La crisis del comercio y la industria
Londres, 8 de enero de 1855
Mientras los clubs y los periódicos locales están ocupados con importantes cotilleos acerca de las «crisis ministeriales» no tienen tiempo para reconocer el hecho, incomparablemente más importante, de que ha vuelto a estallar una de las mayores crisis de la industria y el comercio ingleses, y en unas dimensiones mucho más desastrosas que en 1847 y en 1836. Esta opinión, a la que no pudieron dar pie las quiebras que se han venido produciendo esporádicamente desde hace tres meses y que en los últimos tiempos han aumentado en número e intensidad, resulta ahora irrecusable como consecuencia de la publicación de los informes anuales y de las listas hechas públicas por el Board of Trade[110] sobre las exportaciones e importaciones de los últimos once meses. De estas listas se deduce que la exportación ha disminuido en 1.710.677 libras esterlinas, si se compara con los once meses correspondientes del año 1853, y en 1.856.988 libras esterlinas si se compara solo con el último mes (de 5 de noviembre a 5 de diciembre) de ambos años. De las listas de exportaciones extraemos los siguientes detalles, que demuestran la caída en algunas de las ramas más importantes de la industria:
En los informes comerciales naturalmente se intenta hacer responsable de la crisis a la guerra de 1854[111], del mismo modo que se responsabilizó a la Revolución de 1848 de una crisis que había estallado ya en el año 1847. Sin embargo, el propio London Economist, que en principio suele explicar las crisis por circunstancias casuales, ajenas al comercio y a la industria, se ha visto obligado a reconocer que los incidentes y las caídas del comercio en el año 1854 son el comienzo de una reacción natural contra la «prosperidad convulsiva» de 1853. En otras palabras, el ciclo comercial ha llegado de nuevo al punto en el que la superproducción y la sobreespeculación lo han transformado en una crisis. La mejor prueba: Estados Unidos de Norteamérica, a los que la guerra de Oriente no rozó más que para dar un impulso inaudito a la construcción y el comercio de barcos y les procuró compradores para algunos productos sin manufacturar, que antes distribuía en exclusiva Rusia. En Estados Unidos la crisis dura ya más de cuatro meses y todavía sigue aumentando, aunque de un total de 1208 bancos son ya 107 los que han quebrado, es decir, una duodécima parte, y en los estados industrializados del este ha tenido lugar un frenazo tal de la industria, unido a una bajada tal de los salarios, que el mes pasado «reemigraron» a Europa más de 4000 emigrantes europeos. La crisis inglesa de 1836 fue seguida por la crisis americana de 1837. En esta ocasión el paso se ha dado al revés. América ha tomado la iniciativa de la bancarrota. Los Estados Unidos y Australia están saturados en igual medida de productos ingleses. Qué importancia tiene esto para el comercio inglés puede deducirse del hecho de que, de los aproximadamente cien millones de libras esterlinas que Gran Bretaña exportó en mercancías en 1853, 25 millones recayeron sobre Estados Unidos y 15 millones sobre Australia. El este de la India era el mercado más importante después de Estados Unidos y Australia. No obstante, el este de la India estaba ya tan sobrecargado en el año 1852 que solo una expansión comercial completamente nueva a través del Panshab y de Sind hacia Bujara, Afganistán y Beluchistán, y desde allí, por un lado, hacia Asia central y, por otro, hacia Persia, fue capaz, con gran esfuerzo, de mantener las exportaciones en el antiguo nivel de ocho millones de libras esterlinas. Ahora allí todos los canales de salida están también tan atascados que hace poco se transportaron mercancías del Indostán hacia Australia, llevando de ese modo «las lechuzas a Atenas[112]». El único mercado al que, «con precaución», se estuvieron enviando productos durante algún tiempo a causa de la guerra oriental fue el mercado levantino. Entretanto es ya un secreto a voces en la City que, desde que la crisis de Estados Unidos y el estancamiento de Australia obligaron al comercio a mirar con temor hacia todos los mercados aún no colapsados, Constantinopla se convirtió en el almacén de todos los productos que había necesidad de comprar, pero ahora también ha de considerarse ya «cerrado». Del mismo modo, los últimos movimientos en España se han aprovechado para introducir de contrabando muchos más productos ingleses de los que este país puede acaparar. El último intento de estas características se está llevando a cabo ahora en los Estados sudamericanos, cuya escasa capacidad de consumo no necesita prueba alguna.
Para comprender la importancia decisiva de la crisis inglesa para las circunstancias sociales y políticas del mundo entero será preciso volver de forma explícita y con detalle a la historia del comercio inglés en 1854.
