Karl Marx: un periodista en la historia
La historia desconoce los verbos regulares
Edward P. Thompson
I
Las relaciones de Karl Marx con el periodismo nunca fueron fáciles. Ya desde sus primeros artículos en la Rheinische Zeitung [Gaceta Renana] —un diario liberal editado en Colonia— el joven periodista habría de enfrentarse a toda clase de adversidades. Corría el año 1842, y la reciente subida al trono de Federico Guillermo IV, paladín de un agonizante feudalismo europeo, había llegado acompañada de una política tremendamente reaccionaria. El monarca de Prusia iniciaría una suerte de Kulturkampf contra cualquier atisbo de liberalismo o socialismo que pudiera influir en la opinión pública; la práctica preferida por aquel gobierno era la censura cotidiana de los diarios, pero cuando ésta se revelaba insuficiente no dudaba en utilizar métodos más expeditivos, como la supresión por decreto de los libros y publicaciones que resultaban incómodos. Bastaron unas pocas columnas de Marx sobre algunos asuntos polémicos —como la libertad de prensa o la miseria campesina— para que la administración estrechase el cerco sobre el diario renano. El vigoroso estilo del joven periodista, panfletario al tiempo que profundamente analítico, le convertiría inmediatamente en enemigo de aquella sociedad semifeudal y autoritaria. Una sociedad que no le toleraría por mucho tiempo. El Consejo de Ministros, reunido en pleno con el rey, decretaba el 21 de enero de 1843 el cierre del periódico en un plazo máximo de dos meses. El diario era condenando con apenas un año de vida.
Las críticas del filósofo al Estado, su constante denuncia de las desigualdades sociales y la publicación en el diario de un artículo contra el despotismo ruso —un escrito que enfurecería al mismísimo zar Nicolás I–, sentenciaron su primera aventura periodística. Irritado por una censura cada vez más insoportable, Marx dimitiría como director del diario antes de que el plazo de supresión llegase a término. Tenía la esperanza de que su dimisión hiciera recapacitar a la administración sobre el rotativo, pero la orden del Ministerio era irrevocable. Su carta de dimisión, breve y directa, sería publicada en una de las últimas tiradas del periódico. En ella, lejos de ocultar los motivos de su cese, haría una alusión directa a las causas que le llevaban a abandonar la gaceta: se retiraba «debido a las presentes condiciones de censura». Aquélla sería la última querella de la Rheinische Zeitung contra el gobierno.
Los artículos de Karl Marx para el diario renano —probablemente los más conocidos y destacados por la crítica— suponen la primera confrontación del pensador con la realidad política y económica. Y es que no fue la filosofía la que hizo que aquel joven doctor se interesase por las cuestiones sociales, sino su temprana actividad periodística. Una labor que comenzaría a ejercer desde una posición ilustrada y liberal, la de la burguesía de Renania, y que pronto —conforme Marx tomaba conciencia de los antagonismos de aquella sociedad— se tornaría en una defensa de la democracia próxima al socialismo. En cierto sentido, los artículos escritos por Marx en esta época son un fiel reflejo de la historia de Prusia. Muestran los primeros efectos del proceso de industrialización sobre una nación mayoritariamente rural y agraria, señalando los ejes más conflictivos de aquella incipiente transformación: el empobrecimiento del campesinado ante el desarrollo de la industria, la expropiación de los bienes comunales y su conversión en propiedad privada, las contradicciones existentes entre una naciente economía capitalista y el régimen de un Estado arcaico, la carencia de libertades civiles, la falta de representación popular en unas instituciones que cercenaban cualquier avance democrático, etc.
Lo cierto es que el periodismo alteraría para siempre el pensamiento de Marx, constituyendo un verdadero baptême de feu para su formación intelectual. Las investigaciones acometidas para escribir sus artículos acerca de los Debates sobre la libertad de prensa o los Debates sobre las leyes del robo de leña —quizá las piezas periodísticas más brillantes de este período— le comprometerían con una realidad que estaba más allá de los muros de la Universidad. Sus antiguas ideas burguesas, influidas tanto por la ilustración como por el pensamiento de la izquierda hegeliana[1], movimiento del que formaría parte durante sus estudios universitarios en Berlín, pronto serían criticadas por inoperantes. A partir de aquel momento Marx comprendería claramente dos cosas: que el Estado de Prusia jamás admitiría reforma política alguna y, sobre todo, que nunca podría ser la instancia ética, racional y sustentadora de las libertades civiles que tanto deseaban sus antiguos colegas hegelianos. La supresión de la Rheinische Zeitung era la prueba manifiesta de que la opinión pública estaba radicalmente divorciada de las instituciones, el más claro ejemplo de que no había en ellas un ápice de soberanía popular o realidad social. En aquel Estado únicamente había lugar para la burocracia y la arbitrariedad despótica del monarca.
