Eragon entró en un elegante estudio de dos plantas, rodeado de estanterías de cedro. Una escalera de hierro forjado se alzaba hasta un pequeño balcón donde había dos sillas y una mesa de lectura; antorchas de luz blanca colgaban de las paredes y del techo, de modo que en cualquier rincón de la sala se podía leer un libro; el suelo de piedra estaba cubierto por una alfombra oval de complejos dibujos, y al otro lado de la habitación, estaba un hombre de pie tras un escritorio de nogal.


La piel del hombre emitía un brillo del color del ébano engrasado; llevaba el cráneo afeitado, aunque una barba blanca, cuidadosamente recortada, le cubría la barbilla, y lucía bigote; la dureza de sus rasgos le sombreaba la cara, y bajo las cejas acechaban unos ojos graves e inteligentes; los amplios y fuertes hombros resaltaban todavía más gracias a un ajustado chaleco rojo, bordado con hilo de oro y abrochado sobre una exquisita camisa morada. Se comportaba con gran dignidad y emitía una intensa sensación de autoridad.

Cuando al fin habló, su voz sonó firme y confiada:

-Bienvenidos a Tronjheim, Eragon y Saphira. Soy Ajihad. Sentaos, por favor.

Eragon se dejó caer en un sillón junto a Murtagh, y la dragona se instaló tras ellos con aire protector. Ajihad alzó una mano y chasqueó los dedos. Un hombre apretó el paso desde detrás de la escalera: era idéntico al otro hombre calvo. Eragon miró a los dos con sorpresa y Murtagh se puso tenso.

-Vuestra confusión es comprensible; son hermanos gemelos -dijo Ajihad con una leve sonrisa-. Os diría cómo se llaman, pero no tienen nombre.

Saphira resopló, disgustada. Ajihad la miró un momento y luego se sentó en una silla de respaldo alto, tras el escritorio, al mismo tiempo que los gemelos se retiraban tras la escalera y permanecían juntos. Ajihad juntó los dedos a la vez que contemplaba fijamente a Eragon y a Murtagh, y los estudiaba durante un largo rato sin quitarles la vista de encima.

Incómodo, Eragon se movió en el asiento. Tras lo que pareció durar varios minutos, Ajihad bajó las manos y convocó a los gemelos. Uno de los dos se plantó de inmediato a su lado. Ajihad le susurró algo al oído, y el hombre calvo empalideció de repente y negó con la cabeza vigorosamente. Ajihad frunció el entrecejo y luego asintió, como si acabara de confirmar algo. Entonces miró a Murtagh y le dijo:

-Al negarte a ser examinado me has puesto en una situación difícil. Se te ha permitido entrar en Farthen Dür porque los gemelos me aseguran que pueden controlarte y por tus acciones en defensa de Eragon y de Arya. Entiendo que quieras mantener ciertas cosas escondidas en tu mente, pero si sigues así no podremos fiarnos de ti.

-De todos modos, no os fiaríais -dijo Murtagh, en tono desafiante.

El rostro de Ajihad se ensombreció al oír las palabras de Murtagh, y el peligro le brilló en los ojos.

-Aunque hace veintitrés años que esa voz no llega a mis oídos… la conozco. -Guardó un silencio de mal presagio e inspiró profundamente. Los gemelos, que parecían alarmados, juntaron la cabeza y empezaron a murmurar, desesperados-.

Entonces provenía de otro hombre, uno que tenía más de bestia que de humano.

¡Levántate!

Murtagh obedeció con cautela repartiendo miradas como dardos entre los gemelos y Ajihad. -¡Quítate la camisa! -ordenó Ajihad. De un tirón, Murtagh se quitó la túnica-.

Ahora, date la vuelta.

Al volverse, la luz cayó sobre la cicatriz de la espalda.

-Murtagh… -murmuró Ajihad.

Orik soltó un gruñido de sorpresa. Sin previo aviso, Ajihad se volvió hacia los gemelos y tronó: -¿Lo sabíais?

Los gemelos hicieron una reverencia.

-Descubrimos el nombre en la mente de Eragon, pero no sospechamos que este chico fuera hijo de alguien tan poderoso como Morzan. No se nos ocurrió… -¿Y no me lo dijisteis? -preguntó Ajihad. Levantó una mano para evitar cualquier explicación-. Ya hablaremos de esto. -Se encaró de nuevo a Murtagh-.

Antes he de desenmarañar este embrollo. ¿Sigues negándote a pasar la prueba?

-Sí -contestó Murtagh con brusquedad volviendo a ponerse la túnica-. No permitiré que nadie entre en mi mente.

Ajihad se apoyó en el escritorio.

-Eso implicará desagradables consecuencias, porque si los gemelos no consiguen certificar que no representas una amenaza, no podremos ofrecerte nuestra confianza, a pesar del apoyo (o tal vez, precisamente, por culpa de ese mismo apoyo) que le has dado a Eragon. Sin dicha verificación, nuestros pobladores, tanto enanos como humanos, te destrozarán si se enteran de tu presencia entre nosotros. De modo que eso me obligará a mantenerte encerrado en todo momento, tanto por nuestra protección como por la tuya. Y el asunto no hará más que empeorar cuando Hrothgar, el rey de los enanos, exija tu custodia. Así pues, no provoques esa situación, que podría evitarse fácilmente.

