Un poco alterado, se colgó el arco y el carcaj a la espalda y
salió de la habitación.
Antes de llegar a la sala, lo alcanzó el mayordomo y le
dijo:
-Señor, Neal se marchó con mi amo al castillo muy temprano y
dijo que hoy hiciera usted lo que quisiese porque él no volvería
hasta el atardecer.
Eragon le agradeció el mensaje y empezó a explorar Teirm con
impaciencia. Vagó por las calles durante horas, entrando en cada
tienda que le llamaba la atención, y habló con distintas personas.
Al cabo de un rato, el estómago vacío y la falta de dinero lo
obligaron a volver a casa de Jeod. Cuando llegó a la calle donde
vivía el mercader, se detuvo en la herboristería de al lado. Era un
lugar raro para una tienda, pues el resto de los comercios se
hallaban junto a las murallas de la ciudad en vez de estar
encajonados entre dos elegantes viviendas. Intentó mirar por las
ventanas, pero estaban tapadas por unas espesas enredaderas que
crecían en el interior. La curiosidad lo empujó a
entrar.
Al principio no vio nada porque la tienda estaba muy oscura,
pero después la vista se le acostumbró a la tenue luz verdosa que
se filtraba por las ventanas. Un pájaro de muchos colores, que
tenía una cola de anchas plumas y un afilado y fuerte pico, lo
miraba inquisitivamente desde una jaula junto a una de las
ventanas. Las paredes estaban cubiertas de plantas, y las
enredaderas que trepaban hasta el techo lo hubieran dejado todo en
penumbra a no ser por un candelabro dorado. En el suelo había una
maceta grande con una flor amarilla, y sobre el mostrador se veían
una colección de morteros con sus respectivas manos para machacar,
una serie de cuencos de metal y una bola de cristal del tamaño de
la cabeza de Eragon.
Se acercó al mostrador pisando con cuidado entre complicadas
máquinas, cajones con piedras, pilas de pergaminos y otros objetos
que no reconoció. La pared de detrás del mostrador estaba cubierta
de cajones de todos los tamaños, algunos de los cuales eran tan
pequeños como su dedo meñique, y otros, grandes como un tonel. En
las estanterías de arriba de todo había un espacio de unos treinta
centímetros de ancho.
De repente, un par de ojos rojos destellaron desde ese oscuro
hueco, y un gato, enorme y feroz, saltó sobre el mostrador. El
animal era muy flaco, pero tenía unos potentes cuartos delanteros y
las zarpas eran enormes; una poblada melena le rodeaba la angulosa
cara, las orejas estaban coronadas de mechones negros y unos
colmillos blancos sobresalían de las mandíbulas. En conjunto no se
parecía a ningún gato que Eragon hubiera visto. El animal lo
examinó con perspicacia y movió la cola con
desprecio.
Eragon tuvo el capricho de entrar en contacto mental con el
gato y alcanzó la conciencia del animal. Lo acarició suavemente con
sus pensamientos tratando de hacerle comprender que era un
amigo.
No hagas eso.
Eragon miró a su alrededor, asustado. El gato lo ignoró y se
lamió una zarpa. ¿Saphira? ¿Dónde estás? -preguntó el
muchacho.
No hubo respuesta. Intrigado, Eragon se apoyó en el mostrador
y alargó la mano hacia lo que parecía un bastón de
madera.
No me parece buena idea.
Basta de bromas, Saphira -le espetó, y levantó el
bastón.
Una descarga eléctrica le recorrió el cuerpo y lo tiró al
suelo donde se retorció. El dolor fue cediendo despacio, pero lo
dejó jadeante. Entonces el gato saltó a su lado y lo
miró.
No eres demasiado listo para ser un Jinete de Dragón. Te
avisé. ¡Eres tú el que ha hablado! -exclamó
Eragon.
El gato bostezó, se desperezó y se paseó por el suelo
esquivando los objetos. ¿Quién si no? ¡Pero si eres sólo un gato!
-objetó el muchacho.
El gato maulló, volvió a acechar a Eragon, aterrizó de un
salto sobre el pecho del muchacho y se agazapó allí mirando al
chico con unos ojos que echaban chispas.
Eragon trató de incorporarse, pero el animal gruñó
enseñándole los colmillos. ¿Tengo el mismo aspecto que los demás
gatos?