Lejos del desánimo, aquel joven Karl Marx responderá al naufragio de la Rheinische Zeitung con un nuevo proyecto periodístico. Y su respuesta sería casi inmediata. A mediados de 1843, el filósofo preparaba ya la edición de una nueva revista en colaboración con Arnold Ruge, amigo personal y columnista en el difunto diario de Renania. La publicación tendría un carácter abiertamente crítico y político, lo que descartaba Prusia y sus zonas de influencia como lugar para editarla. Había que evitar la censura a toda costa. Finalmente la revista sería publicada en París, capital de las revoluciones europeas, y llevaría por título Deutsche-französische Jahrbücher [Anales Franco-alemanes]. Los Jahrbücher se caracterizarían por vincular dos líneas de trabajo editorial: una primera de análisis político y actualidad —similar a la de la Rheinische Zeitung— y otra teórica, a través de la cual se expresarían las ideas rectoras de la nueva publicación. Se trataba de forjar un pensamiento que rompiese con los moldes de aquella Prusia filosóficamente idealista, envuelta en disputas teológicas y conceptuales que se mostraban incapaces de apresar un solo átomo de vida real. Pero ¿cómo avanzar hacia un nuevo punto de partida filosófico en medio de aquel marasmo idealista e irreal? Solo parecía haber un modo: rompiendo con Hegel, cuya influencia impregnaba todas las manifestaciones intelectuales de la época. La crítica de Marx a Hegel puede seguirse bien a través de su Crítica de la filosofía del Estado de Hegel (1843), texto que sentaría las bases filosóficas para los dos escritos que verían la luz en el proyecto de los Jahrbücher: La cuestión judía y la Introducción a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, ambos redactados en 1843. Más allá de constituir un intento de ruptura con la cultura filosófica dominante, estos textos reflejarán la transformación del joven filósofo liberal en un crítico que, progresivamente, va estrechando los lazos existentes entre el mundo del trabajo y la estructura jurídico-política de la sociedad, aproximándose a la raíz de los antagonismos colectivos del momento.
Hay dos fenómenos específicos que marcan la producción filosófico-periodística de Marx en este período, y sin los cuales no puede comprenderse ni su rápida transición al comunismo ni su crítica del pensamiento de Hegel. En primer lugar, este cambio de posiciones políticas y teóricas vendrá influido por la recepción de la filosofía de Ludwig Feuerbach, cuya crítica antropológica y humanista del pensamiento de Hegel será suscrita enteramente por Marx. Pero el joven filósofo, yendo más lejos que el propio Feuerbach, llevará las ideas humanistas desde el ámbito ético hacia un plano político y social, dotando a su crítica de contenido revolucionario. Los centros de reflexión serán ahora el hombre y su esencia, a partir de los cuales el Estado y sus instituciones ya no se revelarán solo como irracionales, sino también como enajenantes. La verdadera esencia del hombre es colectiva y comunitaria —dirá Marx leyendo a Feuerbach—, y el Estado no es capaz de expresar la universalidad de las relaciones humanas conforme a su verdad. Éste solamente expresa la alienación (entfremdung) o separación de la humanidad de su propia esencia, creando una apariencia mistificada del hombre, pues en el seno de sus instituciones no se da la unidad del género humano en libertad, sino su sumisión y el antagonismo entre su vida social y su vida política. O, de otro modo, entre el universo del trabajo (sociedad civil) y el de la ciudadanía (sociedad política). La emancipación de los hombres exige, entonces, que el Estado sea abolido para dar realidad a una organización social conforme a la esencia humana, esto es: libre, comunitaria y universal. Únicamente cuando esta esencia pueda expresarse socialmente de forma no enajenada y contradictoria, llegará la emancipación integral de la humanidad.
Un segundo fenómeno que marcará la transición de Marx al comunismo será su desplazamiento a París en octubre de 1843, en cuyas calles tomaría contacto tanto con el efervescente ambiente intelectual socialista del momento —repleto de ideas y anhelos revolucionarios— como con el proletariado mismo. Su Introducción a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, escrita dentro de aquel clima parisino repleto de inquietud, traduce perfectamente las nuevas posiciones de Marx, que pronto comprendería —dentro de la lógica esbozada por Feuerbach— que, si una «esencia humana» había de adquirir realidad para emancipar a la humanidad, esa esencia era de la clase proletaria. Solo la liberación de la clase verdaderamente oprimida por la explotación podría disolver, universalmente, las contradicciones cada vez mayores del capitalismo. Por tanto, el fin de las cadenas asalariadas no ponía en juego únicamente una liberación parcial, la liberación de una sola clase —como había sucedido con la burguesía—, sino que preparaba el horizonte de una liberación global e integral: la liberación de la miseria generalizada impuesta por el capitalismo y la ruptura de todos y cada uno de los antagonismos que enajenaban la vida humana.
