Por la mañana Eragon y Brom recuperaron sus alforjas, que estaban en el establo, y se prepararon para partir. Jeod saludó a Brom mientras Helen observaba desde la entrada. Con mirada seria, los dos hombres se estrecharon la mano.


-Te echaré de menos, viejo amigo -dijo Jeod.

-Y yo a ti -respondió Brom con afecto. Inclinó la canosa cabeza y se volvió hacia Helen-. Gracias por vuestra hospitalidad; habéis sido de lo más amable. -El rostro de la mujer se ruborizó, y Eragon creyó que iba a darle una bofetada a Brom, que continuó hablando, imperturbable-. Tenéis un buen marido; cuidadlo. Hay pocos hombres tan valientes y decididos como Jeod, pero hasta él necesita el apoyo de los seres queridos para sobrellevar las dificultades. -Volvió a hacer una reverencia y dijo con gentileza-. Es sólo una sugerencia, querida señora.

Eragon observó cómo la indignación y el dolor se imprimían en el rostro de Helen. Los ojos de la mujer centellearon en el momento en que cerró la puerta con brusquedad, y Jeod, con un suspiro, se pasó la mano por el cabello. Eragon le agradeció la gran ayuda que les había prestado y montó sobre Cadoc. Tras las últimas despedidas, él y Brom partieron.

En la puerta sur de Teirm, los guardias los dejaron salir sin ninguna objeción.

Pero mientras cabalgaban bajo la gigantesca muralla, Eragon percibió un movimiento en las sombras: Solembum estaba allí agachado y moviendo la cola. El hombre gato los siguió con una mirada impenetrable. Al tiempo que la ciudad iba quedando atrás, Eragon preguntó: -¿Qué son los hombres gato? -¿A qué viene esa súbita curiosidad?

Brom parecía sorprendido por la pregunta.

-Oí que alguien los mencionaba en Teirm. No son reales, ¿verdad? -fingió ignorancia.

-Son bastante reales. Durante los años de gloria de los Jinetes, llegaron a ser tan famosos como los dragones. Los reyes y los elfos los tenían como acompañantes, aunque los hombres gato tenían libertad de hacer lo que quisieran. Nunca se ha sabido mucho de ellos y me temo que, últimamente, su especie es bastante escasa. -¿Sabían hacer magia? -preguntó Eragon.

-Nadie lo sabe con certeza, pero sin duda podían hacer cosas insólitas. Parecía que siempre sabían lo que pasaba y, de una forma u otra, se las arreglaban para participar en los asuntos.

Brom se puso la capucha para protegerse del viento frío. -¿Qué es Helgrind? -preguntó Eragon, después de pensar un rato.

-Ya lo verás cuando lleguemos a Dras-Leona.

Cuando Teirm quedó fuera de la vista, Eragon expandió su mente y llamó: ¡Saphira!

La fuerza de su grito mental fue tal que Cadoc agitó las orejas, nervioso.

Saphira respondió y voló hacia ellos a toda velocidad. Eragon y Brom se quedaron observando mientras el oscuro punto salía de una nube, hasta que oyeron el sordo batir de las alas desplegadas. El sol brillaba tras las delgadas membranastranslúcidas en las que contrastaban las oscuras venas. Saphira aterrizó provocando una ráfaga de aire.

Eragon le pasó las riendas de Cadoc a Brom.

-Te veré a la hora del almuerzo.

Brom asintió, pero parecía preocupado.

-Que te diviertas -dijo, y le sonrió a Saphira-. Me alegro de verte.

Yo también.

Eragon montó sobre el cuello de la dragona y se cogió con fuerza mientras ésta alzaba el vuelo. Soplando el viento de cola, Saphira se deslizaba por el aire.

Agárrate -le avisó a Eragon antes de lanzar un salvaje aullido y remontar el vuelo dando una vuelta de campana. Eragon chilló, entusiasmado, mientras soltaba los brazos y se cogía sólo con las piernas.

No sabía que podía sostenerme sin estar amarrado a la silla cuando tú hacías esto -le dijo riendo.

Yo tampoco -reconoció Saphira con su risa característica.

Eragon se abrazó a ella con fuerza y volaron en línea recta como si fueran los dueños del cielo.

