Eragon se despertó tarde. Se lavó la cara en la jofaina y se vistió, luego sostuvo el espejo y se cepilló el cabello, pero al contemplar su propia imagen algo hizo que se detuviera y que se mirara con mayor atención. Desde su partida de Carvahall, y de eso hacía poco tiempo, le había cambiado la cara: le había desaparecido la redondez infantil del rostro, debido al viaje, a la lucha y al entrenamiento; los pómulos eran más prominentes y las líneas de las mandíbulas más marcadas, y un ligero estrabismo, cuando miraba de cerca, le daba al semblante una apariencia salvaje y extraña. Sostuvo el espejo con el brazo estirado y su cara retomó el aspecto habitual, aunque a pesar de todo seguía sin parecer él mismo.


Un poco alterado, se colgó el arco y el carcaj a la espalda y salió de la habitación.

Antes de llegar a la sala, lo alcanzó el mayordomo y le dijo:

-Señor, Neal se marchó con mi amo al castillo muy temprano y dijo que hoy hiciera usted lo que quisiese porque él no volvería hasta el atardecer.

Eragon le agradeció el mensaje y empezó a explorar Teirm con impaciencia. Vagó por las calles durante horas, entrando en cada tienda que le llamaba la atención, y habló con distintas personas. Al cabo de un rato, el estómago vacío y la falta de dinero lo obligaron a volver a casa de Jeod. Cuando llegó a la calle donde vivía el mercader, se detuvo en la herboristería de al lado. Era un lugar raro para una tienda, pues el resto de los comercios se hallaban junto a las murallas de la ciudad en vez de estar encajonados entre dos elegantes viviendas. Intentó mirar por las ventanas, pero estaban tapadas por unas espesas enredaderas que crecían en el interior. La curiosidad lo empujó a entrar.

Al principio no vio nada porque la tienda estaba muy oscura, pero después la vista se le acostumbró a la tenue luz verdosa que se filtraba por las ventanas. Un pájaro de muchos colores, que tenía una cola de anchas plumas y un afilado y fuerte pico, lo miraba inquisitivamente desde una jaula junto a una de las ventanas. Las paredes estaban cubiertas de plantas, y las enredaderas que trepaban hasta el techo lo hubieran dejado todo en penumbra a no ser por un candelabro dorado. En el suelo había una maceta grande con una flor amarilla, y sobre el mostrador se veían una colección de morteros con sus respectivas manos para machacar, una serie de cuencos de metal y una bola de cristal del tamaño de la cabeza de Eragon.

Se acercó al mostrador pisando con cuidado entre complicadas máquinas, cajones con piedras, pilas de pergaminos y otros objetos que no reconoció. La pared de detrás del mostrador estaba cubierta de cajones de todos los tamaños, algunos de los cuales eran tan pequeños como su dedo meñique, y otros, grandes como un tonel. En las estanterías de arriba de todo había un espacio de unos treinta centímetros de ancho.

De repente, un par de ojos rojos destellaron desde ese oscuro hueco, y un gato, enorme y feroz, saltó sobre el mostrador. El animal era muy flaco, pero tenía unos potentes cuartos delanteros y las zarpas eran enormes; una poblada melena le rodeaba la angulosa cara, las orejas estaban coronadas de mechones negros y unos colmillos blancos sobresalían de las mandíbulas. En conjunto no se parecía a ningún gato que Eragon hubiera visto. El animal lo examinó con perspicacia y movió la cola con desprecio.

Eragon tuvo el capricho de entrar en contacto mental con el gato y alcanzó la conciencia del animal. Lo acarició suavemente con sus pensamientos tratando de hacerle comprender que era un amigo.

No hagas eso.

Eragon miró a su alrededor, asustado. El gato lo ignoró y se lamió una zarpa. ¿Saphira? ¿Dónde estás? -preguntó el muchacho.

No hubo respuesta. Intrigado, Eragon se apoyó en el mostrador y alargó la mano hacia lo que parecía un bastón de madera.

No me parece buena idea.

Basta de bromas, Saphira -le espetó, y levantó el bastón.

Una descarga eléctrica le recorrió el cuerpo y lo tiró al suelo donde se retorció. El dolor fue cediendo despacio, pero lo dejó jadeante. Entonces el gato saltó a su lado y lo miró.