Como señalamos más arriba, en los Deutsche-französische Jahrbücher verán la luz dos escritos teóricos de Marx, La cuestión judía y la mencionada Introducción del autor a la crítica del derecho hegeliano. La forma de estos textos no es la de la crónica periodística, sino la del ensayo filosófico, pero los Jahrbücher constituyen el segundo intento del joven periodista por construir una iniciativa editorial crítica. Un proyecto desde el que difundir su nuevo ideario comunista y las contribuciones de los intelectuales alemanes más comprometidos del momento (desde Friedrich Engels, al que había conocido recientemente, hasta el poeta Heinrich Heine). Sin embargo, tal y como sucediese con la Rheinische Zeitung, la censura de Prusia se encargaría de poner fin a la revista. Los Jahrbücher apenas tuvieron un número doble, editado a finales de febrero de 1844 en París. La publicación —que no encontró colaboradores en su país de edición— fracasaría en Francia, pero su destino en Prusia sería mucho peor: los redactores, conocidos ya por sus posiciones políticas, verían cómo su revista era requisada en la frontera por las autoridades prusianas, que acabaron de manera súbita con aquella aventura periodística. Pero esta vez el gobierno no se daría por satisfecho con la censura de la publicación, y emitiría varias órdenes de detención contra algunos de los colaboradores. Entre ellos —por supuesto— estaba Karl Marx, que se convertía por primera vez en refugiado político en tierra extranjera.
La última colaboración periodística de Marx en su estancia en París sería la realizada para el diario Vorwärts! [¡Adelante!], a cuya redacción se uniría poco después del cierre de los Jahrbücher. Este diario tenía fama de ser el más radical de Europa, y podía presumir de publicar todos los artículos íntegros y sin censura. En él colaboraban muchos de los redactores de los Jahrbücher, como Arnold Ruge, Heinrich Heine y Friedrich Engels, pero también pensadores de la talla de Mijaíl Bakunin o poetas de la causa proletaria como Georg Weerth. Marx solo tuvo tiempo de publicar un artículo, sus Glosas críticas al artículo «El rey de Prusia y la reforma social», que salió en agosto de 1844: una contestación a un texto de su excolaborador, Ruge, que criticaba la reciente revuelta de los tejedores de Silesia. Marx, en un tono decididamente socialista, celebraba en su escrito la revuelta de los tejedores como una insurrección proletaria, una revolución contra las máquinas, los industriales y los banqueros. Ponía de relieve, entre otras cosas, el grado de conciencia de la clase obrera alemana, algo frente a lo que Ruge —escandalizado por la destrucción de las máquinas y la repentina explosión del conflicto— permanecía ciego. Aquel artículo —primero y último de Marx para Vorwärts!— acarrearía el cierre del diario, la ruptura del filósofo con su antiguo colaborador y el fin de la estancia de Marx en París. El rey de Prusia, duramente criticado en el texto, pediría al gobierno francés la expulsión inmediata del joven filósofo y algunos de los redactores del rotativo. Marx se veía obligado a dejar París en febrero de 1845, partiendo hacia Bruselas bajo la condición de exiliado político.
II
Tras la muerte de los Deutsche-französische Jahrbücher y el fin de Vorwärts!, Marx abandonaría la carrera periodística durante cuatro años. Sus últimos escritos e investigaciones le habían mostrado la necesidad de reanudar sus estudios. Había llegado a la conclusión de que era en la destrucción del capitalismo, en la superación de sus condiciones de explotación y miseria, donde radicaba la posibilidad de emancipación de la humanidad. No obstante, y pese a sus esfuerzos críticos, Marx había seguido planteando sus análisis en un horizonte demasiado filosófico y carente de concreción. Restaba todavía un estudio mucho más serio de las condiciones económicas del capitalismo, un examen pormenorizado de su dinámica y de la historia de su formación. En esta época el pensador se dedicará a estudiar la base económica contradictoria del modo de producción capitalista, escribiendo algunas de sus piezas filosófico-económicas y polémicas más brillantes, como los Manuscritos de París (1844), La ideología alemana (1845-1846, escrita con Friedrich Engels) o La miseria de la filosofía (1847). En ellas es palpable la transición de su discurso filosófico-humanista hacia un terreno del análisis histórico y económico más empírico y científico, un terreno que acabará definiendo el carácter materialista de su trabajo teórico.
No obstante, y más allá de las obras citadas, la culminación de esta época adquirirá su expresión más radical en uno de los mejores textos que el pensador escribiría a lo largo de su vida: el Manifiesto del Partido Comunista (1848), publicado en los días previos a las revoluciones europeas del 48. Este texto —lúcida conciencia de aquel siglo repleto de contradicciones— marcará la senda por la que discurrirán sus escritos periodísticos inmediatamente posteriores. A partir de ahora, Marx pondrá en práctica una forma de crítica y análisis implicado de lleno en las tensiones políticas y económicas de la historia, desarrollando una comprensión original de la génesis y las dinámicas internas de la sociedad capitalista. El capitalismo aparece como un modo de producción histórico, transitorio, cuyos antagonismos son explicados a través de conceptos que aún hoy siguen mostrando fecundidad histórica y científica. La decadencia del feudalismo, los procesos de acumulación de capital y el movimiento expansivo del mercado son tratados en las apretadas líneas del Manifiesto, al tiempo que anuncia la confrontación universal entre la burguesía y el proletariado. Por otra parte, el capitalismo es comprendido de modo dialéctico por el filósofo: de él se destacan tanto sus aspectos positivos respecto al feudalismo como la devastación ocasionada por la violencia de su propio «progreso». El mercado y la burguesía no fueron simplemente las fuerzas progresistas que contribuyeron a la disolución de la servidumbre y al final de la sociedad estamental; el capital no fue meramente el motor que hizo posible el vapor y el ferrocarril, estrechando los lazos del mundo a través de un proceso acelerado de industrialización. No. Junto a esos rasgos, y en el fondo de cada uno ellos, latía la desigualdad y la miseria: la expropiación forzosa y la muerte del campesinado, la brutal explotación del proletariado industrial, el yugo del esclavo y el estallido periódico de crisis económicas que destruían las vidas de cientos de miles de personas. Toda aquella civilización basada en el capital, cuya cultura y valores liberales no dejaban de ser celebrados en casi todos los rincones de occidente, se erigía sobre las masas pobres y asalariadas. Como dos caras de una misma moneda, civilización y barbarie nunca habían estado tan íntimamente relacionadas.
