El banco francés Crédit Mobilier (III)
[11 de julio de 1856]
La próxima quiebra de las finanzas bonapartistas continúa anunciándose de diversas formas. El 31 de mayo, el conde de Montalembert dio la señal de alarma al oponerse a un proyecto de ley para elevar el franqueo de todos los libros, papeles impresos, etcétera. Éstas fueron sus palabras:
La vida política ha sido suprimida, pero ¿qué la ha reemplazado? El torbellino de la especulación. La gran nación francesa no podía resignarse al sopor, a la inactividad. La vida política ha sido sustituida por la fiebre de la especulación, por la sed de lucro, por el capricho del juego. En todas partes, hasta en nuestras ciudades más pequeñas, hasta en nuestros pueblos, los hombres se ven arrastrados por la manía de hacer fortuna rápidamente, de lo cual hay tantos ejemplos, de reunir dinero sin esfuerzo, sin dificultades y, a menudo, sin honor. No necesito más pruebas que la ley que acaban de presentarles contra las sociétés en commandite. Nos acaban de entregar una copia a todos y no he tenido tiempo de estudiarla. Me siento, no obstante, inclinado a apoyarla a pesar de las regulaciones en cierto modo draconianas que creo haber descubierto. Si el remedio es tan urgente y tan considerable, el mal debe de ir en consonancia. El verdadero origen de ese mal es el letargo del espíritu político en Francia. […] Y el mal al que apunto no es el único que tiene ese mismo origen. Mientras las clases alta y media, esas antiguas clases políticas, se entregan a la especulación, una nueva tarea aparece ante las clases inferiores de la sociedad, de las que han surgido casi todas las revoluciones que ha sufrido Francia. Al contemplar ese terrible vicio del juego, que ha convertido casi todo el país en un gigantesco casino, la avidez de ganancias ha invadido más que nunca una parte de la masa infestada de socialistas. De ahí el incuestionable crecimiento de las sociedades secretas, un desarrollo mayor y más profundo de esas pasiones salvajes que casi calumnian al socialismo al adoptar su nombre y que recientemente han desvelado en toda su crudeza su verdadera cara en los juicios de París, Angers y otros lugares.
Palabra de Montalembert, ¡uno de los accionistas fundadores de la empresa bonapartista que aspira a salvaguardar el orden, la religión, la propiedad y la familia!
Sabemos por Isaac Péreire que uno de los misterios de Crédit Mobilier fue el principio de multiplicar los proyectos y disminuir los riesgos embarcándose en la mayor variedad de empresas posible para luego abandonarlas con la mayor celeridad posible. Pero ¿qué significa esto una vez lo despojamos del florido lenguaje del sansimonismo? Comprar el mayor número de acciones que se pueda en el mayor número de operaciones especulativas que se pueda, cobrar las primas y librarse de los títulos tan rápido como se pueda. La especulación, pues, como base del desarrollo industrial o, mejor dicho, que toda empresa industrial se convierta en mero pretexto para la especulación. Pero ¿con ayuda de qué instrumento va a alcanzar este objetivo Crédit Mobilier? ¿Qué medios sugieren para que pueda «multiplicar los proyectos» y «disminuir los riesgos»? Los que propone la Ley. Crédit Mobilier es una compañía privilegiada, está respaldada por el gobierno y dispone de gran crédito y capital. Comparativamente hablando es cierto que las acciones de cualquier empresa nueva que Crédit quiera poner en marcha, alcanzarán, ya en la primera emisión, una prima en el mercado. Ateniéndose a derecho, Crédit reparte los nuevos títulos a valor nominal entre sus propios accionistas proporcionalmente a la cantidad de acciones de la sociedad matriz que posean. Los beneficios que así se aseguran esos accionistas repercuten en un primer momento en el valor de las acciones de la propia Société de Crédit Mobilier, mientras que la gran acogida de los nuevos títulos garantiza, posteriormente, el alto valor de los que se emitan a continuación. De esta manera, Crédit Mobilier domina una gran parte del capital prestable destinado a la inversión en empresas industriales.
