La guerra civil en Estados Unidos

[7 de noviembre de 1861]

«¡Deja que se vaya, no merece tu ira!». Este consejo de Leporello a la amante abandonada de Don Juan, que hemos oído hace poco incluso en boca de lord John Russell[176], no deja de pronunciarse con toda la sabiduría política inglesa contra el norte de Estados Unidos. Si el norte permite que el sur se vaya, se librará de mezclarse con la esclavitud, de su histórico pecado original, y creará las bases para un desarrollo nuevo y de más alto nivel.

De hecho, si el norte y el sur se constituyeran en dos países independientes, como Inglaterra y Hannover, su separación no sería más difícil de lo que fue la separación de Inglaterra y Hannover[177]. «El sur», no obstante, no es ni un territorio geográficamente bien separado del norte ni una unidad moral. En realidad no es un país, sino la consigna de una batalla.

La recomendación de una separación amistosa presupone que la Confederación del sur, aunque sea ella la que emprenda la ofensiva para la guerra civil, lo haga cuando menos con fines defensivos. Da a entender que para el bando esclavista no se trata más que de agrupar los territorios en los que han dominado hasta ahora en un grupo de estados independientes y quitarle la soberanía a la Unión. Nada puede ser más falso. «El sur necesita todo su territorio. Quiere y debe tenerlo». Con este grito de guerra los secesionistas invadieron Kentucky. Por «todo su territorio» entienden en primer lugar todos los denominados «estados fronterizos» (border states): Delaware, Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Kentucky, Tennessee, Missouri y Arkansas. Además reivindican todo el territorio al sur de la línea que va desde el rincón noroccidental de Missouri hasta el océano Pacífico. Así pues, lo que los tratantes de esclavos denominan «el sur» comprende más de tres cuartas partes del territorio actual de la Unión. Una gran parte del territorio reivindicado se encuentra aún en poder de la Unión y tendría primero que ser conquistado. Pero todos los denominados estados fronterizos, incluidos los que están en poder de la Confederación, nunca fueron en realidad auténticos estados esclavistas. Más bien conforman el territorio de Estados Unidos donde el sistema de la esclavitud y el del trabajo libre coexisten el uno junto al otro en lucha por la supremacía, auténtico campo de batalla entre sur y norte, entre esclavitud y libertad.

La cadena montañosa que empieza en Alabama y, en dirección norte, llega hasta el río Hudson —en cierto modo la columna vertebral de Estados Unidos— divide el denominado sur en tres partes. El territorio montañoso, formado por los montes Alleghany con sus dos cadenas paralelas, el Cumberland Range al oeste y las Blue Mountains al este, separa formando una cuña las llanuras de la costa occidental del océano Atlántico de las llanuras de los valles del sur del Mississippi. Las dos llanuras divididas por el territorio montañoso, con sus inmensos arrozales pantanosos y sus extensas plantaciones de algodón, son el verdadero terreno de la esclavitud. La larga cuña de terreno montañoso que se adentra hasta el mismísimo corazón de la esclavitud con su atmósfera de libertad, su clima fresco y vital y un suelo rico en carbón, sal, cal, hierro y oro, en resumen, con todos y cada uno de los materiales en bruto necesarios para el más diversificado desarrollo industrial, es ahora en su mayor parte territorio libre. Debido a sus características físicas, este suelo solo pueden explotarlo con éxito campesinos parcelarios. La esclavitud vegeta aquí únicamente de forma esporádica y nunca llegó a echar raíces. Los habitantes de estas tierras altas de la mayor parte de los denominados estados fronterizos constituyen el núcleo de la población libre, que ha tomado partido por el norte en aras de su supervivencia.

Observemos el territorio en disputa con detalle.

Delaware, el más nororiental de los estados fronterizos, se encuentra moralmente y de facto en poder de la Unión. Todos los intentos de los secesionistas de crear una facción favorable a ellos han fracasado desde el inicio de la guerra por acuerdo unánime de la población. El elemento esclavo de este estado hacía ya tiempo que agonizaba. Solo de 1850 a 1860 el número de esclavos disminuyó a la mitad, por lo que Delaware cuenta ahora únicamente con 1798 esclavos sobre una población total de 112.218 habitantes. A pesar de ello, la Confederación del sur reivindica Delaware y, de hecho, el norte no podría frenarla por vía militar en cuanto se apoderase del sur de Maryland.