Londres, 9 de enero [de 1855]
El aumento del comercio y de la industria ingleses en el período comprendido entre 1849 y 1853 puede analizarse según los siguientes datos. En 1846 la cantidad de toneladas de mercancías fletadas que entraron y salieron de los puertos británicos fue de 9.499.000, en 1850 esta cantidad aumentó hasta los 12.020.000 de toneladas y en 1853 nada menos que hasta los 15.381.000, justo el doble que en 1843. En 1846 el valor de las importaciones de productos británicos manufacturados y en bruto fue de 57.786.000 libras esterlinas; en 1850, por el contrario, de 71.367.000, y en 1853 de más de 98.000.000 de libras esterlinas, es decir, más del doble de las exportaciones totales de 1842. ¿Qué papel desempeñaron los Estados Unidos de Norteamérica y Australia en ese aumento de las exportaciones? En 1842 el valor de las exportaciones británicas a Australia no llegaba aún al millón de libras esterlinas; en 1850 alcanzó casi los tres millones y en 1853 incluso 14.513.000 de libras; en 1842 se exportó a Estados Unidos por un valor de 3.582.000 libras esterlinas, en 1850 por casi 15 millones y en 1853 nada menos que por 23.658.000. De estas cifras se deduce que el año 1854 supone para la historia del comercio moderno un punto de inflexión análogo al de los años 1825, 1836 y 1847; además, que la crisis de Estados Unidos es únicamente un momento en la crisis inglesa y, finalmente, que la guerra de 1854, que el Pays, Journal de l’Empire denomina muy acertadamente una guerre pacifique, no ejerció la menor influencia sobre la catástrofe social, o, de ejercer alguna, fue como mucho una muy contenida, muy reprimida. Algunas ramas de la industria, como por ejemplo las manufacturas de cuero, hierro y lana, así como la construcción naval, se vieron apoyadas directamente por la demanda de la guerra. El susto que provocó una declaración de guerra después de cuarenta años de paz paralizó por un momento el flujo de especulaciones. Los préstamos inducidos por la guerra en los diferentes países mantuvieron los tipos de interés a una altura que impidió la quiebra de las industrias, conteniendo de ese modo la crisis. Aun con todo, dice la Peace-Society[113], ¿no ha hecho la guerra que aumenten los precios de los cereales? ¿Acaso la subida del precio de los cereales no significa lo mismo que una disminución del domestic trade[114], es decir, del consumo británico de productos industriales? ¿Y no es esta contracción del mercado interior el elemento principal de la crisis? En primer lugar hay que recordar que el año de mayor prosperidad de Gran Bretaña —1853— fue un año con un precio muy elevado del cereal y que los precios de los cereales del año 1854 estuvieron de media por debajo de los del año 1853, o sea, que la prosperidad de 1853 puede explicarse por la situación del precio de los cereales, lo mismo que en 1854 los síntomas de la crisis. Pero dejemos a un lado la influencia del precio de los cereales en la industria: ¿qué influencia tuvo la guerra en el precio de los cereales? En otras palabras: ¿subieron los precios porque dejó de importarse de Rusia? De todo el cereal y la harina que importa Gran Bretaña procede de Rusia aproximadamente un 14 por ciento y, como el conjunto de las importaciones apenas satisface un 20 por ciento del consumo nacional, Rusia aporta más o menos el 2,5 por ciento del consumo nacional. El último informe oficial sobre una comparativa de las importaciones de trigo y harina a Gran Bretaña procedentes de diferentes partes del globo se publicó a principios de noviembre de 1854 e incluye un cuadro comparativo de los primeros nueve meses de 1853 y 1854. Según esto, en 1853 la importación total de trigo fue de 3.770.921 cuartos[115], de los que 773.507 procedían de Rusia y 209.000 de Moldavia y Valaquia. Las importaciones totales de harina ascendieron a 3.800.746 arrobas, de las que 64 procedían de Rusia y ninguna de los principados del Danubio. En 1854, el año de la guerra, Gran Bretaña recibió de Rusia 505.000 cuartos de trigo y de Moldavia y Valaquia 118.000. Nadie se atreverá a afirmar que este descenso (equilibrado además por mayores importaciones de harina de otros países) disparó los precios de la excelente cosecha de 1854 aproximadamente al nivel de las de los malos años de 1852 y 1853. Al contrario. La carencia de todos los cereales rusos no habría ocasionado tal efecto. Lo que sigue siendo un enigma —aunque insignificante para la cuestión económica— es el descenso de la importación de los principados del Danubio. El enigma es fácil de solucionar. La coalición bloqueó de forma nominal los puertos rusos del mar Negro y, por el contrario, de forma real el Bósforo y luego la desembocadura del Danubio en lugar de hacerlo con Rusia, Turquía y los principados del Danubio. ¿Quién no sabe aún que las cruzadas rusas contra la media luna —1812, 1828, 1848 (ésta supuestamente contra los rebeldes de Jassy y Bucarest) y 1854— estuvieron condicionadas en parte por la competencia comercial entre las provincias del sur de Rusia y los principados del Danubio y, de paso, por el comercio de Bosnia, Serbia y Bulgaria a través del Danubio? Qué genialidad, pues, por parte de un ministerio inglés, la de castigar a Rusia dejando libre el comercio de Odessa y Taganrog, sometiendo y bloqueando al mismo tiempo el de la competencia rusa por el Danubio, para cortarse de ese modo a sí mismos el paso de las importaciones.