No eres demasiado listo para ser un Jinete de Dragón. Te avisé. ¡Eres tú el que ha hablado! -exclamó Eragon.

El gato bostezó, se desperezó y se paseó por el suelo esquivando los objetos. ¿Quién si no? ¡Pero si eres sólo un gato! -objetó el muchacho.

El gato maulló, volvió a acechar a Eragon, aterrizó de un salto sobre el pecho del muchacho y se agazapó allí mirando al chico con unos ojos que echaban chispas.

Eragon trató de incorporarse, pero el animal gruñó enseñándole los colmillos. ¿Tengo el mismo aspecto que los demás gatos?

No… ¿Qué te hace pensar entonces que soy un gato? -Eragon estaba a punto de decir algo, pero el animal le hundió las zarpas en el pecho-. Es evidente que no te han educado muy bien. Para sacarte de tu error, te diré que soy un hombre gato. Ya no quedan muchos, pero creo que hasta un muchacho campesino tendría que haber oído hablar de nosotros.

No sabía que fuerais reales -respondió Eragon, fascinado. ¡Un hombre gato! ¡Qué suerte tenía! Siempre aparecían brevemente al final de los cuentos sin intervenir demasiado, aunque de vez en cuando daban algún consejo. Si las leyendas eran ciertas, tenían poderes mágicos, vivían más que los humanos y, por lo general, sabían más de lo que decían.

El hombre gato parpadeó perezosamente.

Saber no tiene nada que ver con ser. Yo no sabía que tú existías hasta que tropezaste por aquí y me echaste a perder la siesta. Pero eso no significa que no fueras real antes de despertarme.

Eragon se sintió perdido con ese razonamiento.

Lamento haberte molestado.

En todo caso, ya estaba a punto de despertarme -dijo. Saltó otra vez al mostrador y empezó a lamerse una pata-. Yo en tu lugar soltaría ese bastón. Te dará otra descarga en unos segundos.

Eragon dejó enseguida el bastón donde lo había encontrado. ¿Qué es? -preguntó.

Un artefacto común y sin interés, a diferencia de mí.

Pero ¿para qué sirve? ¿No lo has visto?

El hombre gato acabó de limpiarse la pata, se estiró una vez más y volvió de un salto al lugar donde había estado durmiendo. Se sentó, metió las patas debajo del pecho y cerró los ojos ronroneando.

Espera -dijo Eragon-. ¿Cómo te llamas?

Uno de los ojos rasgados del hombre gato se entreabrió.

Tengo muchos nombres, pero si estás buscando el correcto, tendrás que hacerlo en otra parte. -Y cerró el ojo. Eragon se dio por vencido y se volvió para marcharse-. Sin embargo, puedes llamarme Solembum.

Gracias -respondió Eragon con seriedad, y Solembum empezó a ronronear más fuerte.

De pronto, se abrió la puerta de la tienda dejando entrar un rayo de sol, y apareció Angela con una bolsa de tela llena de plantas. Miró a Solembum parpadeando ligeramente, y pareció que se sobresaltaba.

-El gato dice que has hablado con él. -¿Tú también puedes hacerlo? -preguntó Eragon.

-Claro, pero eso no significa que él me conteste. -Angela dejó las plantas sobre el mostrador, se puso detrás de éste y se encaró a Eragon-. Dice que le caes bien, y eso es algo bastante raro porque la mayor parte de las veces Solembum no aparece cuando hay clientes. En realidad dice que prometes, si te lo tomas en serio.

-Gracias.

-Viniendo de él, es un halago. Eres la tercera persona que ha entrado en este lugar que ha sido capaz de charlar con él. La primera fue una mujer, hace muchos años; la segunda, un pordiosero ciego, y ahora tú. Pero no tengo una tienda para estar de cháchara. ¿Quieres algo? ¿O sólo has entrado a mirar?

-Sólo a mirar -respondió Eragon que seguía pensando en el hombre gato-.

Además, no necesito ninguna hierba.

-No sólo vendo hierbas -dijo Angela con una risita-. Esos tontos ricos me pagan para que les prepare pociones de amor y esas cosas. Yo nunca aseguro que den resultado, pero por alguna razón vuelven. Sin embargo, no creo que tú necesites esas argucias. ¿Quieres que te adivine la suerte? También lo hago para todas las damas ricas.