Al mediodía tenía las piernas irritadas por montar a pelo, y las manos y la cara entumecidas por el aire frío. Las escamas de Saphira estaban siempre tibias, pero no lo bastante para evitar que el muchacho se helara. Cuando aterrizaron para comer, Eragon metió las manos debajo de la ropa y encontró un lugar al sol para sentarse.

Mientras él y Brom comían, le preguntó a Saphira: ¿Te importa si monto a Cadoc?

Había decidido interrogar a Brom un poco más acerca del pasado del anciano.

No, pero cuéntame lo que te diga.

A Eragon no le sorprendió que Saphira supiera sus planes, pues era casi imposible ocultarle nada cuando estaban conectados mentalmente. Cuando acabaron de comer, ella se alejó volando mientras Eragon se acercaba a Brom por el sendero. Al cabo de un rato, aflojó el paso de Cadoc y dijo:

-Tengo que hablar contigo. Quería hacerlo al llegar a Teirm, pero decidí esperar hasta ahora. -¿Sobre qué? -preguntó Brom.

Eragon se quedó callado un momento y luego comentó:

-Hay muchas cosas que no comprendo. Por ejemplo, ¿quiénes son tus «amigos» y por qué te escondiste en Carvahall? Te he confiado mi vida (por eso sigo viajando contigo) pero tengo que saber más sobre ti, quién eres y a qué te dedicas. ¿Qué robaste en Gil'ead y qué es el tuatha du orothrim por el que me haces pasar? Creo que después de todo lo que ha sucedido, merezco una explicación.

-Nos has escuchado a escondidas.

-Sólo una vez -respondió Eragon.

-Veo que aún debes aprender buenos modales -dijo Brom en tono serio mientras se tiraba de la barba-. ¿Qué te hace pensar que esto tiene que ver contigo?

-Nada, la verdad -dijo Eragon encogiéndose de hombros-. Sólo que es una extraña coincidencia que tú te escondieras en Carvahall cuando encontré el huevo de Saphira y que supieras tanto sobre los dragones. Cuanto más lo pienso, menos probable me parece. También hubo otras pistas que, en general, pasé por alto, pero ahora, al mirar atrás, me parecen evidentes. Para empezar, ¿cómo conocías la existencia de los ra'zac, y por qué huyeron cuando te acercaste? Por otra parte, no puedo dejar de preguntarme si tuviste algo que ver con la aparición del huevo de Saphira. Es mucho lo que no nos has contado, y Saphira y yo no podemos permitirnosseguir ignorando cosas que podrían ser peligrosas.

Profundas arrugas aparecieron en la frente de Brom mientras tiraba de las riendas para frenar a Nieve de Fuego.

-No quieres esperar, ¿verdad? -Eragon negó con tozudez y Brom suspiró-. Si no fueras tan desconfiado, no pasaría nada, pero supongo que tampoco perdería el tiempo contigo si fueras de otra manera. -Eragon no supo si tomarlo como un cumplido. Brom encendió la pipa y lanzó una columna de humo al aire-. Te lo diré, pero debes comprender que no puedo revelarlo todo. -Eragon iba a empezar a protestar, pero Brom lo interrumpió-. No es que quiera retener información, sino que no voy a revelar secretos que no son míos porque hay otras historias entrelazadas en este relato. De modo que tendrás que hablar con los otros implicados para descubrir el resto.

-Muy bien. Explícame lo que puedas. -¿Estás seguro? -preguntó Brom-. Créeme, tengo razones para ser reservado.

He tratado de protegerte escudándote de fuerzas que podrían destrozarte, pero una vez que las conozcas y sepas sus propósitos, ya nunca tendrás la oportunidad de vivir con tranquilidad. Tendrás que tomar partido y resistir. ¿De verdad quieres saber?

-No puedo vivir en la ignorancia -dijo Eragon en voz baja.

-Un objetivo digno… Muy bien. Verás, hay una guerra en Alagaësía entre los vardenos y el Imperio. Su lucha, sin embargo, va mucho más allá que los conflictos armados fortuitos: están enzarzados en una titánica lucha de poder… centrada alrededor de ti. -¿De mí? -replicó Eragon, incrédulo-. Es imposible. No tengo nada que ver con ninguno de los dos.