-No… -Murtagh, testarudo, hizo un gesto negativo-. Aunque cediera, se me trataría como a un leproso o a un paria. Sólo quiero irme de aquí. Si me permites hacerlo pacíficamente, nunca revelaré vuestra ubicación al Imperio. -¿Y si te capturan y te llevan ante Galbatorix? -quiso saber Ajihad-. Extraerá todos los secretos de tu mente, por fuerte que seas. Y si fueras capaz de resistir, ¿cómo sabemos que no te unirás a él en el futuro? No puedo correr ese riesgo. -¿Me tendréis prisionero para siempre? -preguntó Murtagh poniéndose tenso.

-No -contestó Ajihad-. Sólo hasta que permitas que te examinemos. Si decidimos que eres de fiar, los gemelos desalojarán de tu mente toda noción de la ubicación de Farthen Dür antes de que te vayas. No correremos el riesgo de que esos recuerdos caigan en manos de Galbatorix. ¿Qué me dices, Murtagh? Decídete rápido, o escogeremos nosotros el camino.

«Vamos, cede -suplicó Eragon en silencio, preocupado por la seguridad de Murtagh-. No merece la pena pelear.»

Murtagh habló por fin con palabras lentas y claras:

-Mi mente es el único refugio que no me han robado. Otros hombres intentaron allanarlo anteriormente, pero he aprendido a defenderlo con vigor, pues sólo estoy a salvo con mis pensamientos más profundos. Me habéis pedido lo único que no puedo dar, y mucho menos a esos dos -señaló a los gemelos-. Haced conmigo lo que queráis: antes de exponerme a su invasión, que se me lleve la muerte.

La admiración brilló en los ojos de Ajihad.

-No me sorprende tu elección, aunque confiaba en que tomarías la contraria… ¡Guardias! -La puerta de cedro se abrió de golpe, y entraron los guerreros con las armas a punto. Ajihad señaló a Murtagh y ordenó-: Llevadlo a una habitación sin ventanas y reforzad la puerta. Poned seis hombres en la entrada para que no pase nadie hasta que yo vaya a verlo. Tampoco habléis con él.

Los guerreros rodearon a Murtagh mirándolo con suspicacia. Cuando abandonaban el estudio, Eragon captó la mirada de Murtagh y movió los labios para decir: «Lo siento». Murtagh se encogió de hombros y luego miró hacia delante con decisión. Desapareció con los demás hombres por el camino mientras el sonido de sus pisadas se desvanecía en el silencio.

Ajihad volvió a hablar con brusquedad:

-Quiero que todo el mundo abandone esta habitación, excepto Eragon y Saphira. ¡Ahora!

Los gemelos se fueron haciendo varias reverencias, pero Orik dijo:

-Señor, el rey querrá saber lo de Murtagh. Y queda pendiente el asunto de mi insubordinación…

Ajihad frunció el entrecejo y luego agitó una mano en el aire.

-Yo mismo se lo diré a Hrothgar. En cuanto a tus acciones… Espera fuera hasta que te llame. Y no dejes que se alejen los gemelos, aún no he terminado con ellos.

-Muy bien -contestó Orik agachando la cabeza.

Cerró la puerta con un golpe contundente.

Tras un largo silencio, Ajihad se recostó en el asiento con un suspiro de cansancio.

Se pasó una mano por la cara y miró hacia el techo. Eragon esperó impaciente a que hablara, pero como no decía nada, estalló: -¿Arya está bien?

Ajihad bajó la mirada para posarla en él y respondió con gravedad:

-No… Sin embargo, los sanadores me dicen que se recuperará. Han estado toda la noche intentando curarla, pero el veneno le ha pasado una factura terrible. Si no llega a ser por ti no se habría salvado. Mereces el agradecimiento más profundo de los vardenos por eso.

Eragon relajó los hombros, aliviado. Por primera vez sintió que había merecido la pena el esfuerzo hecho para huir de Gil'ead.

-Bueno, ¿y ahora qué? -preguntó.

-Necesito que me cuentes cómo encontraste a Saphira y todo lo que ha ocurrido desde entonces -dijo Ajihad uniendo los dedos en una cúpula-. Conozco parte de esa historia por el mensaje que nos envió Brom, y otras partes de ella gracias a los gemelos. Pero quiero oírlo de tus labios, sobre todo lo que concierne a la muerte de Brom.

Eragon se resistía a compartir sus experiencias con un extraño, pero Ajihad tuvo paciencia.

Vamos -lo urgía Saphira amablemente.

Eragon se movió, inquieto, en el asiento, pero empezó a contar su historia. Al principio se sentía incómodo, aunque se fue tranquilizando a medida que avanzaba en el relato.

Saphira lo ayudaba a recordar con claridad por medio de algún comentario puntual. Ajinad escuchó todo el rato con atención.

Eragon habló durante horas, deteniéndose a menudo en su narración. Habló a Ajihad de Teirm, aunque sin mencionar las adivinanzas de Angela, y contó cómo Brom y él habían encontrado a los ra'zac. Incluso explicó sus sueños sobre Arya.