Marx había alumbrado a través de sus múltiples investigaciones un dispositivo teórico nuevo —científicamente sólido— que iría perfeccionando gracias a sus investigaciones periodísticas posteriores. Ahora los conceptos de fuerzas productivas, relaciones de producción e intercambio, división del trabajo, clases sociales, lucha de clases, modo de producción, y sus primeras tentativas para esbozar una teoría del valor, conformarían un nuevo horizonte epistémico. Los primeros trabajos periodísticos trazados desde esta perspectiva serán los acometidos en una nueva publicación, iniciada en junio de 1848 y marcada profundamente por las revoluciones europeas de ese mismo año: la Neue Rheinische Zeitung [Nueva Gaceta Renana]. Antes de acometer junto a Friedrich Engels el proyecto de la nueva gaceta, cuyo lugar de edición sería Colonia, Marx había escrito ocasionalmente algunos artículos para la Deutsche Brüsseler Zeitung [Gaceta Alemana de Bruselas], diario al que Engels sería mucho más asiduo. Estos artículos —escritos en 1847— versan sobre cuestiones políticas de carácter muy específico, centradas sobre todo en Alemania, con lo que no constituyen una muestra significativa de lo que anunciábamos más arriba: la aplicación de un nuevo paradigma de análisis a fenómenos político-sociales de relevancia histórica notable. Será después del Manifiesto del Partido Comunista cuando el periodismo de Marx —y también el de Engels— alcance un nivel mucho mayor en lo que a profundidad analítica y amplitud temática se refiere.
Como señalábamos más arriba, la Neue Rheinische Zeitung se escribirá cerca del fragor revolucionario de 1848, traduciendo a lo largo de sus artículos y diferentes números las perspectivas políticas del momento y la situación de una Europa convulsa. Si bien es cierto que una de las preocupaciones centrales de Marx y Engels era la situación alemana, sus análisis abarcarán toda la Europa contagiada por el «año de las revoluciones». Sería muy difícil exponer de una manera sucinta una mínima parte de lo escrito por los dos colaboradores, ya que solo el número de escritos elaborados por Marx ronda las ochenta columnas, a las cuales habría que sumar los editoriales sin firma y la publicación por artículos de Trabajo asalariado y capital (1849). Las líneas temáticas de la Neue Rheinische Zeitung se refieren fundamentalmente a la historia de los diferentes conflictos en las naciones de Europa sacudidas por la revolución, atendiendo a los enfrentamientos entre las fuerzas insurrectas y las fuerzas del orden constituido. Desde Alemania y París, pasando por Dinamarca, Milán, Hungría, Polonia y Rusia, Marx y Engels dibujarán en sus escritos una constelación histórica irrepetible, jalonada por las victorias, las proclamaciones republicanas, las derrotas, los pactos provisionales y las transformaciones políticas sufridas por las diferentes naciones. Las crónicas del diario constituyen un seguimiento profundo y agudo de todo lo acontecido en la estela de 1848.
Marx y Engels llegarían a dos interesantes conclusiones a través de sus artículos, las cuales influirán directamente en el posterior desarrollo de la teoría del filósofo y en sus análisis periodísticos de la década de 1850. Para empezar, la consideración de la burguesía como una clase cuyas energías revolucionarias y políticas —incluso en sus facetas más demócratas y republicanas— comenzaban a agotarse, perdiendo así el carácter histórico progresista que los dos autores le habían atribuido en otros textos. Por otra parte, Marx entendería que uno de los factores determinantes en el estallido revolucionario de 1848 había sido la crisis económica del 47. Ésta había propiciado las insurrecciones y su rápida expansión por todo el mapa europeo. Las crisis económicas del capitalismo, además de suponer un golpe para todas las estructuras sociales del sistema burgués, aparecían ante Marx como un momento de quiebra de legitimidad del poder político, y podían ser aprovechadas por un movimiento revolucionario organizado. A partir de este momento, Marx vincularía en un mismo ciclo crisis y revolución, entendiendo que el triunfo de una insurrección popular solo tendría éxito en un contexto de crisis, y que esta última habría de preceder al levantamiento.