Precisamente en Maryland es donde se desarrolla el mencionado conflicto entre las tierras altas y las bajas. Sobre una población total de 687.034 habitantes hay aquí 87.188 esclavos. Que el peso de la amplia mayoría del pueblo se inclina hacia la Unión han vuelto a ponerlo de relieve de forma evidente las recientes elecciones generales al Congreso de Washington. El ejército de 30.000 tropas de la Unión que, de momento, ha ocupado Maryland no solo ha de servir de reserva al ejército del Potomac, sino sobre todo para poner en jaque a los esclavistas rebeldes del interior del territorio. Aquí se da, pues, un fenómeno similar al de otros estados fronterizos, en los que la gran masa del pueblo está de parte del norte, y una facción de negreros numéricamente insignificante de parte del sur. Lo que le falta en cifras, el bando esclavista lo sustituye por recursos de poder que le han asegurado la propiedad durante largos años de todos los organismos oficiales, una notable ocupación con intrigas políticas y la concentración de grandes fortunas en pocas manos.

Virginia es ahora el gran campamento en el que el ejército principal de la Secesión y el ejército principal de la Unión se hacen frente mutuamente. En las tierras altas del noroeste de Virgina la masa de esclavos asciende a 15.000, mientras que la población libre, veinte veces mayor, está compuesta en su mayoría por campesinos independientes. El territorio llano del este de Virginia cuenta, por el contrario, con casi medio millón de esclavos; su principal fuente de ingresos la constituyen el aprovisionamiento y la venta de negros a los estados sureños. Tan pronto como los cabecillas de la conspiración, por medio de intrigas, impusieron en las llanuras la ordenanza de secesión en la legislatura estatal de Richmond y, a toda prisa, abrieron las puertas de Virginia al ejército del sur, el noroeste de Virginia se escindió de la Secesión, constituyó un nuevo estado y ahora, con las armas en la mano, defiende su territorio bajo la bandera de la Unión contra los intrusos del sur.

Tennessee, con 1.109.847 habitantes, de entre los cuales 275.784 son esclavos, está en manos de la Confederación del sur, que ha sometido todo el territorio a la ley marcial y a un sistema de proscripción que recuerda los tiempos de los triunviratos romanos. Cuando los tratantes de esclavos propusieron una convención popular para el invierno de 1861, en la cual se debía votar la secesión o no secesión, la mayoría del pueblo se negó a celebrar ninguna convención, a fin de cortar de cuajo cualquier pretexto para un movimiento secesionista. Más tarde, cuando Tennessee fue invadida por el ejército de la Confederación y sometida a un sistema de terror, más de un tercio de los votantes siguió declarándose en las elecciones a favor de la Unión. El verdadero centro de la resistencia contra el bando negrero lo constituyen aquí, igual que en la mayoría de los estados fronterizos, los territorios montañosos, el este de Tennessee. El 17 de junio de 1861 se celebró en Greenville una convención popular del este de Tennessee, que se declaró a favor de la Unión y eligió al otrora gobernador del estado, Andrew Johnson, uno de los más fervientes unionistas, como delegado para el Senado de Washington; publicó asimismo una declaration of grievances, un escrito de queja que pone al descubierto todos los recursos de la mentira, de la intriga y del terror con los que Tennessee fue «excluida por votos» de la Unión. Desde ese momento el este de Tennessee se ha visto amenazado por el poder de las armas de los secesionistas.

Una situación similar a la del oeste de Virginia y el este de Tennessee se encuentra en el norte de Alabama, el noroeste de Georgia y el norte de Carolina del Norte.

Más al oeste, en el estado fronterizo de Missouri, con 1.173.317 habitantes y 114.965 esclavos, la mayoría de éstos concentrados en los territorios noroccidentales del estado, la convención popular de agosto de 1861 se decidió por la Unión. Jackson, el gobernador del estado e instrumento del bando esclavista, se alzó contra la legislatura de Missouri, fue boicoteado y se situó entonces a la cabeza de las hordas armadas que cayeron sobre el estado procedentes de Texas, Arkansas y Tennessee para ponerlo de rodillas ante la Confederación y cortar con la espada su lazo con la Unión. En este momento Missouri y Virginia son el escenario principal de la guerra civil.