-Todavía no -dijo Brom-, pero tu existencia propiamente dicha es el nudo de sus batallas. Los vardenos y el Imperio no pelean para sojuzgar esta tierra o a sus gentes, sino que su objetivo es controlar a la siguiente generación de Jinetes, de la que tú eres el primero. Quien domine a esos Jinetes se convertirá en el señor indiscutible de Alagaësía.

Eragon trató de comprender las afirmaciones de Brom, pero parecía incomprensible que tanta gente estuviera interesada en él y en Saphira, puesto que nadie, aparte de Brom, había pensado que él era importante. Y como la idea de que el Imperio y los vardenos estaban luchando por su causa era demasiado abstracta para que la entendiera del todo, un montón de objeciones le acudieron con rapidez a la mente.

-Pero todos los Jinetes fueron asesinados, salvo los Apóstatas, que se unieron a Galbatorix. Por lo que sé, incluso ellos están muertos. Y en Carvahall me dijiste que nadie sabe si quedan dragones en Alagaësía.

-Te mentí sobre los dragones -dijo Brom fríamente-. Aunque los Jinetes ya no existan, todavía quedan tres huevos de dragón, todos ellos en posesión de Galbatorix.

En realidad ahora hay sólo dos porque Saphira ya ha nacido. El rey se hizo con los tres en la última gran batalla contra los Jinetes. -¿Así que pronto habrá dos nuevos Jinetes leales al rey? -preguntó Eragon con tristeza.

-Exactamente -dijo Brom-. Empieza a surgir una raza mortífera. Galbatorix trata de encontrar desesperadamente a las personas que hagan salir del cascarón a los dragones, mientras que los vardenos emplean todos los medios posibles para matar a los candidatos o para robar los huevos.

-Pero ¿de dónde procede el huevo de Saphira? ¿Cómo es posible que alguien lehaya arrebatado un huevo de dragón al rey? ¿Y cómo sabes tú todo eso? -preguntó Eragon, desconcertado.

-Demasiadas preguntas -se rió Brom con amargura-. Todo eso es otro capítulo y tuvo lugar mucho antes de que nacieras. Por entonces, yo era un poco más joven, aunque quizá no tan sabio. Odiaba al Imperio, por razones que prefiero guardarme, y quería hacerle daño a toda costa. Mi fervor me llevó hasta un erudito, Jeod, que afirmaba que había descubierto un libro que describía un pasadizo secreto hasta el castillo de Galbatorix. Entusiasmado, llevé a Jeod ante los vardenos, que son mis «amigos», y organizaron el robo de los huevos.

«¡Los vardenos!», repitió mentalmente Eragon.

-Sin embargo, algo salió mal, y nuestro ladrón consiguió solamente un huevo.

Por alguna razón huyó con él, pero no regresó con los vardenos. Al ver que no volvía, nos mandaron a Jeod y a mí a buscarlo para que les lleváramos el huevo. -La mirada de Brom era cada vez más distante y hablaba con una voz extraña-. Fue el comienzo de una de las búsquedas más grandiosas de la historia. Nos lanzamos contra los ra'zac y contra Morzan, el último de los Apóstatas y el servidor más fiel del rey. -¡Morzan! -interrumpió Eragon-. ¡Pero si fue el que traicionó a los Jinetes por Galbatorix!

«¡Y eso sucedió hace mucho tiempo! Morzan debía de ser muy viejo.» Le molestaba que le recordaran la longevidad de los Jinetes. -¿Y? -preguntó Brom-. Sí, era viejo, pero fuerte y cruel. Fue uno de los primeros seguidores del rey y, de lejos, el más leal. Como ya había corrido la sangre entre nosotros, la búsqueda del huevo se convirtió en una batalla personal. Cuando fue localizado en Gil'ead, me precipité hacia allí y luché con Morzan por su posesión. Fue un combate terrible, pero al final le di muerte. Durante la lucha, perdí la pista a Jeod, pero como no tenía tiempo de buscarlo, cogí el huevo y se lo llevé a los vardenos, que me pidieron que entrenara al que se convirtiera en el nuevo Jinete. Accedí y decidí ocultarme en Carvahall, donde ya había estado varias veces, hasta que los vardenos se pusieran en contacto conmigo. Pero nunca me llamaron.

