El banco francés Crédit Mobilier (II)

12 de junio de 1856

Deberíamos recordar que Bonaparte dio su golpe de Estado con dos aspiraciones diametralmente opuestas: por un lado proclamó que su misión era salvar a la burguesía y el «orden material» de la anarquía roja que sin duda se desataría en mayo de 1852[123]; por otro, que salvaría al pueblo trabajador del despotismo de la clase media concentrado en la Asamblea Nacional. Además estaba la necesidad personal de saldar sus propias deudas y las de la respetable turba de la Société de Dix Décembre[124], amén del deseo de enriquecerse y enriquecer a esta grey a expensas tanto de la burguesía como del pueblo trabajador. Pero esta misión, hay que reconocerlo, se veía entorpecida por dificultades contrapuestas, y es que Bonaparte se vio obligado a aparecer simultáneamente como ladrón y como patriarcal benefactor de todas las clases. No podía darle a una clase sin quitarle a otra, y no podía satisfacer sus necesidades y las de sus partidarios sin robar a todo el mundo. Cuentan que en tiempos de la Fronda[125], el duque de Guisa era el hombre más obsequioso de Francia, porque había regalado a todos sus partidarios alguna participación en sus numerosas propiedades. Como él, Luis Bonaparte también se ha propuesto ser el hombre más obsequioso de Francia y quiere convertir todas las propiedades e industrias de Francia en regalos personales a su persona. Robar Francia para comprar Francia, ése es el gran dilema que el hombre ha tenido que resolver, y en la operación de tomar de Francia lo que había que devolver a Francia no carecía de importancia el porcentaje que él y la Sociedad del Diez de Diciembre podían rebañar. ¿Cómo conciliar aspiraciones tan contrapuestas? ¿Cómo resolver tan bonito dilema económico? ¿Cómo desanudar este nudo? Las experiencias pasadas de Bonaparte apuntaban al único gran recurso que le había servido para salvar las más complicadas circunstancias económicas: el crédito. Y daba la casualidad de que en Francia se encontraba la escuela de Saint Simon, que tanto en sus albores como en su decadencia se engañaba con el sueño de que todo antagonismo entre las clases desaparecería con una riqueza universal creada por medio de algún moderno sistema de crédito público. Y esta idea del sansimonismo no había muerto aún en la época del golpe de Estado. Ahí estaba Michel Chevalier, economista de Journal des Débats; ahí estaba Proudhon, que se esforzaba por disfrazar la peor parte de Saint Simon bajo la apariencia de una originalidad excéntrica; y ahí estaban dos judíos portugueses, relacionados con prácticas agiotistas y con Rothschild —que se había sentado a los pies del père Enfantin[126]—, quienes, basándose en su experiencia, tuvieron el atrevimiento de sospechar que detrás del socialismo había agiotaje y, detrás de Saint Simon, la Ley. Estos dos hombres, Émile e Isaac Péreire, son los fundadores de Crédit Mobilier y los iniciadores del socialismo bonapartista.

Dice un viejo proverbio: habent sua fata libelli[127]. Las doctrinas, como los libros, tienen también un destino. Saint Simon se convertiría en el ángel de la guarda de la Bolsa de París, en profeta del timo y la estafa, ¡en mesías del soborno y la corrupción generalizados! No hay en la historia un ejemplo más cruel de ironía salvo, tal vez, los de Saint Just a propósito del término medio de Guizot, y de Napoleón con Luis Bonaparte[128].