-No, me temo que mi suerte es bastante ilegible -rió Eragon-. Y encima no tengo dinero.

Angela miró a Solembum con curiosidad.

-Creo… -señaló la bola de cristal que había sobre el mostrador-, que es sólo para presumir; de todas formas, no sirve para nada. Pero lo que sí tengo… Espera aquí, enseguida vuelvo.

Y se metió deprisa en una habitación al fondo de la tienda.

Volvió sin aliento con una bolsa de piel que depositó sobre el mostrador.

-Hace tanto que no la uso que ni me acordaba dónde estaba. A ver, siéntate aquí delante y te mostraré por qué me he tomado tantas molestias.

Eragon cogió un taburete y se sentó. A Solembum le brillaban los ojos mientras permanecía en el hueco que había entre los cajones.

Angela extendió una tela gruesa sobre el mostrador y echó encima un puñado de huesos lisos, apenas un poco más largos que un dedo, que tenían runas y símbolos inscritos a ambos lados.

-Son los huesos de los nudillos de un dragón -afirmó Angela mientras los acariciaba suavemente-. No me preguntes de dónde los he sacado porque es un secreto que no revelaré. Pero a diferencia de las hojas de té, las bolas de cristal o incluso las cartas adivinatorias, estos huesos tienen poder de verdad y no mienten, aunque comprender lo que dicen es… complicado. Si quieres, te los echaré y los leeré para ti, pero debes saber que conocer el propio destino puede ser algo terrible. Así que has de estar seguro de tu decisión.

Eragon miró los huesos con temor. «Ahí yace un congénere de Saphira. Saber eldestino de uno… ¿Cómo puedo tomar la decisión si no sé lo que me aguarda ni si me gustará o no? La ignorancia, efectivamente, es la felicidad.» -¿Por qué me lo ofreces? -preguntó.

-Por Solembum. Quizá haya sido maleducado, pero el hecho de que te haya hablado te convierte en alguien especial. Al fin y al cabo es un hombre gato. También se lo ofrecí a las otras dos personas que hablaron con él, pero sólo la mujer aceptó. Se llamaba Selena. Y también se arrepintió porque su suerte era sombría y dolorosa. No me pareció que creyera… por lo menos al principio.

La emoción se apoderó de Eragon y se le llenaron los ojos de lágrimas.

«Selena -murmuró para sus adentros. Era el nombre de su madre-. ¿Sería ella? ¿Tan horrible fue su destino que tuvo que abandonarme?» -¿Recuerdas algo de su destino? -preguntó Eragon a punto de sentir náuseas.

Angela hizo un gesto negativo y suspiró.

-Hace tanto tiempo que los detalles se han desvanecido de mi memoria, que ya no es tan buena como solía ser, pero además, no te contaría lo que recuerdo. Lo que le dije era para ella y sólo para ella, aunque era triste. Nunca olvidaré la expresión de su rostro.

Eragon cerró los ojos y se esforzó por dominar sus emociones. -¿Por qué te quejas de tu memoria? -preguntó para distraerse-. No eres tan vieja.

Unos hoyuelos se dibujaron en las mejillas de Angela.

-Me halagas, pero no te engañes; soy mucho más vieja de lo que parezco.

Probablemente, el aspecto juvenil se debe a que tengo que comer mis propias hierbas en épocas de vacas flacas.

Eragon sonrió y respiró hondo.

«Si ella era mi madre y pudo soportar que le adivinaran la suerte, yo también puedo.»

-Tírame los huesos -dijo con solemnidad.

Angela se puso seria mientras sostenía los huesos con ambas manos. Cerró los ojos y empezó a mover los labios en un murmullo casi imperceptible hasta que dijo con voz potente: - ¡Manin! ¡Wyrda! ¡Hugin!

Y tiró los huesos sobre la tela. Cayeron todos juntos y relucieron bajo la tenue luz.

Las palabras resonaron en los oídos de Eragon. El muchacho reconoció que pertenecían al idioma antiguo y se dio cuenta con aprensión de que si Angela las usaba para la magia, debía de ser bruja. No le había mentido: era una auténtica adivinación del futuro. Mientras la mujer estudiaba los huesos, los minutos pasaban despacio.

