Palmerston. Fisiología de las clases dominantes de Gran Bretaña
Londres, 23 de julio [de 1855]
Si la garantía de los préstamos turcos experimentase hoy la misma resistencia que el pasado viernes, Palmerston disolvería de inmediato la Cámara de los Comunes. Todas las circunstancias son favorables al diplomático. La disolución de la Cámara de los Comunes tras la moción de Bulwer, la disolución de la Cámara de los Comunes tras la solicitud formal de Roebuck. Ambas resultaban igual de cuestionables. La diplomacia se despliega en las Conferencias de Viena, la administración actúa en las campañas de invierno: ambos puntos de vista, poco adecuados para apelar desde ellos a los compromisarios del Parlamento. Pero ¡la garantía de los préstamos turcos…! El escenario, la situación, el motivo se transforman como por arte de magia. Ya no es el Parlamento el que enjuicia al gabinete por traición o por incapacidad. Es el gabinete el que acusa al Parlamento de frenar el liderazgo de la guerra, de poner en peligro la alianza francesa, de dejar en la estacada a Turquía. El gabinete ya no apela al país para que lo libere de la condena del Parlamento. Ha apelado al país para condenar al Parlamento. De hecho, los préstamos están formulados de forma tal que Turquía directamente no recibe ningún dinero, sino que, bajo las condiciones más indignas para un país, puesta bajo supervisión, debe permitir que sean unos comisionados ingleses los que administren y gasten la suma que supuestamente se le ha prestado. Durante la guerra oriental la administración inglesa se caracterizó por tal esplendor que, en efecto, debe sentirse tentada de expandir sus bendiciones sobre reinos extranjeros. Las potencias occidentales se han apoderado del Ministerio de Asuntos Exteriores de Constantinopla, y no solo del Ministerio de Asuntos Exteriores, sino también del Ministerio del Interior. Desde que el pachá Omar se transplantó de Bulgaria a Crimea, Turquía ha dejado de tener su propio ejército. Las potencias occidentales extienden ahora la mano hacia las finanzas turcas. El reino otomano recibe por vez primera deuda pública sin recibir crédito a cambio. Se sitúa en la posición de un terrateniente que se hace con un anticipo de las hipotecas, pero se obliga a dejar a los acreedores la administración de la suma anticipada. El único paso que le queda es dejarles las propiedades en sí. Con un sistema de préstamos similar Palmerston desmoralizó Grecia y paralizó España. Pero el esplendor está de su lado. La participación de los partidos pacifistas en la oposición contra los préstamos acentúa este esplendor. Con un giro de tuerca se coloca otra vez como portavoz de la guerra frente al conjunto de la oposición como portavoz de la paz. Ya sabemos qué guerra es la que piensa dirigir. En el Báltico, con unos incendios asesinos, inútiles y sin resultados, encadenar mejor Finlandia a Rusia. En Crimea eternizar las matanzas en las que únicamente la derrota, y no la victoria, puede llevar a tomar decisiones. Siguiendo su vieja costumbre, pone las alianzas exteriores en la balanza parlamentaria. Bonaparte hizo que el denominado «cuerpo legislativo» sancionara los préstamos… para convertirse en eco de un eco, o la alianza peligraría. Mientras Palmerston utiliza la alianza francesa como escudo para parar cualquier golpe dirigido contra él, disfruta a la vez de la satisfacción de que ésta reciba los golpes. Como prueba de que es «el hombre necesario en el lugar que le necesita», Palmerston nombró a sir W[illiam] Molesworth ministro de las Colonias y a sir B[enjamin] Hall, en lugar de a Molesworth, ministro de Territorios y Dominios Públicos. Molesworth pertenece a la escuela colonizadora de Wakefield. Su principio es encarecer de forma ficticia la tierra de las colonias y abaratar de forma ficticia el trabajo, a fin de originar así la «combinación necesaria de fuerzas de producción». La aplicación de esta teoría a modo de ensayo en Canadá empujó a los emigrantes hacia Estados Unidos y hacia Australia.
