El pánico financiero
Londres, 29 de abril de 1859
Es probable que ayer, que era día de liquidación de acciones y paquetes de acciones extranjeras en la Bolsa de Londres, el pánico que comenzó el día 23 alcanzara su clímax. Desde el pasado lunes no menos de veintiocho empresas que cotizaban en bolsa se han declarado en quiebra y, de ellas, dieciocho lo han hecho ayer, día 28. Hablamos de sumas que superan con mucho la media normal de estas «ejecuciones», y en un caso alcanzan cien mil libras esterlinas. Que simultáneamente los directores del Banco de Inglaterra hayan subido el tipo de descuento del 2,5 por ciento fijado el 9 de diciembre de 1858 al 3,5 por ciento, medida consecuente con la afluencia de metales preciosos necesaria por la compra de plata para mandarla a la India, ha contribuido en cierta medida a acrecentar la convulsión. Los consols al tres por ciento[142], que el 2 de abril cotizaban a 96,25, se habían hundido el 28 hasta 89, y durante algunas horas estuvieron a 88,25. Los valores de renta fija rusos al 4,25 por ciento, que el 2 de abril cotizaban a 100, cayeron el día 28 a 87. En el mismo período, los bonos sardos bajaron de 81 a 65, mientras que la deuda turca al 6 por ciento descendió de 93,5 a 57, aunque a última hora subió a 61. El bono austríaco al 5 por ciento cotizaba a unos escasos 49 puntos. La causa principal de esta enorme depreciación de valores de renta fija nacionales y extranjeros, que se ha visto acompañada de un descenso similar de las acciones ferroviarias —sobre todo de los ferrocarriles italianos—, está en la noticia de la invasión de Cerdeña por los austríacos y el avance de un ejército francés sobre el Piamonte, y en que los tratados de colaboración defensiva y ofensiva entre Francia, Rusia y Dinamarca[143] hayan salido a la luz. Es cierto que en el curso del día el Constitutionel negó vía telegráfica el tratado de colaboración defensiva y ofensiva entre Francia y Rusia, pero la Bolsa, que siempre es crédula y confiada, se atrevió por una vez a desconfiar de la veracidad de las declaraciones semioficiales francesas: aún no había podido olvidar que una semana antes Le Moniteur se había atrevido por su cuenta a negar que Francia se estuviera armando o tuviera intención de hacerlo. Además, al mismo tiempo que negaba el tratado, el oráculo de Francia confesaba que los autócratas del este y del oeste habían llegado a un «entendimiento»; así que, en el mejor de los casos, no había que conceder mayor importancia a la negativa del Constitutionel. A la frustración de los corredores de bolsa británicos se sumó la anulación del préstamo ruso de doce millones de libras, que, de no haber sido por la súbita resolución de los austríacos[144], Lombard Street[145] se habría tragado. El señor Simpson, analista financiero de The Times, hace unos curiosos comentarios sobre el estallido de esta burbuja de préstamos:
Una de las cuestiones más particularmente dignas de mención en el presente estado de cosas es la escasa aceptación que ha tenido el futuro préstamo a Rusia. Aunque los designios de esta potencia han sido transparentes desde el prematuro final de la Guerra de Crimea, gracias a la influencia de nuestro «aliado» y a la posterior reunión de los emperadores en Stuttgart[146], lo cierto es que, a falta de pruebas concluyentes, ninguna advertencia hubiera bastado por sí sola para evitar que obtuviera la cantidad que quisiera siempre y cuando alguna empresa de bolsa quisiera hacerse cargo de la transacción. En este sentido, aunque el plan para conseguir doce millones de libras se pospuso uno o dos meses, las partes interesadas manifestaban gran euforia y confianza. ¡Los capitalistas ingleses podían sentirse satisfechos! ¡Solo se les cargaría un interés moderado! En Berlín y otras ciudades, los ciudadanos estaban ansiosos por hacerse con una parte del préstamo aun cuando se les ofrecía un uno o dos por ciento más caro que en el mercado londinense. Cierto es que ni el señor Baring ni el señor Rothschild, normalmente impacientes por adquirir tales productos, habían demostrado el menor interés por él. Corrían además rumores de una misteriosa concentración de cien mil soldados rusos en Georgia. Se decía asimismo que el embajador ruso en Viena había comentado abiertamente que el emperador Napoleón tenía razón al exigir una revisión de los tratados de 1815; y, por último, podía pensarse que las recientes artimañas para anular los artículos del Tratado de París sobre los principados del Danubio, la visita del gran duque Constantino al Mediterráneo y el hábil movimiento para contrarrestar la pacífica misión de lord Cowley[147] bastarían para suscitar algunas dudas. Pero nada puede turbar el ánimo del optimista inversor inglés que ha puesto sus ojos en un paquete de acciones que, en su opinión, le van a reportar un 5 por ciento de beneficio… y siente un infinito desprecio por esos alarmistas. Así, las esperanzas de los compradores seguían intactas y las últimas deliberaciones se celebraron solo un día o dos antes del ultimátum austríaco, a fin de tenerlo todo preparado para que el préstamo saliera al mercado cuanto antes. Al conocer, inmediatamente después, que Le Moniteur aseguraba, apoyando con ello otras tranquilizadoras noticias, que Francia no se había armado ni tenía intención de hacerlo, el asunto, como así quedaba demostrado, solo podía culminar en gran éxito. Pero la «criminal» iniciativa de Austria, que no ha tenido a bien esperar a que sus adversarios consiguieran lo que querían, lo ha echado todo a perder y los doce millones de libras tendrán que quedarse en casa.
Naturalmente, ante el pánico del mercado monetario de París y las consiguientes quiebras de empresas francesas, las alteraciones del mercado londinense se quedan muy cortas; pero Luis Napoleón, que ha conseguido que sus lacayos del Corps Législatif voten para concederle un préstamo de quinientos millones de francos, ha prohibido terminantemente que la prensa publique noticia alguna de tan desafortunados accidentes. Y, sin embargo, podríamos valorar en su justa medida el presente estado de cosas examinando con detenimiento la siguiente tabla, que he elaborado a partir de las cotizaciones oficiales:
La cabeza monetaria de Inglaterra se acalora en este momento con la excesiva ira del gobierno, al que acusan de haberse convertido en el hazmerreír de la Europa diplomática; y, lo que es más, de haber engañado a los compradores con su terca y ciega insistencia en el error. Tanto es así que, en el curso de las fallidas negociaciones, lord Derby permitió que lo convirtieran en la pelota que Francia y Rusia se pasaban con el pie. No contento con sus previos e ininterrumpidos errores, volvió a caer en la trampa de siempre cuando llegaron noticias del ultimátum austríaco, que en la cena de The Mansion[148] tachó de «criminal», cuando aún no sabía nada del tratado franco-ruso. Su última oferta de mediación, que Austria no podía aceptar, era un mero truco electoralista que para nada podía servir salvo para dar a Bonaparte cuarenta y ocho horas más para concentrar sus tropas y paralizar las inevitables operaciones de Austria. Tal es la pericia diplomática de la orgullosa aristocracia que finge oponerse a la popular Ley de Reforma porque podría quitar la gestión de los asuntos exteriores a los astutos políticos hereditarios. En definitiva, permítanme apuntar que las insurrecciones de Toscana y los ducados[149] eran precisamente lo que Austria necesitaba para tener un pretexto para ocuparlos.