Al fin, Angela se echó hacia atrás y lanzó un suspiro prolongado. Se secó la frente y sacó un odre de debajo del mostrador. -¿Quieres un poco? -le ofreció a Eragon, pero éste negó con la cabeza. Ella se encogió de hombros y bebió con avidez-. Ésta es la lectura más difícil que he hecho en mi vida -dijo enjugándose la boca-. Tenías razón, tu suerte es casi imposible de descifrar. Jamás he visto el destino de una persona tan enmarañado y confuso. Sin embargo, podré sacar algunas respuestas.

Solembum saltó sobre el mostrador y se sentó allí, observándolos. Eragon entrelazó las manos mientras Angela señalaba uno de los huesos.

-Empezaré por aquí -dijo despacio- porque es el más claro de comprender. -El símbolo sobre el hueso era una larga línea horizontal con un círculo encima-.

Infinito o una vida larga -continuó Angela en voz baja-. Es la primera vez que veoque este símbolo sale en el futuro de un ser vivo. La mayoría de las veces aparece el álamo o el olmo, que son los símbolos de que una persona vivirá un número normal de años. Sin embargo, no estoy segura si significa que vivirás para siempre o que sólo tendrás una vida extraordinariamente larga. Pero prediga lo que prediga, puedes estar seguro de que tienes muchos años por delante.

«Bueno, eso no es una sorpresa… porque soy un Jinete», pensó Eragon. ¿Iba Angela a decirle sólo cosas que ya sabía?

-Ahora los huesos son más difíciles de leer, ya que están en un montón confuso.

-Angela tocó tres huesos-. Aquí están juntos el camino errante, el relámpago y el barco de vela. Y éste es un esquema del que he oído hablar, pero que nunca he visto. El camino errante muestra que tienes muchas posibilidades en el futuro, a algunas de las cuales te estás enfrentando ya. Asimismo, veo importantes batallas (algunas se entablan en tu nombre) que se desencadenan a tu alrededor, y veo también poderosas fuerzas de esta tierra que luchan por controlar tu voluntad y tu destino. Infinidad de posibles futuros te aguardan, todos ellos marcados por la sangre y por los conflictos, pero sólo uno te brindará felicidad y paz. Cuídate de no perder tu rumbo, porque eres uno de los pocos auténticamente libres de escoger su destino, y ten en cuenta que la libertad es un don, pero también es una responsabilidad más pesada que las cadenas. »Pero sin embargo -el rostro de la mujer se tornó triste-, para contrarrestar todo eso, aquí está el relámpago, que es un augurio terrible: existe una condena sobre ti, aunque no sé de qué tipo. Parte de ella surge de una muerte, que se avecina deprisa y causará mucho dolor. Por lo demás, te aguarda un gran viaje. Mira con atención este hueso: ¿ves cómo acaba y cómo se apoya en ese barco de vela? Es imposible malinterpretarlo: tu destino es partir de esta tierra para siempre. No sé dónde acabarás, pero nunca más volverás a Alagaësía. Este hecho es ineludible y sucederá aunque trates de evitarlo.

Las palabras de la mujer asustaron a Eragon. «Otra muerte… ¿a quién voy a perder ahora? -sus pensamientos se dirigieron inmediatamente hacia Roran. Después pensó en su tierra natal-. ¿Qué podría obligarme a partir? ¿Y adonde iré? Si hay tierra al otro lado del mar o hacia el Oriente, sólo los elfos la conocen.»

Angela se frotó las sienes y respiró profundamente.

-El siguiente hueso es fácil de interpretar y quizá un poco más agradable. -Eragon lo examinó y vio un capullo de rosa grabado entre los extremos de una media luna-. Hay un romance épico en tu futuro -dijo Angela con una sonrisa-; será extraordinario, como indica la luna, que es un símbolo mágico, y lo suficientemente sólido para que sobreviva a diferentes imperios. No sé si la pasión vencerá, pero tu amada es de noble cuna y linaje, y también es poderosa, sabia e incomparablemente bella.

«¿De noble cuna? -pensó Eragon, sorprendido-. ¿Cómo es posible? No tengo otra posición social que la del más pobre de los campesinos.»

