-No puedo vivir con esta pena -gimió.
Entonces no lo hagas -le retumbaron las palabras de Saphira
en la mente. ¿Cómo? ¡Garrow se ha ido para siempre! Y, con el
tiempo, me enfrentaré al mismo destino: amor, familia, logros… todo
se destroza, nada perdura. ¿Qué valor tiene lo que
hacemos?
El valor está precisamente en hacerlo, pero el valor
desaparece cuando uno abandona la voluntad de cambiar y de vivir la
vida. Las alternativas están delante de ti: elige una y dedícate a
ella. Las acciones te darán nuevas esperanzas y un sentido a tu
vida.
Pero ¿qué puedo hacer?
Únicamente tu corazón te guiará de verdad, y sólo su supremo
deseo puede ayudarte.
Saphira dejó que pensara en las palabras que acababa de
decir. Eragon examinó sus emociones y se sorprendió al comprobar
que, más que dolor, sentía una virulenta ira. ¿Qué quieres que
haga…? ¿Perseguir a los forasteros?
Sí La franca respuesta de la dragona lo dejó confundido.
Respiró hondo, tembloroso, ¿Por qué? ¿Recuerdas lo que dijiste en
las Vertebradas? ¿Te acuerdas de que me recordaste mi deber de
dragona, y regresé contigo a pesar del impulso de mi instinto? Así
pues, tú también debes aprender a dominarte. He pensado largo y
tendido durante los últimos días y me he dado cuenta de lo que
significa ser dragón y ser Jinete: nuestro destino es intentar lo
imposible, llevar a cabo grandes hazañas a pesar del miedo. Es
nuestra responsabilidad ante el futuro.
Me da igual lo que digas; no son razones válidas para
marcharse -exclamó Eragon.
Entonces te daré otras: han visto mis huellas, y la gente
está al tanto de mi presencia. Con el tiempo me descubrirán.
Además, aquí no queda nada para ti: ni familia, ni granja, ni…
¡Roran no está muerto! -replicó el muchacho con
vehemencia.
Pero si te quedas, tendrás que decirle la verdad acerca de lo
sucedido. Tiene derecho a saber cómo y por qué murió su padre. ¿Y
qué haría si se enterara de mi presencia?
Las razones de Saphira le daban vueltas en la cabeza, pero
retrocedía ante la idea de abandonar el valle de Palancar porque
era su hogar. Sin embargo, la idea de vengarse de los forasteros
era de lo más consoladora. ¿Acaso soy lo suficientemente fuerte
para vengarme?
Me tienes a mí.
Las dudas lo asediaban. Hacer algo así era una locura, un
acto desesperado. El desprecio que sentía por su propia indecisión
le dibujó una dura sonrisa en los labios.
Saphira tenía razón: lo único que importaba era la acción en
sí. Lo que cuenta es hacerlo. ¿Y qué iba a darle más satisfacción
que perseguir a esos forasteros? Una fuerza y una energía terribles
empezaron a crecer en el interior del muchacho donde se reunieron
todas sus emociones y se fundieron en una sólida barra de ira con
una única palabragrabada en ella: venganza. Parecía que la cabeza
le iba a explotar cuando dijo con convicción:
Lo haré.
Cortó el contacto con Saphira mientras se levantaba de la
cama con la sensación de que un manantial le surgía del cuerpo. Aún
era muy temprano; Eragon había dormido pocas
horas.
«No hay nada más peligroso que un enemigo que no tiene nada
que perder -pensó-, y en eso me convertiré.»
El día anterior había tenido dificultades para caminar
erguido, pero ya se movía con seguridad, sostenido por su voluntad
de hierro. Desafió el dolor que el cuerpo le transmitía y no le
hizo caso.
Salió a hurtadillas de la casa y oyó el murmullo de dos
personas que hablaban. Se detuvo con cautela y escuchó. -…un lugar
para estar -decía Elain con su característica voz suave-. Tenemos
una habitación.
Horst le respondió en voz muy baja, como un rumor
inaudible.
-Sí, pobre chico -contestó Elain.
Esta vez Eragon oyó la respuesta de Horst.
-Quizá… -Hubo un prolongado silencio-. He estado pensando en
lo que nos dijo Eragon y no estoy seguro de que nos lo haya contado
todo. -¿Qué quieres decir? -preguntó Elain con tono de
preocupación.
