La crisis financiera en Europa

4 de diciembre de 1857

La llegada ayer por la mañana de los correos del Canadá y del Adriático nos proporciona una semana de historia de la crisis financiera europea. Dicha historia puede resumirse en pocas palabras. Sigue estando en Hamburgo el núcleo de la convulsión, que se trasladó con mayor o menor crudeza a Prusia, y, más o menos gradualmente, ha ido reduciendo al mercado monetario inglés al estado de agitación del que parece estar recuperándose. Ecos distantes de la tormenta resuenan también en España e Italia. En toda Europa la parálisis de la actividad industrial y el consiguiente sufrimiento de las clases trabajadoras se extienden rápidamente. Por otra parte, la resistencia que, comparativamente, Francia ofrece al contagio desconcierta a los economistas políticos, que la tienen por un enigma de más difícil solución que la propia crisis general.

Se creía que el clímax de la crisis de Hamburgo había quedado atrás después del 21 de noviembre con la fundación de la Asociación de Descuento Garantizado, cuyas suscripciones, por un total de doce millones de marcos banco[139], están destinadas a garantizar la circulación de los billetes y pagarés que deberían recibir el sello de la Asociación. Pese a ello, días después la recurrencia de algunos errores y hechos como el suicidio de Gowa, el corredor de pagarés, auguraban nuevos desastres. El 26 de noviembre el pánico volvió a su pleno apogeo; y, si antes para detener la corriente intervino la Asociación, ahora fue el propio gobierno quien dio el paso adelante. El 27, el Senado propuso, y obtuvo el permiso de los burgueses —y propietarios— de la ciudad, emitir títulos con interés (bonos del Tesoro) por una suma total de quince millones de marcos banco, para poder realizar anticipos sobre bienes no perecederos o bonos del Estado —anticipos que pueden llegar al 50 o al 66,66 por ciento del valor de los artículos empeñados—. Este segundo esfuerzo por enderezar el curso del comercio fracasó igual que el primero: ambos recuerdan las vanas llamadas de auxilio que preceden al naufragio. Se ha descubierto que la garantía de la Asociación de Descuento necesita a su vez una garantía y que los anticipos del Estado, limitados en cantidad y en los tipos de mercancía a que se aplican, eran, por las condiciones en que se hicieron, relativamente inútiles en la misma medida en que los precios bajaban. Para mantener los precios, y por tanto para conjurar el origen activo del peligro, el Estado debe pagar los que había antes del estallido del pánico comercial y responder del valor de letras de cambio que ya no representan nada salvo quiebras en el extranjero. En otras palabras, los fondos comunitarios, que el gobierno representa, deben compensar las pérdidas de los capitalistas privados. Esta especie de comunismo en que la responsabilidad mutua recae de un solo lado parece ser muy del agrado de los capitalistas europeos.

El 29 de noviembre, veinte grandes firmas comerciales de Hamburgo, además de un buen número de casas de la provincia de Altona, se han declarado en quiebra, las letras de cambio ya no se descuentan, los precios de los productos y avales son solo nominales y todos los negocios están en punto muerto. De la lista de quiebras parece que cinco de ellas ocurrieron en operaciones bancarias con Suecia y Noruega, de los seguros de los señores Uilmann y Cramer, que suman doce millones de marcos banco; cinco se dedican al comercio colonial, cuatro al del Báltico, dos a la exportación de manufacturas, dos aseguradoras, una que opera en Bolsa, un astillero, etcétera. Suecia depende tan completamente de Hamburgo como exportador, corredor de cambios y banquero, que la historia del mercado de Hamburgo es la del mercado de Estocolmo. En consecuencia, dos días después del derrumbe, un telegrama anunció que las quiebras de las empresas de Hamburgo habían causado quiebras en Estocolmo y que tampoco en esta ciudad el apoyo del gobierno se había revelado de la menor utilidad. Y lo que a este respecto vale para Suecia vale todavía más para Dinamarca, cuyo centro comercial, Altona, apenas es otra cosa que un barrio de Hamburgo. El 1 de diciembre se produjeron varias suspensiones de pagos, entre ellas las de dos empresas de mucha solera: Conrad Warneke, especializada en el comercio colonial sobre todo de azúcar, un capital de dos millones de marcos banco y gran relación con Alemania, Suecia y Dinamarca; y Lorent am Ende & Co., que hacía negocios con Suecia y Noruega. Un naviero y comerciante se suicidó en vista de sus apuros.