Los acontecimientos se suceden sin que el hombre tenga tiempo de asimilarlos. Mientras nosotros, a partir de una investigación de sus principios y condiciones económicas, nos encaminamos hacia la quiebra que augura la fundación misma de Crédit Mobilier, la historia ya está en marcha y hará realidad nuestras predicciones. El pasado mes de mayo, uno de los directores de Crédit, el señor Place, declaró una quiebra de diez millones de francos cuando hacía pocos días «el marqués de Morny se lo había presentado al emperador» como uno de los dieux de la finance. Les dieux s’en vont[129]! Casi el mismo día, Le Moniteur publicaba la nueva ley de sociétés en commandite[130], que, con idea de poner coto a la fiebre especulativa, deja a este tipo de sociedades a merced de Crédit Mobilier haciendo que su creación dependa de la voluntad del gobierno o de la propia Crédit. Y la prensa inglesa, que ni siquiera distingue las unas de las otras, no advierte que las sociétés en commandite han sido sacrificadas en aras de las sociétés anonymes y entra en éxtasis ante tan grande «manifestación de prudencia» del sabio Bonaparte e imagina que los especuladores franceses no tardarán en adquirir la solidez de los Sadleir, Spader y Palmer de Inglaterra. Al mismo tiempo, la ley de alcantarillado fue aprobada por el famoso Corps Législatif[131], a pesar de que supone una infracción directa de toda la legislación anterior y del Código Napoleón, y sanciona la expropiación de los deudores hipotecarios de la tierra en favor del gobierno de Bonaparte, que mediante este aparato legislativo se propone apoderarse del suelo de la misma forma que mediante Crédit Mobilier se está apoderando de la industria y mediante el Banco de Francia del comercio. ¡Y todo por salvar a la propiedad de los peligros del socialismo!

Entretanto, no nos parece fuera de lugar seguir con nuestro análisis de Crédit Mobilier, institución que en nuestra opinión está destinada a alcanzar cotas que convertirán todo lo dicho en un humilde comienzo.

Vimos que la primera función de Crédit Mobilier consistía en aportar capital a muchos proyectos industriales emprendidos por sociedades anónimas. Citamos del informe del señor Isaac Péreire:

Crédit Mobilier desempeña, con respecto a los valores que representan capital industrial, un papel análogo al de los bancos de descuento con relación a los valores que representan al capital comercial. El primer deber de esta Sociedad es el de apoyar el desarrollo de la industria nacional, facilitar la creación de grandes empresas que, abandonadas a su suerte, tropezarían con grandes obstáculos. Su misión a este respecto se cumplirá más fácilmente porque dispone de varios medios de información e investigación que no están al alcance de los particulares y sirven para apreciar profundamente el valor real y las perspectivas de las empresas que apelan a su ayuda. En tiempos prósperos, nuestra Sociedad servirá de guía al capital inquieto por encontrar un empleo rentable; en tiempos de dificultad está destinada a ofrecer recursos preciosos para el mantenimiento de la mano de obra y a moderar las crisis que resultan de una contracción precipitada del capital. Los esfuerzos que nuestra Sociedad hará en todo tipo de negocios para, en condiciones estrictas, invertir su capital solo en proporciones tales que faciliten una retirada airosa, le permitirán multiplicar su radio de acción, impulsar un gran número de empresas en un corto espacio de tiempo y aminorar los riesgos de sus intervenciones con multiplicidad de comandités parciales [inversiones en acciones].

Tras observar cómo desarrolla Isaac las ideas de Bonaparte, también es importante ver qué comentarios hace Bonaparte de las ideas de Isaac. Pueden leerse en el Informe que le dirigió el ministro del Interior el día 21 de junio de 1854 sobre los principios y gestión de Crédit Mobilier:

De todas las instituciones crediticias que existen en el mundo, la Banque de France está justamente considerada la que puede jactarse de tener una constitución más sólida.

Tan sólida que la leve tormenta de febrero de 1848 la habría echado abajo en un solo día de no haber sido por el apoyo de Ledru-Rollin y compañía[132]; porque el gobierno provisional no solo dejó en suspenso la obligación de la Banque de France de abonar sus billetes en efectivo, deteniendo con ello la avalancha de particulares y bonistas que atestaban sus oficinas, sino que le permitió emitir billetes de cincuenta francos cuando con Luis Felipe de Orleáns nunca pudo imprimirlos por menos de quinientos; además, no solo respaldaron al insolvente Banque solicitando un crédito, sino que le entregaron como garantía los bosques del Estado por el privilegio de haber obtenido crédito para el Estado.