-Cuando fuimos a la granja, el camino mostraba las marcas de
la tabla con la que arrastró a Garrow, pero después llegamos a un
punto donde la nieve estaba pisoteada y revuelta. Las huellas de
Eragon y las de la madera se acababan allí, pero también vimos las
mismas huellas gigantes que en la granja. ¿Y qué me dices de las
piernas del chico? No me creo que no se haya dado cuenta de que se
desollaba. Hasta el momento no he querido presionarlo con
preguntas, pero creo que ahora lo haré.
-Quizá vio algo que lo asustó tanto que no quiera hablar de
ello -sugirió Elain-. ¿Notaste lo alterado que
estaba?
-Sí, pero eso no explica cómo se las arregló para traer a
Garrow todo el camino hasta aquí sin dejar
huellas.
«Saphira tenía razón -pensó Eragon-. Ha llegado la hora de
partir. Demasiadas preguntas de demasiada gente. Tarde o temprano
descubrirán las respuestas.»
Y cruzó la casa deteniéndose cada vez que crujía el
suelo.
Las calles estaban vacías, pues había poca gente levantada a
esa hora. Se detuvo durante un minuto y se concentró en sus
pensamientos:
«No quiero un caballo. Saphira será mi corcel, pero necesita
una silla. Ella puede cazar para los dos, así que no tengo que
preocuparme por la comida… aunque será mejor que consiga un poco.
Todo lo que necesite puedo encontrarlo bajo los escombros de mi
casa.»
Se dirigió hacia la curtiduría de Gedric, en las afueras de
Carvahall. El repugnante olor le dio asco, pero a pesar de todo,
siguió hacia la barraca que había en la ladera de la colina donde
se guardaban las pieles curtidas. Cortó tres largas tiras de cuero
de buey de las que colgaban del techo. El robo lo hacía sentir
culpable, pero…
«No es realmente un robo -razonó-, algún día se lo devolveré
a Gedric y también le pagaré a Horst.»
Enrolló las gruesas tiras de cuero y las llevó a un
bosquecillo, lejos del pueblo. Las metió entre las ramas de un
árbol y volvió a Carvahall.
«Ahora la comida.»
Se dirigió a la taberna con intención de entrar, pero sonrió
apretando los dientes y volvió sobre sus pasos. Si iba a robar
comida, lo mejor sería que fuera la de Sloan.
Entró a hurtadillas en la casa del carnicero. La puerta
principal estaba cerrada con barrotes cuando Sloan no estaba, pero
la lateral sólo tenía una delgada cadena, que rompió sin
dificultad. El interior estaba a oscuras, de modo que se movió a
tientas hasta que tocó unos trozos de carne apilados, envueltos en
telas. Se metió todos los que pudo debajo de la camisa, regresó sin
pérdida de tiempo a la calle y cerró furtivamente la
puerta.
Una mujer que estaba cerca gritó su nombre. Eragon se aguantó
los faldones de la camisa para que no se le cayera la carne, giró
por una esquina y se agachó. Sintió un escalofrío al ver que Horst
se acercaba entre dos casas a menos de tres metros de
distancia.
Eragon echó a correr para perder a Horst de vista. Las
piernas le ardían mientras se precipitaba por un callejón camino
del bosquecillo. Se metió entre los troncos y se volvió para ver si
lo seguían: no había nadie. Suspiró aliviado y alargó la mano hacia
las ramas para coger las tiras de cuero. Pero no estaban. -¿Vas a
alguna parte?
Eragon se volvió de repente. Brom lo miraba enfadado, con el
entrecejo fruncido.
Tenía una herida profunda en una de las sienes y llevaba una
espada corta, enfundada en una vaina de color marrón, que le
colgaba del cinto. Sostenía las cintas de cuero en las
manos.
Eragon, irritado, entrecerró los ojos. ¿Cómo se las había
arreglado el viejo para pillarlo? Estaba todo tan tranquilo que el
chico habría jurado que no había nadie.
-Devuélvemelas -le gritó. -¿Para qué? ¿Es que quieres
escaparte incluso antes de que entierren a Garrow?
La acusación era grave. -¡No es asunto tuyo! -le soltó
Eragon, encolerizado-. ¿Por qué me has seguido?
-No lo he hecho -gruñó Brom-. Te estaba esperando aquí. Y
ahora ¿adónde vas?
-A ninguna parte.
Eragon arremetió para quitarle las tiras de cuero a Brom de
las manos. El anciano no hizo nada para detenerlo.
-Espero que tengas bastante carne para alimentar a tu
dragón.