No… ¿Qué te hace pensar entonces que soy un gato? -Eragon
estaba a punto de decir algo, pero el animal le hundió las zarpas
en el pecho-. Es evidente que no te han educado muy bien. Para
sacarte de tu error, te diré que soy un hombre gato. Ya no quedan
muchos, pero creo que hasta un muchacho campesino tendría que haber
oído hablar de nosotros.
No sabía que fuerais reales -respondió Eragon, fascinado. ¡Un
hombre gato! ¡Qué suerte tenía! Siempre aparecían brevemente al
final de los cuentos sin intervenir demasiado, aunque de vez en
cuando daban algún consejo. Si las leyendas eran ciertas, tenían
poderes mágicos, vivían más que los humanos y, por lo general,
sabían más de lo que decían.
El hombre gato parpadeó perezosamente.
Saber no tiene nada que ver con ser. Yo no sabía que tú
existías hasta que tropezaste por aquí y me echaste a perder la
siesta. Pero eso no significa que no fueras real antes de
despertarme.
Eragon se sintió perdido con ese
razonamiento.
Lamento haberte molestado.
En todo caso, ya estaba a punto de despertarme -dijo. Saltó
otra vez al mostrador y empezó a lamerse una pata-. Yo en tu lugar
soltaría ese bastón. Te dará otra descarga en unos
segundos.
Eragon dejó enseguida el bastón donde lo había encontrado.
¿Qué es? -preguntó.
Un artefacto común y sin interés, a diferencia de
mí.
Pero ¿para qué sirve? ¿No lo has visto?
El hombre gato acabó de limpiarse la pata, se estiró una vez
más y volvió de un salto al lugar donde había estado durmiendo. Se
sentó, metió las patas debajo del pecho y cerró los ojos
ronroneando.
Espera -dijo Eragon-. ¿Cómo te llamas?
Uno de los ojos rasgados del hombre gato se
entreabrió.
Tengo muchos nombres, pero si estás buscando el correcto,
tendrás que hacerlo en otra parte. -Y cerró el ojo. Eragon se dio
por vencido y se volvió para marcharse-. Sin embargo, puedes
llamarme Solembum.
Gracias -respondió Eragon con seriedad, y Solembum empezó a
ronronear más fuerte.
De pronto, se abrió la puerta de la tienda dejando entrar un
rayo de sol, y apareció Angela con una bolsa de tela llena de
plantas. Miró a Solembum parpadeando ligeramente, y pareció que se
sobresaltaba.
-El gato dice que has hablado con él. -¿Tú también puedes
hacerlo? -preguntó Eragon.
-Claro, pero eso no significa que él me conteste. -Angela
dejó las plantas sobre el mostrador, se puso detrás de éste y se
encaró a Eragon-. Dice que le caes bien, y eso es algo bastante
raro porque la mayor parte de las veces Solembum no aparece cuando
hay clientes. En realidad dice que prometes, si te lo tomas en
serio.
-Gracias.
-Viniendo de él, es un halago. Eres la tercera persona que ha
entrado en este lugar que ha sido capaz de charlar con él. La
primera fue una mujer, hace muchos años; la segunda, un pordiosero
ciego, y ahora tú. Pero no tengo una tienda para estar de cháchara.
¿Quieres algo? ¿O sólo has entrado a mirar?
-Sólo a mirar -respondió Eragon que seguía pensando en el
hombre gato-.
Además, no necesito ninguna hierba.
-No sólo vendo hierbas -dijo Angela con una risita-. Esos
tontos ricos me pagan para que les prepare pociones de amor y esas
cosas. Yo nunca aseguro que den resultado, pero por alguna razón
vuelven. Sin embargo, no creo que tú necesites esas argucias.
¿Quieres que te adivine la suerte? También lo hago para todas las
damas ricas.
-No, me temo que mi suerte es bastante ilegible -rió Eragon-.
Y encima no tengo dinero.
Angela miró a Solembum con curiosidad.
-Creo… -señaló la bola de cristal que había sobre el
mostrador-, que es sólo para presumir; de todas formas, no sirve
para nada. Pero lo que sí tengo… Espera aquí, enseguida
vuelvo.
Y se metió deprisa en una habitación al fondo de la
tienda.