Cuando llegó a Gil'ead y mencionó a Sombra, Ajihad endureció el rostro y se echó hacia atrás en el asiento con los ojos velados.

Una vez terminada la historia, Eragon guardó silencio y reflexionó sobre todo lo que había ocurrido. Ajihad se levantó, juntó las manos tras la espalda y, con aire ausente, estudió uno de los estantes. Al cabo de un rato regresó a su escritorio.

-La muerte de Brom es una pérdida terrible. Era muy buen amigo mío y un poderoso aliado de los vardenos. Nos salvó muchas veces de la destrucción gracias a su valor e inteligencia. Incluso ahora, tras desaparecer, nos ha proporcionado lo único que puede garantizar nuestro triunfo: tú.

-Pero ¿qué logros puedes esperar de mí? -preguntó Eragon.

-Te lo explicaré con detalle -contestó Ajihad-, pero antes debo encargarme de asuntos más urgentes. La noticia de la alianza entre los úrgalos y el Imperio es extremadamente seria. Si Galbatorix está reuniendo un ejército de úrgalos para destruirnos, los vardenos lo tendremos difícil para sobrevivir, aunque muchos gocemos de la protección de Farthen Dür. El mero hecho de que un Jinete, aunque sea uno tan malvado como Galbatorix, se plantee un pacto con esa clase de monstruos, es prueba suficiente de su locura. Me da escalofríos pensar qué les habrá prometido a cambio de su veleidosa lealtad. Y luego está Sombra. ¿Puedes describirlo?

Eragon asintió:

-Era alto, delgado y muy pálido, con los ojos y el pelo colorados. Vestía totalmente de negro. -¿Y su espada? ¿La viste? -preguntó Ajihad con intensidad-. ¿Tenía una fina hendidura que recorría la larga hoja?

-Sí -repuso Eragon, sorprendido-. ¿Cómo lo sabes?

-Porque yo mismo se la hice cuando intentaba arrancarle el corazón -dijo Ajihad con una triste sonrisa-. El Sombra se llama Durza y es uno de los demonios más malvados y astutos que jamás hayan asolado esta tierra. Es el siervo perfecto para Galbatorix y un enemigo peligroso para nosotros. Dices que lo matasteis. ¿Cómo ocurrió?

Eragon lo recordó con viveza.

-Murtagh le disparó dos veces. La primera flecha le dio en un hombro, la segunda le acertó entre los ojos.

-Me lo temía -dijo Ajihad, ceñudo-. No lo matasteis porque sólo se puede destruir a los Sombra clavándoles una estaca en el corazón. Cualquier otro medio hace que se desvanezcan y luego vuelven a aparecer en otro lugar en forma de espíritus. Es un proceso desagradable, pero Durza sobrevivirá y regresará más fuerte que nunca.

Un tenso silencio se instaló entre ellos, como una nube de mal presagio. Luego Ajihad afirmó:

-Eres un enigma, Eragon, un dilema que nadie sabe cómo resolver. Todo el mundo está enterado de lo que quieren los vardenos, o los úrgalos, o incluso Galbatorix, pero nadie sabe qué quieres tú. Y eso te convierte en un peligro, sobre todo para Galbatorix. Te teme porque no sabe qué vas a hacer en el futuro. -¿Y los vardenos no me temen? -preguntó Eragon en voz baja.

-No -contestó cuidadosamente Ajihad-. Tenemos esperanzas depositadas en ti. Pero si esas esperanzas resultan defraudadas, entonces sí te temeremos. -Eragon bajó la mirada-. Tienes que entender la naturaleza inusual de tu situación. Hay facciones preocupadas porque sirvas sólo a sus intereses, y desde el momento en que entraste en Farthen Dür, las influencias y los poderes de cada una de ellas empezaron a tirar de ti.

-¿Incluidos los tuyos? -preguntó Eragon.

Ajinad contuvo la risa, aunque su mirada era seria.

-Incluidos los míos. Deberías saber ciertas cosas: por ejemplo, cómo apareció el huevo de Saphira en las Vertebradas. ¿Te contó Brom lo que hicimos con el huevo de la dragona cuando él lo trajo aquí?

-No -respondió Eragon mirando a Saphira.

Ella pestañeó y le sacó la lengua.

Antes de empezar a hablar, Ajihad tamborileó sobre el escritorio.

