Cuando recuperó un mínimo de fuerzas, Eragon salió tambaleándose del callejón esquivando a los monstruos muertos. No había andado mucho cuando Cadoc se le acercó al trote.


-Qué bien, no estás herido -murmuró el chico.

Notó, sin darle mucha importancia, que las manos le temblaban violentamente y que se movía con torpeza. Pero además se sentía desligado del entorno, como si todo lo que viera le estuviera sucediendo a otra persona.

Encontró a Nieve de Fuego con los orificios nasales dilatados y las orejas aplastadas contra la cabeza, haciendo cabriolas junto a una casa, a punto de desbocarse mientras Brom seguía desplomado, inmóvil sobre la silla del caballo. Eragon conectó con la mente del caballo y lo tranquilizó. Una vez calmado el animal, se acercó a Brom.

Tenía una herida muy larga en el brazo derecho que sangraba con profusión, pero no era ancha ni profunda. A pesar de todo, Eragon sabía que debía vendársela antes de que el anciano perdiera demasiada sangre. Acarició a Nieve de Fuego durante un momento y bajó a Brom de la silla, pero pesaba demasiado para él, por lo que Brom cayó pesadamente al suelo. Eragon se asombró de su propia debilidad.

Un grito de rabia le resonó en la cabeza: Saphira bajó en picado del cielo y aterrizó con violencia delante de él manteniendo las alas semiabiertas. Bufaba enojada, tenía ojos de furia y daba coletazos. ¿Estás herido? -le preguntó.

La ira bullía en la voz de la dragona.

No -la tranquilizó el muchacho mientras colocaba a Brom de espaldas. ¿Quién ha hecho esto? ¡Los haré pedazos! -aulló.

No hace falta; ya están muertos -respondió Eragon señalando con cansancio el callejón. ¿Los has matado tú?

Saphira parecía sorprendida.

Más o menos -asintió Eragon.

En pocas palabras le explicó lo sucedido mientras buscaba en las alforjas las telas con las que estaba envuelta Zar'roc.

Te has hecho mayor -comentó Saphira, muy seria.

Eragon soltó un refunfuño. Enseguida encontró un trozo de tela largo y arremangó a Brom con cuidado. Con movimientos secos sacudió la tela, y después puso a Brom un apretado vendaje en el brazo. ¡Ojalá estuviera en el valle de Palancar! -le dijo a Saphira-. Allí, por lo menos, conocía las plantas medicinales, pero aquí no tengo ni idea de las que sirven.

Recogió la espada de Brom del suelo, la limpió y volvió a ponerla en la funda que el anciano tenía en el cinturón.

Debemos irnos -dijo Saphira-, puede haber más úrgalos merodeando por aquí. ¿Puedes llevar a Brom? Tu silla lo mantendrá sujeto, y lo protegerás.

Sí, pero no voy a dejarte solo.

De acuerdo, vuela cerca de mí. ¡Salgamos de aquí de inmediato!

Ató la silla a Saphira, cogió a Brom por debajo de los brazos y trató de levantarlo, pero sus menguadas fuerzas volvieron a fallarle.

Saphira… ayúdame.

La dragona metió la cabeza por debajo de Brom y lo cogió por la espalda sujetándole la ropa con los dientes. Luego arqueó la cabeza, levantó al anciano, como haría una gata con una cría, y se lo depositó sobre el lomo. A continuación Eragon pasó las piernas de Brom entre las correas y las ató, pero en ese momento levantó la vista, ya que el anciano gimió y se movió.

Brom parpadeó con ojos legañosos y se llevó la mano a la cabeza. Luego miró a Eragon con preocupación. -¿Ha llegado a tiempo Saphira?

-Te lo explicaré más tarde -contestó asintiendo-. Tienes el brazo herido, y te lo he vendado lo mejor que he podido, pero necesitamos encontrar un sitio seguro para que descanses.

-Sí -dijo Brom tocándose el brazo con cuidado-. ¿Sabes dónde está mi espada? ¡Ah, ya veo! La has encontrado.

Eragon acabó de atar las cinchas.

-Saphira va a llevarte, y me seguirá por el aire. -¿Estás seguro de que quieres que la monte? -preguntó Brom-. Puedo ir en Nieve de Fuego.

