El día siguiente fue más fácil para ambos, ya que Eragon se encontraba mejor y más descansado, y respondió correctamente a más preguntas de Brom. Después de un ejercicio especialmente difícil, Eragon mencionó la criptovisión de la mujer. Brom se tiró de la barba, curioso. -¿Dices que estaba presa?


-Sí. -¿Le viste la cara? -preguntó, interesado.

-No muy claramente. La iluminación era mala, pero a pesar de todo sé que era bella. Es extraño: no tuve ninguna dificultad en verle los ojos. Y ella me miró.

-Por lo que sé -dijo Brom haciendo un gesto negativo-, nadie puede saber si lo están criptoviendo. -¿Sabes de quién se trata? -preguntó Eragon, asombrado por la ansiedad de su propia voz.

-La verdad es que no -reconoció Brom-. Si me presionaran, podría hacer algunas conjeturas, pero ninguna demasiado probable. Ese sueño tuyo es muy peculiar. De alguna manera te las arreglaste para criptover en sueños algo que no habías visto nunca… y sin pronunciar las palabras de poder. Los sueños, de vez en cuando, entran en contacto con el reino de lo espiritual, pero esto es diferente.

-Quizá para entenderlo deberíamos buscar en cada prisión y mazmorra hasta dar con la mujer -bromeó Eragon.

En realidad pensaba que era una buena idea. Brom se rió, y siguieron adelante.

A medida que los días se convertían en semanas, el estricto entrenamiento al que Brom sometía a Eragon ocupó casi todas las horas. Debido al brazo entablillado, el muchacho tenía que usar la mano izquierda, pero en poco tiempo, podía batirse con ella tan bien como con la derecha.

Cuando cruzaron las Vertebradas y llegaron a las llanuras, la primavera había llegado a Alagaësía con una explosión de flores. Los pelados árboles de hoja caduca estaban llenos de brotes rojizos, la hierba despuntaba entre los tallos marchitos del año anterior, y los pájaros volvían tras su ausencia invernal para aparearse y construir sus nidos.

Los viajeros siguieron el río Toak hacia el sudeste, al pie de las Vertebradas. A medida que el Toak recibía las aguas de los afluentes que llegaban de todos lados, su curso se hacía más firme y caudaloso. Cuando el río alcanzó alrededor de cinco kilómetros de anchura, Brom señaló las islas de cieno que se esparcían por el agua.

-Nos hallamos cerca del lago Leona: está a poco más de diez kilómetros. -¿Crees que podemos llegar antes de que anochezca? -preguntó Eragon.

-Podemos intentarlo.

Muy pronto el crepúsculo hizo que la senda resultara difícil de seguir, pero el ruido del río los guiaba, y cuando salió la luna, el luminoso astro los alumbró lo suficiente para ver lo que había delante.

El lago Leona parecía una hoja de plata fina sobre la tierra, y sus aguas eran tantranquilas y lisas que no parecía que fueran líquidas. Aparte de un brillante haz de luz de luna que iluminaba un trozo de la superficie, el resto no se distinguía de la tierra.

Saphira estaba en la orilla rocosa agitando las alas para secárselas. Eragon la saludó.

El agua es maravillosa… profunda, fresca y clara -dijo ella.

Quizá mañana nade un poco -le respondió él.

Instalaron el campamento bajo una hilera de árboles y se fueron a dormir pronto.

Al amanecer Eragon corrió a ver el lago a la luz del día: la blanca superficie del agua se rizaba en forma de abanico allí donde soplaba la brisa. Además, el tamaño del lago en sí era una delicia. Eragon chilló y corrió hacia el agua.

Saphira, ¿dónde estás? Ven, vamos a divertirnos. -Cuando Eragon se le subió encima, la dragona despegó por encima del lago. Planearon hacia arriba volando en círculos por encima del agua, pero no se veía la orilla opuesta-. ¿Te gustaría darte un baño? -le preguntó Eragon. Saphira sonrió encantada. ¡Agárrate!

Cerró las alas y descendió hacia las olas arañando las crestas con las garras, mientras que el agua que levantaban al deslizarse brillaba bajo la luz del sol. Eragon volvió a chillar de alegría, y entonces Saphira plegó las alas y se zambulló en el lago.

La cabeza y el cuello de la dragona entraron limpiamente, como una lanza.

