Almorzaron en Fasaloft, un bullicioso pueblo a orillas del lago. Era un sitio encantador que se levantaba en una colina con vistas al lago. Mientras comían en el salón de la posada, Eragon prestó mucha atención a los chismes y se sintió aliviado al no escuchar rumores sobre Saphira ni sobre él.


Durante los dos últimos días, el sendero, que ya se había convertido en una ruta, estaba cada vez peor porque las ruedas de los carros y las herraduras de hierro de los caballos se habían conspirado para destrozar el terreno y lo habían dejado intransitable en muchas partes. Al mismo tiempo el aumento de viajeros obligó a Saphira a esconderse durante el día para después, por la noche, alcanzar a Brom y a Eragon.

Siguieron viaje durante días hacia el sur bordeando la orilla del amplio lago Leona, aunque Eragon empezaba a preguntarse si alguna vez lograrían recorrerlo, de modo que se animó cuando se encontraron con unos hombres que les dijeron que Dras-Leona estaba, aproximadamente, a un día a caballo.

A la mañana siguiente Eragon se levantó temprano. Le cosquilleaban los dedos ante la idea de encontrar al fin a los ra'zac.

Tened mucho cuidado los dos -dijo Saphira-. Los ra'zac podrían tener espías apostados en busca de viajeros que respondan a vuestra descripción.

Haremos lo posible para no llamar la atención -la tranquilizó Eragon.

La dragona agachó la cabeza hasta que le quedó a la altura de los ojos de Eragon, y lo miró.

Quizá, pero ten en cuenta que no podré protegerte como cuando te enfrentaste a los úrgalos, pues estaré muy lejos para acudir en tu ayuda y, además, tampoco sobreviviría mucho en esas callejuelas. Sigue a Brom en esta cacería; él es sensato.

Lo sé -respondió Eragon con seriedad. ¿Irás con Brom a donde están los vardenos? Una vez muertos los ra'zac, querrá llevarte hasta ellos. Y, puesto que Galbatorix estará furioso por la muerte de los ra'zac, sería lo más seguro que podríamos hacer.

Eragon se frotó los brazos.

No quiero combatir siempre contra el Imperio, como los vardenos, porque la vida es algo más que una batalla constante. Después de que los ra 'zac hayan desaparecido, tendremos tiempo para pensarlo.

No estés tan seguro -le advirtió, y partió a ocultarse hasta que llegara la noche.

El camino estaba atestado de campesinos que llevaban sus productos al mercado de Dras-Leona, de modo que Brom y Eragon se vieron obligados a aflojar el paso de los caballos y esperar que pasaran los carros que interceptaban el camino.

Aunque antes del mediodía vieron humo a lo lejos, tuvieron que avanzar un poco más de cinco kilómetros hasta que vieron con claridad la ciudad. A diferencia de Teirm, una ciudad planificada, Dras-Leona era un laberinto enmarañado que se extendía al lado del lago. Edificios destartalados se levantaban en calles serpenteantes, y el centro de la ciudad estaba rodeado de una sucia muralla de adobe de color amarillento.

A varios kilómetros al este, un monte de roca pelada horadaba el cielo con sus picos y con sus cumbres, a modo de un tenebroso barco de pesadilla. Las paredes casi verticales se elevaban desde el suelo, como si a la tierra le hubiera salido un trozo de hueso mellado.

-Mira, el Helgrind -señaló Brom-. Por tal motivo se construyó originariamente Dras-Leona, pues la gente estaba fascinada por esa montaña, aunque es un sitio maligno y malsano. -Entonces le indicó las construcciones que había dentro de la muralla de la ciudad-. Primero debemos ir al centro.

A medida que avanzaban por el camino hacia Dras-Leona, Eragon vio que el edificio más alto de la ciudad era una catedral que se asomaba detrás de las murallas.

Era asombrosamente parecida al Helgrind, especialmente cuando los arcos y las puntiagudas torres reflejaban la luz. -¿A quién adoran estas gentes? -preguntó Eragon.