En este momento están reunidos en Londres tres comités de investigación, uno nombrado por el gabinete, los otros dos por el Parlamento. El primero formado por los recorders[38] de Londres, Manchester y Liverpool, sobre los sucesos de Hyde Park, se reúnen a diario, acumulando pruebas no solo de que los alguaciles fueron inauditamente brutales, sino también de que actuaron de forma premeditadamente brutal y por encargo. Si actuaran sin consideración alguna, las investigaciones tendrían que empezar por sir George Grey y el gabinete como principales culpables. El segundo comité, bajo la presidencia de Berkeley, se ocupa de las consecuencias de las actas de la «venta de bebidas alcohólicas en domingo», y pone de manifiesto la hipocresía de los experimentos sabáticos de mejora social. En lugar de disminuir, las cifras de abusos por borrachera han aumentado. Solo que en buena parte se producen de domingo a lunes. El tercer comité, bajo la presidencia de Scholefields, se ocupa de las adulteraciones de comidas, bebidas y todas las mercancías propias de la alimentación. La adulteración aparece como norma, la autenticidad como excepción. Las sustancias que se mezclan para dar color, aroma, sabor, sustratos sin valor, son en su mayor parte venenosas, todas perjudiciales para la salud. El comercio se presenta aquí como un gran laboratorio del engaño, los listados de mercancías como un catálogo diabólico de pseudoproductos, la libre competencia como la libertad para envenenar y ser envenenado.
Se ha presentado en ambas cámaras del Parlamento el «Informe de los inspectores de fábricas» para el semestre que concluye el 30 de abril, una aportación de sumo valor a la caracterización de los hombres de paz de Manchester y de la clase que niega el monopolio del gobierno a la aristocracia. Los «accidentes causados por máquinas» se clasifican en el informe dentro de los siguientes apartados:
1. Mortales.
2. Pérdida de la mano derecha o del brazo derecho; pérdida de una parte de la mano derecha; pérdida de la mano izquierda o del brazo izquierdo; pérdida de una parte del brazo izquierdo; rotura de mano y brazo; daño en la cabeza y en el rostro.
3. Desgarros, contusiones y otros daños no mencionados en los otros dos apartados.
Leemos acerca de una joven «que perdió la mano derecha», de un niño al que la máquina le «aplastó los huesos de la nariz y perdió la visión en ambos ojos», de un hombre al que «le serró la pierna, le rompió el brazo derecho por tres o cuatro sitios, y le mutiló horriblemente la cabeza», de un joven al que «le arrancó del hombro el brazo izquierdo, junto con otros daños» y de otro joven al que «le arrancó los dos brazos de los hombros, le hizo trizas el abdomen y se le salieron las tripas, y le aplastó ambos muslos y la cabeza», etc., etc. El boletín industrial de los inspectores de fábricas es mucho más terrible, más horrible que cualquier boletín de la Guerra de Crimea. Mujeres y niños constituyen un contingente significativo y regular en la lista de heridos y fallecidos. La muerte y las heridas no son más honrosas que los colores que el látigo del propietario de una plantación dibuja en el cuerpo del negro. Ellos son prácticamente los únicos culpables por no cercar las máquinas tal como prescribe la ley. Recordarán que los fabricantes de Manchester, esa metrópolis del partido de la paz a cualquier precio, inundó el gabinete de diputados, de protestas contra la normativa que prescribe ciertas medidas de seguridad en el uso de maquinarias. Como no pudieron derogar la ley, trataron de marginar al inspector de fábricas L[eonard] Horner, intrigando para poner en su lugar a un guardián de la ley más manejable. Hasta ahora todavía sin éxito. Afirman que la introducción de aparatos de seguridad se comerá sus beneficios. Horner ha demostrado ahora que hay pocas fábricas en su distrito que no puedan hacerse más seguras al precio de 10 libras esterlinas. Las cifras totales de accidentes causados por la maquinaria a lo largo de los seis meses que analiza el informe ascienden a 1788, entre ellos 18 mortales. La suma total de las multas impuestas a fabricantes y de las indemnizaciones pagadas por éstos en el mismo período asciende a 298 libras esterlinas. Para redondear esta suma se han incluido las multas por «permitir trabajar en horas no permitidas por la ley», por «empleo de niños menores de ocho años», etc., por lo que las multas impuestas por 18 defunciones y 1770 mutilaciones no alcanza ni con mucho las 298 libras. ¡298 libras esterlinas! ¡Es menos de lo que cuesta un caballo de carreras de tercera categoría!
¡El comité Roebuck y la oligarquía británica! ¡El comité Scholefield y la clase comercial británica! El informe de los inspectores de fábricas y los fabricantes británicos… En estos tres apartados puede agruparse de forma muy gráfica la fisiología de las clases dominantes en Gran Bretaña en la actualidad.