La Neue Rheinische Zeitung tuvo que luchar constantemente contra la censura política, algo a lo que el filósofo se había acostumbrado desde los inicios de su carrera periodística. La nueva publicación, cuyo fin programático era lograr la república democrática unida de Alemania, viviría constantes persecuciones, amenazas de cierre e incluso una supresión temporal, pero su intervención en la vida social de Colonia y Prusia fue mucho mayor que la lograda en general con sus publicaciones precedentes. La actividad de la gaceta fue frenética, máxime si consideramos que apenas tuvo un año de existencia y que logró cubrir casi la totalidad de los acontecimientos que sacudieron Europa desde 1848. Fue también el órgano de las asociaciones obreras de Colonia, de un proletariado cada vez más consciente de su propia organización, y sus artículos no dejarían de criticar en ningún momento la deriva reaccionaria posterior a las grandes revueltas de momento. El fin de la Neue Rheinische Zeitung llegaría, de hecho, de la mano del ocaso de las revoluciones y la restauración conservadora. Marx fue obligado a cerrar el periódico a mediados de 1849, y sería también expulsado de Colonia por haber violado la hospitalidad del país con la publicación de prensa sediciosa. El último número del diario, editado en mayo de 1849, saldría impreso en tinta roja. Un último gesto de Marx ante la «tolerancia» del gobierno alemán.
III
Después de la expulsión de Colonia, Marx viajaría a París, alentado por las posibilidades de un nuevo estallido revolucionario. La situación que encontró al llegar fue muy distinta. Las elecciones presidenciales en Francia habían dado la victoria a Luis Napoleón, y la reacción conservadora era inminente. El incendio de 1848 se esfumaba tan rápido como se había expandido por toda Europa. Su estancia en París duraría poco tiempo: después de apenas tres meses, las autoridades volverían a expatriarle como ya lo habían hecho en 1845, tras el cierre de Vorwärts! En un perpetuo exilio, condenado a vagar de país en país, decidiría finalmente viajar hacia Inglaterra, donde creía que podría encontrar mejores condiciones para su vida, sus investigaciones económicas y sus actividades políticas.
La llegada de Karl Marx a Inglaterra marca, sin duda, el inicio del período más importante de toda su producción periodística. También el momento de mayor precariedad económica al que él y su familia se verían sometidos. Hay tres características fundamentales que hay que destacar para contextualizar el periodismo de esta etapa, y que nos ayudarán a entender después su riqueza temática y crítica. La primera, y quizá más obvia, es que Inglaterra era un lugar privilegiado para la investigación económica. No solo era la capital del Imperio británico, la fuerza económica hegemónica hasta entonces dentro del mercado mundial, sino también el lugar donde los principales economistas políticos —tales como Adam Smith o David Ricardo— habían desarrollado desde muy pronto sus teorías económicas y sus obras más importantes. Marx tenía la oportunidad de aunar ahora la teoría del capitalismo más avanzado de la época con su práctica. La situación de Inglaterra nos permite hablar de otro rasgo o característica que adquirirá el periodismo de Marx en esa fase, y que llevaría sus crónicas a un nuevo nivel: el filósofo alcanzará una perspectiva de análisis mundial, que le permitirá —tanto en sus artículos como en la teoría— entender el capitalismo como un sistema global, atravesado por procesos de producción y reproducción que vinculaban a los países hegemónicos con las naciones periféricas y las colonias. Ahora el pensador comunista podría relacionar acontecimientos dispares de todo signo (político, revolucionario, jurídico, diplomático, etc.) con los fundamentos económicos del modo de producción capitalista. El mundo quedaba así atado a una sola dinámica: la del trabajo asalariado y el capital.
Un último rasgo que caracterizará el periodismo de Marx de esta etapa, y que lo hará especialmente crítico y consciente, está relacionado con la situación de la clase obrera en Inglaterra. El proletariado inglés era muy avanzado en lo que a organizaciones obreras y movimientos socialistas se refiere, con los que Marx compartiría, desde muy pronto, su lucha por el comunismo y la democracia. Su inmersión en la vida de las asociaciones y su contacto cada vez más directo con el proletariado le volverían progresivamente consciente de las necesidades de crear un movimiento obrero internacional, una corriente capaz de responder a la ofensiva del capital en el mismo plano en el que éste actuaba: el mundo.