Volvió sin aliento con una bolsa de piel que depositó sobre
el mostrador.
-Hace tanto que no la uso que ni me acordaba dónde estaba. A
ver, siéntate aquí delante y te mostraré por qué me he tomado
tantas molestias.
Eragon cogió un taburete y se sentó. A Solembum le brillaban
los ojos mientras permanecía en el hueco que había entre los
cajones.
Angela extendió una tela gruesa sobre el mostrador y echó
encima un puñado de huesos lisos, apenas un poco más largos que un
dedo, que tenían runas y símbolos inscritos a ambos
lados.
-Son los huesos de los nudillos de un dragón -afirmó Angela
mientras los acariciaba suavemente-. No me preguntes de dónde los
he sacado porque es un secreto que no revelaré. Pero a diferencia
de las hojas de té, las bolas de cristal o incluso las cartas
adivinatorias, estos huesos tienen poder de verdad y no mienten,
aunque comprender lo que dicen es… complicado. Si quieres, te los
echaré y los leeré para ti, pero debes saber que conocer el propio
destino puede ser algo terrible. Así que has de estar seguro de tu
decisión.
Eragon miró los huesos con temor. «Ahí yace un congénere de
Saphira. Saber eldestino de uno… ¿Cómo puedo tomar la decisión si
no sé lo que me aguarda ni si me gustará o no? La ignorancia,
efectivamente, es la felicidad.» -¿Por qué me lo ofreces?
-preguntó.
-Por Solembum. Quizá haya sido maleducado, pero el hecho de
que te haya hablado te convierte en alguien especial. Al fin y al
cabo es un hombre gato. También se lo ofrecí a las otras dos
personas que hablaron con él, pero sólo la mujer aceptó. Se llamaba
Selena. Y también se arrepintió porque su suerte era sombría y
dolorosa. No me pareció que creyera… por lo menos al
principio.
La emoción se apoderó de Eragon y se le llenaron los ojos de
lágrimas.
«Selena -murmuró para sus adentros. Era el nombre de su
madre-. ¿Sería ella? ¿Tan horrible fue su destino que tuvo que
abandonarme?» -¿Recuerdas algo de su destino? -preguntó Eragon a
punto de sentir náuseas.
Angela hizo un gesto negativo y suspiró.
-Hace tanto tiempo que los detalles se han desvanecido de mi
memoria, que ya no es tan buena como solía ser, pero además, no te
contaría lo que recuerdo. Lo que le dije era para ella y sólo para
ella, aunque era triste. Nunca olvidaré la expresión de su
rostro.
Eragon cerró los ojos y se esforzó por dominar sus emociones.
-¿Por qué te quejas de tu memoria? -preguntó para distraerse-. No
eres tan vieja.
Unos hoyuelos se dibujaron en las mejillas de
Angela.
-Me halagas, pero no te engañes; soy mucho más vieja de lo
que parezco.
Probablemente, el aspecto juvenil se debe a que tengo que
comer mis propias hierbas en épocas de vacas
flacas.
Eragon sonrió y respiró hondo.
«Si ella era mi madre y pudo soportar que le adivinaran la
suerte, yo también puedo.»
-Tírame los huesos -dijo con solemnidad.
Angela se puso seria mientras sostenía los huesos con ambas
manos. Cerró los ojos y empezó a mover los labios en un murmullo
casi imperceptible hasta que dijo con voz potente: - ¡Manin!
¡Wyrda! ¡Hugin!
Y tiró los huesos sobre la tela. Cayeron todos juntos y
relucieron bajo la tenue luz.
Las palabras resonaron en los oídos de Eragon. El muchacho
reconoció que pertenecían al idioma antiguo y se dio cuenta con
aprensión de que si Angela las usaba para la magia, debía de ser
bruja. No le había mentido: era una auténtica adivinación del
futuro. Mientras la mujer estudiaba los huesos, los minutos pasaban
despacio.
Al fin, Angela se echó hacia atrás y lanzó un suspiro
prolongado. Se secó la frente y sacó un odre de debajo del
mostrador. -¿Quieres un poco? -le ofreció a Eragon, pero éste negó
con la cabeza. Ella se encogió de hombros y bebió con avidez-. Ésta
es la lectura más difícil que he hecho en mi vida -dijo enjugándose
la boca-. Tenías razón, tu suerte es casi imposible de descifrar.