-Con ese brazo, no. De esta forma, aunque te desmayes, no te caerás.

-De acuerdo. Es un honor para mí.

Se cogió con el brazo sano al cuello de Saphira, y ésta alzó el vuelo de golpe y se elevó hacia el cielo. Eragon retrocedió, impulsado por el remolino que producían las alas, y volvió a donde estaban los caballos.

Ató a Nieve de Fuego detrás de Cadoc, y salieron de Yazuac. Regresaron al sendero y enfilaron hacia el sur. El camino, a cuyos lados crecían helechos, musgos y pequeños arbustos, discurría por una zona rocosa, giraba a la izquierda y continuaba junto a la orilla del río Ninor. Bajo los árboles hacía una temperatura agradablemente fresca, pero Eragon no dejó que esa placidez lo arrullara y provocara que se sintiera seguro.

Cuando se detuvo un momento para llenar los odres y para que los caballos bebieran, echó un vistazo al camino y vio el rastro de los ra'zac.

«Por lo menos vamos en la dirección correcta.»

Saphira sobrevolaba en círculos sin perderlo de vista.

Le preocupaba que tan sólo hubieran visto a dos úrgalos, puesto que tenía que haber sido una numerosa horda la que había asesinado a los aldeanos y había saqueado Yazuac, pero ¿dónde estaba?

«Quizá los dos monstruos que encontramos eran la retaguardia o una trampa por si a alguien se le ocurría seguir al grueso de la tropa.»

Después recordó cómo había matado a los úrgalos, y, poco a poco, una idea, una revelación, cobró vida en la mente del muchacho: él, Eragon, un joven campesino del valle de Palancar, había hecho servir la magia… ¡La magia! Era la única palabra que se podía atribuir a lo que había pasado. Parecía imposible, pero no podía negar lo que había visto. «¡De alguna forma me he convertido en mago o en brujo!» Pero no sabía cómo volver a usar ese nuevo poder ni qué límites o peligros tenía. «¿Cómo es posible que posea esa aptitud? ¿Era común entre los Jinetes? Y si Brom lo sabía, ¿por qué no me lo ha dicho?» Movió la cabeza, maravillado y perplejo a la vez.

Acto seguido, conversó con Saphira para saber cómo se encontraba Brom y para explicarle a la dragona lo que pensaba. Saphira estaba tan desconcertada como él sobre la magia de Eragon.

Saphira, ¿por qué no buscas un lugar para que nos paremos? Desde aquí no veo mucho más allá.

Mientras la dragona buscaba un sitio, él siguió su marcha junto al río.

El aviso le llegó cuando empezaba a oscurecer.

Ven.

Saphira le mandó la imagen de un claro escondido entre los árboles junto al río.

Eragon hizo girar a los caballos hacia la nueva dirección y los puso al trote. Con la ayuda de Saphira, le resultó fácil encontrar el lugar, pero estaba tan bien oculto que dudaba que alguien más fuera capaz de verlo.

Un pequeño fuego que no despedía humo ya estaba encendido cuando Eragon llegó. Brom, sentado junto a él, se cuidaba el brazo que lo tenía en una incómoda posición, y Saphira estaba echada al lado del anciano, pero mantenía el cuerpo en tensión. Al ver a Eragon, lo miró fijamente y le preguntó: ¿Seguro que no estás herido?

No, por lo menos por fuera… del resto no estoy muy seguro.

Tendría que haber llegado antes.

No te culpes. Hoy todos hemos cometido errores. El mío fue no estar más cerca de ti.

Eragon percibió la gratitud de la dragona por el comentario. -¿Cómo estás? -le preguntó a Brom.

-Es un arañazo grande y me duele mucho -respondió el anciano mirándose el brazo-, pero se curará bastante rápido. Aunque necesito un vendaje nuevo porque éste no ha durado tanto como esperaba. -Hirvieron agua para lavar la herida, y luego el mismo Brom se la vendó con un trozo de tela-. Tengo que comer algo -dijo-, y tú también pareces hambriento. Primero preparemos la comida; luego hablaremos.

Después de llenar el estómago y de haberse calentado con el fuego, Brom encendió su pipa.

-Bueno, creo que ha llegado el momento de que me cuentes qué sucedió mientras yo estaba inconsciente. Tengo una gran curiosidad.