Eragon se quedó inmóvil. -¿De qué estás
hablando?
-No me engañes -advirtió Brom cruzándose de brazos-. Sé de
dónde sale esa marca que tienes en la mano; es la gedxvey ignasia,
es decir, la palma brillante: has tocado a un dragón al salir del
cascarón. También sé por qué viniste a verme con esas preguntas y
sé que llegan de nuevo los Jinetes.
Eragon soltó las tiras de cuero y la carne.
Al fin ha sucedido… ¡Debo irme! No puedo correr más rápido
que él con las piernas lastimadas, pero si… ¡Saphira!
-llamó.
Durante unos segundos de agonía no hubo respuesta hasta
que…
Sí. ¡Nos han descubierto! ¡Te necesito!
Le envió una imagen de donde se hallaba, y ella partió de
inmediato. Solamente tenía que entretener un poco a Brom. -¿Y cómo
lo has descubierto? -le preguntó con voz apagada.
Brom miró a lo lejos y movió los labios en silencio, como si
hablara con otra persona.
-Había signos y pistas por todas partes -dijo al fin-; sólo
era necesario prestar atención. Cualquiera que tuviera los
conocimientos apropiados habría hecho lo mismo.
Dime, ¿cómo está tu dragón?
-Mi dragona -corrigió Eragon-. Bien. No estábamos en la
granja cuando llegaron los forasteros.
-O sea que tus piernas… ¿Estabais volando?
«¿Cómo lo había descubierto Brom? ¿Y si los forasteros lo han
obligado a hacer esto? Quizá quieran saber adonde vamos para
tendernos una emboscada. Pero ¿dónde está Saphira?» La buscó
mentalmente y vio que estaba sobrevolando el lugar.
¡Ven!
No, me quedaré vigilando un rato. ¿Por qué?
A causa de la masacre de Dorú Areaba. ¿Qué?
-He hablado con ella y ha accedido a quedarse ahí arriba
hasta que zanjemos nuestras diferencias. -Brom se apoyó contra un
árbol con un amago de sonrisa-.
Como puedes ver, no tienes más alternativa que contestar a
mis preguntas. Ahora explícame, ¿adónde vais?
Eragon, perplejo, se llevó la mano a la sien. «¿Cómo era
posible que Brom hablara con Saphira?» Le latía la nuca y un montón
de ideas se le agolpaban en la cabeza, pero siempre llegaba a la
misma conclusión: tenía que decirle algo al
anciano.
-A buscar un sitio seguro en el que permanecer mientras sanan
mis heridas -le respondió. -¿Y después?
No podía hacer caso omiso de la pregunta. Cada vez sentía más
punzadas en la cabeza y le resultaba imposible pensar: ya no tenía
nada claro. Lo único que quería hacer era contarle a alguien todo
lo que había pasado durante los últimos meses porque le corroía la
idea de que su secreto hubiera provocado la muerte de
Garrow.
Por fin se rindió y dijo con voz trémula:
-Voy a perseguir a los forasteros y a
matarlos.
-Una tarea imponente para alguien tan joven -comentó Brom con
toda naturalidad, como si Eragon le hubiera planteado que iba a
hacer una cosa de lo más corriente-. Sin duda una proeza valiosa y,
además, eres adecuado para llevarla a cabo, aunque me asombra que
no quieras aceptar ayuda. -Alargó la mano hasta detrás de un
arbusto, sacó un petate y añadió con seriedad-: De todos modos, no
pienso quedarme con los brazos en jarras mientras un mozalbete va
por ahí con un dragón. ¿Me está ofreciendo ayuda de verdad o es una
trampa?
Eragon tenía miedo de lo que sus misteriosos enemigos
pudieran hacer. «Pero Brom convenció a Saphira de que tuviera
confianza en él y han hablado mentalmente.
Si ella no está preocupada…» Decidió, momentáneamente, dejar
sus sospechas de lado.
-No necesito ayuda -dijo Eragon, y añadió a regañadientes-:
pero puedes venir.
-Entonces será mejor que nos vayamos -replicó el anciano-. Me
parece que tu dragona está esperando que le hables otra
vez.
Saphira -la llamó Eragon.
Dime.
El muchacho se aguantó las ganas de hacerle más preguntas.
¿Te reunirás con nosotros en la granja?
Sí. ¿De modo que habéis llegado a un
acuerdo?
Me parece que sí.
La dragona interrumpió el contacto y se alejó volando. Eragon
miró hacia Carvahall y vio gente que corría de una casa a
otra.