La Banque de France es al mismo tiempo un apoyo y una guía para nuestro comercio, y su influencia moral y material y da a nuestro mercado una preciosa estabilidad.

Tanta estabilidad que la industria francesa sufre una crisis cada vez que la actividad comercial de Estados Unidos e Inglaterra disminuye ligeramente.

Por la reserva y prudencia que guían todas sus operaciones, esta admirable institución desempeña por tanto una función reguladora; pero, para generar todos los milagros que lleva en su vientre, el genio comercial requiere por encima de todas las cosas que lo estimulen; y, como en Francia la especulación se ve restringida dentro de los límites más estrictos, no existía inconveniente alguno (más bien al contrario todo eran ventajas), en adjuntar a la Banque de France un órgano concebido dentro de un orden de ideas muy distinto y que, en el ámbito de la industria y el comercio, debería representar el espíritu de iniciativa.

Felizmente, ya contábamos con el modelo para una institución así; proviene de un país celebrado por su estricta lealtad, por la prudencia y solidez que presiden todas sus operaciones comerciales. Dejando a disposición de toda buena idea y de toda empresa útil su capital, su crédito y su autoridad moral, la Sociedad General de los Países Bajos ha construido en Holanda un sinnúmero de canales, desagües y otras muchas mejoras que han multiplicado por cien el valor de la propiedad. ¿Por qué no iba Francia a beneficiarse también de una institución con ventajas demostradas por una experiencia tan asombrosa? Ésa es la idea que decidió la creación de Crédit Mobilier, sociedad autorizada por el decreto del 18 de noviembre de 1852.

Según las cláusulas de sus estatutos, esta Sociedad puede, entre otras operaciones, comprar y vender acciones de titularidad pública o industrial, prestarlas y tomarlas prestadas como garantía, contratar préstamos públicos y, en una palabra, emitir documentos a largo plazo a cuenta de los valores adquiridos.

Tiene así en su mano los medios para reunir y combinar en todo momento, y en condiciones ventajosas, una riqueza considerable. En el buen uso que pueda hacer de estos capitales reside la fertilidad de la institución. En realidad, la Sociedad puede invertir arbitrariamente (comanditar) en la industria, interesarse por empresas y participar en operaciones a largo plazo, acciones que los estatutos de la Banque de France y de la Discount Office prohíben a estas instituciones; en una palabra, Crédit tiene libertad de movimientos y puede modificar su rumbo según las necesidades del crédito comercial. Si, entre las empresas que constantemente se crean, sabe distinguir a las más prósperas, si mediante la oportuna intervención con los inmensos fondos que tiene a su disposición permite que se emprendan obras altamente productivas, aunque su ejecución suponga una duración poco común, que de otro modo no se llevarían a cabo, si su intervención es garantía de idea útil o de proyecto bien concebido, la Société de Crédit Mobilier merecerá y conseguirá la aprobación general, el capital indeciso se canalizará hacia ella y se volcará en masa en los negocios donde el patrocinio de la Sociedad indique, sin lugar a dudas, que será bien empleado. Por tanto, mediante el poder del ejemplo y mediante la autoridad que, más incluso que cualquier ayuda material, confiere contar con su respaldo, esta Sociedad será la cooperativa de todas las ideas de utilidad general. Y así alentará poderosamente los esfuerzos de la industria y estimulará en todas partes el espíritu de la inventiva.

En cuanto se nos brinde la ocasión, demostraremos que tanta frase de altos vuelos no sirve más que para disimular levemente un sencillo plan para arrastrar a toda la industria de Francia al torbellino de la Bolsa de París hasta convertirla en la pelota de tenis de los caballeros de Crédit Mobilier y de Bonaparte, su patrón.