Nuevo México, que no es un estado, sino un simple territorio al que, durante la presidencia de Buchanan, se importaron 25 esclavos para poder enviarles desde Washington una Constitución esclavista, no ha reivindicado convención alguna, tal como afirma el propio sur. Pero el sur sí reivindica Nuevo México y, en consecuencia, ha lanzado una banda de aventureros al otro lado de la frontera. Nuevo México ha solicitado la protección del gobierno de la Unión frente a estos libertadores.

Habrá podido observarse que ponemos especial interés en la relación numérica entre esclavos y hombres libres en los diferentes estados fronterizos. De hecho esta relación es decisiva. Es el termómetro por el que debe medirse el fuego vital del sistema de la esclavitud. El alma de todo el movimiento secesionista en Carolina del Sur. Cuenta con 402.541 esclavos frente a 301.271 hombres libres. En segundo lugar le sigue Mississippi, que le ha dado a la Confederación su dictador: Jefferson Davis. Cuenta con 436.696 esclavos frente a 354.699 hombres libres. El tercer lugar lo ocupa Alabama con 435.132 esclavos frente a 529.164 libres.

El último de los estados fronterizos en liza que nos queda por tratar es Kentucky. Su historia más reciente es representativa de la política de la Confederación sureña. Kentucky cuenta con 225.490 esclavos sobre un total de 1.135.713 habitantes. En tres comicios electorales seguidos (en el invierno de 1861, cuando se eligió un Congreso de los estados fronterizos; en junio de 1861, cuando se celebraron elecciones al Congreso de Washington; y, por último, en agosto de 1861, en las elecciones para la legislatura del estado de Kentucky) una mayoría siempre creciente se decidió por la Unión. Por el contrario, Magoffin, el gobernador, y otros dignatarios del estado son partidarios fanáticos de los tratantes de esclavos, incluido Breckinridge, representante de Kentucky en el Senado de Washington, vicepresidente de Estados Unidos con Buchanan y en 1860 candidato del bando esclavista en las elecciones presidenciales. Demasiado débil para ganarse a Kentucky para la Secesión, la influencia del bando esclavista no fue lo suficientemente fuerte y tuvo que conformarse con una declaración de neutralidad al estallar la guerra. La Confederación reconoció la neutralidad mientras sirvió a sus fines, mientras estaba ocupada en aplastar la resistencia en el este de Tennessee. Apenas hubo alcanzado este fin, llamó con la culata del mosquetón a las puertas de Kentucky a gritos de «El sur necesita todo su territorio. ¡Quiere y debe tenerlo!».

Desde el sudoeste y el sureste irrumpieron a un tiempo sus cuerpos de voluntarios en el estado «neutral». Kentucky despertó del sueño de la neutralidad, su legislatura tomó partido abiertamente por la Unión, cercó al gobernador traidor con un comité de seguridad pública, llamó al pueblo a las armas, desterró a Breckinridge y ordenó a los secesionistas que despejaran rápidamente el territorio invadido. Fue la señal para la guerra. Un ejército de la Confederación sureña se moviliza hacia Louisville, mientras de Illinois, Indiana y Ohio llegan a raudales voluntarios para librar a Kentucky de los misioneros armados de la esclavitud.

Los intentos de la Confederación de hacerse, por ejemplo, con Missouri y Kentucky contra la voluntad de esos estados demuestran la futilidad del pretexto de que lucha por los derechos de cada uno de los estados frente a los abusos de la Unión. A los estados que incluye dentro del «sur» les reconoce el derecho de separarse de la Unión, pero en modo alguno el derecho a permanecer en ella.

Incluso los propios estados esclavistas, por mucho que la guerra en el exterior, la dictadura militar en el interior y la esclavitud por toda partes le concedan de momento una apariencia de armonía, no dejan de tener elementos de resistencia. Un ejemplo evidente es Texas con 180.388 esclavos sobre un total de 601.039 habitantes. La ley de 1845, tras cuya entrada en vigor Texas se incluyó en la lista de estados esclavistas de Estados Unidos, le dio derecho a hacer de su territorio no uno, sino cinco estados. Así el sur habría ganado, en lugar de dos, diez nuevas voces en el Senado americano y el aumento de su número de votos en esta institución era uno de los objetivos principales de su política en aquel momento. No obstante, de 1845 a 1860 los tratantes de esclavos no vieron factible dividir Texas, donde la población alemana desempeña un importante papel, siquiera en dos estados sin quitarle la soberanía en el segundo estado al bando de los trabajadores libres sobre el bando de la esclavitud. Ésta es la mejor prueba del poder de la oposición contra la oligarquía de los tratantes de esclavos en el mismo Texas.