-La primera vez que Brom trajo el huevo a los vardenos, todo el mundo estaba profundamente interesado en el destino de ese huevo, pues habíamos creído que los dragones habían sido exterminados. A los enanos sólo les preocupaba que el futuro Jinete fuera un aliado, aunque algunos de ellos se oponían a la idea de que volviera a existir un nuevo Jinete. Por su parte, los elfos y los vardenos tenían un enfoque más personal. La razón era bien simple: a lo largo de la historia, todos los Jinetes han sido humanos o elfos, en especial elfos, pero nunca ha habido un enano que fuera Jinete. »Debido a las traiciones de Galbatorix, los elfos eran reticentes a permitir que los vardenos manejaran el huevo por miedo a que el dragón que llevaba dentro escogiera a un humano que tuviera una inestabilidad parecida a la del rey. La situación planteaba todo un reto, pues ambas partes querían al Jinete para sí. Por su parte, los enanos no hacían más que agravar el problema, pues discutían obstinadamente tanto con los elfos como con nosotros cada vez que se presentaba la ocasión. La tensión aumentó, y en poco tiempo algunos pronunciaron amenazas que más tarde lamentarían. Entonces fue cuando Brom sugirió un pacto que permitía salvar el honor a todas las partes. »Propuso que los vardenos tuvieran el huevo durante un año, y que al año siguiente lo guardaran los elfos. En cada lugar, los niños desfilarían ante él, y los responsables del huevo esperarían para ver si el dragón salía del cascarón. Si no era así, se lo entregarían de nuevo al otro grupo. Pero si el dragón eclosionaba, entonces empezaría de inmediato la formación del nuevo Jinete. Durante el primer año, el Jinete, fuera varón o hembra, sería instruido aquí por el propio Brom, y luego sería entregado a los elfos para que terminara su formación con ellos. »Los elfos aceptaron el plan con desconfianza… pero con la condición de que si Brom moría antes de que el dragón naciera, quedarían libres para formar ellos al nuevo Jinete sin interferencias. El acuerdo les era favorable, pues al fin y al cabo todos sabíamos que era más probable que el dragón escogiera a un elfo, pero proporcionó a ambas partes la debida apariencia de igualdad.

Ajihad detuvo su charla con una mirada pesimista en los expresivos ojos. Las sombras le hundían el rostro bajo los pómulos, y éstos le sobresalían.

-Se esperaba que ese nuevo Jinete uniera mejor nuestras dos razas. Esperamos durante más de un decenio, pero el huevo no prendía. El asunto fue desocupando nuestras mentes, y ya casi nunca pensábamos en ello, salvo para lamentar la incapacidad del huevo. »Pero el año pasado tuvimos una pérdida terrible: Arya y el huevo desaparecieron cuando iban de Tronjheim a la ciudad élfica de Osilon. Los primeros en descubrir que habían desaparecido fueron los elfos. Encontraron el corcel de la joven y a sus guardianes acuchillados en Du Weldenvarden, y vieron a un grupo de úrgalos masacrados en la cercanía. Pero Arya y el huevo no estaban. Cuando me llegó la noticia, temí que los úrgalos los hubieran apresado y pronto conocieran la ubicación de Farthen Dür y de la capital de los efos, Ellesméra, donde vive su reina, Islanzadi.

Ahora entiendo que trabajaban para el Imperio, lo cual era aún peor. »No sabremos qué ocurrió exactamente en ese ataque hasta que Arya se despierte, pero he deducido algunos detalles de lo que me has contado. -El chaleco de Ajihad crujió cuando apoyó los codos en el escritorio-. El ataque tuvo que ser rápido y decidido, pues de otro modo Arya hubiera escapado. Sin previo aviso, y careciendo de un lugar donde esconderse, sólo podía hacer una cosa: usar la magia para transportar el huevo a otro lugar. -¿Puede usar la magia? -preguntó Eragon.

Arya había mencionado que le habían suministrado una droga para suprimir sus poderes. Eragon quería confirmar que se refería a la magia y le hubiera gustado saber si podría enseñarle más palabras del idioma antiguo.

-En efecto, ésa fue una de las razones por las que resultó elegida para cuidar del huevo. En cualquier caso, Arya no pudo devolvérnoslo porque estaba demasiado lejos.

Y el reino de los elfos está protegido por barreras arcanas que impiden que nada cruce sus fronteras por medio de la magia. Ella debió de pensar en Brom y, en su desesperación, envió el huevo a Carvahall. Como no había tenido tiempo de prepararse, no me sorprende que fallara por cierto margen. Según me cuentan los gemelos, se trata de un arte que no es muy preciso. -¿Por qué estaba más cerca del valle de Palancar que de los vardenos? -preguntó Eragon-. ¿Dónde viven realmente los elfos? ¿Dónde está esa… Ellesméra?

La aguda mirada de Ajihad se clavó en Eragon mientras consideraba la pregunta.

-No te contestaré a la ligera, porque los elfos guardan ese dato con mucho celo.

Pero deberías saberlo, y lo hago como muestra de confianza. Sus ciudades quedan muy al norte, en lo más profundo del infinito bosque de Du Weldenvarden. Desde los tiempos de los Jinetes, nadie, ni enano ni humano, ha merecido tanta amistad de los elfos como para permitírsele caminar por sus senderos de hojarasca. Ni siquiera yo sé cómo encontrar Ellesméra. En cuanto a Osilon… teniendo en cuenta dónde desapareció Arya sospecho que queda cerca del límite occidental de Du Weldenvarden, hacia Carvahall. Sé que harías muchas más preguntas, pero debes tener paciencia y esperar a que termine.