-Entonces, ¿cómo apareció el huevo de Saphira en las Vertebradas? ¿O era otro huevo robado al rey? -preguntó Eragon.

-Eso es poco probable -gruñó Brom-. Galbatorix tiene los otros dos tan bien guardados que sería un suicidio intentar robárselos. No, alguien arrebató el huevo a los vardenos, y creo que sé cómo. Para protegerlo, su guardián debió de intentar mandármelo por arte de magia. »Los vardenos no se han puesto nunca en contacto conmigo para explicarme cómo perdieron el huevo, pero sospecho que sus emisarios fueron interceptados por el Imperio, que mandó a los ra'zac en su lugar. Estoy seguro de que estaban impacientes por pillarme, ya que me las había arreglado para frustrar muchos de sus planes.

-Entonces, ¿los ra'zac no sabían nada de mí cuando llegaron a Carvahall? -preguntó Eragon, asombrado.

-Así es -respondió Brom-. Si el imbécil de Sloan hubiera mantenido la boca cerrada, no se habrían enterado de tu existencia, y todo se habría desarrollado de manera bastante diferente. En cierto modo, he de estarte agradecido porque te debo la vida. Si los ra'zac no se hubieran preocupado tanto por ti, me habrían cogido desprevenido y habría sido el fin de Brom, el cuentacuentos. La única razón de que huyeran es porque soy más fuerte que ellos, especialmente durante el día. Por eso debieron de planear drogarme durante la noche y después interrogarme sobre el huevo.

-¿Les has mandado algún mensaje a los vardenos hablándoles de mí?

-Sí. Estoy seguro de que quieren que te lleve a verlos lo antes posible.

-Pero no lo harás, ¿verdad?

-No, no lo haré. -¿Por qué? Estar con los vardenos tiene que ser más seguro que perseguir a los ra'zac, especialmente para un Jinete nuevo.

Brom largó una risotada y miró a Eragon con cariño.

-Los vardenos son peligrosos. Si vamos a verlos, te involucrarán en sus maquinaciones y en sus asuntos políticos; a lo mejor los líderes te encomendarían alguna misión sólo para dejar clara su autoridad, aunque no fueras lo suficientemente fuerte para llevarla a cabo. Quiero que estés bien preparado antes de acercarte a ellos.

Por lo menos, mientras perseguimos a los ra'zac, no tengo que preocuparme de que alguien te eche veneno en el agua. Es el menor de los dos males. Y -añadió con una sonrisa- como mínimo estás contento mientras te entreno. Tuatha du orothrim es sólo una fase de tu instrucción. Te ayudaré a encontrar, y quizá a matar, a los ra'zac, porque son tan enemigos míos como tuyos, pero después tendrás que tomar una decisión. -¿La decisión de…? -preguntó Eragon con cautela.

-De unirte a los vardenos o no -respondió Brom-. Si matas a los ra'zac, las únicas opciones de escapar a la cólera de Galbatorix serán buscar la protección de ese pueblo, huir a Surda o implorar la misericordia del rey y unirte a sus fuerzas. Sin embargo, aunque no mates a los ra'zac, con el tiempo tendrás que enfrentarte a esta decisión.

Eragon sabía que la mejor manera de encontrar refugio sería unirse a los vardenos, pero no quería pasarse la vida luchando contra el Imperio como ellos.

Caviló sobre los comentarios de Brom intentando sopesarlos desde distintos puntos de vista.

-Todavía no me has explicado por qué sabes tanto sobre los dragones.

-No, no lo he hecho, ¿verdad? -comentó Brom con una cínica sonrisa-. Eso tendrá que esperar hasta otro momento.

«¿Por qué yo? -se preguntó el muchacho-. ¿Qué tengo de especial para convertirme en Jinete?» -¿Conociste a mi madre? -soltó de repente.

-Sí, la conocí.

Brom se puso serio. -¿Cómo era?

-Una mujer llena de dignidad y de orgullo, como Garrow -suspiró el anciano-. En última instancia ésa fue su desgracia pero, sin embargo, uno de sus mayores dones… Siempre ayudaba a los pobres y a los más desgraciados, cualquiera que fuese la situación en la que ella se encontrara. -¿La conociste bien? -preguntó Eragon, sobresaltado.

-Lo suficientemente bien para echarla de menos cuando se marchó.

