Ataque a Sebastopol. Desahucio de ciudadanos en Escocia

Londres, viernes 19 de mayo de 1854

Se diría que «el primer ataque a Sebastopol[29]», del cual nos informan por vía telegráfica los periódicos de hoy, es una hazaña tan gloriosa como el bombardeo de Odessa, tras el cual ambos bandos reclamaron la victoria. Según describen, el ataque se produjo con bombas lanzadas por cañones «de largo alcance» que apuntaban a las fortificaciones exteriores. Que no se puede atacar el puerto de Sebastopol o la ciudad con cañones del alcance que sea sin remontar la bahía y acercarse a poca distancia de las baterías de defensa y que no se puede tomar sin la ayuda de un ejército de desembarco considerable resulta evidente con un simple vistazo al mapa y lo admite, además, cualquier autoridad militar. Hay por tanto que calificar la operación, si de verdad ha ocurrido, de hazaña ficticia para edificación de los mismos simplones que se hincharon de patriotismo con los laureles de Odessa.

El gobierno francés ha enviado al señor Bourrée en misión extraordinaria a Grecia. Le acompaña una brigada al mando del general Forey y tiene órdenes de reclamar al rey Otón el pago inmediato de todos los intereses de los cien millones de francos que adelantó Francia al gobierno griego en 1828. En caso de negativa, los franceses ocuparían Atenas y otros enclaves del reino.

Recordarán los lectores mi descripción del proceso de limpieza de poblaciones rurales que se produjo en Irlanda y Escocia[30], que en la primera mitad de este siglo se saldó con la expulsión de tantos millares de personas de la tierra donde habían nacido sus padres. El proceso continúa todavía hoy con una pujanza digna de la virtuosa, refinada, religiosa y filantrópica aristocracia modelo de esa modélica nación. A las casas les prenden fuego o las hacen pedazos sin sacar de ellas a sus indefensos inquilinos. El pasado otoño se abalanzaron en Neagaat, condado de Knoydart, sobre la vivienda de Donald Macdonald, hombre respetable, honrado y muy trabajador, por orden del propietario. La mujer de Macdonald no podía levantarse de la cama y no la podían trasladar, así que el ejecutor y sus rufianes echaron a sus seis hijos —ninguno pasaba de los quince— y demolieron la casa con excepción del pequeño trozo de tejado que cubría la cama de la mujer.

El hombre sufrió tanto que su cabeza acabó por decir basta. Los médicos le han declarado perturbado y ahora vaga por los campos buscando a sus hijos entre las ruinas de otras casas derruidas y quemadas. Los niños, muertos de hambre, dan vueltas a su alrededor llorando, pero él no los reconoce. Las autoridades le dejan errar a sus anchas sin ayuda ni cuidado de ningún tipo porque su locura es inofensiva.

Dos mujeres casadas y en avanzado estado de gestación vieron cómo derribaban sus viviendas delante de sus narices. Tuvieron que dormir al raso muchas noches, por lo que, entre espantosos dolores, dieron a luz prematuramente, estuvieron a punto de perder el juicio y ahora deambulan sin rumbo con su abundante progenie, convertidas en imbéciles indefensas y desesperadas, en espantados testigos de esa clase de personas llamada aristocracia británica.

Hasta los niños se vuelven locos en medio del terror y las persecuciones. En Doune, Knoydart, desahuciaron a los lugareños, que tuvieron que refugiarse en un viejo almacén. Los agentes enviados por el terrateniente rodearon el almacén al amparo de la noche y le prendieron fuego cuando los pobres desgraciados todavía se refugiaban bajo su techo. Huyeron, frenéticos, de las llamas y algunos se volvieron locos de terror. The Northern Ensign cuenta:

Un niño está desquiciado, a otro habrá que encerrarlo —salta de la cama gritando: «¡Fuego, fuego!» y dice a todo el que encuentra que hay hombres y niños en el almacén que se está quemando—. A medida que va llegando el anochecer, le espanta la visión del fuego. La horrible noche de Doune en que incendiaron el almacén que iluminó el distrito entero, en que hombres, mujeres y niños corrieron como locos presa del pánico, violentó su razón a tal extremo.