El agua golpeó a Eragon como una pared helada, le cortó la respiración y casi lo desmontó de Saphira, pero el muchacho se agarró con fuerza mientras ella nadaba hacia la superficie. Con tres fuertes patadas, la dragona asomó la cabeza y lanzó un chorro de reluciente agua hacia el cielo. Eragon tomó aire y se sacudió el cabello mientras Saphira se deslizaba por el lago usando la cola como timón. ¿Preparado?

Eragon asintió e inspiró profundamente poniendo firmes los brazos. Esta vez avanzaron con suavidad debajo del agua. La visibilidad era perfecta en la líquida transparencia mientras Saphira giraba y daba vueltas describiendo círculos fantásticos en el agua como una anguila. Eragon se sentía como si montara a una serpiente de mar de leyenda.

Cuando los pulmones del muchacho empezaron a necesitar aire, Saphira arqueó el lomo y levantó la cabeza de golpe. Una explosión de gotitas dibujó un halo alrededor de ellos al tiempo que Saphira emergía de un salto y abría las alas de par en par. Con dos potentes aleteos ganó altura. ¡Caramba! ¡Eso sí que ha sido fantástico! -exclamó Eragon.

Sí -dijo Saphira alegremente-. Aunque es una lástima que no seas capaz de aguantar más tiempo la respiración.

Sí, pero no puedo hacer nada -respondió escurriéndose el agua del pelo.

Tenía la ropa empapada, y la corriente de aire que producían las alas de Saphira lo estaba helando. Entonces se tironeó el entablillado del brazo porque le picaba la muñeca.

Una vez se hubo secado, Eragon y Brom ensillaron los caballos y emprendieron viaje alrededor del lago Leona de buen humor, mientras Saphira, juguetona, entraba y salía del agua.

Antes de la comida, Eragon inutilizó el filo de Zar'roc para el habitual combate de entrenamiento con Brom, pero ninguno de los dos se movió mientras esperaba que el otro atacara primero. El muchacho observó el entorno en busca de cualquier cosa que le pudiera dar ventaja: un palo que estaba cerca del fuego le llamó la atención.

Eragon se inclinó de golpe, recogió el palo y se lo tiró a Brom, pero el anciano lo esquivó sin dificultad y se abalanzó sobre el muchacho blandiendo la espada. Eragon agachó la cabeza en el preciso instante en que la hoja le pasaba silbando por encima, rugió y tumbó a Brom con ferocidad.

Se enzarzaron en el suelo, y cada uno de ellos se esforzó por mantenerse encimadel otro. Eragon giró hacia un lado y deslizó la espada por el suelo hacia la espinilla de Brom. Éste detuvo el golpe con la empuñadura de su espada y se puso de pie de un salto. Eragon también se levantó con una torsión y volvió a atacar haciendo describir a Zar'roc una extraña trayectoria, al mismo tiempo que saltaban chispas sin cesar al entrechocar las espadas. Brom detenía cada golpe con el rostro tenso por la concentración, pero Eragon se dio cuenta de que el anciano empezaba a cansarse.

Continuó el incesante golpeteo mientras tanto uno como otro intentaban romper la defensa del contrario.

En ese momento Eragon percibió un cambio en el combate: golpe a golpe fue ganando ventaja, y las paradas de Brom se hicieron cada vez más lentas. En cambio, Eragon detuvo con facilidad una estocada. Las venas latían en la frente del anciano, y tenía los tendones del cuello hinchados por el esfuerzo.

Con súbita confianza, Eragon blandió a Zar'roc más rápido que nunca tejiendo una red de acero alrededor de la espada de Brom. Con un movimiento veloz, golpeó la parte plana de su espada contra la guardia de Brom y le tiró la espada al suelo. Antes de que el anciano reaccionara, Eragon le apoyó Zar'roc en la garganta.

Se quedaron inmóviles jadeando, mientras la punta roja de Zar'roc continuaba apoyada en el cuello de Brom. Eragon bajó despacio el brazo y retrocedió. Era la primera vez que vencía al anciano sin recurrir a algún truco. Brom recogió su espada del suelo y la enfundó.

-Por hoy es suficiente -dijo sin dejar de respirar agitadamente.

-Pero si acabamos de empezar -replicó Eragon, asustado.

-Ya no puedo enseñarte nada más con la espada. De todos los combatientes que he conocido, sólo tres habrían podido vencerme de esta manera, y dudo que ninguno de ellos lo hubiera logrado con la mano izquierda. -Sonrió, compungido-. Puede que ya no sea tan joven como antes, pero lo que sí sé es que eres un espadachín talentoso y excepcional. -¿Significa que ya no vamos a luchar todas las noches? -preguntó Eragon.