-Creo que me están buscando.
-Seguramente. ¿Nos vamos?
-Me gustaría dejar un mensaje para Roran -dijo Eragon,
dubitativo-. No me parece bien largarme sin decirle por
qué.
-Ya me he ocupado de eso. He dejado una carta a Gertrude para
él explicándole algunas cosas. También le advierto que ha de estar
en guardia ante ciertos peligros. ¿Te parece
adecuado?
Eragon asintió. Envolvió la carne en las pieles y echaron a
andar. Tuvieron mucho cuidado de mantenerse fuera de la vista hasta
que llegaron al camino, donde apretaron el paso, ansiosos por
alejarse de Carvahall. El muchacho avanzaba con decisión a pesar de
tener las piernas doloridas, y el ritmo mecánico de la caminata le
liberaba la mente del torbellino de pensamientos.
«Cuando lleguemos a casa, no pienso seguir con Brom hasta que
no responda a algunas preguntas -se dijo con firmeza-. Espero que
pueda explicarme algo más sobre los Jinetes y sobre contra quién
estoy luchando.»
Cuando vieron los restos de la granja destrozada, Brom enarcó
las pobladas cejas con enfado y Eragon se quedó perplejo al ver lo
rápido que la naturaleza se apoderaba de la granja: la nieve y el
polvo cubrían lo que había sido el interior de la vivienda
ocultando la violencia del ataque de los forasteros. Lo único que
quedaba del granero era un rectángulo de hollín que se erosionaba
deprisa.
Brom levantó de golpe la cabeza al oír el ruido de las alas
de Saphira por encima de los árboles. La dragona pasó por detrás de
ellos casi rozándoles la cabeza, y los dos se tambalearon a causa
de la ráfaga de aire que los zarandeó. Las escamas de Saphira
brillaron mientras viraba sobre las ruinas de la granja y
aterrizaba con elegancia.
Brom dio un paso al frente con expresión solemne y dichosa a
la vez. Le relucían los ojos, y una lágrima se le deslizó por la
mejilla antes de desaparecer en la barba. El anciano se quedó allí
un buen rato respirando agitado mientras contemplaba a Saphira;
ésta le devolvió la mirada. Eragon oyó que Brom murmuraba algo y se
acercó para escuchar.
-Así que… empieza otra vez. Pero ¿cómo y dónde acabará? Mis
ojos están velados, y no sé si esto es una tragedia o una farsa
porque ambos elementos están presentes… Como quiera que sea, mi
puesto sigue siendo el mismo, y yo…
Cualquier otra cosa que hubiera añadido se desvaneció
mientras Saphira se acercaba orgullosa. Eragon pasó junto a Brom,
haciendo ver que no lo había oído, y la saludó, aunque algo había
cambiado entre ellos: era como si ahora se conocieran más
íntimamente, pero siguieran siendo extraños. El muchacho le
acarició el cuello y sintió un cosquilleo en la palma cuando las
mentes de ambos se pusieron en contacto. La dragona emitía una
fuerte curiosidad.
No he visto a otros humanos, sólo a ti, y a Garrow, y él
tenía heridas muy graves -le dijo.
Has visto personas a través de mis ojos.
No es lo mismo. -Se acercó un poco más y giró la enorme
cabeza para poder inspeccionar a Brom con un gran ojo azul-. Sois
unas criaturas muy extrañas -dijo, con asomo de crítica, y continuó
observándolo.
Brom se quedó inmóvil mientras la dragona olisqueaba el aire,
y a continuación el anciano estiró la mano hacia Saphira, que bajó
la cabeza despacio y dejó que la tocaraen la frente, pero de pronto
resopló, se echó hacia atrás y se escondió detrás de Eragon dando
coletazos. ¿Qué pasa? -le preguntó el muchacho.
Pero no obtuvo respuesta. -¿Cómo se llama? -preguntó Brom en
voz baja volviéndose hacia él.
-Saphira. -Una rara expresión se dibujó en la cara de Brom,
que apretó el extremo de su bastón con tal fuerza que los nudillos
se le pusieron blancos-. De todos los nombres que me sugeriste, fue
el único que le gustó. Y creo que le va bien -añadió Eragon
rápidamente.
-Sí, le va bien.
Había un tono en la voz de Brom que Eragon no lograba
identificar: ¿sorpresa, emoción, miedo, envidia? No estaba seguro,
y a lo mejor no era nada de eso.