-Ahora veamos los dos últimos huesos: el árbol y la raíz de espino, que se entrecruzan con fuerza… Ojalá no estuvieran porque sólo significan más problemas, pero la traición está clara. Y provendrá de tu familia. -¡Roran jamás haría algo así! -objetó bruscamente Eragon.

-No lo sé -respondió Angela con precaución-, pero los huesos nunca mienten, y eso es lo que dicen.

La duda corroía la mente de Eragon, pero trató de no hacer caso. ¿Por qué razón Roran lo iba a traicionar? Angela le pasó una mano por el hombro para consolarlo y volvió a ofrecerle el odre. Esta vez Eragon aceptó la bebida y se sintió mejor.

-Después de todo, a lo mejor me alegro de recibir a la muerte -bromeó, nervioso.

«¿Una traición de Roran? ¡Imposible! ¡No!»

-Podría ser -dijo Angela con solemnidad y se rió entre dientes-. Aunque no deberías inquietarte por lo que aún no ha sucedido, puesto que la única forma que tiene el futuro para dañarnos es lograr que nos preocupemos. Te aseguro que te sentirás mejor una vez que salgas fuera y te dé el sol.

-Quizá. -«Desgraciadamente», reflexionó con ironía, «nada de lo que ha dicho tendrá sentido hasta que haya sucedido. Si es que sucede», se corrigió-. Has empleado palabras de poder -señaló Eragon en voz baja.

-Lo que no he logrado ver es cómo acaba el resto de tu vida -dijo Angela con un destello en los ojos-. Sabes hablar con los hombres gato, conoces la lengua antigua y tienes un futuro de lo más interesante. Además, pocos jóvenes con los bolsillos vacíos y unos harapos como atavío de viaje podrían esperar que una noble se enamorara de ellos. ¿Quién eres?

Eragon se dio cuenta de que el hombre gato no le había dicho a Angela que era un Jinete. Estaba a punto de contestar: «Evan», pero cambió de idea y afirmó:

-Soy Eragon. -¿Eres o te llamas Eragon? -preguntó Angela, muy sorprendida.

-Las dos cosas -respondió el muchacho con una ligera sonrisa mientras pensaba en su tocayo, el primer Jinete.

-Ahora estoy mucho más interesada en ver cómo se desarrolla tu vida. ¿Quién era ese hombre vestido con harapos que te acompañaba ayer?

Eragon decidió que un nombre más no haría ningún daño.

-Se llama Brom.

Angela lanzó una risotada doblándose a causa de las carcajadas. Se secó los ojos, tomó un trago de vino y contuvo otro ataque de risa. Al fin, jadeante, logró articular: -¡Ay… es él! ¡No tenía ni idea! -¿Qué ocurre? -preguntó Eragon.

-No, no te enfades -replicó Angela ocultando una sonrisa-. Sólo que… bueno, es muy conocido en mi profesión. Me temo que el destino del pobre hombre, o el futuro si quieres, es como una broma para nosotros. -¡No lo insultes! ¡Es el mejor hombre que he conocido! -soltó Eragon.

-Que haya paz -lo calmó Angela, divertida-. Ya lo sé. Si volvemos a vernos en el momento oportuno, me aseguraré de hablarte de ello. Pero mientras tanto deberías…

Dejó de hablar cuando Solembum empezó a caminar entre ellos.

El hombre gato miró a Eragon sin parpadear. ¿Qué quieres? -preguntó Eragon, irritado.

Escúchame con atención y te diré dos cosas: cuando llegue el momento y necesites un arma, busca debajo de las raíces del árbol Menoa; y cuando todo parezca perdido y tu poder sea insuficiente, ve a la roca de Kuthian y pronuncia tu nombre para abrir la Cripta de las Almas.

Antes de que Eragon pudiera preguntar qué quería decir Solembum con aquellas palabras, el hombre gato se alejó meneando la cola con mucha elegancia. Por su parte, Angela ladeó la cabeza, y los tirabuzones de su cabello le cubrieron la frente.

-No sé qué ha dicho, pero tampoco quiero saberlo. Te ha hablado a ti y sólo a ti.

No se lo digas a nadie.

-Creo que debo irme -dijo Eragon, conmocionado.

-Vete si quieres. -Angela volvió a sonreír-. Si bien puedes quedarte aquí el tiempo que desees, especialmente si me compras algo; márchate si lo prefieres; estoy segura de que te he dicho muchas cosas que tienes que pensar.

