La opinión de los periódicos y la opinión del pueblo
Londres, 25 de diciembre de 1861
Los políticos continentales que creen poseer un termómetro del estado de ánimo del pueblo inglés están sacando en este momento necesariamente conclusiones erróneas. Con la primera noticia del caso del buque correo Trent[45] el orgullo nacional inglés entró en efervescencia y la llamada a la guerra con los Estados Unidos se hizo eco entre prácticamente todas las capas de la sociedad. La prensa londinense, por el contrario, aparentaba moderación, e incluso The Times dudaba de si en realidad se trataba de un casus belli. ¿De dónde procede este fenómeno? Palmerston no estaba seguro de que los juristas de la Corona estuvieran en situación de inventarse cualquier pretexto legal para la guerra. Semana y media antes de la llegada del La Plata a Southampton los agentes de la Confederación sureña habían apelado desde Liverpool al gabinete inglés para denunciar la intención de los cruceros americanos de salir de los puertos ingleses para capturar en mar abierto a los señores Mason, Slidell, etc., y requerido la intervención del gobierno inglés. Según los informes de los juristas de la Corona, este último rechazó la solicitud. De ahí el tono pacífico y moderado en un principio de la prensa londinense en comparación con la impaciencia bélica del pueblo. No obstante, tan pronto como los juristas de la Corona —Attorney General y Attorney Sollicitor, ambos miembros asimismo del gabinete— dieron con un pretexto técnico para la disputa con Estados Unidos, la relación entre pueblo y prensa se transformó en lo contrario. La fiebre bélica ascendió en la prensa en la misma medida en que descendía entre el pueblo. En estos momentos una guerra con América es algo tan impopular en todas las capas de la población inglesa, con excepción de los amigos del algodón y los latifundistas, como inmenso el clamor de guerra en la prensa.
Pero ¡veamos ahora la prensa londinense! A la cabeza está The Times, cuyo redactor jefe, Bob Lowe, fue antaño un demagogo que incitaba en Australia a la insurrección contra Inglaterra. Es un miembro subordinado del gabinete, una especie de ministro de Información y una mera creación de Palmerston. El Punch es el bufón de The Times, que transforma sus sesquipedalia verba[46] en bromas concisas y caricaturas faltas de ingenio. A uno de los redactores jefe del Punch Palmerston lo metió en el Board of Health (Comisión de Sanidad) por 1000 libras esterlinas al año.
The Morning Post es, en parte, propiedad privada de Palmerston. Otra parte de esta peculiar institución ha sido vendida a la Embajada francesa. El resto pertenece a la haute volée[47] y proporciona los más detallados informes a los cortesanos y a los sastres de damas. Por eso, entre el pueblo inglés, The Morning Post tiene fama de ser el Jenkins (una figura en pie que representa al lacayo) de la prensa.
The Morning Advertiser es propiedad conjunta de los licensed victuallers, es decir, de las tabernas que, además de cerveza, pueden vender también aguardiente. Además, es el órgano de los pietistas ingleses y también de los sporting characters, es decir, de la gente que hace negocio con las carreras de caballos, las apuestas, el boxeo y cosas por el estilo. El redactor de este periódico, el señor Grant, antes taquigrafista de periódicos, un individuo sin ninguna cultura literaria, tuvo el honor de ser invitado a las veladas privadas de Palmerston. Desde entonces adora al truly English minister (verdadero ministro inglés), al que al estallar la guerra rusa había denunciado por ser «agente ruso». Hay que añadir que los piadosos patronos de este periódico de aguardiente están bajo la batuta del conde de Shaftesbury y que Shaftesbury es el yerno de Palmerston. Shaftesbury es el papa de los low church men[48], que taponan el espíritu profano del honrado Advertiser con el santo espíritu.
The Morning Chronicle! Quantum mutatus ab illo[49]! Durante casi medio siglo el gran órgano del partido de los whigs y no infeliz rival de The Times, vio palidecer su estrella desde que comenzó la guerra de los whigs. Experimentó metamorfosis de todo tipo, se transformó en un penny paper[50], trató de vivir de «sensacionalismos» como, por ejemplo, cuando tomó partido por Palmer, el envenenador. Fue vendido más tarde a la delegación francesa, a la que, no obstante, pronto le dio pena tirar su dinero. Se arrojó entonces sobre el antibonapartismo, aunque no con mejores resultados. Finalmente acabó encontrando al tan buscado comprador en las personas de los señores Yancey y Mann, los agentes de la Confederación sureña en Londres.
El Daily Telegraph es propiedad privada de un tal Levy. Su diario ha sido tachado de Palmerston’s mob paper (el órgano popular de Palmerston). Además de esta función hace también chronique scandaleuse[51]. Este Telegraph se caracteriza por haber declarado, siguiendo órdenes de arriba, que la guerra es imposible nada más llegar la noticia del Trent. En la dignidad y moderación que le impusieron se veía a sí mismo tan extraño que desde ese momento lleva publicados ya media docena de artículos acerca de la moderación y la dignidad demostradas por él en aquella ocasión. Tan pronto como llegó la orden de cambio de frente, el Telegraph intentó salir igualmente airoso del mandato impuesto y acallar a todos sus camaradas con sus fuertes alaridos de guerra.
El Globe es el diario vespertino del Ministerio, que recibe subvenciones oficiales de todos los ministerios whig.
Las hojas de los tories, The Morning Herald y el Evening Standard, ambos de la misma cuerda, están determinados por un doble motivo, por un lado el odio innato a «las colonias inglesas rebeldes»; por otro, por una marea crónica de su bolsa. Saben que una guerra con América haría saltar el actual gabinete de coalición y allanarían el camino a un gabinete de los tories. Con el gabinete de los tories regresarían todas las subvenciones oficiales al Herald y al Standard. ¡Así que los lobos hambrientos no pueden aullar más alto por su presa que estos diarios de los tories por una guerra americana y una lluvia de oro como consecuencia de ello!
De la prensa diaria londinense solo quedan dignos de mención el Morning News y el Morning Star, los dos que trabajan en contra de los que tocan las trompetas de guerra. The Daily News ha visto frenados sus movimientos por una relación con lord John Russell; el Morning Star (órgano de Bright y Cobden) ha visto menoscabada su influencia por su carácter de «diario pacífico a cualquier precio».
La mayoría de los semanarios londinenses son meros ecos de la prensa diaria, es decir, beligerantes en su mayoría. El Observer está al servicio del Ministerio. El Saturday Review busca algo ingenioso y cree haberlo encontrado afectando una cínica nobleza en lo relativo a prejuicios «humanitarios». Para demostrar su «ingenio», los abogados, curas y maestros corruptos que escriben en ese diario sonríen y aplauden a los esclavistas desde el estallido de la Guerra Civil americana. Incluso esbozan planes de campañas contra Estados Unidos, cuya tosca ignorancia le pone a uno los pelos de punta.
Como excepciones más o menos respetables hay que mencionar el Spectator, el Examiner y también la MacMillan’s Magazine.
Ya se ve: en conjunto, la prensa londinense —con excepción de los órganos del algodón, los diarios de provincias constituyen un honroso contraste— representa a Palmerston y nada más que a Palmerston. Palmerston quiere guerra, el pueblo inglés no la quiere. Los próximos acontecimientos demostrarán quién saldrá vencedor en este duelo, Palmerston o el pueblo. En cualquier caso, Palmerston está jugando un juego más peligroso que Luis Bonaparte a comienzos de 1859.