Brom levantó la voz y dijo:
-Salud, Saphira, encantado de conocerte.
Torció la mano de manera extraña e hizo una
reverencia.
Me cae bien -dijo Saphira en voz baja.
Claro, a todo el mundo le gusta que lo
alaben.
Eragon le tocó los hombros a la dragona y se dirigió a la
casa en ruinas. Saphira lo siguió junto con Brom, que estaba
exultante y lleno de vida.
Eragon trepó hacia la casa y se arrastró por debajo de una
puerta hasta lo que quedaba de su habitación, que apenas la
reconoció bajo los montones de madera destrozada. Guiándose por la
memoria, buscó dónde había estado el tabique y encontró su mochila
vacía. Parte del armazón estaba roto, pero tenía fácil
arreglo.
Siguió rebuscando y, al cabo de un rato, dio con la punta de
su arco, que aún estaba en su funda de gamuza. Aunque ésta tenía
marcas y raspones, se alegró al ver que la lubricada madera estaba
intacta. «Por fin un poco de suerte», se dijo. Tensó el arco y tiró
de la cuerda para probarlo. El arma se arqueó con suavidad, sin
ningún chasquido ni crujido. Satisfecho, Eragon buscó el carcaj,
que encontró enterrado allí cerca, aunque muchas flechas estaban
rotas.
El chico quitó la cuerda del arco y se lo dio a Brom junto
con el carcaj.
-Hace falta un brazo fuerte para tensar esto -le dijo el
anciano.
Eragon aceptó el cumplido en silencio y continuó buscando en
la casa otros objetos útiles y los dejó todos junto a Brom; no
había gran cosa. -¿Y ahora qué? -preguntó Brom con una mirada aguda
e inquisitiva.
Eragon apartó la vista.
-Buscaremos un lugar para escondernos. -¿Tienes algo
pensado?
-Sí. -Envolvió todo en un fardo bien atado, salvo el arco, y
se lo colgó al hombro-. Por ahí -dijo señalando al
bosque.
Saphira, tú nos seguirás volando. Tus huellas son muy fáciles
de identificar y de seguir.
De acuerdo.
Y partió detrás de ellos.
El lugar adonde iban estaba cerca, pero Eragon dio un rodeo
para despistar a posibles perseguidores. Pasó más de una hora antes
de que llegaran a un zarzal bien escondido.
El irregular claro que había en el centro de aquel sitio era
apenas lo suficientemente grande para hacer un fuego y para que
cupieran dos personas y un dragón. Unas ardillas rojas correteaban
por entre los árboles protestando por la intrusión. Brom consiguió
soltarse de una enredadera y miró a su alrededor con
interés.
-¿Alguien más conoce este lugar? -preguntó.
-No, lo descubrí cuando nos mudamos aquí. Tardé una semana en
abrirme paso hasta el centro y otra semana en sacar las ramas
secas.
Saphira aterrizó junto a ellos y, al plegar las alas, procuró
evitar las espinas. A continuación se tumbó en el suelo, aplastando
las ramitas con sus recias escamas, y apoyó la cabeza en la tierra.
Los impenetrables ojos de la dragona seguían de cerca a los dos
hombres.
Brom se apoyó en su bastón y se la quedó mirando atentamente.
Sin embargo, esa forma de observarla puso nervioso a Eragon, que a
su vez se quedó contemplándolos hasta que el hambre lo obligó a
ponerse en movimiento. Entonces hizo fuego, llenó una cacerola con
nieve y la puso sobre las llamas para que se derritiera. Cuando
empezó a hervir, echó unos trozos de carne y un puñado de sal en el
agua.
«No es una gran comida -pensó malhumorado-, pero saciará
nuestra hambre.
Como seguramente tendré que comer esto mismo durante una
temporada será mejor que me acostumbre.»
El estofado se cocía a fuego lento y llenaba el claro de un
rico aroma. Saphira sacó la punta de la lengua y probó el sabor que
había en el ambiente. Una vez la carne estuvo tierna, Brom se
acercó y Eragon sirvió el guiso. Comieron en silencio evitando
mirarse. Después Brom sacó la pipa y la encendió sin prisas. -¿Por
qué quieres viajar conmigo? -le preguntó Eragon.
Una nube de humo salió de los labios de Brom y ascendió en
volutas a través de los árboles hasta que
desapareció.
-Tengo interés personal en que sigas con vida. -¿A qué te
refieres?