Además, aparte de que la prima obtenida en el mercado es, como hemos visto, el verdadero eje sobre el que pivota la actividad de Crédit Mobilier, el objetivo de la Sociedad es influir en el capital de forma totalmente contraria a la de los bancos comerciales. Con sus descuentos, préstamos y emisión de billetes, un banco comercial libera temporalmente capital fijo, mientras que, en realidad, Crédit Mobilier fija capital circulante. Por ejemplo, las acciones de los ferrocarriles pueden ser circulantes, pero el capital que representan, es decir, el capital empleado en la construcción de la línea ferroviaria, es fijo. El dueño de una fábrica que invirtiera en edificios y maquinaria una parte de su capital desproporcionada en relación con la parte reservada al pago de salarios y compra de materias primas vería que muy pronto su fábrica se para. Lo mismo sucede con una nación. Casi todas las crisis comerciales de la era moderna tienen que ver con desvíos exagerados de la proporción correcta entre capital fijo y capital circulante[133]. ¿Cuál, entonces, será el resultado de las operaciones de una institución como Crédit Mobilier, cuyo propósito directo consiste en fijar la mayor cantidad posible del capital prestable del país en líneas ferroviarias, canales, minas, puertos, barcos de vapor, forjas y otros negocios sin pensar mínimamente en la capacidad productiva del país?
Según sus estatutos, Crédit Mobilier solo puede patrocinar actividades industriales como las que emprenden las sociedades anónimas o las sociedades anónimas de responsabilidad limitada. En consecuencia, debe iniciarse la tendencia a poner en marcha tantas sociedades como sea posible y, además, adaptar todas las empresas industriales a esta modalidad. Por consiguiente, no se puede negar que la transformación de las fábricas en sociedades anónimas marca una nueva época en la vida económica de las naciones modernas. Por una parte revela la potencia productiva de asociarse, algo que nadie sospechaba, e incita a la creación de industrias a una escala inalcanzable para cualquier capitalista individual; por otra parte, no debemos olvidar que en las sociedades anónimas no son los individuos los que se asocian sino los capitales. Con esta triquiñuela, los propietarios se han convertido en accionistas, es decir, en especuladores. La concentración de capital se ha acelerado con un corolario natural: la disminución de la pequeña clase media. Han surgido una especie de reyes de la industria con un poder inversamente proporcional a su responsabilidad —solo son responsables de la cantidad de sus acciones, pero disponen del capital de toda la Sociedad— que forman un órgano más o menos permanente mientras que la masa de accionistas sufre un proceso de constante descomposición y renovación, y con capacidad para sobornar a sus miembros más díscolos por el puro peso de la riqueza e influencia de la Sociedad. Por debajo de la oligárquica junta directiva de la Sociedad se sitúa el burocrático cuerpo de directivos y agentes que se ocupan de los asuntos prácticos, y por debajo de éste, sin ningún órgano intermedio, una enorme masa, que aumenta cada día, de meros trabajadores asalariados cuya dependencia e impotencia se incrementan con las dimensiones del capital que les da empleo, pero que también se hace más peligrosa en proporción directa al decreciente número de sus representantes. Fourier[134] tiene el inmoral mérito de haber predicho este modelo de industria moderna, al que puso el nombre de feudalismo industrial. Ciertamente, ni los señores Isaac y Émile Péreire, ni el señor Morny, ni el señor Bonaparte podrían haber inventado algo así. Existían, asimismo, antes de su época, bancos que concedían créditos a sociedades anónimas industriales. Lo que ellos inventaron fue un banco comercial que se proponía conseguir el monopolio de las entidades de crédito privadas, siempre variopintas y divididas, y cuyo principio rector debía ser la creación de un número enorme de compañías industriales no con vistas a una inversión productiva, sino, sencillamente, a la obtención de beneficios con la especulación. Son los fundadores de un nuevo concepto: convertir el feudalismo industrial en tributario de la especulación.