La faz de Brom reflejaba el baile de las llamas y las pobladas cejas le sobresalían mucho.

Eragon entrecruzó las manos, nervioso, y contó la historia sin alardear. Brom permaneció en silencio durante el relato, con rostro inescrutable. Cuando Eragon acabó, el anciano bajó la mirada, y durante un largo rato, lo único que se oyó fue el crepitar del fuego hasta que por fin Brom reaccionó. -¿Has usado ese poder anteriormente?

-No. ¿Sabes algo de él?

-Un poco. -El anciano se quedó pensativo-. Creo que estoy en deuda contigo porque me has salvado la vida, y espero que pueda pagártela un día con algún favor.

Tendrías que estar orgulloso, pues muy pocos escapan intactos después de matar a su primer úrgalo. Pero la manera en que lo has hecho es muy peligrosa: podrías haber destruido todo el pueblo y aniquilarte a ti mismo.

-No tenía alternativa -se defendió Eragon-. Los úrgalos estaban casi sobre mí. ¡Si hubiera esperado, me habrían cortado en pedazos!

Brom mordió la pipa con fuerza.

-No tenías ni idea de lo que hacías.

-Explícamelo, entonces -lo desafió Eragon-. He intentado buscar respuestas a este misterio, pero no consigo sacar nada en claro. ¿Qué pasó? ¿Cómo es posible que me haya servido de la magia? Nadie me ha enseñado jamás ninguna fórmula ni ningún hechizo. -¡No es algo que debas saber… y mucho menos usar! -le contestó Brom con una mirada fulgurante.

-Pues lo he hecho, y quizá deba volver a utilizarla para luchar. Pero no podré hacerlo si no me ayudas. ¿Qué tiene de malo? ¿Hay algún secreto que no debo saber hasta que sea viejo y sabio? ¡O a lo mejor es que tú no sabes nada de magia! -¡Muchacho! -rugió Brom-. Exiges respuestas con una insolencia nunca vista.

Si supieras lo que estás pidiendo, no me acosarías con preguntas. No me provoques. -Se calló y, después de tranquilizarse, el semblante de Brom se tornó más benévolo-.

El conocimiento que deseas tener es mucho más complejo que tu entendimiento.

Eragon, enfadado, se puso de pie en señal de protesta.

-Me siento como si me hubieran empujado a un mundo con extrañas reglas que nadie me explica.

-Lo comprendo -dijo Brom mientras jugueteaba con una hierba-. Es tarde y debemos dormir, pero antes te diré algunas cosas para que dejes de atormentarte: esta magia, porque se trata de magia, tiene reglas como cualquier cosa en el mundo, pero si las rompes, el castigo es, sin remedio, la muerte. Tus acciones están limitadas por tu fuerza, por las palabras que sabes y por tu imaginación. -¿A qué te refieres al decir «palabras»? -¡Más preguntas! -exclamó Brom-. Por un momento confié en que se te habrían acabado, pero tienes razón en preguntar. Cuando disparaste a los úrgalos, dijiste algo, ¿verdad?

-Sí, brisingr.

El fuego se avivó, y un escalofrío recorrió a Eragon. Había algo en esa palabra que lo hacía sentirse increíblemente vivo.

-Lo que me imaginaba: brisingr proviene de un antiguo idioma que solían hablar todos los seres vivos. Sin embargo, con el tiempo fue olvidado y dejó de emplearse durante millones de años en Alagaësía, hasta que los elfos lo volvieron a traer cuando vinieron por mar. Se lo enseñaron a las otras razas, que lo utilizaron para hacer cosas poderosas. Ese idioma tiene un nombre para cada cosa, siempre y cuando uno lo sepa.

-Pero ¿qué tiene que ver con la magia? -interrumpió Eragon. -¡Todo! Es la base de todo el poder. Es un idioma que describe la auténtica naturaleza de las cosas y no el aspecto superficial que la gente en general percibe. Por ejemplo, el fuego se llama brisingr, pero no es sólo un nombre cualquiera para describir el fuego, sino que es «el» nombre de este elemento. Y si eres lo bastante fuerte, puedes usar la palabra brisingr para dirigir el fuego a voluntad. Y eso es lo que ha pasado hoy. -¿Y por qué el fuego era azul? ¿Cómo es posible que hiciera exactamente lo que yo quería, si lo único que dije fue «fuego»? -preguntó Eragon después de meditar un momento.