La primera publicación periodística del período continuaría la estela de la que había sido suprimida en Colonia, y llevaría por título Neue Rheinische Zeitung – Politische-Öknomische Revue [Nueva Gaceta Renana. Revista Político-económica]. De ella se publicarían cinco números en 1850, los cuales serían impresos por el editor Schuberth en Hamburgo gracias a la mediación de la Liga de los Comunistas (formada por Marx y Engels en 1847 en Bruselas). Las malas relaciones con el editor —que publicaba tarde y alteraba los textos sin consultar—, las pérdidas económicas ocasionadas por el diario y la insistencia del filósofo en una revolución de la que ya solo quedaban ascuas, hicieron que la revista apenas durase un año. De entre todos los artículos, verdaderas panorámicas generales de la política y economía europeas, cabe destacar el que sería el primer gran análisis de Marx de un proceso histórico desde la perspectiva del materialismo histórico: La lucha de clases en Francia (1848-1849). Marx se había enfrentado antes al presente, a las diferentes noticias de las revoluciones de 1848 desde una perspectiva materialista, pero ahora leía el 48 francés como un proceso histórico singular articulado a través de los conceptos teóricos que había forjado en sus obras previas. Sin entrar en la línea argumental del texto, cabe señalar que Marx lee el proceso revolucionario y el posterior gobierno conservador de Luis Napoleón ubicando los intereses de clase y las dinámicas económicas como el fondo del conflicto, el verdadero escenario sobre el cual caminaban —como en una suerte de tragicomedia— las diferentes facciones, los personajes del período y el propio Luis Napoleón. El resultado de las oposiciones entre los intereses del proletariado, los socialistas pequeño-burgueses, los campesinos y la burguesía daría como resultado el gobierno conservador de Bonaparte, capaz de prometer todo a cada una de aquellas clases y después venderles solo humo. Siguiendo esta línea temática, Marx publicaría en el diario neoyorquino Die Revolution [La Revolución] (1851-1852) la que probablemente sea su mejor pieza breve de análisis político, económico e histórico: El 18 de brumario de Luis Bonaparte. El texto analizaba el coup d’État de Napoleón en un tono satírico pero incisivamente analítico, mostrando los procesos políticos y las contradicciones socio-económicas que permitirían al presidente de la república francesa convertir el país en un nuevo Imperio.
Tras el fracaso de la gaceta a finales de 1850 y su última contribución en Die Revolution, llegaría el período más importante de su producción periodística, una etapa que es inseparable del nombre de un diario: el New York Tribune. Desde 1852 hasta 1862 Karl Marx colaborará ininterrumpidamente con el periódico, siendo éste su trabajo de mayor duración como periodista. El Tribune era el diario con más tirada de la época en aquel mundo cada vez más global, y su orientación editorial era además claramente progresista. Era, por tanto, una oportunidad que el filósofo no podía dejar escapar. No solo le garantizaría un sustento salarial, ayudando a paliar la miseria en la que se hallaba sumido desde su llegada a Londres, sino que le serviría como órgano para difundir sus puntos de vista políticos y económicos. Charles Dana[2] y Horace Greely[3], jefe de redacción y editor del diario respectivamente, constituían en aquel momento la izquierda más cercana al socialismo que había en los Estados Unidos, si bien es cierto que estaban ideológicamente muy lejos de la radicalidad política y crítica de Marx. A éste lo contrataron como corresponsal europeo del periódico, y llegaría a publicar en él 350 artículos. La situación económica de Marx en aquella época, siempre al borde del desastre, hizo que Engels enviase también —bajo el nombre de su amigo— unos 150 artículos más, colaborando a su vez con el filósofo en la redacción de varios editoriales conjuntos.
En esta época Marx trabajará también para otros diarios, como el cartista People’s Paper [Periódico del Pueblo] en Inglaterra, dirigido por Ernest Jones, la Neue Oder Zeitung [Nueva Gaceta del Oder], de la región del Oder, o Die Presse [La Prensa] de Viena. Aunque los artículos publicados en estos periódicos son de gran calidad, serán las contribuciones para el New York Tribune las que caractericen este período. La lista de líneas temáticas que el pensador y periodista trabajará en sus crónicas para el Tribune es impresionante. Constituye, desde una perspectiva teórica, un trabajo de investigación, análisis de datos y puesta a prueba de los conceptos crucial en su formación, gracias al cual podrá establecer en el año 1858 —dentro de la frenética escritura de los Grundrisse[4] (1857-1858)— la noción vertebral de su crítica a la economía política: el concepto de plusvalor. Como decíamos, la serie de temas abordados por Marx es abrumadora: análisis de las principales economías nacionales del período (Inglaterra, Estados Unidos y Francia), trabajos sobre todas las revueltas e insurrecciones habidas en Europa (España, Grecia, Italia, etc.), escritos sobre política internacional, brillantes crónicas sobre la situación de la clase obrera y una atención exhaustiva al horizonte colonial. El examen politológico, comercial y cultural de la Asia colonial —continente al que Marx dedicaría varias columnas— tendrá una influencia teórica fundamental en su forma de concebir el desarrollo histórico. Si en el Manifiesto del Partido Comunista y en obras anteriores la mirada del filósofo era demasiado eurocéntrica y lineal, ahora aparecerán nuevas sociedades y nuevos modos de producción en su discurso, nuevas culturas y horizontes de antagonismo que antes no había tenido en cuenta. Este hecho convertirá la teoría histórica de Marx en una forma de análisis no lineal y heterogéneo, plural y abierto a las dinámicas del cambio histórico.