Mientras Cadoc avanzaba al paso, Eragon trató de acordarse de cuando pensaba que Brom era sólo un viejo cascarrabias que contaba cuentos. Por primera vez comprendió lo ignorante que había sido.

El muchacho le contó a Saphira lo que el anciano le había dicho, y la dragona se quedó intrigada por las revelaciones de Brom, pero sintió repugnancia ante la idea de haber sido una de las pertenencias de Galbatorix. ¿Estás contento de no haberte quedado en Carvahall? -le preguntó Saphira al fin-. ¡Piensa en todas las experiencias interesantes que te habrías perdido!

No obstante, Eragon refunfuñó haciéndose el afligido.

Cuando la jornada llegó a su fin, Eragon fue a buscar agua mientras Brom preparaba la cena. Se frotó las manos para calentárselas mientas daba un rodeo en busca de un arroyuelo o de un manantial. El paisaje entre los árboles era sombrío y húmedo.

Encontró un arroyo muy lejos del campamento, se agachó en la orilla y observó el agua que corría sobre las piedras mientras metía la punta de los dedos. El agua helada de las montañas hacía remolinos alrededor de ellos, entumeciéndolos.

«Al agua no le importa lo que nos sucede, ni a nosotros ni a nadie», pensó. Sintió un escalofrío y se puso de pie.

Entonces le llamó la atención una extraña huella que había al otro lado del arroyo.

Tenía una forma rara y era muy grande. Cruzó a la otra orilla con curiosidad y saltó sobre una roca. En ese momento resbaló sobre un trozo de musgo húmedo, trató de sostenerse de una rama, pero ésta se rompió. Alargó el brazo para amortiguar la caída y sintió un crujido en la muñeca al tiempo que se desplomaba. El dolor le subió con fuerza por el brazo.

Se le escapó una retahíla de improperios entre los dientes apretados mientras procuraba no gritar. Enloquecido de dolor, se acurrucó en el suelo cogiéndose el brazo. ¡Eragon! -le llegó la voz asustada de Saphira-. ¿Qué ha pasado?

Me he roto la muñeca… hice una estupidez y me caí.

Ahora voy -dijo Saphira.

No, ya me las arreglaré para volver. No vengas… Los árboles están muy juntos para… las alas.

Ella le envió una fugaz imagen de cómo destrozaría el bosque con tal de llegar hasta él, y le dijo:

Date prisa.

Se tambaleó gimiendo al ponerse de pie. La huella penetraba profundamente en el terreno, a pocos centímetros de distancia: era la marca de una pesada bota tachonada de clavos. Eragon recordó al instante las huellas que rodeaban la pila de cadáveres de Yazuac.

-Úrgalos -masculló, y deseó tener a Zar'roc consigo, puesto que no podía usar el arco con una sola mano.

Levantó de golpe la cabeza y gritó con la mente: ¡Saphira! ¡Úrgalos! ¡Protege a Brom!

Eragon volvió a cruzar de un salto el arroyuelo y corrió hacia el campamento mientras desenvainaba su cuchillo de monte. Veía posibles enemigos detrás de cada árbol y de cada arbusto. «Espero que sea un úrgalo nada más.» Irrumpió en el campamento agachando la cabeza para protegerse de un coletazo de Saphira. -¡Detente, soy yo! -gritó. ¡Huy! -dijo Saphira.

Tenía las alas plegadas delante del pecho como un muro. -¿Huy? -protestó Eragon corriendo hacia ella-. ¡Habrías podido matarme! ¿Dónde está Brom? -¡Estoy aquí! -dijo Brom detrás de las alas de Saphira-. Dile a tu dragona loca que me suelte; no quiere escucharme. -¡Suéltalo! -dijo Eragon, furioso-. ¿No se lo has dicho?

No -respondió ella, avergonzada-, sólo me dijiste que lo protegiera.

Levantó las alas, y Brom salió, enfadado.

-He encontrado la huella de un úrgalo. Y es reciente.

Brom se puso serio de inmediato.

-Ensilla los caballos. Nos vamos. -Apagó el fuego, pero Eragon no se movió-.

¿Qué te pasa en el brazo?

-Me he roto la muñeca -dijo tambaleándose.

