometió Brom.
El anciano dio a Eragon algunas indicaciones, y emprendieron
la marcha a paso lento. Poco después el paisaje empezó a cambiar, a
medida que los campos cultivados daban paso a las tierras vírgenes:
una maraña de zarzas y de malas hierbas bordeaba el camino, junto
con matas de rosas trepadoras que se pegaban a la ropa, mientras
que unas elevadas rocas se inclinaban sobre el terreno, como
testigos grises de la presencia de hombres y caballos. Se percibía
una sensación desagradable en el ambiente, como de animosidad
contra los intrusos.
En lo alto, y haciéndose más grande a cada paso, se asomaba
el Utgard, que tenía unos escarpados precipicios surcados de
cañones, cubiertos de nieve, y cuya roca de color negro absorbía la
luz como una esponja y oscurecía la zona circundante. Entre el
Utgard y la cordillera de montañas que formaban el lado oriental
del valle de Palancar, había una profunda hendidura, que era el
único modo práctico de salir del valle. El camino llevaba hacia
allí.
Los cascos de los caballos repiqueteaban sobre la grava, y el
camino se iba angostando hasta convertirse en una estrecha senda
que bordeaba la base del Utgard.
Eragon miró hacia la cumbre que se elevaba por encima de
ellos, y se sorprendió al ver allí una puntiaguda torre. A pesar de
que estaba derruida y descuidada seguía siendo un centinela sobre
el valle. -¿Qué es eso? -preguntó señalándola.
Brom ni siquiera la miró, sino que respondió con tristeza y
amargura:
-Un puesto de avanzada de los Jinetes, uno de los que han
perdurado desde su fundación. Ahí fue donde Vrael se refugió, y
donde, por medio de la traición, Galbatorix lo encontró y lo
derrotó. Pero cuando cayó Vrael, la zona quedó
mancillada.
El bastión se llamaba Edoc'sil, que quiere decir
«Inconquistable», porque el monte es tan empinado que nadie podía
llegar a la cima como no fuera volando. Tras la muerte de Vrael, el
pueblo empezó a llamarlo Utgard, pero tiene también otro
nombre:
Ristvak'baen, o sea, «Lugar de la pena». Y así lo llamaban
los últimos Jinetes antes de que el rey los
asesinara.
Eragon miró el monte, sobrecogido. Era un vestigio tangible
de la gloria de los Jinetes, empañada por el implacable paso del
tiempo. Le sorprendió también verificar lo antiguos que eran los
Jinetes y sintió que asumía un legado de tradición y heroísmo que
se remontaba hasta tiempos ancestrales.
Viajaron durante horas alrededor del Utgard, que formaba una
sólida pared a la derecha, cuando entraron en la hondonada que
dividía la cadena de montañas. Eragon se levantó sobre los
estribos, pues estaba impaciente por ver qué había fuera de
Palancar, pero aún estaban demasiado lejos. Durante un trecho,
avanzaron por un paso en pendiente que serpenteaba por la montaña y
por el barranco y seguía el curso del río Anora. Más tarde, cuando
ya el sol estaba muy bajo, ascendieron y vieron lo que había al
otro lado de los árboles.
Eragon se quedó helado. En efecto, había montañas, pero
debajo de ellos se extendía una llanura inmensa que se fundía con
el cielo en el lejano horizonte. Se trataba de una planicie de un
uniforme color canela, como el de la hierba marchita, sobre la que
unas alargadas aunque tenues nubes, que los fuertes vientos hacían
cambiar de forma, barrían el cielo.
En ese momento comprendió por qué Brom había insistido en
proveerse de caballos. Habrían tardado semanas o meses en cubrir
esa vasta distancia a pie. A lo lejos, vio a Saphira volar en
círculos a suficiente altura para que la confundieran con un
pájaro.
-Esperaremos a mañana para iniciar el descenso -dijo Brom-. Y
como nos llevará casi todo el día, deberíamos acampar ahora.
-¿Cuánto se tarda en cruzar esta llanura? -preguntó Eragon,
asombrado.
-De dos o tres días a dos semanas; depende de qué dirección
tomemos. A excepción de las tribus nómadas que deambulan por esta
parte de la planicie, está tan deshabitada como el desierto de
Hadarac hacia el este. Por lo tanto, no vamos a encontrar muchos
pueblos. No obstante, más al sur, las llanuras son menos áridas y
están más pobladas.
Salieron del sendero y desmontaron a orillas del río Anora.
Mientras desensillaban los caballos, Brom señaló al
zaino.
-Tienes que ponerle un nombre.
Eragon lo pensó mientras ataba el caballo.
-Bueno, no se me ocurre nada tan noble como Nieve de Fuego,
pero quizá éste servirá. -Apoyó la mano sobre el zaino y dijo-: A
partir de ahora te llamarás Cadoc.
Era el nombre de mi abuelo, así que llévalo con
dignidad.
Brom estuvo de acuerdo, pero Eragon se sintió un poco tonto.
Cuando Saphira aterrizó, el muchacho le hizo una pregunta: ¿Cómo
son las llanuras?
Aburridas; sólo hay conejos y matorrales por todas
partes.
Después de la cena, Brom se puso de pie.
-Cógelo -gritó.
Eragon apenas tuvo tiempo de levantar el brazo y atrapar el
palo antes de que éste le golpeara en la cabeza. El chico dio un
gemido porque adivinó que se trataba de otra espada
improvisada.
-No, otra vez no -se quejó.
Brom sonreía y lo llamaba haciéndole señas con la mano, y
Eragon se puso de pie a regañadientes. Giraron en medio de una
confusión de chasquidos de madera, hasta que el muchacho se echó
atrás con un brazo dolorido.
La sesión de entrenamiento duró menos que la primera, pero
aun así fue lo suficientemente larga para que Eragon acumulara una
nueva colección de moretones.
Cuando acabó la práctica, tiró el palo, indignado, y se alejó
del fuego para curarse las heridas.