-Para decirlo sin rodeos: resulta que soy un cuentacuentos y
creo que la tuya será una historia digna de contarse, pues eres el
primer Jinete que existe fuera del control del rey en más de cien
años. ¿Qué pasará, pues? ¿Perecerás como un mártir? ¿Te unirás a
los vardenos? ¿O matarás al rey Galbatorix? Son preguntas
fascinantes. Y yo estaré ahí viendo todo lo que pase, cueste lo que
cueste.
A Eragon se le hizo un nudo en el estómago. No se imaginaba
haciendo ninguna de esas cosas y mucho menos convirtiéndose en
mártir.
«Quiero vengarme, pero por lo demás… no tengo
ambiciones.»
-Quizá sea así -respondió Eragon-, mas dime: ¿cómo es que
puedes hablar con Saphira?
Brom se tomó su tiempo para añadir más tabaco a la
pipa.
-Pues bien -dijo cuando volvió a ponérsela en la boca y a
encenderla-, si ésa es la respuesta que buscas, ésa es la que
tendrás, aunque tal vez no sea de tu agrado.
Brom se puso de pie, acercó su petate al fuego y de él sacó
un objeto largo, envuelto en una tela. Tendría aproximadamente un
metro y medio de longitud y, por la manera en que lo manipulaba,
era bastante pesado.
Le quitó la tela, tira a tira, como si desenvolviera una
momia. Eragon, pasmado, observó que se trataba de una espada: el
pomo de oro tenía forma de lágrima, y sus lados, que estaban
cortados, dejaban ver un rubí del tamaño de un huevo pequeño; la
empuñadura estaba rodeada de hilo de plata, tan bruñido que
brillaba como una estrella, y la funda era de color granate y suave
como un cristal, adornada solamente con el grabado de un extraño
símbolo negro. Junto a la espada había un cinturón con una pesada
hebilla. Al acabar de quitar la última tira, Brom le tendió la
espada a Eragon.
Al cogerla, la empuñadura le encajó tan perfectamente en la
mano que parecía que había sido fabricada para él. El muchacho la
desenfundó despacio, y la espada se deslizó de su vaina sin hacer
ningún ruido: la hoja era plana, de color rojo iridiscente, y
brillaba a la luz de la lumbre; los afilados bordes se curvaban con
elegancia y terminaban en una aguda punta, mientras que el mismo
símbolo de la funda estaba grabado también en el metal. El
equilibrio de la espada era perfecto, y parecía que ésta era la
prolongación del propio brazo, a diferencia de las toscas
herramientas de la granja que Eragon estaba acostumbrado a manejar.
Se percibía que poseía un gran poder, como si estuviera dominada
por una fuerza interior incontenible, y aunque había sido creada
para manejarla con violentas sacudidas en las batallas y para
acabar con vidas humanas, albergaba una profunda
belleza.
-En otra época esta arma había pertenecido a un Jinete
-explicó Brom con seriedad-. Cuando un Jinete acababa su formación,
los elfos le regalaban una espada; sus métodos para forjarla han
permanecido siempre en secreto, pero lo cierto es que las espadas
elfas se mantienen eternamente afiladas y nunca se manchan. La
costumbre era que la espada fuera del color del dragón del Jinete,
pero creo que en este caso puedo hacer una excepción. Esta espada
se llama Zar'roc. Sin embargo, no sé lo que significa; seguramente
debe de ser algo personal, referido al Jinete que la
poseía.
Brom observó que Eragon hacía movimientos con la espada. -¿De
dónde la has sacado? -preguntó Eragon mientras volvía a enfundar el
arma de mala gana.
Hizo el gesto de devolvérsela a Brom, pero éste ni intentó
cogerla.
-Eso no importa -le respondió-. Lo único que puedo decir es
que tuve que correr una serie de aventuras difíciles y peligrosas
para conseguirla. Considérala tuya.
Tienes más derecho que yo a poseerla y, hasta que todo haya
concluido, creo que la necesitarás.
La oferta cogió desprevenido a Eragon. -¡Es un regalo
espléndido! ¡Gracias! -Sin saber qué más decir, pasó la mano por la
vaina y preguntó-: ¿Qué significa este símbolo?
-Era el emblema personal del Jinete. -Eragon trató de
interrumpirlo, pero Brom le clavó la mirada y lo obligó a
callarse-. Bien, por si te interesa saberlo, te diré que cualquiera
puede hablar con un dragón si tiene la preparación adecuada. Y…
-levantó el índice enfáticamente- no significa nada. Yo sé más
sobre los dragones y sus aptitudes que casi ningún otro ser
viviente y, en cambio, tardarías años en aprender por tu cuenta lo
que puedo enseñarte yo, de modo que te ofrezco mis conocimientos a
modo de atajo. Y prefiero no decir por qué sé
tanto.