Jamás he visto el destino de una persona tan enmarañado y confuso.
Sin embargo, podré sacar algunas respuestas.
Solembum saltó sobre el mostrador y se sentó allí,
observándolos. Eragon entrelazó las manos mientras Angela señalaba
uno de los huesos.
-Empezaré por aquí -dijo despacio- porque es el más claro de
comprender. -El símbolo sobre el hueso era una larga línea
horizontal con un círculo encima-.
Infinito o una vida larga -continuó Angela en voz baja-. Es
la primera vez que veoque este símbolo sale en el futuro de un ser
vivo. La mayoría de las veces aparece el álamo o el olmo, que son
los símbolos de que una persona vivirá un número normal de años.
Sin embargo, no estoy segura si significa que vivirás para siempre
o que sólo tendrás una vida extraordinariamente larga. Pero prediga
lo que prediga, puedes estar seguro de que tienes muchos años por
delante.
«Bueno, eso no es una sorpresa… porque soy un Jinete», pensó
Eragon. ¿Iba Angela a decirle sólo cosas que ya
sabía?
-Ahora los huesos son más difíciles de leer, ya que están en
un montón confuso.
-Angela tocó tres huesos-. Aquí están juntos el camino
errante, el relámpago y el barco de vela. Y éste es un esquema del
que he oído hablar, pero que nunca he visto. El camino errante
muestra que tienes muchas posibilidades en el futuro, a algunas de
las cuales te estás enfrentando ya. Asimismo, veo importantes
batallas (algunas se entablan en tu nombre) que se desencadenan a
tu alrededor, y veo también poderosas fuerzas de esta tierra que
luchan por controlar tu voluntad y tu destino. Infinidad de
posibles futuros te aguardan, todos ellos marcados por la sangre y
por los conflictos, pero sólo uno te brindará felicidad y paz.
Cuídate de no perder tu rumbo, porque eres uno de los pocos
auténticamente libres de escoger su destino, y ten en cuenta que la
libertad es un don, pero también es una responsabilidad más pesada
que las cadenas. »Pero sin embargo -el rostro de la mujer se tornó
triste-, para contrarrestar todo eso, aquí está el relámpago, que
es un augurio terrible: existe una condena sobre ti, aunque no sé
de qué tipo. Parte de ella surge de una muerte, que se avecina
deprisa y causará mucho dolor. Por lo demás, te aguarda un gran
viaje. Mira con atención este hueso: ¿ves cómo acaba y cómo se
apoya en ese barco de vela? Es imposible malinterpretarlo: tu
destino es partir de esta tierra para siempre. No sé dónde
acabarás, pero nunca más volverás a Alagaësía. Este hecho es
ineludible y sucederá aunque trates de evitarlo.
Las palabras de la mujer asustaron a Eragon. «Otra muerte… ¿a
quién voy a perder ahora? -sus pensamientos se dirigieron
inmediatamente hacia Roran. Después pensó en su tierra natal-. ¿Qué
podría obligarme a partir? ¿Y adonde iré? Si hay tierra al otro
lado del mar o hacia el Oriente, sólo los elfos la
conocen.»
Angela se frotó las sienes y respiró
profundamente.
-El siguiente hueso es fácil de interpretar y quizá un poco
más agradable. -Eragon lo examinó y vio un capullo de rosa grabado
entre los extremos de una media luna-. Hay un romance épico en tu
futuro -dijo Angela con una sonrisa-; será extraordinario, como
indica la luna, que es un símbolo mágico, y lo suficientemente
sólido para que sobreviva a diferentes imperios. No sé si la pasión
vencerá, pero tu amada es de noble cuna y linaje, y también es
poderosa, sabia e incomparablemente bella.
«¿De noble cuna? -pensó Eragon, sorprendido-. ¿Cómo es
posible? No tengo otra posición social que la del más pobre de los
campesinos.»
-Ahora veamos los dos últimos huesos: el árbol y la raíz de
espino, que se entrecruzan con fuerza… Ojalá no estuvieran porque
sólo significan más problemas, pero la traición está clara. Y
provendrá de tu familia. -¡Roran jamás haría algo así! -objetó
bruscamente Eragon.