Así se porta la aristocracia con los pobres sanos y capaces que la hacen rica. Veamos ahora qué mercedes reciben de la parroquia. He recogido los siguientes casos en el trabajo del señor Donald Ross de Glasgow y de The Northern Ensign:

1. Viuda de Matherson, 96 años; solo recibe 2 chelines y 6 peniques al mes de la parroquia de Strath, Skye.

2. Murdo Mackintosh, 36 años; totalmente inválido porque un carro se le cayó encima hace catorce meses. Tiene mujer y siete hijos, el mayor de once años, el menor de uno, y lo único que la parroquia de Strath le da son 5 chelines al mes.

3. Viuda de Samuel Campbell, 77 años; reside en Broadford, Skye, en una casa miserable. Recibía 1 chelín y 6 peniques de la parroquia de Strath, protestó porque tal asignación no le parecía adecuada y, tras poner numerosas pegas, las autoridades parroquiales la incrementaron a 2 chelines.

4. Viuda de M’Kinnon, 72 años, parroquia de Strath, Skye: 2 chelines y 6 peniques al mes.

5. Donald M’Dugald, 102 años; reside en Knoydart. Su mujer tiene 77 años y están los dos muy delicados. Solo reciben 3 chelines y 4 peniques al mes cada uno de la parroquia de Glenelg.

6. Mary McDonald, viuda, 93 años y postrada en la cama. Su marido sirvió en el ejército y allí perdió el brazo. Murió hace veinte años. La viuda recibe 4 chelines y 4 peniques al mes de la parroquia de Glenelg.

7. Alexander M’Isaak, 53 años de edad, invalidez total; está casado; 40 años, un hijo ciego de 18 años, y otros cuatro hijos menores de catorce. La parroquia de Glenelg asigna a esta desdichada familia 6 chelines y 6 peniques al mes, es decir, alrededor de 1 chelín por cada uno.

8. Angus M’Kinnon, 72 años, tiene una hernia; su mujer tiene 66 años. Reciben 2 chelines y 1 penique al mes cada uno.

9. Mary M’Isaak, 80 años, delicada y completamente ciega, recibe 3 chelines y 3 peniques al mes de la parroquia de Glenelg. Cuando pidió más, el inspector le respondió: «Tendría que darte vergüenza pedir más cuando otros reciben menos»; y se negó a escucharla.

10. Janet M’Donald, o M’Gillivray, 77 años y totalmente inválida; solo recibe 3 chelines y 3 peniques al mes.

11. Catherine Gillies, 78 años y totalmente inválida; solo recibe 3 chelines y 3 peniques de la parroquia de Glenelg.

12. Mary Gillies, o Grant, de 82 años, lleva ocho años postrada en la cama; recibe 8 peniques y 28 libras de alimentos al mes de la parroquia de Ardnamurchan. El inspector de pobres no la ha visitado en los dos últimos años, y no recibe asistencia médica ni ropa ni comida.

13. John M’Eachan, 86 años y postrado en cama; reside en Auchachraig, parroquia de Ardnamurchan, y solo recibe una libra de alimento al día y 8 peniques de dinero al mes de dicha parroquia. No tiene ropa ni nada.

14. Ewen M’Callum, 93 años, tiene una dolencia en los ojos. Lo encontré pidiendo a orillas del canal Crinan, parroquia (de) Knapdale, Argyllshire. Solo recibe 4 chelines y 8 peniques al mes; en cuanto a ropa, asistencia médica, combustible o alojamiento, no recibe nada ni nada que se le parezca. Está hecho un montón de harapos andante, un pobre de aspecto muy desdichado.

15. Kate Macarthur, 74 años y postrada en la cama; vive sola en Dunardy, parroquia de Knapdale y recibe de la parroquia 4 chelines y 8 peniques, pero nada más. No la visita ningún médico.

16. Janet Kerr, o M’Callum, viuda, 78 años, mala salud; recibe 6 chelines al mes de la parroquia de Glassary. No tiene casa y no ingresa más dinero que el de la asignación.

17. Archibald M’Laurin, 73 años, parroquia de Appin, invalidez total; su mujer también está inválida; recibe 3 chelines y 4 peniques al mes de la ayuda parroquial. No tiene ropa, alojamiento, ni combustible. Viven en una covacha miserable indigna de seres humanos.

18. Viuda Margaret M’Leod, 81 años; vive en Colgach, parroquia de Lochbroom; recibe 3 chelines al mes.

19. Viuda de John Makenzie, 81 años, reside en Ullapool, parroquia de Lochbroom. Está totalmente ciega y muy mal de salud, y solo recibe 2 chelines al mes.