-Sí. -Eragon se acercó deprisa a la puerta-. Gracias por adivinarme el futuro.

«Eso creo.»

-De nada -respondió Angela sin dejar de sonreír.

Eragon salió de la tienda y se quedó en la calle con los ojos entrecerrados mientras se adaptaban a la luz, al mismo tiempo que dejaba pasar unos minutos antes de pensar con tranquilidad en lo que acababan de decirle. Luego empezó a andar, sin darse cuenta de que lo hacía cada vez más rápido, hasta que salió de Teirm y echó a correr hacia el escondite de Saphira.

La llamó desde la base del acantilado. Al cabo de un instante la dragona planeó hacia él y lo llevó arriba. Cuando los dos estuvieron a salvo sobre el suelo, Eragon le contó lo que había pasado.

Así que -concluyó- creo que Brom tiene razón: siempre estoy donde hay problemas.

Debes recordar lo que te ha dicho el hombre gato; es importante. ¿Cómo lo sabes? -preguntó con curiosidad.

No estoy segura, pero los nombres que ha utilizado parecen poderosos. Kuthian… -dijo arrastrando la palabra-. No, no debemos olvidar lo que ha dicho. ¿Crees que debería contárselo a Brom?

Eso depende de ti, pero piensa que no tiene derecho a saber tu futuro. Si le hablas de Solembum y de sus palabras, te hará preguntas que quizá no quieras responder. Y si sólo le preguntas qué significan esas palabras, querrá saber dónde las aprendiste. ¿Crees que puedes mentirle sin que se dé cuenta?

No -reconoció Eragon-. Tal vez no le cuente nada. Aunque podría ser demasiado importante para ocultarlo.

Se quedaron hablando hasta que ya no hubo nada más que decir. Entonces se sentaron amistosamente y observaron los árboles mientras empezaba a atardecer.

Eragon volvió deprisa a Teirm y fue a casa de Jeod. -¿Ha vuelto Neal? -le preguntó al mayordomo.

-Sí, señor. Creo que está en el estudio.

-Gracias -dijo Eragon. Fue hasta la habitación y se asomó por la puerta-. ¿Qué tal ha ido? -preguntó. -¡Espantoso! -masculló Brom con la pipa en la boca. -¿Así que has hablado con Brand?

-No ha servido de nada. Ese «administrador» es un burócrata de los peores. Se atiene a todas las leyes, disfruta saliéndose con la suya aunque cause molestias y, al mismo tiempo, cree que es muy útil.

-Entonces, ¿no nos dejará consultar los archivos? -preguntó Eragon.

-No -soltó Brom, exasperado-. No ha habido manera de convencerlo. ¡Hasta se ha negado a aceptar sobornos! Y sobornos sustanciosos. Nunca me había imaginado que me toparía con un noble que no fuera corrupto, pero ahora que me ha sucedido, creo que prefiero que sean unos desgraciados codiciosos.

Dio furiosas caladas a la pipa mientras mascullaba una retahíla de contundentes insultos. -¿Y ahora qué hacemos? -preguntó Eragon, vacilante, cuando al fin pareció que Brom se calmaba.

-Voy a emplear la semana que viene para enseñarte a leer. -¿Y después?

Una sonrisa se dibujó en la cara de Brom.

-Después le daremos a Brand una sorpresa desagradable.

Eragon insistió para que le explicara los detalles, pero Brom se negó a decir nada más.

La cena se sirvió en una sala suntuosa. Jeod estaba en una punta de la mesa, y Helen, que mantenía una severa mirada, en la otra. Brom y Eragon estaban entre ellos, uno a cada lado de la mesa, una situación que al muchacho le parecía peligrosa.

Eragon tenía sillas vacías a ambos lados, pero no le importaba que hubiera ese espacio porque lo ayudaba a protegerse de las miradas hostiles de su anfitriona.

La comida se sirvió en silencio, y Jeod y Helen empezaron a comer sin decir palabra.

«Creo que hasta en un funeral es más alegre la comida.»

Y así había sido en Carvahall. Recordaba muchos entierros tristes, sí, pero no tanto. Esto era diferente; durante toda la cena percibió el rencor que emanaba de Helen.