Ajihad ordenó sus recuerdos y empezó a hablar de nuevo a un ritmo más rápido:

-Cuando desapareció Arya, los elfos retiraron su apoyo a los vardenos. La reina Islanzadi estaba especialmente furiosa y rechazó cualquier contacto con nosotros. En consecuencia, aunque recibí el mensaje de Brom, los elfos siguen ignorando tu existencia y la de Saphira… Sin sus provisiones para sostener a mis tropas lo hemos pasado bastante mal durante los últimos meses en nuestras escaramuzas con el Imperio. »Tras el regreso de Arya y tu aparición, espero que la hostilidad de la reina amaine. El hecho de que rescataras a Arya nos supondrá una gran ayuda ante ella. Tu formación, de todos modos, representará un problema tanto para los vardenos como para los elfos. Es obvio que Brom tuvo la oportunidad de formarte, pero necesitamos saber hasta dónde llegó. Por esa razón, deberás pasar un examen para determinar el alcance de tus habilidades. Además, los elfos querrán que termines tu formación con ellos, aunque no estoy seguro de que haya tiempo para eso. -¿Por qué no? -preguntó Eragon.

-Por varias razones. La más importante, tus noticias sobre los úrgalos -dijo Ajihad desviando la mirada hacia Saphira-. Mira, Eragon, los vardenos estamos en una situación extremadamente delicada: por un lado, hemos de satisfacer los deseos de los elfos si queremos conservarlos como aliados y, al mismo tiempo, no podemosmolestar a los enanos si queremos refugiarnos en Tronjheim. -¿Los enanos no forman parte de los vardenos? -preguntó Eragon.

-En cierto sentido, sí -respondió Ajihad después de un momento de duda-.

Nos permiten vivir aquí y nos ayudan en la lucha contra el Imperio, pero sólo son leales a su rey. No tengo ningún poder sobre ellos, salvo el que me concede Hrothgar, e incluso él mismo tiene problemas a menudo con los clanes de enanos. Los trece clanes están al servicio de Hrothgar, pero cada uno de sus jefes tiene un enorme poder; son ellos quienes escogen al sucesor cuando muere el rey. Hrothgar comparte nuestra causa, pero muchos de los jefes de clan no lo hacen. Así que el rey no se puede permitir el lujo de molestarlos innecesariamente para no perder el apoyo de su pueblo, de modo que sus acciones en defensa nuestra se han visto seriamente menguadas.

-Y esos jefes de clan -preguntó Eragon-, ¿también están en mi contra?

-Me temo que más todavía -contestó Ajihad en tono cansino-. Existió una gran enemistad entre enanos y dragones. Antes de que llegaran los elfos y trajeran la paz, los dragones tenían la costumbre de comerse los rebaños de los enanos y robarles el oro, y los enanos tardan mucho en olvidar las ofensas del pasado. Desde luego, nunca aceptaron del todo a los Jinetes ni les permitieron patrullar por su reino. El hecho de que Galbatorix alcanzara el poder no hizo sino convencer a muchos enanos de que sería mejor no volver a relacionarse jamás con Jinetes ni con dragones.

Las últimas palabras estaban dirigidas a Saphira.

Lentamente, Eragon preguntó: -¿Por qué no sabe Galbatorix dónde están Farthen Dür y Ellesméra? Sin duda los Jinetes se lo contarían cuando le informaban.

-Se lo dijeron, sí, pero no se lo mostraron. Una cosa es saber que Farthen Dür está en estas montañas y otra muy distinta, encontrarla. Cuando murió el dragón de Galbatorix, no lo habían llevado a ninguno de los dos lugares. Luego, por supuesto, los Jinetes ya no se fiaron de él. Intentó sacarles la información a diversos Jinetes cuando él se sublevó, pero ellos prefirieron morir antes que contárselo. Por lo que respecta a los enanos, nunca ha conseguido capturar vivo a ninguno, aunque eso sólo es cuestión de tiempo.

-Entonces, ¿por qué no se limita a armar a su ejército y marchar por Du Weldenvarden hasta que encuentre Ellesméra? -preguntó Eragon.

-Porque los elfos aún tienen el poder suficiente para oponerle resistencia -contestó Ajihad-. No se atreve a medir sus fuerzas contra ellos, por lo menos todavía no. Pero su brujería maldita aumenta de fuerza cada año. Con otro Jinete a su lado sería imparable, de modo que sigue intentando que prenda uno de los dos huevos que tiene en su poder, pero de momento, no lo ha conseguido. -¿Cómo puede ser que su poder aumente? -Eragon estaba atónito-. La fuerza de su cuerpo limita sus habilidades y no puede seguir aumentando siempre.

-No lo sabemos -dijo Ajihad encogiendo los amplios hombros-, y los elfos tampoco. Sólo nos queda esperar que algún día lo destruya uno de sus propios hechizos. -Metió una mano por debajo del chaleco y sacó con gesto sombrío un pedazo de pergamino maltrecho-. ¿Sabes qué es esto? -preguntó, al tiempo que lo depositaba sobre la mesa.

Eragon se inclinó hacia delante y lo examinó: unas líneas de letras negras, escritas con tinta en un lenguaje extraño, ocupaban el papel. Amplias secciones del texto estaban tapadas por gotas de sangre, y uno de los lados del papel estaba chamuscado.

Eragon hizo un gesto negativo:

-No, no lo sé.

-Se lo quitamos al jefe del batallón de úrgalos que destruimos anoche. Nos costó doce hombres, pero se sacrificaron para que pudieras ponerte a salvo. La escritura es una invención del rey, un código que usa para comunicarse con sus siervos. Me costó un buen rato, pero conseguí descifrar su significado, al menos en la parte legible. Dice lo siguiente:

[…] vigilante de la entrada de Ithró Zháda dejará entrar al portador y a sus adláteres. Se les dará cobijo con los demás de su clase y por… pero sólo si dos facciones evitan luchar. Detentarán el mando Tarok, Gashz, Durza, Ushnark el Poderoso.