Por otra parte, Marx vinculará todos los fenómenos económicos y políticos del momento con el proceso de expansión del capitalismo en la década de 1850, y lo hará con un objetivo concreto: rastrear los signos de una posible crisis económica mundial que parecía estar preparándose desde 1853. Como hemos comentado más arriba al hilo de los artículos de la Neue Rheinische Zeitung, Marx entendía que el ciclo económico había de ser estudiado también políticamente, pues todo proceso de pánico y recesión parecía alentar el fuego de la insurrección. El capitalismo, envuelto en un boom industrial creciente y expansivo, se presentaba ahora de un modo mucho más universal que en la década anterior, lo que hacía que sus contradicciones fuesen al mismo tiempo más profundas. Marx y Engels tenían en mente la posibilidad del estallido de una nueva revuelta, una revolución que tendría unos efectos mucho más radicales que la de 1848 por el grado de desarrollo del mercado y la industria. Era necesario, por tanto, difundir las noticias de la crisis y alertar a las organizaciones obreras de lo que estaba sucediendo. Un nuevo proceso revolucionario podía estar llamando de nuevo a las puertas.
La crisis económica llegaría el año 1857, pero los cálculos de Marx sobre la violencia de sus efectos y las posibilidades de la revolución se mostrarían errados. Si bien la crisis supuso un súbito vuelco de los mercados más importantes —los de Estados Unidos e Inglaterra—, afectando además fuertemente a Europa y las colonias, el golpe duraría menos de lo esperado. El Pánico del 57 constituyó la primera gran crisis económica de signo global, y se sintió en todas y cada una de las líneas comerciales y negocios que formaban parte del mercado mundial. Pero aquel desastre financiero no lograría crear las condiciones colectivas para otro nuevo 1848. Quebraron infinidad de negocios, hubo incontables pérdidas humanas y mercantiles, pero el sistema pareció soportar bien el mazazo de la crisis. Una de las razones para que no hubiese grandes revueltas tuvo que ver con los efectos de la restauración del orden posterior al 48: la mayoría de los comités y asociaciones obreras se habían disipado, incluso el cartismo en Inglaterra era un movimiento en trance de desaparición. La tantas veces certera imaginación política de Marx fallaría al valorar las condiciones sociales y políticas del momento en relación con la revolución. Después de 1857, Marx seguiría rastreando en las consecuencias de la crisis las posibilidades de un cambio histórico, pero la revolución habría de esperar.
Más allá de la crisis, los escritos de Marx de todo este período suponen su gran confrontación con el sistema-mundo capitalista. Un sistema que mientras aceleraba la industria, creaba las condiciones para comunicar todas las naciones o aplicaba la ciencia a la producción —transformando el mundo conocido de manera objetiva y subjetiva— no dejaba de generar miseria, muerte y antagonismo. Los artículos del New York Tribune enseñarían a Marx que las contradicciones generadas por el capital eran definitivamente irresolubles. Que el ciclo de acumulación y expansión del capital era potencialmente infinito, pero que dicha infinitud se conformaba —al mismo tiempo— a través de la destrucción y la servidumbre de la mayoría de los seres humanos. Beneficio en el capitalismo era siempre sinónimo de desposesión. Y no podía ser de otra manera. Los individuos eran reducidos a meras mercancías, y su único valor era su fuerza de trabajo. El tiempo de trabajo era la génesis de la riqueza de uno, el capital, y el ocaso de la vida de muchos. Pero Marx aprendería asimismo que donde había dominación y poder también había contradicción y resistencia. Y descubriría, gracias a sus crónicas en el Tribune, que la lucha colectiva no era un atributo propio de la clase obrera de los países industrializados —es decir, occidentales—, sino también de la India, de China y de todos aquellos que se atrevían a desafiar a sus amos, arrancándose el yugo para entrar en combate.
IV
Los artículos escritos por Marx entre 1852 y 1862 dan vida a uno de los legados literarios más importantes y fundamentales del pensador alemán. Resulta sorprendente, incluso paradójico, que sus escritos periodísticos de madurez no hayan sido destacados ni publicitados por la crítica como merecen. Éstos no solo desvelan una de las facetas más importantes y desconocidas de Marx, la de periodista, sino que le sitúan como una de las conciencias más despiertas del siglo XIX a todos los niveles. Y es que, aunque no hubiese escrito el Manifiesto del Partido Comunista o El capital (1867), estas crónicas ya tendrían valor histórico y literario por sí mismas. Las razones del olvido del periodismo de Marx, y más concretamente de la mejor etapa de su producción periodística, están relacionadas con la primacía concedida por la tradición marxista al «Marx filósofo» y al «Marx economista» frente a otras facetas igualmente importantes del autor. Ahora bien, si no atendemos al periodismo del filósofo difícilmente podrán entenderse de manera histórica los cambios y evoluciones de su pensamiento, las diversas fases que atraviesa en la construcción de su teoría histórico-económica. Como he tratado de mostrar a través de un breve recorrido por sus distintos momentos periodísticos, no es la filosofía, sino su labor periodística la que se implica constantemente en los conflictos políticos, sociales y económicos de su época. El periodismo de Marx es su laboratorio, su taller en la historia, donde crea hipótesis, recoge datos, elabora acontecimientos y se interroga por las causas de éstos. Es el espacio donde se forjan sus ideas, donde emergen sus posiciones políticas de manera más viva. Uno de los lugares privilegiados para entender la praxis política de Marx y sus procedimientos de investigación.