-No, no vas a librarte de eso -se rió Brom-. Pero ahora lo haremos más fácil, pues ya no importa que nos saltemos una noche de vez en cuando. -Se enjugó la frente-. Sin embargo, si tienes la desgracia de combatir con un elfo (esté entrenado o no, o ya sea de sexo femenino o masculino), ten por seguro que perderás porque los elfos, junto con los dragones y otras criaturas mágicas, son más fuertes de lo que la naturaleza les hace. Hasta el elfo más débil podría derrotarte. Y eso mismo es válido para los ra'zac porque no son humanos y se cansan mucho menos que nosotros. -¿Hay alguna forma de llegar a estar a su altura? -preguntó Eragon sentándose con las piernas cruzadas al lado de Saphira.

Has combatido bien -le dijo ella, y él sonrió.

Brom también se sentó y se encogió de hombros.

-Unas pocas, pero ninguna es accesible para ti en estos momentos. La magia te permitirá derrotar a todos los enemigos, exceptuando a los más fuertes; pero para vencer a éstos necesitarás la ayuda de Saphira, además de una buena dosis de suerte.

Recuerda: cuando las criaturas mágicas hacen uso de la magia, pueden hacer cosas que matarían a un humano porque tienen más aptitudes. -¿Y cómo se lucha con magia? -preguntó Eragon. -¿A qué te refieres?

-Bueno -dijo el muchacho apoyándose en un codo-, supon que me ataca un Sombra: ¿cómo podría interceptar su magia? Como resulta que la mayoría de los hechizos se producen de manera instantánea, eso te impide reaccionar a tiempo, perosi aun así lo consiguiera, ¿cómo podría neutralizar la magia de un enemigo? Parece como si se tuvieran que conocer las intenciones de un oponente «antes» de que actúe.

-Eragon se calló un momento-. No sé cómo se puede lograr porque quienquiera que ataque primero, gana.

-Estás hablando de… un duelo de magos, lo que es extremadamente peligroso -afirmó Brom dando un suspiro-. ¿Te has preguntado alguna vez cómo logró Galbatorix vencer a todos los Jinetes tan sólo con la ayuda de un puñado de traidores?

-No, nunca he pensado en ello -reconoció Eragon.

-Hay varias maneras. Algunas las sabrás más adelante, pero la principal es que Galbatorix era, y sigue siendo, un maestro en penetrar en la mente de la gente. Verás, en un duelo de magos rigen unas reglas estrictas que ambas partes deben respetar porque si no los dos contendientes mueren. Para empezar, nadie hace uso de la magia hasta que uno de los combatientes accede a la mente del otro.

Saphira enroscó la cola cómodamente alrededor de Eragon y preguntó: ¿Por qué se ha de esperar? Si un enemigo se da cuenta de que lo has atacado, ya es demasiado tarde para que actúe.

Eragon repitió la pregunta en voz alta.

-No, no lo es. Si yo de pronto usara mi poder contra ti, Eragon, seguramente morirías, pero en ese breve instante antes de tu destrucción, habría tiempo para un contraataque. Por lo tanto, a menos que un contendiente tenga deseos de morir, ninguna de las dos partes ataca hasta que una de ellas haya penetrado las defensas de la otra. -¿Y qué pasa entonces? -inquirió Eragon.

-Una vez que estás dentro de la mente de un enemigo -respondió Brom-, es bastante fácil prever lo que hará e impedirlo. Sin embargo, incluso con esa ventaja, sigue siendo posible perder si no sabes cómo contrarrestar el hechizo. -Llenó la pipa y la encendió-. Y eso requiere una velocidad de pensamiento extraordinaria porque, antes de defenderse, hay que comprender la índole exacta de las fuerzas dirigidas contra uno. Si te atacan con calor, tienes que saber cómo lo transmiten contra ti: si por aire, fuego, luz o por algún otro medio. Y sólo cuando lo has averiguado, puedes combatir la magia, por ejemplo, helando el material recalentado.

-Parece difícil.

-Extremadamente. Es raro que la gente sobreviva más de unos segundos a un duelo de este tipo -confirmó Brom, mientras una voluta de humo se elevaba de su pipa-. El enorme esfuerzo y el talento que exige condena a una muerte rápida a cualquiera que carezca de la formación adecuada. Cuando hayas progresado, empezaré a enseñarte los métodos necesarios, pero mientras tanto, si te enfrentas alguna vez a un duelo de magos, te aconsejo que salgas corriendo lo más rápido que puedas.