-«Ushnark» es Galbatorix. Significa «padre» en la lengua de los úrgalos, una afectación que le complace.

Averiguar para qué sirven y […] Los infantes y […] serán mantenidos aparte. No se distribuirán armas hasta que […] para la marcha.

-A partir de ahí no se puede leer nada más, salvo un par de palabras vagas -explicó Ajihad. -¿Dónde está Ithró Zháda? Nunca lo había oído.

-Yo tampoco -confirmó Ajihad-, lo cual me hace sospechar que Galbatorix ha cambiado el nombre a algún lugar para su propio interés. Después de descifrar este texto, me pregunté qué hacían cientos de úrgalos en las montañas Beor, donde los viste tú, y adonde iban. El pergamino menciona a «los demás de su clase», o sea que supongo que en su destino los esperaban más úrgalos. Sólo hay una razón para que el rey reúna tal cantidad de gente: armar un ejército bastardo de humanos y de monstruos para destruirnos. »De momento, no se puede hacer más que esperar y observar, pues sin más información no podemos saber dónde está Ithró Zháda. Por lo pronto, aún no han descubierto Farthen Dür, de modo que conservamos la esperanza. Los únicos úrgalos que la han visto murieron anoche. -¿Cómo supiste que veníamos? -preguntó Eragon-. Uno de los gemelos nos esperaba y tenía lista una emboscada para los kull.

El muchacho se dio cuenta de que Saphira escuchaba con atención. Aunque la dragona se mantenía aparte, Eragon sabía que más adelante ella tendría cosas que decirle.

-Hay centinelas apostados en la entrada del valle por el que llegasteis, a ambos lados del río Diente de Oso. Ellos nos enviaron una paloma para avisarnos -explicó Ajihad.

Eragon se preguntó si sería el mismo pájaro que Saphira había intentado comerse.

-Cuando Arya y el huevo desaparecieron, ¿se lo comunicasteis a Brom? Me dijo que no sabía nada de los vardenos.

-Intentamos avisarle -respondió Ajihad-, pero sospecho que el Imperio interceptó a nuestros emisarios y los mató. ¿Por qué otra razón habrían ido los ra'zac a Carvahall? Luego, como Brom iba viajando contigo, no hubo manera de establecer contacto con él. Cuando tuve noticias de él por medio de un mensajero de Teirm, supuso un alivio para mí. No me sorprendió que acudiera a Jeod; eran viejos amigos. Y Jeod pudo enviarnos un mensajero con facilidad porque se dedica a hacernos llegar provisiones a escondidas por Surda. »Todo este asunto ha provocado algunas preguntas importantes: ¿cómo sabía el Imperio dónde debía tender la emboscada a Arya y, más adelante, a nuestros mensajeros de Carvahall? Y ¿cómo se ha enterado Galbatorix de qué mercaderes ayudan a los vardenos? El negocio de Jeod quedó virtualmente destruido cuando tú te fuiste, igual que los de otros mercaderes que nos apoyan, pues cada vez que uno desus barcos se hace a la mar, desaparece. Así que, como los enanos no nos pueden conseguir todo lo que necesitamos, los vardenos tenemos una carencia desesperada de provisiones. Me temo que hay un traidor, o varios, entre nosotros, a pesar de nuestro esfuerzo por escrutar las mentes de la gente en busca de trampas.

Eragon se concentró en sus pensamientos y ponderó todo lo que había aprendido.

Ajihad esperó tranquilamente hasta que volviera a hablar, sin que le molestara el silencio. Por primera vez desde el hallazgo del huevo de Saphira, Eragon sintió que entendía lo que ocurría en torno a él. Al fin sabía de dónde había salido la dragona y lo que el futuro podía depararle. -¿Qué quieres de mí? -preguntó el muchacho. -¿A qué te refieres?

-Es decir, ¿qué se espera de mí en Tronjheim? Sé que los elfos y tú tenéis planes para mí, pero ¿qué pasará si no me gustan? -Un tinte de dureza le tomó la voz-.

Estoy dispuesto a luchar cuando haga falta, a revelarme cuando se presente la ocasión, a llorar donde se presente el dolor, a morir si me llega la hora… pero no dejaré que nadie me use en contra de mi voluntad. -Hizo una pausa para que sus palabras calaran más hondo-. Los Jinetes de antaño impartían justicia por encima de los líderes de su tiempo. No reclamo esa prerrogativa, pues dudo que la gente la aceptara después de haber pasado generaciones enteras sin que se la impusieran, y mucho menos si viniera de alguien tan joven como yo. Pero tengo algún poder y lo utilizaré como crea conveniente. Lo que quiero saber es cómo planeas usarme. Luego decidiré si estoy de acuerdo o no.

Ajihad lo miró con ironía.