La importancia del comercio hamburgués se puede deducir del hecho de que en este momento sus comerciantes guarden en el puerto y los almacenes de la ciudad mercancías de todo tipo por valor de quinientos millones de marcos banco. La república recurre ahora al único remedio que puede contra la crisis: liberar a sus ciudadanos del deber de pagar sus deudas. Es muy probable que se apruebe una ley que conceda una prórroga de un mes a todas las letras pagables a su vencimiento. En cuanto a Prusia, la prensa aún no refleja los problemas de los distritos manufactureros del Rin y Westfalia, porque todavía no se han traducido en un número elevado de quiebras, que se han reducido a los exportadores de cereal de Stettin y Danzig, y a unas cuarenta manufacturas de Berlín. El gobierno prusiano ha intervenido autorizando al Banco de Berlín a anticipar préstamos sobre las existencias y suspendiendo las leyes de usura. La primera medida será tan inútil en Berlín como en Hamburgo y Estocolmo, y lo único que hace la segunda es poner a Prusia en pie de igualdad con otras naciones comerciales.

El hundimiento de Hamburgo es una respuesta concluyente a esas mentes imaginativas que dan por supuesto que la crisis actual tiene su origen en la subida artificial de los precios causada por el papel moneda. En lo referido a la moneda, Hamburgo está en el polo opuesto de este país. Allí no hay dinero, solo plata. Allí no circula papel moneda y las transacciones se hacen en metálico, de lo cual la ciudad se enorgullece. Y, a pesar de ello, el pánico actual no solo azota allí con fuerza, sino que desde la aparición de la crisis comercial —cuyo descubrimiento no es, sin embargo, tan antiguo como el de los cometas—, Hamburgo ha sido su presa favorita. Por dos veces en el último tercio del siglo XVIII se dio allí el mismo espectáculo que hoy: y si tiene alguna característica especial que la distinga de otros grandes centros comerciales del mundo, es la frecuencia y virulencia de las fluctuaciones del tipo de interés.

Pero, volviendo a Inglaterra, la situación del mercado monetario londinense iba mejorando paulatinamente entre el 27 de noviembre y el 1 de diciembre cuando de nuevo apareció una corriente en dirección contraria. El 28 de noviembre, el precio de la plata había bajado, pero el 1 de diciembre se había recuperado y probablemente siga subiendo, porque Hamburgo reclama grandes cantidades. En otras palabras, volverán a retirar oro de Londres para comprar plata continental, y esta renovada sangría de metal requerirá la renovada intervención de la maquinaria del Banco de Inglaterra. Aparte de la repentina demanda de Hamburgo, en un futuro no muy lejano amenaza el préstamo indio, al que el gobierno, por mucho que trate de evitar tan funesto día, tendrá que recurrir sin remedio. La acumulación de quiebras también contribuye a partir del 1 del corriente a que olvidemos la fantasía de que el mercado monetario ha visto ya sus peores días. Ya lo ha señalado lord Overstone (el banquero Lloyd) en la sesión de apertura de la Cámara de los Lores:

Es probable que la próxima presión sobre el Banco se produzca antes de que se rectifiquen los tipos de cambio, y para entonces la crisis será mayor que la que nos ha reunido en la presente sesión. Graves y formidables dificultades se ciernen sobre este país.