20. Viuda Catherine M’Donald, 87 años, isla de Luing, parroquia de Kilbrandon. Completamente ciega y postrada en la cama, recibe 7 chelines al mes por su enfermedad, con ellos tiene que ¡pagar a una enfermera! Se le derrumbó la casa y aun así la parroquia se negó a proporcionarle un alojamiento, así que está tendida en el suelo de tierra de una casa sin tejado. El inspector se niega a hacer nada por ella.

Pero el rufianismo no termina ahí. En Strathcarron se ha perpetrado una matanza. Inquietas hasta el frenesí por la crueldad de los desahucios ya efectuados y los que se esperan, algunas mujeres se reunieron en la calle al enterarse de que varios agentes del sheriff se acercaban con intención de expulsar a los inquilinos. Los que finalmente llegaron eran, en cambio, recaudadores de impuestos y no agentes del sheriff. Al saber, sin embargo, que los lugareños los habían confundido, los recién llegados prefirieron no sacar a los habitantes de su error y, con ánimo de divertirse, se hicieron pasar en efecto por agentes y aseguraron que habían ido a expulsar a la gente de sus casas y que lo harían a toda costa. Las mujeres se alborotaron y los recaudadores las apuntaron con una pistola cargada. Lo que pasó a continuación lo cuenta un extracto de la carta del señor Donald Ross, que viajó de Glasgow a Strathcarron y pasó dos días en la zona recopilando información y examinando a los heridos. Su carta está fechada en el Royal Hotel de Tail el 15 de abril de 1854 y dice lo siguiente:

Me propongo informar de la vergonzosa conducta adoptada por el sheriff. No advirtió a las ciudadanas de cuál era su intención al enviarles a la policía. No leyó la Ley de Disturbios[31]. No les dio tiempo para que se dispersaran. Al contrario, nada más llegar con sus fuerzas, que iban palo en mano, gritó: «¡Despejad esa calle!»; y de inmediato: «¡Tiradlas al suelo!». Al instante el panorama era indescriptible. Los policías golpearon a aquellas infortunadas mujeres en la cabeza y las derribaron, y luego saltaron sobre ellas y las pisotearon, y les dieron patadas por todo el cuerpo con una brutalidad salvaje. La calle no tardó en cubrirse de sangre. Los chillidos de las mujeres y de las niñas y los niños, que se revolcaban en su propia sangre, desgarraban al cielo. Perseguidas por los policías, algunas mujeres saltaron al rápido y turbulento río Carron confiando más en su piedad que en la de los agentes o el sheriff. A algunas mujeres les arrancaron gruesos mechones de pelo con las porras, y a una niña le faltaba un trozo de piel del hombro de unos quince centímetros de largo por tres de ancho y uno de grueso; también la desgarró una porra con su violento golpazo. Tres policías echaron a correr tras una joven que era mera espectadora. Le pegaron en la frente, le abrieron la cabeza y cuando cayó al suelo le dieron patadas. El médico extrajo de la herida un trozo de gorro que había hundido la porra del cruel policía. En sus hombros todavía pueden verse marcas de botas. Todavía quedan en Strathcarron trece mujeres en grave estado por la brutal paliza de la policía. Tres de ellas se encuentran tan mal que las personas que las atienden no tienen la menor esperanza de que se recuperen. Tengo la firme convicción, por el aspecto de esas mujeres y por la peligrosa naturaleza de sus heridas, junto con los informes médicos que me he procurado, de que no llegarán a la mitad las que se recobren de las lesiones, y de que, mientras vivan, todas lucirán en su cuerpo las tristes pruebas de la hórrida brutalidad de la que fueron víctimas. Entre las que acabaron más gravemente heridas se encuentra una mujer en avanzado estado de gestación. No formaba parte del grupo que recibió al sheriff, sino que estaba a considerable distancia, observando, pero los policías la golpearon y patearon violentamente, y se encuentra muy grave.

También podríamos añadir que las mujeres que sufrieron el ataque no eran más que dieciocho. El sheriff se llama Taylor.

Tal es la imagen de la aristocracia británica en el año 1854.

Las autoridades locales y el gobierno han llegado a la conclusión de que habrá que retirar las acusaciones contra Cowell, Grimshaw y los demás líderes de Preston[32] si al mismo tiempo abandonan también la investigación contra los magistrados y los señores del algodón de la misma localidad. Esto último se ha hecho ya, conforme a ese acuerdo.

Dicen que el aplazamiento hasta dentro de quince días de la moción a favor de un Comité de Investigación que desea proponer el señor Duncombe se produce en virtud de dicho acuerdo.