-Si no fueras quien eres y si estuvieras ante otro líder, lo más probable es que este insolente discurso te hubiera costado la vida. ¿Qué te hace pensar que voy a exponer mis planes sólo porque tú lo exijas? -Eragon se sonrojó, pero no desvió la mirada-. De todos modos, tienes razón. Tu posición te otorga el privilegio de expresarte de este modo, y no puedes evitar el aspecto político de la situación, pues de un modo u otro, te va a influir. Tengo tan pocas ganas como tú de verte convertido en peón de algún grupo o propósito, por lo que debes conservar tu libertad, pues en ella radica tu verdadero poder: la capacidad de elegir sin depender de ningún líder, ni de rey alguno. Mi propia autoridad sobre ti será limitada, pero creo que será para bien. Lo más difícil será asegurarse de que quienes manejan el poder te incluyan en sus deliberaciones. »Además, a pesar de tus protestas, nuestro pueblo tiene ciertas expectativas puestas en ti: te van a plantear sus problemas, por menores que parezcan, y exigirán que los resuelvas. -Ajihad se inclinó hacia Eragon con una seriedad mortal en la voz-. Habrá casos en que el futuro de alguien quedará en tus manos… Bastará una palabra tuya para enviarlos directamente a la felicidad o a la desgracia. Las mujeres jóvenes querrán saber tu opinión acerca de con quién deben casarse, e incluso muchas te querrán por marido, y los ancianos te preguntarán si sus hijos merecen una herencia. Tendrás que ser amable y sabio para todos, pues pondrán en ti su confianza, pero no hables por hablar y sin pensar, pues tus palabras tendrán un impacto mucho mayor de lo que te imaginas.

Ajihad se recostó en la silla, con los ojos entrecerrados.

-La carga del liderazgo consiste en ser responsable del bienestar de aquellos que dependen de ti. Yo la he soportado desde que me escogieron para gobernar a los vardenos y ahora debes hacerlo también tú. Pero ten cuidado, porque no toleraré ninguna injusticia bajo mi mando. Y no te preocupes por tu juventud ni por tuinexperiencia; pronto pasarán.

A Eragon le incomodaba la idea de que el pueblo le pidiera consejo.

-Aún no me has dicho qué debo hacer aquí.

-De momento, nada. Has recorrido más de setecientos kilómetros en ocho días, una hazaña para estar orgulloso. Estoy seguro de que apreciarás el descanso. Cuando te hayas recuperado, comprobaremos tu eficacia con las armas y con la magia.

Después… Bueno, te explicaré tus opciones y tendrás que decidir cuál escoges. -¿Y qué vais a hacer con Murtagh? -preguntó Eragon con mordacidad.

El rostro de Ajihad se ensombreció. Buscó con una mano bajo el escritorio y sacó a Zar'roc. La pulida funda de la espada brilló bajo la luz. Ajihad le pasó una mano por encima y la detuvo sobre el sello grabado.

-Él se quedará aquí hasta que permita que los gemelos le escruten la mente.

-No puedes encarcelarlo -protestó Eragon-. ¡No ha cometido ningún delito!

-No podemos dejarlo en libertad sin estar seguros de que no va a actuar contra nosotros. Tanto si es inocente como si no, potencialmente es tan peligroso para nosotros como su padre -respondió Ajihad con cierta tristeza.

Eragon se dio cuenta de que no había modo de convencerlo y de que su preocupación era legítima. -¿Cómo pudiste reconocer su voz?

-Conocí a su padre -fue la breve respuesta de Ajihad que tocó la empuñadura de Zar'roc -. ¡Ojalá Brom me hubiera dicho que se había quedado la espada de Morzan! Te sugiero que no la lleves contigo en Farthen Dür. Aquí mucha gente recuerda con odio los tiempos de Morzan, sobre todo los enanos.

-No lo olvidaré -prometió Eragon.

Ajihad le pasó a Zar'roc.

-Ahora que lo recuerdo, tengo el anillo de Brom porque nos lo envió para confirmar su identidad. Lo conservaba para cuando él volviera a Tronjheim, pero ya que ha muerto, supongo que te pertenece e imagino que él habría deseado que lo llevaras.

Abrió un cajón del escritorio y sacó el anillo.

Eragon lo aceptó con veneración. El símbolo tallado en la faz del zafiro era idéntico al tatuaje del hombro de Arya. Eragon se lo puso en el dedo índice y admiró cómo captaba la luz.

-Es… un honor -dijo.

Ajihad asintió con gravedad. Luego empujó la silla hacia atrás y se levantó.

Mirando a Saphira, se dirigió a ella con la voz henchida de poder:

-No creas que me he olvidado de ti, oh, poderosa dragona. Todo lo que he dicho es tan útil para ti como para Eragon, e incluso era más importante que lo oyeras tú, pues sobre ti recae la tarea de cuidar de él en estos tiempos de peligro. No subestimes tu poder ni flaquees a su lado, pues sin ti está destinado a fracasar.

Saphira agachó la cabeza hasta que los ojos le quedaron a la misma altura que los de Ajihad, y lo miró fijamente desde sus rasgadas pupilas negras. Se examinaron mutuamente en silencio, sin que ninguno de los dos pestañeara. Ajihad fue el primero en moverse. Bajó los ojos y dijo con suavidad:

-Es todo un privilegio haberte conocido.