-El color varía de una persona a otra, es decir, depende de quien diga la palabra.

Y en cuanto a que el fuego hiciera lo que tú querías, es una cuestión de práctica. La mayoría de los principiantes tienen que explicar con detalle lo que quieren que suceda, pero a medida que tienen más experiencia, ya no hace falta. Un auténtico maestro podría decir sencillamente «agua» y crear algo que no tuviera nada que ver, como una piedra preciosa, y uno no comprendería cómo lo ha hecho, pero el maestro habría visto la conexión entre el «agua» y la piedra para usar esa idea como el punto donde se concentra su poder. Créeme, la práctica, más que cualquier otra cosa, es un arte. De modo que lo que hiciste es extremadamente difícil.

Saphira interrumpió los pensamientos de Eragon. ¡Brom es un mago! Por eso pudo encender el fuego en la llanura. ¡No es que sepa magia solamente, sino que sabe cómo usarla! ¡Tienes razón! -contestó Eragon abriendo los ojos de par en par.

Pregúntale por sus poderes, pero ten cuidado con lo que dices porque no es muy aconsejable jugar con los que saben esas cosas. Si es un mago o un brujo, ¿quién sabe por qué razón se instaló en Carvahall?

Eragon tuvo presente el consejo y dijo con cautela:

-Saphira y yo acabamos de darnos cuenta de algo: sabes hacer magia, ¿verdad?

Y así fue como encendiste el fuego el primer día que estuvimos en la llanura.

-Domino el tema hasta cierto punto -comentó Brom ladeando un poco la cabeza.

-Entonces, ¿por qué no luchaste con los úrgalos sirviéndote de la magia? En realidad se me ocurren muchos ejemplos en que habría sido útil: habrías podido protegernos de la tormenta y del polvo que nos entraba en los ojos.

-Por razones obvias -repuso Brom, después de llenar la pipa de nuevo-. Para empezar, no soy un Jinete, lo que significa que, incluso en tus momentos más débiles, eres más fuerte que yo. Y además, ya no soy joven ni tan fuerte como antes, y cada vez que hago uso de la magia, más difícil me resulta.

-Lo siento -dijo Eragon, que bajó la mirada, avergonzado.

-No lo sientas -respondió Brom cambiando el brazo de posición-, le pasa a todo el mundo. -¿Dónde aprendiste a hacer magia?

-Eso es algo que me callaré… Sólo diré que fue en un lugar lejano y que tuve un muy buen maestro. Por lo menos puedo transmitir sus enseñanzas. -Brom apagó la pipa con una piedrecita-. Sé que tienes más preguntas y las contestaré, pero tendrás que esperar hasta mañana. -Se echó hacia atrás con un destello en la mirada-. Hasta entonces, te diré lo siguiente para disuadirte de otros experimentos: la magia consume tanta energía como si hicieras ejercicio con los brazos y con la espalda. Por eso estabas tan cansado después de destruir a los úrgalos, y por eso yo me enfadé tanto. Fue un riesgo espantoso por tu parte porque si la magia hubiera consumido más energía de la que tenías en tu cuerpo, te habría matado. Hay que usar la magia sólo para tareas que no pueden llevarse a cabo de otro modo.

-Y ¿cómo se sabe si un hechizo va a consumir toda tu energía? -preguntó Eragon, asustado.

-La mayor parte de las veces no se sabe -respondió Brom levantando las manos-. Por ese motivo, los magos deben conocer bien sus limitaciones e incluso así han de tener cuidado. Cuando uno se compromete con una tarea y libera la magia, no puede echarse atrás, aunque corra el riesgo de morir. Te lo advierto: no pruebes nada hasta que hayas aprendido más. Bueno, por hoy ya es suficiente.

Mientras desplegaban las mantas, Saphira comentó con satisfacción:

Cada vez somos más poderosos, Eragon, tanto tú como yo. Pronto no habrá nadie que pueda interponerse en nuestro camino.

Sí, pero ¿cuál es nuestro camino?

El que queramos -respondió Saphira con petulancia mientras se acomodaba para pasar la noche.