-No lo sé -respondió Angela con precaución-, pero los huesos
nunca mienten, y eso es lo que dicen.
La duda corroía la mente de Eragon, pero trató de no hacer
caso. ¿Por qué razón Roran lo iba a traicionar? Angela le pasó una
mano por el hombro para consolarlo y volvió a ofrecerle el odre.
Esta vez Eragon aceptó la bebida y se sintió
mejor.
-Después de todo, a lo mejor me alegro de recibir a la muerte
-bromeó, nervioso.
«¿Una traición de Roran? ¡Imposible! ¡No!»
-Podría ser -dijo Angela con solemnidad y se rió entre
dientes-. Aunque no deberías inquietarte por lo que aún no ha
sucedido, puesto que la única forma que tiene el futuro para
dañarnos es lograr que nos preocupemos. Te aseguro que te sentirás
mejor una vez que salgas fuera y te dé el sol.
-Quizá. -«Desgraciadamente», reflexionó con ironía, «nada de
lo que ha dicho tendrá sentido hasta que haya sucedido. Si es que
sucede», se corrigió-. Has empleado palabras de poder -señaló
Eragon en voz baja.
-Lo que no he logrado ver es cómo acaba el resto de tu vida
-dijo Angela con un destello en los ojos-. Sabes hablar con los
hombres gato, conoces la lengua antigua y tienes un futuro de lo
más interesante. Además, pocos jóvenes con los bolsillos vacíos y
unos harapos como atavío de viaje podrían esperar que una noble se
enamorara de ellos. ¿Quién eres?
Eragon se dio cuenta de que el hombre gato no le había dicho
a Angela que era un Jinete. Estaba a punto de contestar: «Evan»,
pero cambió de idea y afirmó:
-Soy Eragon. -¿Eres o te llamas Eragon? -preguntó Angela, muy
sorprendida.
-Las dos cosas -respondió el muchacho con una ligera sonrisa
mientras pensaba en su tocayo, el primer Jinete.
-Ahora estoy mucho más interesada en ver cómo se desarrolla
tu vida. ¿Quién era ese hombre vestido con harapos que te
acompañaba ayer?
Eragon decidió que un nombre más no haría ningún
daño.
-Se llama Brom.
Angela lanzó una risotada doblándose a causa de las
carcajadas. Se secó los ojos, tomó un trago de vino y contuvo otro
ataque de risa. Al fin, jadeante, logró articular: -¡Ay… es él! ¡No
tenía ni idea! -¿Qué ocurre? -preguntó Eragon.
-No, no te enfades -replicó Angela ocultando una sonrisa-.
Sólo que… bueno, es muy conocido en mi profesión. Me temo que el
destino del pobre hombre, o el futuro si quieres, es como una broma
para nosotros. -¡No lo insultes! ¡Es el mejor hombre que he
conocido! -soltó Eragon.
-Que haya paz -lo calmó Angela, divertida-. Ya lo sé. Si
volvemos a vernos en el momento oportuno, me aseguraré de hablarte
de ello. Pero mientras tanto deberías…
Dejó de hablar cuando Solembum empezó a caminar entre
ellos.
El hombre gato miró a Eragon sin parpadear. ¿Qué quieres?
-preguntó Eragon, irritado.
Escúchame con atención y te diré dos cosas: cuando llegue el
momento y necesites un arma, busca debajo de las raíces del árbol
Menoa; y cuando todo parezca perdido y tu poder sea insuficiente,
ve a la roca de Kuthian y pronuncia tu nombre para abrir la Cripta
de las Almas.
Antes de que Eragon pudiera preguntar qué quería decir
Solembum con aquellas palabras, el hombre gato se alejó meneando la
cola con mucha elegancia. Por su parte, Angela ladeó la cabeza, y
los tirabuzones de su cabello le cubrieron la
frente.
-No sé qué ha dicho, pero tampoco quiero saberlo. Te ha
hablado a ti y sólo a ti.
No se lo digas a nadie.
-Creo que debo irme -dijo Eragon,
conmocionado.
-Vete si quieres. -Angela volvió a sonreír-. Si bien puedes
quedarte aquí el tiempo que desees, especialmente si me compras
algo; márchate si lo prefieres; estoy segura de que te he dicho
muchas cosas que tienes que pensar.