Se las arreglará -dijo Saphira, respetuosamente, y giró el cuello para mirar a Eragon-. Dile que tanto él como Tronjheim me han impresionado. El Imperio hace bien en temerlo. Hazle saber, de todos modos, que si él hubiese decidido matarte, yo habría destruido Tronjheim y a él lo habría destrozado con mis colmillos.

Eragon titubeó, sorprendido por el veneno que había en la voz de la dragona,pero al fin transmitió el mensaje. Ajihad miró a Saphira con seriedad:

-No esperaba menos de alguien tan noble, aunque dudo que hubieses podido superar a los gemelos. ¡Bah! -resopló Saphira con desprecio.

Como sabía a qué se refería, Eragon dijo:

-En ese caso, deben de ser más fuertes de lo que parece. Creo que se verían gravemente consternados si hubieran de enfrentarse a la ira de un dragón. Tal vez los dos juntos lograran derrotarme, pero a Saphira no. Deberías saber que el dragón de un Jinete redobla la fuerza de su magia mucho más allá de lo que podría alcanzar un mago normal. Brom siempre fue más débil que yo por eso mismo. Creo que, tras la larga ausencia de los Jinetes, los gemelos han puesto demasiada fe en su propio poder.

Ajihad parecía preocupado.

-Brom era considerado como uno de nuestros hechiceros más poderosos. Sólo los elfos lo superaban. Si lo que dices es cierto, tendremos que reconsiderar muchas cosas. -Dedicó una reverencia a Saphira-. En cualquier caso, me alegro de que no haya hecho falta lastimaros.

Saphira devolvió el gesto agachando la cabeza.

Ajihad se estiró con aire señorial y llamó: -¡Orik! -El enano entró corriendo en la habitación y se plantó ante el escritorio con los brazos cruzados. Ajihad lo miró irritado con el entrecejo fruncido-. Me has creado muchos problemas, Orik. He tenido que aguantar toda la mañana que uno de los gemelos se quejara de tu insubordinación. No cesarán hasta que seas castigado y, por desgracia, tienen razón. Es un asunto muy serio, y no lo puedo pasar por alto. Es necesario que cuentes tu versión.

Orik lanzó una rápida mirada a Eragon, pero el rostro del enano no reveló ninguna emoción. Habló rápido y en tono brusco.

-Los kull casi habían rodeado el Kóstha-mérna y lanzaban flechas al dragón, a Eragon y a Murtagh, pero los gemelos no hacían nada por impedirlo. Como unos… se negaron a abrir las puertas, aunque todos oíamos a Eragon gritar la contraseña desde el otro lado de la cascada, y se negaron también a intervenir cuando vimos que Eragon no salía del agua. Quizá me equivoqué, pero no podía dejar morir a un Jinete.

-Yo no tenía fuerzas para salir del agua -explicó Eragon-. Si no me llega a sacar él, habría muerto.

Ajihad lo miró y luego, en tono serio, preguntó a Orik:

-Y después, ¿por qué te enfrentaste a ellos?

Orik alzó el mentón, desafiante.

-No tenían ningún derecho a penetrar por la fuerza en la mente de Murtagh.

Aunque, si llego a saber quién era, no me habría opuesto.

-No, hiciste lo que debías, pero todo sería más sencillo si no hubiera sido así. No tenemos por qué forzar nuestra entrada en la mente de los demás, quienesquiera que sean. -Ajihad se pasó un dedo por la densa barba-. Tus actos han sido honrosos, pero no deja de ser cierto que desobedeciste una orden directa de un superior. Eso siempre se ha castigado con la muerte.

Orik tensó la espalda. -¡No puedes matarlo por eso! ¡Lo único que hizo fue ayudarme!

-Tú no debes interferir -contestó Ajihad con gravedad-. Orik ha transgredido la ley y debe sufrir las consecuencias. -Eragon empezó a discutir de nuevo, pero Ajihad alzó una mano para que se callara-. De todos modos tienes razón: la sentencia será mitigada por las circunstancias. A partir de este momento, Orik, quedas relegadodel servicio en activo y se te prohibe participar en ninguna actividad militar bajo mi mando. ¿Lo entiendes?

El rostro de Orik se ensombreció, pero tan sólo parecía confundido. Asintió con firmeza:

-Sí.

-Además, al quedar libre de tus ocupaciones habituales, te nombro guía de Eragon y de Saphira mientras dure su estancia entre nosotros. Asegúrate de que disfruten de todas las comodidades y servicios que podemos ofrecerles. Saphira se instalará encima de Isidar Mithrim y Eragon puede escoger aposento donde quiera.

Cuando se haya recuperado de su viaje, llévalo a los campos de entrenamiento. Allá lo estarán esperando -dijo Ajihad, con un centelleo de diversión en la mirada.

Orik hizo una amplia reverencia.

-Entendido.

-Muy bien, os podéis ir. Cuando salgáis, haced que entren los gemelos.

Eragon también hizo una reverencia y cuando estaba a punto de salir, se detuvo para preguntar: -¿Dónde puedo encontrar a Arya? Me gustaría verla.

-No está permitido visitarla. Tendrás que esperar hasta que ella vaya a verte.

Ajihad clavó la mirada en el escritorio, en un claro gesto de despedida.