Saphira se levantó, mientras Brom acababa de hablar, y se
acercó a Eragon, que desenfundó la espada de nuevo y se la
enseñó.
Tiene poder -dijo la dragona tocando la punta del arma con la
nariz.
El color iridiscente del metal ondeó como el agua en el
momento en que se puso en contacto con las escamas de Saphira, que
levantó la cabeza y resopló satisfecha mientras la espada
recuperaba su color habitual. Eragon volvió a guardarla,
inquieto.
-Me estaba refiriendo a este tipo de cosas -afirmó Brom
arqueando una ceja-: los dragones sorprenden constantemente y a su
alrededor pasan cosas… misteriosas, cosas que es imposible que
sucedan en ninguna otra parte. Aunque los Jinetes trabajaron con
los dragones durante siglos, nunca llegaron a entender del todo sus
aptitudes. Algunos dicen que ni siquiera los dragones conocen el
alcance de sus propios poderes, pero están ligados a esta tierra de
tal forma que les permite superargrandes obstáculos. Lo que Saphira
acaba de hacer ilustra lo que te he dicho: hay muchas cosas que no
sabes.
Se produjo una larga pausa.
-Es posible -replicó Eragon-, pero puedo aprender. Y, en este
momento, lo más importante es que sepa cosas sobre los forasteros.
¿Tienes idea de quiénes son?
-Se llaman los ra'zac -contestó Brom respirando hondo-. Nadie
sabe si es el nombre de su raza o el que ellos mismos han elegido.
Sea como fuere, si tienen nombres individuales, los mantienen
ocultos. Nunca se había visto a los ra'zac hasta que Galbatorix
llegó al poder. Debió de conocerlos durante sus viajes y los puso a
su servicio, pero se sabe poco o nada sobre ellos. Sin embargo,
puedo decirte que no son humanos porque, cuando le vi fugazmente la
cabeza a uno de esos seres, observé que tenía una especie de pico y
ojos negros grandes como mi puño. Lo que es un misterio para mí es
cómo han aprendido nuestra lengua. Sin duda el resto del cuerpo de
los ra'zac es igual de extraño, y por eso se cubren siempre con una
capa, independientemente del tiempo que haga. »En cuanto a sus
facultades, te diré que son más fuertes que ningún hombre y pueden
saltar unas alturas increíbles, pero no saben usar la magia. Y
tienes que estar agradecido por ello, porque si supieran
utilizarla, ya estarías en sus garras. También sé que tienen una
gran aversión a la luz del sol, aunque eso no los detendrá si están
decididos a actuar. Por otra parte, no cometas el error de
subestimar a los ra'zac porque son sagaces y muy astutos. -¿Cuántos
hay? -inquirió Eragon, que se preguntaba cómo era posible que Brom
supiera tantas cosas.
-Por lo que sé, sólo los dos que has visto. Puede que haya
más, pero nunca he oído hablar de ellos. Tal vez sean los últimos
de una raza en vías de extinción. Son los cazadores de dragones
personales del rey porque cada vez que le llega a Galbatorix el
rumor de que hay un dragón en el reino, manda a los ra'zac a
investigar, y a menudo dejan una estela de muerte a su
paso.
Brom hizo una serie de volutas de humo y miró cómo se
elevaban entre las zarzas.
Eragon no hizo caso de las volutas hasta que notó que
cambiaban de color y flotaban veloces. Brom le guiñó un ojo con
picardía.
Eragon estaba seguro de que nadie había visto a Saphira, pero
entonces ¿cómo podía conocer Galbatorix su
existencia?
-Tienes razón -respondió Brom al escuchar sus objeciones-,
parece improbable que alguien de Carvahall informara al rey. ¿Por
qué no me dices dónde encontraste el huevo y cómo criaste a
Saphira? Eso podría aclararnos el asunto.
Eragon titubeó, pero le contó todo lo que había sucedido
desde que había encontrado el huevo en las Vertebradas. Era
maravilloso poder por fin confiar en alguien. Brom le hizo algunas
preguntas, pero casi todo el rato lo escuchó con atención. El sol
estaba a punto de ponerse cuando Eragon acabó su relato, y los dos
hombres se quedaron en silencio mientras las nubes adquirían un
tinte rosado claro.