Georgia es el mayor y más poblado de los estados esclavistas. Sobre una masa de 1.057.327 habitantes cuenta con 462.230 esclavos, o sea, casi la mitad de la población. A pesar de ello el bando esclavista no ha logrado hasta ahora sancionar en Georgia por medio de un sufragio popular la Constitución impuesta al sur en Montgomery.

En la convención estatal de Louisiana, celebrada el 21 de marzo de 1861 en Nueva Orleans, declaró Roselius, el político más veterano del estado:

La Constitución de Montgomery no es una Constitución, sino una conspiración. No da pie a un gobierno popular, sino a una oligarquía odiosa e ilimitada. Al pueblo no se le permitió actuar en esa ocasión. La convención de Montgomery ha cavado la tumba de la libertad política y ahora nos llaman para asistir a su funeral.

Porque la oligarquía de los 300.000 tratantes de esclavos no solo utilizó el Congreso de Montgomery para proclamar la separación entre el norte y el sur. Lo explotó al mismo tiempo para revolucionar la Constitución interna de los estados esclavistas, para el sometimiento absoluto de la parte de la población blanca que había afirmado aún alguna independencia al amparo de la Constitución democrática de la Unión. Ya entre 1856 y 1860 los representantes políticos, juristas, moralistas y teólogos del bando esclavista habían tratado de demostrar no tanto que la esclavitud de los negros estuviera justificada como que el color era indiferente y la clase trabajadora había sido creada en todas partes para la esclavitud.

Así pues, se ve que la guerra de la Confederación sureña, en el sentido literal de la palabra, es una guerra de conquista para la expansión y perpetuación de la esclavitud. La mayor parte de los estados y territorios fronterizos se encuentran aún en poder de la Unión, por la que han tomado partido primero con las urnas, luego con las armas. Pero la Confederación los incluye en el «sur» y trata de reconquistárselos a la Unión. En los estados fronterizos, que la Confederación había poseído antaño, ejerce la represión sobre los territorios de montaña relativamente libres por medio de la ley marcial. En el interior de los propios estados esclavistas ha desplazado a la actual democracia por una oligarquía ilimitada de 300.000 tratantes de esclavos.

Con la renuncia a sus planes de conquista la Confederación sureña renunciaría a su capacidad de supervivencia y al objetivo de la Secesión. La Secesión únicamente se ha producido porque dentro de la Unión no parecía ya poder alcanzarse la transformación de los estados y territorios fronterizos en estados esclavistas. Por otro lado, con una entrega pacífica del territorio en disputa a la Confederación sureña, el norte de la república esclavista cedería más de tres cuartas partes del territorio de Estados Unidos. El norte perdería todo el golfo de México, el océano Atlántico con excepción de la pequeña franja de la bahía de Penobscot hasta la bahía de Delaware, y se cortaría a sí mismo el acceso al océano Pacífico. Missouri, Kansas, Nuevo México, Arkansas y Texas se unirían a California. Los grandes estados agrícolas de las llanuras situadas entre las montañas Rocosas y los montes Alleghany, en los valles del Mississippi, Missouri y Ohio, incapaces de arrebatar la desembocadura del Mississippi de las manos de la fuerte y hostil república esclavista del sur, se verían obligados por sus intereses económicos a separarse del norte y a entrar en la Confederación sureña. Estos estados noroccidentales, por su parte, arrastrarían en el mismo torbellino de la Secesión a todos los estados del norte situados más al este, con excepción de los de Nueva Inglaterra.