La catástrofe de Hamburgo todavía no se ha sentido en Londres. La mayor fluidez del mercado de préstamos ha afectado favorablemente al mercado de bienes, pero, con independencia de otra eventual contracción del volumen de dinero, es evidente que el gran descenso de los precios de los productos en Stettin, Danzig y Hamburgo solo puede hacer que baje la cotización en Londres. Ante el decreto francés que rescinde la prohibición de exportaciones de harina y grano, los molineros de Londres se vieron obligados a reducir sus cotizaciones tres chelines por cada 125 kilos con el fin de detener la afluencia de harina de Francia. Se han declarado varias quiebras en el sector del comercio del cereal, pero solo han afectado a casas y pequeños operadores dedicados al reparto a larga distancia.

En las regiones manufactureras británicas no hay ninguna novedad excepto que los artículos de algodón adaptados a la demanda italiana, como las telas estampadas y las prendas finas de algodón, y también los hilos apropiados para algunos mercados se venden, por primera vez desde 1847, a precios muy lucrativos en la India. Desde 1847, los beneficios de las manufacturas de Manchester en este sector no se derivan del dinero obtenido por la venta de sus artículos en la India, sino solo de la venta en Inglaterra de los artículos no vendidos allí. La eliminación a raíz de la revuelta de casi todas las exportaciones indias desde junio de 1857 ha permitido que el mercado indio absorbiera las mercancías inglesas a corto plazo e incluso brindara una buena acogida a la oferta de mercancías que han subido de precio. En circunstancias normales, un acontecimiento así habría dotado a la actividad comercial de Manchester de una extraordinaria animación. Hoy, según nos informan en cartas personales, apenas ha servido para subir el precio de mercancías privilegiadas al tiempo que ha concentrado tanto empleo en busca de poder productivo en la producción de este tipo de artículos como para llenar tres Indias en un abrir y cerrar de ojos. En los diez últimos años ha aumentado tanto la capacidad de producción de las regiones manufactureras británicas que únicamente cuando acumulan una gran cantidad de existencias en tejidos pueden los fabricantes mantener una mano de obra que no llega ni a dos tercios de la que tenían anteriormente. En su informe mensual sobre el comercio de Manchester, los señores Du Fay & Co. dicen: «Se ha producido una interrupción de la actividad a lo largo del mes; ha habido muy pocas transacciones y los precios han sido puramente nominales. Nunca la suma total de transacciones mensuales había sido tan pequeña como en noviembre».

Tal vez sea oportuno llamar ahora la atención sobre el hecho de que en 1858 la revocación de los Aranceles del Grano tendrá que pasar una prueba importante por primera vez. Con la influencia del oro australiano y la prosperidad industrial, con las consecuencias naturales de las malas cosechas, el precio medio del trigo entre 1847 y 1857 ha sido superior al del período 1826-1836[140]. Habrá que conjugar la fuerte competencia de la agricultura y la producción extranjeras con la caída de la demanda nacional, y es muy probable que vuelvan a surgir problemas en la agricultura, que parecían enterrados en los anales de la historia británica entre los años 1815 y 1832. Es cierto que la subida del precio de la harina y el trigo franceses a raíz de decretos imperiales ha sido solo temporal y se desvaneció antes incluso de que empezaran las exportaciones masivas a Inglaterra. Pero, ante al aumento de presión sobre su mercado monetario, Francia se verá obligada a exportar su grano y su harina a Inglaterra, que al mismo tiempo sufrirá el asalto de las ventas forzadas de productos alemanes. Más tarde, en primavera, llegarán cargamentos de Estados Unidos y el mercado de grano británico recibirá el golpe de gracia. Si, como la historia de los precios hace suponer, las buenas cosechas se van a suceder, veremos las verdaderas consecuencias de la revocación de los Aranceles del Grano en primer lugar para los trabajadores del campo, en segundo lugar para los granjeros y finalmente para toda la estructura de la propiedad de la tierra en Gran Bretaña.