Pero la riqueza de los artículos, más allá del pensar de Marx, reside en su capacidad para retratar todos y cada uno de los aspectos del siglo XIX. Y no con pinceladas generales o superficiales, sino con una capacidad de detalle fuera de lo común. En la presente edición pretendemos dar a conocer, de manera global, la producción periodística madura del filósofo, aquella que recorre la década de 1850 y se adentra en la de1860. La selección de artículos elegidos concede especial atención a los elaborados para el New York Tribune, pero también recoge algunas de sus colaboraciones para otros diarios, como la Neue Oder Zeitung o Die Presse. Nuestra compilación pretende ofrecer una imagen fiel del estilo crítico de Marx ante algunos de los problemas fundamentales de la época, todos ellos anclados en las contradicciones del capitalismo.
Hemos dividido la obra en cuatro secciones temáticas distintas. Los artículos de cada sección están organizados de forma cronológica, a fin de que el lector pueda contrastar los diversos acontecimientos de los que Marx se ocupa en una misma época, y obtener así un cuadro histórico más completo del momento. La primera sección, «Política y sociedad», trata, sobre todo, de la estructura de clases de la sociedad capitalista inglesa: la situación del proletariado fabril, los efectos de diversas medidas políticas en la población y la criminalización de la miseria a través de una legislación bárbara. Una legislación que favorecía los procesos de acumulación de capital sin importar el precio a pagar. Pero los artículos de esta parte se refieren también, y no de un modo menos importante, a los efectos de la crisis económica en la sociedad, el aumento de la indigencia, la miseria y la locura como consecuencias fundamentales de la crisis económica de 1857.
Una segunda sección, titulada «Revoluciones y revueltas», se dedica a algunos de los acontecimientos revolucionarios más destacados de la época, con un seguimiento pormenorizado de su evolución histórica. Los acontecimientos que hemos seleccionado se concentran en el arco mediterráneo de Europa, pero también hacen referencia a revueltas que van más allá del viejo continente, como los movimientos populares de China. Merece una mención especial el ciclo dedicado a España, que aborda la génesis y decadencia del bienio progresista, y lo hace con un conocimiento de los conflictos españoles y un grado de exhaustividad impresionante. Marx no solo se documentaba en la prensa inglesa, francesa y norteamericana para comprender los fenómenos que se estaban produciendo en España: acudía también a los diarios españoles que se publicaban en 1854. Por otra parte, sus escritos sobre la «unidad italiana» y Grecia muestran la herencia todavía viva de 1848, una herencia nacionalista que seguía presente en muchos de los pueblos europeos que no habían conseguido un mínimo grado de independencia y emancipación.
La tercera sección, «Comercio, finanzas y crisis», presenta los principales artículos sobre materia económica escritos por Marx en la década de 1850. Como hemos destacado, una de las principales preocupaciones del periodista será analizar las posibilidades explosivas de una crisis económica mundial, un acontecimiento que terminaría por llegar en agosto de 1857. Cabe destacar, de manera central, sus escritos sobre el Crédit Mobilier francés, en los que saldrán a la luz algunos de los mecanismos financieros contemporáneos que permiten tanto crear una estafa colectiva como «socializar las pérdidas» de los negocios. Marx explorará los efectos de la crisis mundial y su radio de acción, observando sus distintas consecuencias en los mercados más importantes del mundo. Estos escritos cobran un alto grado de actualidad en un proceso de crisis como el de nuestros días, y nos muestran no solo que algunas cosas no han cambiado demasiado, sino que las razones para negar la realidad o justificarla siguen siendo excesivamente parecidas.
Una última sección, «Colonialismo, esclavitud y guerras de emancipación», considera el fenómeno del colonialismo de manera integral, mostrando las condiciones económicas de la explotación colonial y las características culturales de los pueblos colonizados. Es cierto que las colonias aparecen bajo la mirada de un pensador occidental, y que, en cierto sentido, ésta no está exenta de lo que Edward Said denominaría «orientalismo», esa red de prejuicios y tópicos exóticos construidos por los diferentes discursos occidentales —epistémicos, literarios, racionales, religiosos— derivados de la presencia colonial europea en Asia. Pero Marx, un disidente de su propia tradición, irá más lejos del exotismo cultural occidental, y tratará de atender, más bien, a los conflictos y formas de resistencia al capital de los pueblos colonizados, a sus luchas —en definitiva— por la emancipación del dominio occidental. Las guerras del opio en China y las sucesivas rebeliones del pueblo indio serán los acontecimientos a los que dedicará más atención en esta época, ofreciendo una imagen cruda y brutal de la colonización inglesa. Por otra parte, esta sección también recoge algunos episodios importantes de la Guerra Civil norteamericana y la crisis del algodón de comienzos de la década de 1860, fenómenos que anunciarán la liberación del pueblo negro de la esclavitud.
Los artículos del New York Daily Tribune traducidos en este texto tienen como fuente sus copias originales en inglés. Cuando un texto se presentaba sin título, como sucede con todos los editoriales, hemos utilizado el título fijado en la edición clásica de las Karl Marx-Friedrich Engels Werke (Dietz Verlag, Berlín). Los artículos de la Neue Oder Zeitung y Die Presse han sido traducidos directamente de las propias Werke.