La crisis europea
[6 de diciembre de 1856]
Las señales traídas a Europa por dos vapores llegados esta semana parecen indicar que se aplaza a un día futuro el derrumbe definitivo de la especulación y el agiotaje que los ciudadanos de ambas orillas del océano anticipan instintivamente como si, llenos de temor, tuvieran la mirada puesta en un funesto destino. El derrumbe no es, sin embargo, menos seguro a pesar de tal aplazamiento. En realidad, el carácter crónico de la crisis financiera actual presagia un final todavía más violento y destructivo. Cuanto más dure la crisis, peores serán sus consecuencias. Europa es ahora como un hombre al borde de la quiebra, obligado a continuar a la vez con todas las empresas que lo han llevado a la ruina, y todos los desesperados expedientes con los que espera zafarse del último y pavoroso golpe. Algunos exigen pagos a compañías cuyo capital ya únicamente existe en su mayor parte sobre el papel, otros invierten grandes sumas de dinero en efectivo en operaciones especulativas de las que no lo podrán retirar nunca, y, mientras, el elevado tipo de interés —actualmente, el siete por ciento en la ventanilla del Banco de Inglaterra— se alza como adusto supervisor del juicio venidero.
A la vista del enorme éxito de los ingenios financieros que ahora se quieren intentar, es imposible que las incontables operaciones especulativas y de agiotaje que se realizan en el Continente vayan mucho más lejos. Solo en Renania se han creado setenta y dos empresas nuevas para la explotación de las minas, con una suscripción de capital de 79.797.333 táleros. En este preciso momento, el Crédit Mobilier austríaco, o, mejor dicho, el Crédit Mobilier francés en Austria, se topa con grandes dificultades para obtener el pago del segundo plazo, porque está paralizado por las medidas tomadas por el gobierno austríaco para reanudar los pagos en metálico. El capital de compra que tiene que ingresar el tesoro imperial para los ferrocarriles y las minas debe, según los contratos, ser entregado en metálico, lo cual va a provocar una sangría de los recursos de Crédit Mobilier superior a un millón de dólares al mes hasta febrero de 1858. Por otro lado, los contratistas de las líneas ferroviarias de Francia notan una presión monetaria tan severa que la Grand Central se ha visto obligada a despedir a quinientos empleados y a quince mil trabajadores de la sección de Mulhouse, y la Compañía de Lyon y Ginebra ha tenido que disminuir o suspender sus operaciones. Por divulgar estos hechos, el Indépendance Belge ha visto secuestrada su edición dos veces en Francia. Vista la irritabilidad del gobierno francés ante cualquier noticia sobre la verdadera situación del comercio y la industria franceses, resulta curioso el siguiente pasaje —escapado de labios del señor Petit, sustituto del Procureur General— sobre la reciente reapertura de los tribunales de París:
Consulten las estadísticas y encontrarán información muy interesante de las tendencias actuales del comercio. Las declaraciones de quiebra aumentan todos los años. En 1851 hubo 2305; en 1852, 2478; en 1853, 2671; y en 1854, 3691. El mismo incremento se observa en las quiebras fraudulentas y en las simples. Las primeras han crecido a un ritmo del 66 por ciento desde 1851, las segundas, del cien por cien. En cuanto a los fraudes cometidos en lo referido a la naturaleza, calidad y cantidad de mercancías vendidas y al falseamiento de pesos y medidas, ambos han aumentado en una proporción que asusta. En 1851 se registraron 1717 casos; en 1852, 3763; en 1853, 7074; y en 1854, 7831.
Es verdad que, a la vista de lo que sucede con estos mismos fenómenos en el continente, la prensa británica nos asegura que lo peor de la crisis ya ha pasado, pero buscamos en vano una prueba concluyente de este hecho. No la vemos en la subida del tipo de descuento del Banco de Inglaterra al siete por ciento, ni tampoco en el último informe del Banco de Francia, que no solo aporta muestras de falsificaciones internas, sino que incluso demuestra formalmente que, a pesar de las severas restricciones a los préstamos, anticipos, descuentos y emisión de moneda, ha sido incapaz de contener la salida de oro y plata, o de acabar con las primas en oro. Sea como fuere, lo cierto es que el gobierno francés no comparte las risueñas opiniones que procura difundir dentro y fuera del país. En París se sabe que el emperador no va a dar marcha atrás a los extraordinarios sacrificios monetarios por mantener, como en las últimas seis semanas, las obligaciones del Estado por encima del 66 por ciento, porque cree, no por mera convicción sino por arraigada superstición, que, si bajaran de ese 66 por ciento, sería la sentencia de muerte del Imperio. Es evidente que el Imperio francés difiere en este punto del romano, porque éste temía la muerte por la llegada de los bárbaros y aquél por la huida de los especuladores.