Brom soltó una maldición, ensilló a Cadoc en lugar de que lo hiciera Eragon y lo ayudó a montar.

-Tenemos que entablillártela cuanto antes, así que intenta no moverla hasta entonces. -Eragon cogió firmemente las riendas con la mano izquierda, mientras Brom se dirigía a Saphira-: Es casi de noche. Tendrás que volar recto por encima de nosotros. Si aparecen los úrgalos, se lo pensarán dos veces antes de atacarnos si estás cerca.

Más les vale, porque si no, no volverán a pensar -dijo Saphira mientras remontaba el vuelo.

La noche caía deprisa, y los caballos estaban cansados, pero los espolearon sin piedad. La muñeca de Eragon, roja e hinchada, seguía palpitándole. Cuando estuvieron a algo más de un kilómetro del campamento, Brom se detuvo.

-Escucha -dijo.

Eragon oyó el débil sonido de un cuerno de caza detrás de ellos. Cuando todo volvió a quedar en silencio, el pánico se apoderó de él.

-Deben de haber descubierto el lugar en que estábamos -dijo Brom- y, seguramente, las huellas de Saphira. Ahora nos perseguirán, pues jamás dejan escapar a una presa porque eso no forma parte de su modo de ser. -Volvieron a sonar dos cuernos: estaban más cerca. Eragon sintió un escalofrío-. Nuestra única oportunidad es huir -añadió Brom.

Miró hacia el cielo y se puso pálido. Llamó a Saphira.

La dragona salió de la oscuridad y aterrizó junto a ellos.

-Deja a Cadoc y ve con ella. Estarás más seguro -ordenó Brom. -¿Y tú? -protestó Eragon.

-Yo estaré bien. ¡Vete!

Eragon, incapaz de reunir la energía suficiente para discutir, montó a Saphira mientras Brom fustigó a Nieve de Fuego y se alejó llevándose a Cadoc. Tras ellos iba la dragona que agitaba las alas por encima de los caballos que galopaban.

Eragon se agarró a la dragona lo mejor que pudo, pero hacía muecas de dolor cada vez que Saphira le tocaba la muñeca al moverse. Los cuernos sonaban cada vez más cerca, como si fueran una nueva oleada de terror. A su vez Brom se abría paso entre la maleza forzando los caballos al límite. En un momento dado los cuernos de caza resonaron al unísono y a continuación se quedaron súbitamente en silencio.

Pasaron los minutos.

«¡Dónde están los úrgalos?», se preguntó Eragon. Volvió a resonar un cuerno, pero a lo lejos. El muchacho suspiró aliviado y descansó sobre el cuello de Saphira, mientras Brom aflojaba el paso en su precipitada carrera.

Estuvimos cerca -dijo Eragon.

Sí, pero no podemos parar hasta que…

De nuevo el sonido de un cuerno, que esta vez se oyó directamente debajo de ellos, interrumpió a Saphira. Eragon dio un respingo de sorpresa y Brom retomó su frenética huida. Cornudos úrgalos, que gritaban con voces roncas, galopaban deprisa por el sendero y ganaban terreno rápidamente. Tenían a Brom casi a la vista, pero el anciano no conseguía dejarlos atrás. ¡Tenemos que hacer algo! -exclamó Eragon. ¿Qué? ¡Bajar delante de los úrgalos! ¿Estás loco? -exclamó Saphira.

¡Baja! Sé lo que me digo -ordenó Eragon-. No hay tiempo para nada más. ¡Van a alcanzar a Brom!

Muy bien.

Saphira adelantó a los úrgalos, dio la vuelta y se preparó para posarse sobre el sendero. Eragon fue en busca de su poder, pero sintió la habitual resistencia en la mente que lo separaba de la magia. Sin embargo, no intentó alcanzarla todavía. Pero su nerviosismo le produjo una contracción en un músculo del cuello.

Mientras los úrgalos avanzaban por el sendero, gritó: -¡Ahora!

Saphira plegó las alas con brusquedad, descendió directamente desde encima de los árboles y aterrizó levantando una nube de polvo y de piedras.