-Sí. -Eragon se acercó deprisa a la puerta-. Gracias por
adivinarme el futuro.
«Eso creo.»
-De nada -respondió Angela sin dejar de
sonreír.
Eragon salió de la tienda y se quedó en la calle con los ojos
entrecerrados mientras se adaptaban a la luz, al mismo tiempo que
dejaba pasar unos minutos antes de pensar con tranquilidad en lo
que acababan de decirle. Luego empezó a andar, sin darse cuenta de
que lo hacía cada vez más rápido, hasta que salió de Teirm y echó a
correr hacia el escondite de Saphira.
La llamó desde la base del acantilado. Al cabo de un instante
la dragona planeó hacia él y lo llevó arriba. Cuando los dos
estuvieron a salvo sobre el suelo, Eragon le contó lo que había
pasado.
Así que -concluyó- creo que Brom tiene razón: siempre estoy
donde hay problemas.
Debes recordar lo que te ha dicho el hombre gato; es
importante. ¿Cómo lo sabes? -preguntó con
curiosidad.
No estoy segura, pero los nombres que ha utilizado parecen
poderosos. Kuthian… -dijo arrastrando la palabra-. No, no debemos
olvidar lo que ha dicho. ¿Crees que debería contárselo a
Brom?
Eso depende de ti, pero piensa que no tiene derecho a saber
tu futuro. Si le hablas de Solembum y de sus palabras, te hará
preguntas que quizá no quieras responder. Y si sólo le preguntas
qué significan esas palabras, querrá saber dónde las aprendiste.
¿Crees que puedes mentirle sin que se dé cuenta?
No -reconoció Eragon-. Tal vez no le cuente nada. Aunque
podría ser demasiado importante para ocultarlo.
Se quedaron hablando hasta que ya no hubo nada más que decir.
Entonces se sentaron amistosamente y observaron los árboles
mientras empezaba a atardecer.
Eragon volvió deprisa a Teirm y fue a casa de Jeod. -¿Ha
vuelto Neal? -le preguntó al mayordomo.
-Sí, señor. Creo que está en el estudio.
-Gracias -dijo Eragon. Fue hasta la habitación y se asomó por
la puerta-. ¿Qué tal ha ido? -preguntó. -¡Espantoso! -masculló Brom
con la pipa en la boca. -¿Así que has hablado con
Brand?
-No ha servido de nada. Ese «administrador» es un burócrata
de los peores. Se atiene a todas las leyes, disfruta saliéndose con
la suya aunque cause molestias y, al mismo tiempo, cree que es muy
útil.
-Entonces, ¿no nos dejará consultar los archivos? -preguntó
Eragon.
-No -soltó Brom, exasperado-. No ha habido manera de
convencerlo. ¡Hasta se ha negado a aceptar sobornos! Y sobornos
sustanciosos. Nunca me había imaginado que me toparía con un noble
que no fuera corrupto, pero ahora que me ha sucedido, creo que
prefiero que sean unos desgraciados codiciosos.
Dio furiosas caladas a la pipa mientras mascullaba una
retahíla de contundentes insultos. -¿Y ahora qué hacemos? -preguntó
Eragon, vacilante, cuando al fin pareció que Brom se
calmaba.
-Voy a emplear la semana que viene para enseñarte a leer. -¿Y
después?
Una sonrisa se dibujó en la cara de Brom.
-Después le daremos a Brand una sorpresa
desagradable.
Eragon insistió para que le explicara los detalles, pero Brom
se negó a decir nada más.
La cena se sirvió en una sala suntuosa. Jeod estaba en una
punta de la mesa, y Helen, que mantenía una severa mirada, en la
otra. Brom y Eragon estaban entre ellos, uno a cada lado de la
mesa, una situación que al muchacho le parecía
peligrosa.
Eragon tenía sillas vacías a ambos lados, pero no le
importaba que hubiera ese espacio porque lo ayudaba a protegerse de
las miradas hostiles de su anfitriona.
La comida se sirvió en silencio, y Jeod y Helen empezaron a
comer sin decir palabra.
«Creo que hasta en un funeral es más alegre la
comida.»
Y así había sido en Carvahall. Recordaba muchos entierros
tristes, sí, pero no tanto. Esto era diferente; durante toda la
cena percibió el rencor que emanaba de Helen.