De este modo, no se produciría de hecho una disolución de la Unión, sino una reorganización de ésta, una reorganización sobre la base de la esclavitud, bajo el control reconocido de la oligarquía esclavista. El plan para una reorganización semejante lo han proclamado en público los principales representantes del sur en el Congreso de Montgomery, y explica el artículo de la nueva Constitución según el cual cualquier estado de la vieja Unión puede unirse a la nueva Confederación. El sistema esclavista infestaría toda la Unión. En los estados del norte, donde la esclavitud es casi impracticable, se iría oprimiendo poco a poco a la clase trabajadora blanca hasta situarla al nivel de los ilotas[178]. Esto se correspondería por completo con el principio anunciado a los cuatro vientos de que únicamente ciertas razas están dotadas para la libertad, y del mismo modo que en el sur el trabajo es el destino del negro, lo es en el norte el del alemán y el irlandés, o el de sus inmediatos descendientes.

La actual disputa entre el sur y el norte no es, pues, más que una disputa de dos sistemas sociales, el sistema de la esclavitud y el sistema del trabajo libre. Como ambos sistemas no pueden convivir pacíficamente más tiempo en el continente norteamericano, ha estallado la lucha. Solo puede concluir con la victoria de uno u otro sistema.

Si los estados fronterizos, las regiones en disputa, en las que ambos sistemas luchaban hasta ahora por la supremacía, son una espina en el ojo del sur, no se puede dejar de reconocer, por otro lado, que en lo que llevamos hasta ahora de guerra, ellos han constituido la debilidad principal del norte. Una parte de los tratantes de esclavos de esos distritos aparentaban lealtad al norte por mandato de los conspiradores del sur; a otra parte les parecía de hecho conveniente para sus verdaderos intereses y sus ideas tradicionales estar del lado de la Unión. Ambos han paralizado el norte de igual manera. El miedo a incomodar a los «leales» tratantes de esclavos de los estados fronterizos, el temor a arrojarlos en brazos de la Secesión, en una palabra, una delicada consideración de los intereses, prejuicios y sensibilidades de esos ambiguos aliados ha golpeado al gobierno de la Unión desde el comienzo de la guerra con una debilidad incurable, lo ha empujado a tomar medidas a medias y obligado a disimular el principio de guerra y a cuidar el punto más débil del contrario, la raíz del mal: la esclavitud misma.

Cuando Lincoln, muy apocado, revocó hace poco la Proclamación de Missouri para la emancipación de los esclavos propiedad de los rebeldes dictada por Frémont, lo hizo tan solo por consideración a las intensas protestas de los «leales» tratantes de esclavos de Kentucky. Entretanto ha surgido ya un punto de inflexión. Con Kentucky se ha introducido en la lista de los campos de batalla entre sur y norte el último estado fronterizo. Con la verdadera guerra por los estados fronterizos en los estados fronterizos mismos, el hecho de que se ganen o se pierdan es algo que ya no depende de negociaciones diplomáticas ni parlamentarias. Una parte de los tratantes de esclavos se quitará la máscara de la lealtad, la otra preferirá seguir llevándola con la perspectiva de una indemnización, como la que Gran Bretaña dio a los colonos del oeste de la India. Los propios acontecimientos conducen premiosamente al anuncio de la consigna decisiva: la emancipación de los esclavos.

Cuán atraídos se sienten por este punto los demócratas y los diplomáticos más obstinados del norte lo demuestran algunos anuncios recientes. El general Cass, ministro de la Guerra con Buchanan y hasta ahora uno de los aliados más acérrimos del sur, declara en una misiva pública la emancipación de los esclavos como conditio sine qua non para la salvación de la Unión. El doctor Brownson, portavoz del Partido Católico del Norte y, según sus propias declaraciones, el opositor más enérgico del movimiento de emancipación entre 1836 y 1860, publica en su última Revue de octubre un artículo a favor de la abolición:

Si nosotros —dice entre otras cosas— luchamos contra la abolición en tanto que vimos que amenazaba la Unión, ahora, desde que nos hemos convencido de que si la esclavitud se mantiene por más tiempo será incompatible con el sostenimiento de la Unión o de nuestra nación como república libre, tenemos que luchar con mayor decisión contra el mantenimiento de la esclavitud.

Para terminar, el World, un órgano neoyorquino de los diplomáticos del gabinete de Washington, concluye uno de sus últimos artículos vespertinos contra los abolicionistas con las siguientes palabras:

El día en que se decida que debe perecer o bien la esclavitud o bien la Unión, ese día se habrá pronunciado la condena de muerte de la esclavitud. Si el norte no puede vencer sin emancipación, vencerá con emancipación.