Los úrgalos gritaron asustados y tiraron de las riendas de los caballos, que resbalaron y chocaron entre sí, pero los monstruos volvieron a organizarse deprisa para enfrentarse a Saphira con las armas desenfundadas. El odio se imprimía en los rostros de los úrgalos mientras miraban a la dragona con hostilidad. Eran doce, y todos tenían el aspecto de unas espantosas y burlonas bestias. Eragon se preguntó por qué no huían, pues se había imaginado que al ver a Saphira, se asustarían y se sentirían impulsados a escapar.

«¿Por qué esperan? ¿Piensan atacar o no?»

Eragon se quedó paralizado cuando el úrgalo más grande avanzó y masculló:

-Nuestro señor desea hablar contigo, humano.

El monstruo tenía una voz grave y gutural.

Es una trampa -le advirtió Saphira antes de que Eragon dijera nada-. No lo escuches.

Por lo menos veamos qué tienen que decir -razonó con curiosidad, pero con gran cautela. -¿Y quién es tu señor? -preguntó el muchacho.

-Alguien tan vil como tú no merece saber su nombre replicó el úrgalo con desprecio-. Gobierna el cielo y domina la tierra. Para él, no eres más que una hormiga perdida. Sin embargo, ha ordenado que te llevemos a su presencia, vivo. Alégrate de ser digno de semejante trato. -¡Jamás iré contigo ni con ninguno de mis enemigos! -declaró Eragon pensando en Yazuac-. Me da igual que sirvas a un Sombra, a un úrgalo o a algún otro demonio contrahecho del que no tenga noticias, pero no deseo parlamentar con él.

-Cometes un grave error -gruñó el úrgalo enseñando los colmillos-. No hay manera de escapar de nuestro señor y, a la larga, acabarás ante él. Si te resistes, se ocupará de que tus días sean una agonía.

Eragon se preguntó quién tendría el poder de reunir a los úrgalos bajo su bandera. ¿Había una tercera fuerza suelta en el territorio, además de los vardenos y del Imperio?

-Guárdate tu oferta y dile a tu señor que me encantaría que los cuervos le comieran las entrañas.

La furia recorrió a los úrgalos. Y el jefe aulló haciendo rechinar los dientes. -¡Te arrastraremos ante él, entonces!

Hizo una seña con la mano, y los úrgalos se precipitaron sobre Saphira.

Eragon levantó la diestra y gritó: - ¡Jierda! ¡No! -exclamó Saphira, pero era demasiado tarde.

Los monstruos se tambalearon mientras la palma de la mano de Eragon brillaba y lanzaba rayos de luz que se estrellaban en la tripa de los atacantes. Los úrgalos salierondisparados por el aire y chocaron contra los árboles antes de caer al suelo, inconscientes.

Muy pronto la fatiga despojó a Eragon de su fuerza, y el muchacho se cayó de Saphira. Tenía la mente confusa y torpe. Mientras Saphira se inclinaba sobre él, pensó que tal vez había ido demasiado lejos porque la energía que había necesitado para levantar y lanzar a doce úrgalos había sido enorme. El miedo se apoderó de él mientras se esforzaba por mantenerse consciente.

Con el rabillo del ojo vio que uno de los úrgalos se tambaleaba y se ponía de pie, espada en mano. Eragon trató de advertírselo a Saphira, pero estaba demasiado débil.

No… pensó sin energía. El úrgalo se acercó despacio a Saphira hasta sobrepasar la cola de la dragona, y levantó la espada para cortarle el cuello. ¡No…! Saphira se giró rápidamente encarándose con el monstruo, y rugió con ferocidad. De inmediato, le lanzó un zarpazo a una velocidad de vértigo, y empezó a salir sangre a chorros mientras partía en dos al úrgalo.

Saphira cerró las mandíbulas con un chasquido y regresó hasta donde se hallaba Eragon. Pasó las zarpas con suavidad alrededor del torso del muchacho, dio un rugido y remontó el vuelo. La noche se desdibujó en un haz lleno de dolor, mientras el hipnótico sonido del batir de las alas sumió a Eragon en un nebuloso trance, arriba, abajo, arriba, abajo…

Cuando por fin la dragona aterrizó, Eragon casi no tuvo conciencia de que Brom hablaba con ella. No comprendía qué decían, pero debieron de tomar una decisión porque Saphira volvió a alzar el vuelo.

El estupor del muchacho dio paso al sueño, que lo cubrió como una mullida manta.