-Sus oraciones van dirigidas al Helgrind -afirmó Brom haciendo una mueca de disgusto-. Practican una religión cruel. Beben sangre humana y ofrendan su propia carne. A los sacerdotes a menudo les faltan partes del cuerpo porque creen que cuanto mayor es la renuncia a uno mismo, menos apegado se está al mundo mortal. Además, pasan gran parte del tiempo discutiendo cuál de las tres cumbres del Helgrind es la más alta y la más importante, y si hay que incluir a la cuarta, la más baja, en los ritos de adoración.

-Es horrible -dijo Eragon temblando.

-Sí -coincidió Brom con tono grave-, pero no se lo digas a un creyente porque te cortarán la mano enseguida, como «penitencia».

Cuando estuvieron en las enormes puertas de Dras-Leona, guiaron los caballos entre una gran aglomeración de gente. A cada lado de las puertas había diez soldados que miraban con indiferencia al gentío. Eragon y Brom entraron en la ciudad sin incidentes.

Las casas al otro lado de la muralla eran altas y estrechas para compensar la falta de espacio, y las que estaban junto a la muralla prácticamente se apoyaban en ella. La mayoría de las edificaciones se levantaban en callejuelas estrechas y serpenteantes y tapaban el cielo, de manera que resultaba difícil saber si era de día o de noche. Casi todas ellas estaban construidas con la misma madera, basta y oscura, lo que ennegrecía aún más la ciudad. El aire apestaba a cloaca y las calles estaban asquerosas.

Un grupo de chiquillos harapientos corrían entre las casas peleándose por unos mendrugos de pan, mientras que deformes pordioseros pedían limosna agachados junto a las puertas, cuyos ruegos de ayuda parecían un coro de condenados.

«Nosotros no tratamos así ni a los animales», se dijo Eragon con los ojos desorbitados de ira.

-No me quedaré aquí -dijo, rebelándose contra lo que veía.

-El interior de la ciudad es un poco mejor -dijo Brom-. Ahora debemos encontrar una posada y trazar una estrategia porque Dras-Leona puede ser un lugar peligroso hasta para el más cauto. No quiero estar en la calle más que lo necesario.

Se internaron en la ciudad y dejaron atrás la sórdida entrada.

«¿Cómo es posible que esta gente viva tranquilamente cuando el sufrimiento a su alrededor es tan evidente?», pensó Eragon a medida que entraban en las partes más ricas de Dras-Leona.

Encontraron alojamiento en El Globo de Oro, que era barato, pero no estaba destartalado. Había una cama estrecha apretujada contra una pared del cuarto, una mesilla desvencijada y una pila al lado. Eragon echó un vistazo al colchón y dijo:

-Yo dormiré en el suelo. Esa porquería seguramente estará tan llena de bichos que me comerán vivo.

-Bueno, yo no quiero privarlos de una buena comida -sonrió Brom dejando sus bolsas sobre el colchón.

Eragon, a su vez, dejó las suyas en el suelo y sacó el arco de la funda. -¿Y ahora qué? -preguntó.

-Vamos a buscar comida y cerveza y después, a dormir. Mañana empezaremos a buscar a los ra'zac. -Antes de que salieran del cuarto, Brom le advirtió-: Pase lo que pase, asegúrate de no irte de la lengua porque si nos descubren, tendremos que marcharnos de inmediato.

La comida de la posada era pasable; la cerveza, excelente. Cuando volvieron a trompicones a la habitación, a Eragon le daba vueltas la cabeza placenteramente.

Desenrolló las mantas en el suelo y se metió debajo, mientras Brom caía sobre la cama.

Justo antes de dormirse, Eragon se puso en contacto con Saphira.

Nos quedaremos aquí unos días, pero supongo que no será tanto tiempo como en Teirm.

Cuando descubramos dónde están los ra'zac, podrás ayudarnos a cogerlos. Hablaré contigo mañana por la mañana porque ahora mismo no tengo la cabeza muy despejada.

Has estado bebiendo -le llegó el pensamiento acusador. Eragon lo pensó durante un instante y tuvo que reconocer que ella tenía razón. La desaprobación de la dragona era evidente, pero lo único que le dijo fue-: Seguro que mañana por la mañana no te envidiaré.

No -refunfuñó Eragon-, pero Brom seguro que sí, porque ha bebido el doble que yo.