-Hoy, en casa de Horst, había un desconocido de Therinsford -le contó Roran camino de casa. -¿Cómo se llamaba? -preguntó Eragon.


El muchacho esquivó un charco helado y siguió caminando a paso rápido. Le ardían los ojos y las mejillas a causa del frío.

-Dempton. Ha venido para que Horst le forjara unas piezas -respondió.

Al pisar un montón de nieve con sus robustas piernas, Roran dejó el camino libre para que pasara Eragon. -¿Y Therinsford no tiene herrero?

-Sí, pero no es tan bueno como Horst. -Roran echó una mirada a Eragon, y añadió-: Dempton necesita esas piezas para su molino porque está ampliándolo. Me ofreció trabajo, ¿sabes? Si acepto, me iré con él cuando venga a buscar las piezas.

Los molineros trabajaban todo el año. Durante el invierno molían lo que la gente les llevaba, pero en épocas de cosecha, compraban trigo y vendían harina. Era un trabajo duro y peligroso, y los hombres a menudo perdían dedos o manos en las gigantescas muelas. -¿Vas a decírselo a Garrow? -preguntó Eragon.

-Sí.

Una sonrisa forzada se dibujó en la cara de Roran. -¿Y para qué? Ya sabes lo que piensa sobre el hecho de que nos marchemos. Si le dices algo, sólo causarás malestar. Será mejor que te olvides, y así tendremos la cena en paz.

-No puedo; voy a aceptar el trabajo.

Eragon se detuvo. -¿Por qué? -Se quedaron mirándose. El aliento de los dos muchachos formaba nubes de vapor-. Ya sé que es difícil ganar dinero, pero siempre nos las arreglamos para sobrevivir. No tienes por qué marcharte.

-No, ya lo sé. Pero necesito dinero.

Roran intentó reemprender la marcha, pero Eragon se negó a moverse. -¿Y para qué lo quieres? -preguntó.

-Quiero casarme -respondió Roran, y tensó un poco los hombros.

El desconcierto y el asombro se apoderaron de Eragon. Recordaba haber visto que Katrina y Roran se besaban durante la visita de los mercaderes, pero… tanto como casarse… -¿Katrina? -preguntó en voz baja, sólo para confirmarlo. Roran asintió-. ¿Ya se lo has pedido?

-Todavía no, pero lo haré la próxima primavera cuando construya una casa.

-Hay demasiado trabajo en la granja para que te vayas ahora -protestó Eragon-. Espera hasta que estemos preparados para la siembra.

-No -dijo Roran sonriendo-. Me necesitaréis más en primavera. La tierra estará lista para arar y sembrar. Y habrá que quitar las hierbas… por no mencionar todos los otros trabajos. No, ahora es el mejor momento para que me vaya mientras lo único que hacemos es esperar el cambio de estación. Garrow y tú podéis arreglároslassin mí. Si todo va bien, pronto estaré otra vez trabajando en la granja, pero con una esposa.

Eragon, de mala gana, reconoció que Roran tenía razón. Hizo un gesto con la cabeza, pero no sabía si de enfado o de asombro.

-Bueno, supongo que lo único que puedo hacer es desearte mucha suerte, pero Garrow se lo tomará muy mal.

-Ya veremos.

Reemprendieron la marcha, aunque el silencio se alzaba como una barrera entre ellos. Eragon estaba confuso, y tardaría tiempo en mirar con buenos ojos ese cambio.

Cuando llegaron a casa, Roran no le dijo nada a Garrow sobre sus planes, pero Eragon estaba seguro de que no tardaría en hacerlo.

Eragon fue a ver al dragón por primera vez desde que el animal le había hablado.

Se acercó con aprensión, consciente de que trataba con alguien de su misma condición.

Eragon. -¿Es lo único que sabes decir? -le soltó.

Sí.

El muchacho abrió los ojos de par en par ante la inesperada respuesta, y se sentó bruscamente.

«Bueno, tiene sentido del humor. ¿Y qué más?»

Llevado por un impulso, rompió una rama seca con el pie. El anuncio de Roran lo había puesto de mal humor. Eragon sintió que el dragón lo interrogaba mentalmente, así que le contó lo que había pasado, pero a medida que hablaba, lo hacía cada vez más alto, y acabó gritando inútilmente al aire. Despotricó hasta desahogarse y al final dio un puñetazo inútil en el suelo.

-No quiero que se vaya, eso es todo -dijo, desanimado.

El dragón lo observaba impasible, lo escuchaba y aprendía. Eragon soltó algunos insultos entre dientes y se frotó los ojos. Luego miró al dragón, pensativo.

-Necesitas un nombre. Hoy me han dado unos cuantos muy interesantes; a lo mejor te gusta alguno. -Repasó mentalmente la lista que le había recitado Brom hasta que se detuvo en dos de ellos que lo impresionaron por heroicos, nobles y que sonaban bien-. ¿Qué te parece Vanilor, o su sucesor, Eridor? Los dos fueron grandes dragones.

No -contestó el dragón. Parecía divertirse con los esfuerzos que hacía el muchacho-. Eragon.

-Ése es mi nombre; no puedes tener el mismo -dijo frotándose la barbilla-.

Bueno, si los que te he dicho no te gustan, hay otros. -Continuó recitando la lista, pero el dragón rechazaba todos los que le proponía. Parecía reírse de algo que Eragon no comprendía, pero el chico no le hizo caso y siguió dando nombres-. También estaba Ingothold, el que mató a…

De pronto, se le ocurrió una idea y se calló. ¡Ya sé dónde está el problema! ¡Te he estado diciendo nombres masculinos, y eres hembra!

Sí.

La dragona plegó las alas, satisfecha.

Ahora que sabía lo que buscaba, se le ocurrieron media docena de nombres.

Barajó la idea de Miremel, pero no le pegaba, porque al fin y al cabo había pertenecido a una dragona de color pardo. Ofelia y Lenora también quedaron descartados. Estaba a punto de darse por vencido cuando recordó el último nombre que Brom había mencionado. A él le gustaba, pero ¿y a la dragona? -¿Eres Saphira? -le preguntó.

Ella le dirigió una mirada inteligente, y Eragon sintió en lo más profundo de la mente que a la dragona le gustaba.

Sí Algo hizo clic en el cerebro del muchacho, y oyó el eco de la voz de la dragona, como si viniera de muy lejos. Eragon le sonrió y Saphira empezó a ronronear.