Londres, 16 de enero [de 1855]
The London Economist apunta en referencia a la actual crisis del comercio y la industria:
Sea cual sea la caída en las exportaciones de otros artículos, ésta no se extiende a la maquinaria. En lugar de decrecer, el valor de la exportación de máquinas ha aumentado en 1854 en comparación con 1853. O sea, que otros países hacen uso en la actualidad de nuestra maquinaria. En este sentido no tenemos ventaja alguna frente a ellos. Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, Suiza y Estados Unidos son ahora todos grandes países manufactureros, y algunos de ellos tienen ventajas sobre nosotros. Nosotros tenemos que competir en una carrera, y no podemos hacerlo si nos atamos las piernas. La experiencia ha convencido a todo el mundo de que las restricciones, que se inventaron para beneficio de los terratenientes, se volvieron en contra de ellos; y poco a poco también los obreros de las fábricas descubrirán que las restricciones legales creadas para su beneficio lo único que pueden hacer es perjudicarles. Es de esperar que lo descubran antes de que los países antes mencionados hayan hecho progresos para excluir a Inglaterra de sus mercados secundarios y terciarios y puedan reducir a nuestros obreros a la mayor de las miserias.
El señor Wilson, editor de The Economist y factótum del Ministerio de Hacienda del loado y ensalzado Gladstone[116], apóstol de la libertad y cazador de empleos en una sola persona, un hombre que, en una columna de su periódico niega en general la necesidad del Estado y en otra demuestra con especial énfasis lo imprescindible del Ministerio para la coalición, el señor Wilson, pues, comienza su homilía con un hecho deliberadamente falseado. Los listados de exportaciones de 1854 contienen dos apartados dobles sobre la exportación de maquinaria. El primero, relativo a las locomotoras para ferrocarriles, deja ver que en 1853 se exportó por un valor de 443.254 libras esterlinas, mientras que en 1854 por 525.702, lo que en cualquier caso supone un incremento de 82.448 libras esterlinas. El segundo apartado, por el contrario, en el que figura toda la maquinaria empleada en las fábricas, es decir, todos los tipos excepto las locomotoras, muestra un valor de 1.368.027 libras esterlinas para 1853 frente a 1.271.503 para 1854, es decir un descenso de 96.524 libras. Ambos apartados en conjunto representan, pues, un descenso de 14.076 libras esterlinas. Este detalle caracteriza a los caballeros de la Escuela de Manchester[117]. Por ello consideran oportuno el momento actual para aumentar los límites legales de la jornada laboral para los menores de dieciocho años, así como para las mujeres y niños menores de doce. Para conseguir tan alto fin seguro que hay que falsear algunas cifras. Pero según el Manchester Examiner, el órgano especial del cuáquero Bright y según diversas circulares comerciales de los distritos industriales, los mercados exteriores, en medio del furor de nuestra superproducción y nuestra sobreespeculación, suspiran por los canales usuales de distribución del exceso de nuestras manufacturas. Cuando se ha llegado a llenar el mercado mundial de tal forma a pesar de la improvisación de dos nuevos mercados del oro —Australia y California—, a pesar del telégrafo eléctrico que ha transformado toda Europa en una gran bolsa comercial, a pesar de los ferrocarriles y los vapores, que han aumentado la comunicación, es decir, el intercambio, de un modo increíble, ¿cuánto se habría hecho esperar la crisis si los dueños de las fábricas hubieran podido dejarles trabajar dieciocho horas en lugar de once? El ejemplo de cálculo es demasiado fácil para precisar una solución. El estallido proporcional de la crisis no habría constituido la única diferencia. Una generación entera de obreros habría tenido que experimentar una pérdida del 50 por ciento de fuerza física, de desarrollo intelectual y de capacidad vital. La misma Escuela de Manchester, que nos responderá a esta reflexión: «¿Habría de atormentarnos este tormento porque aumenta nuestro placer[118]?», le reprocha a Inglaterra con un sentimental lamento las víctimas humanas que le cuesta la guerra con Rusia o cualquier otra guerra. Dentro de unos días podremos oír en Leeds al señor Cobden protestando contra las matanzas entre cristianos. Dentro de unas semanas lo escucharemos en el Parlamento protestando contra las «restricciones» que reducen el rápido consumo de niños en las fábricas. ¿Es que de entre todas las hazañas de héroes solo considera justa una, la de Herodes?