Según sus estatutos, Crédit Mobilier tiene un capital fijo de sesenta millones de francos. Esos mismos estatutos permiten que reciba depósitos en cuenta corriente por el doble de esa suma, es decir, ciento veinte millones. La Sociedad, por tanto, tiene a su disposición una suma de ciento ochenta millones de francos. Comparada con su plan —patrocinar toda la industria de Francia—, es ciertamente una cantidad muy pequeña. Además, dos terceras partes de ella no se pueden destinar a la compra de acciones de la industria o valores que no ofrezcan la certeza de su inmediata realización, precisamente porque se reciben con plazo limitado. Por este motivo los estatutos abren la puerta a otro posible recurso para la Sociedad: Crédit Mobilier tiene autorización para emitir obligaciones por un valor hasta diez veces superior a su capital inicial, es decir, por seiscientos millones de francos; o, dicho de otro modo, la institución que pretende conceder préstamos al mundo entero está autorizada a entrar en el mercado como prestataria de una suma diez veces superior a su capital. «Nuestras obligaciones —afirma el señor Péreire— serán de dos tipos. La primera, emitida por un breve período, debe corresponderse con nuestras variadas inversiones temporales». En lo que se refiere a este tipo de obligaciones, poco podemos decir, porque, en virtud del artículo VIII de los estatutos, se emitirán solo para equilibrar el balance, al que supuestamente le faltan los ciento veinte millones de francos que tiene que recibir en cuenta corriente y que recibirá enteramente de esa forma. Con respecto al otro tipo de obligaciones,
se emiten con fechas de pago remotas, son reembolsables por cancelación y se corresponderán con inversiones de naturaleza parecida que habremos hecho bien en fondos públicos, bien en acciones u obligaciones de empresas manufactureras. De acuerdo con los principios económicos del sistema en que se basa nuestra Sociedad, este tipo de obligaciones no solo estarán garantizadas por una cantidad correspondiente de fondos adquiridos bajo el control del gobierno, cuyo total sumado nos reportará, gracias al principio de correspondencia mutua, las ventajas de una compensación y del reparto de riesgos, sino que además gozarán de la garantía de un capital que a tal objeto habremos incrementado en una cantidad considerable.
Pero las obligaciones de Crédit Mobilier no son más que simples imitaciones de los bonos de las compañías ferroviarias, a un interés fijo y reembolsables en determinados períodos y con ciertas condiciones. Solo que con una diferencia. Si los bonos ferroviarios tienen en general la garantía de una hipoteca de los propios ferrocarriles, ¿qué garantía ofrecen las obligaciones de Crédit Mobilier? Las rentes (en este caso, garantías del Estado), acciones, obligaciones y otros títulos de las compañías industriales, que Crédit Mobilier compra con sus propias obligaciones. Entonces ¿qué se gana con su emisión? La diferencia entre el interés pagadero sobre las obligaciones de Crédit Mobilier y el interés a cobrar de las acciones y otros títulos en los que ha invertido su préstamo. Para que esta operación sea lo bastante rentable, Crédit Mobilier está obligada a colocar el capital realizado por la emisión de sus obligaciones en inversiones que prevean una gran remuneración, es decir, en acciones sometidas a grandes fluctuaciones y alteraciones de precio. La mejor garantía de estas obligaciones, por tanto, son las acciones de las empresas industriales que la propia Sociedad pone en marcha.
Así pues, si los bonos ferroviarios están garantizados por un capital que al menos duplica su cantidad, las obligaciones de Crédit Mobilier están garantizadas por un capital que solo nominalmente alcanza su mismo valor pero que necesariamente desciende con cada movimiento a la baja de la Bolsa. Los propietarios de estas obligaciones, por consiguiente, comparten todos los riesgos de los accionistas sin participar en sus beneficios.
Pero —dice el último Informe anual— los tenedores de las obligaciones no solo cuentan con la garantía de las inversiones en las que [Crédit Mobilier] ha colocado sus préstamos, sino también con la del capital original de la Sociedad.
El capital original, sesenta millones, que es garantía de los ciento veinte millones de depósitos es a su vez garantía de los seiscientos millones en obligaciones, amén de las demás garantías que puedan hacer falta para respaldar al ilimitado número de empresas que, según tiene autorizado, Crédit Mobilier puede fundar. Si la Sociedad lograse intercambiar las acciones de todas las empresas industriales por todas sus obligaciones, se convertiría en efecto en directora suprema y propietaria de toda la industria de Francia mientras la masa de antiguos propietarios tendría que jubilarse con unos ingresos fijos equivalentes al interés de las obligaciones. Pero, en la senda de esta consumación, la bancarrota que sigue a la situación económica que hemos descrito frenará a los temerarios aventureros. La Sociedad, sin embargo, no ha pasado por alto este accidente; al contrario, en sus cálculos, los verdaderos fundadores de Crédit Mobilier lo han tenido muy en cuenta. Cuando llegue la crisis y cuando esté en juego un inmenso número de intereses, el gobierno de Bonaparte tendrá una razón para intervenir Crédit Mobilier —como ya hizo el gobierno inglés en 1797 con el Banco de Inglaterra—. Felipe II, duque de Orleáns, regente de Francia y digno progenitor de Luis Felipe, quiso saldar la deuda pública convirtiendo las obligaciones del Estado en obligaciones del Banco de Law[135]; Luis Bonaparte, el socialista imperial, tratará de hacerse con la industria francesa convirtiendo las obligaciones de Crédit Mobilier en obligaciones del Estado. ¿Demostrará ser más solvente que Crédit Mobilier? Ésa es la cuestión.