Finalmente, fue Eragon quien rompió el silencio. -¡Ojalá
supiera de dónde viene! Pero Saphira no lo
recuerda.
-No lo sé… -dijo Brom ladeando la cabeza-. Pero me has
aclarado muchas cosas. Estoy seguro de que nadie más que nosotros
ha visto a la dragona. Los ra'zac deben de tener otra fuente de
información fuera de este valle, de alguien que probablemente ahora
esté muerto… Has logrado muchas cosas y has pasado por un trance
muy difícil. Estoy impresionado.
Eragon miró a lo lejos sin comprender. -¿Qué te pasó en la
cabeza? -preguntó-. Parece como si te hubieran golpeado con una
piedra.
-No, pero no vas desencaminado. -Chupó con fuerza la pipa-.
Fui a merodear al campamento de los ra'zac por la noche para ver si
podía enterarme de algo, pero me descubrieron en la oscuridad. Fue
una buena trampa, pero me subestimaron y logré ahuyentarlos. Sin
embargo -añadió con ironía-, tuve que pagar el precio de mi
estupidez: aturdido, me caí y perdí el conocimiento hasta el día
siguiente. Para entonces ya habían llegado a tu granja, y era
demasiado tarde para detenerlos, pero en todo caso fui tras ellos.
Fue ahí cuando nos encontramos en el camino.
«¿Quién es en realidad este hombre para pensar que podía
coger a los ra'zac él solo? Le tienden un emboscada en la
oscuridad, ¿y únicamente se queda "aturdido"?»
-Cuando viste la marca en mi palma, la gedwey ignasia, ¿por
qué no me dijiste quiénes eran los ra'zac? -preguntó Eragon,
intranquilo-. Habría ido a avisar a Garrow en lugar de ir primero a
ver a Saphira, y podríamos haber huido los tres.
-En ese momento no sabía muy bien qué hacer -suspiró Brom-.
Creía que podría mantener a los ra'zac lejos de ti y que, cuando se
hubieran marchado, hablaríamos de Saphira. Pero fueron más listos
que yo. Cometí un error que lamento profundamente y que te ha
supuesto un grave contratiempo. -¿Quién eres? -inquirió Eragon
sintiéndose molesto de repente-. ¿Cómo es posible que un simple
cuentacuentos de pueblo tenga la espada de un Jinete? ¿Cómo conoces
la existencia de los ra'zac?
Brom dio un golpecito a la pipa.
-Pensaba que ya había dejado claro que no iba a hablar de
ello.
-Mi tío ha muerto por ello. ¡Muerto! -exclamó Eragon lanzando
un puñetazo al aire- Hasta ahora he confiado en ti porque Saphira
te respeta, ¡pero se ha acabado! Tú no eres la persona que conozco
desde hace años en Carvahall. ¡Explícame quién
eres!
Durante un buen rato Brom se quedó mirando las volutas de
humo que ascendían entre ellos, mientras se le marcaban unas
profundas arrugas en la frente, pero el único movimiento que hizo
fue dar otra calada a la pipa.
-Probablemente -dijo al fin-, nunca se te ha ocurrido pensar
que he pasado la mayor parte de mi vida fuera del valle de
Palancar. Sólo en Carvahall asumí el papel de cuentacuentos, pero
he tenido muchos papeles diferentes y un pasado… complicado. Y si
he llegado aquí es, en parte, por el deseo de escapar de él. Así es
que no, no soy el hombre que tú crees que soy. -¡Vaya! -soltó
Eragon-. Entonces ¿quién eres?
-Estoy aquí para ayudarte, y no desprecies estas palabras
porque son las más ciertas que he dicho en mi vida -afirmó Brom
sonriendo con dulzura-. Pero no voy a responder a tus preguntas. A
estas alturas, no necesitas saber mi historia ni te has ganado aún
el derecho a oírla. Sí, en efecto, sé cosas que Brom, el
cuentacuentos, no sabría, y soy más importante que él. Tendrás que
aprender a vivir con ese hecho y con el de que no explico mi vida a
cualquiera que me pregunta.
Eragon lo miró ceñudo.
-Me voy a dormir -dijo, y se alejó del
fuego.
Brom no pareció sorprenderse, pero tenía una expresión de
pena en la mirada.
Extendió sus mantas junto al fuego, mientras Eragon se
tumbaba junto a Saphira. Un gélido silencio cayó sobre el
campamento.