El conflicto Anglo-Chino
23 de enero de 1857
El correo del América llegado ayer por la mañana traía varios documentos concernientes a la disputa de los británicos con las autoridades chinas de Cantón y a las agresivas operaciones del almirante Seymour. La reflexión que un atento estudio de la correspondencia oficial entre las autoridades británicas y chinas de Hong Kong y de Cantón debe, a nuestro entender, suscitar en una persona imparcial es que los británicos se están equivocando en todo este asunto. Como causa de la disputa aducen que, sin consultar con el cónsul británico, ciertos oficiales chinos se llevaron por la fuerza a unos delincuentes también chinos de una lorcha amarrada en el río de Cantón y arriaron la bandera británica que ondeaba en su mástil. Pero, como dice The Times, «hay, en efecto, materias para la discusión, como que la lorcha […] lucía la enseña británica, o si los pasos dados por el cónsul estaban justificados». La duda así admitida se confirma cuando recordamos las condiciones del tratado que el cónsul insiste en aplicar a la lorcha, porque solo se aplican a los barcos británicos y éste, como tan meridianamente claro parece, no era británico stricto sensu. Pero a fin de que nuestros lectores puedan conocer todas las dimensiones del caso, procederemos a referirles los detalles más importantes de la correspondencia oficial. En primer lugar tenemos una comunicación fechada el 21 de octubre del señor Parkes, cónsul británico en Cantón, al gobernador general Yeh, que dice así:
La mañana del 8 del corriente la lorcha británica Arrow, que se encontraba anclada frente a la ciudad junto a otras embarcaciones, fue abordada, sin que nadie se hubiera dirigido previamente al cónsul británico, por un numeroso contingente de soldados y oficiales chinos de uniforme que, a pesar de las protestas del patrón del barco, un inglés, tomaron, maniataron y se llevaron a doce chinos de una tripulación formada por catorce marineros y arriaron la bandera. Notifiqué todos los particulares de esta ofensa pública a la enseña británica y tan grave violación del artículo nueve del Tratado Suplementario a su excelencia el mismo día y le pedí que diera cumplida respuesta a la ofensa e hiciera que las estipulaciones del Tratado se observaran en este caso a rajatabla. Pero su excelencia, con extraña desconsideración tanto por la justicia como por las cláusulas del Tratado, no ha ofrecido ninguna reparación ni disculpa por el agravio y, reteniendo bajo su custodia a los hombres que secuestró, ratifica la violación del Tratado y no da al gobierno de su majestad la menor garantía de que una agresión similar no vuelva a producirse.
Al parecer, los chinos que se encontraban a bordo de la lorcha fueron secuestrados por los oficiales chinos porque habían participado en un acto de piratería contra un mercante chino. El cónsul británico acusa al gobernador general chino de secuestrar a la tripulación, de arriar la bandera británica, de negarse a ofrecer la menor disculpa y de retener bajo su custodia a los hombres secuestrados. El gobernador chino, en una carta dirigida al almirante Seymour, afirma que, habiendo comprobado que nueve de los cautivos eran inocentes, el 10 de octubre dio órdenes a un oficial de devolverlos a su barco, pero que el cónsul Parkes se negó a readmitirlos. En cuanto a la lorcha, declara que, en el momento en que los marineros chinos que llevaba a bordo fueron secuestrados, era, presuntamente, una embarcación china, y lo era, en efecto, porque estaba construida por chinos y era propiedad de un chino que se había adueñado fraudulentamente de una enseña británica al consignar el barco en los registros coloniales británicos, método al parecer habitual entre los contrabandistas chinos. En lo que se refiere al ultraje a la bandera, el gobernador señala:
Ha sido norma invariable en las lorchas de la nación de su excelencia arriar la enseña cuando echan el ancla y volver a izarla en el momento en que zarpan. Se ha demostrado cumplidamente que, cuando fue abordada con el fin de llevarse a los presos, en la lorcha no ondeaba bandera alguna. ¿Cómo iban por tanto a poder arriarla? Sin embargo, en sus despachos, uno tras otro, el cónsul Parkes pretende que hubo una ofensa a la bandera que exige una reparación.
En virtud de estas premisas, el gobernador chino concluye que no se ha violado ningún tratado. No obstante, el 12 de octubre el plenipotenciario británico no solo exigió la devolución de todos los miembros de la tripulación detenidos, sino también una disculpa. Y el gobernador replica:
A primera hora de la mañana del 22 de octubre escribí al cónsul Parkes y al mismo tiempo le envié a los doce hombres, a saber, Leong Ming-tai y Leong Kee-fu, convictos a causa de la investigación iniciada por mí, al testigo, Wu-A-jin, y a los nueve que ya le había ofrecido. Pero el señor cónsul Parkes se negó a recibir a los doce presos y a leer mi carta.
Así pues, el señor Parkes ha recibido ya a estas horas a sus doce hombres junto con lo que muy probablemente debe de ser una disculpa —formulada en la carta que se negó a abrir—. La tarde del mismo día, el gobernador Yeh volvió a preguntar por qué los doce presos que había enviado no habían sido aceptados y por qué su carta no recibió respuesta. Nadie ha tenido en cuenta este paso, pero el día 24 los británicos abrieron fuego sobre las fortificaciones de Cantón y se llevaron a varios de los presos; y hasta el 1 de noviembre no explicó el almirante Seymour la actitud aparentemente incomprensible del cónsul Parkes en un mensaje dirigido al gobernador. Los hombres, dice, le han sido devueltos al cónsul, pero «no han sido entregados públicamente en el barco, ni ha expresado nadie las solicitadas disculpas por violar la jurisdicción consular». A la objeción, pues, de no devolver con la ceremonia debida a un grupo de hombres que incluía a tres delincuentes convictos se reduce todo el caso. Ante lo que el gobernador de Cantón responde, en primer lugar, que ya le han sido entregados al cónsul los doce hombres y que nadie se ha negado «a devolver a los hombres a su barco». El gobernador chino no se enteró de que la querella con este cónsul británico seguía sin resolverse hasta que la ciudad fue bombardeada durante seis días. En cuanto a la petición de disculpas, el gobernador Yeh insiste en que ninguna podía darse porque no se había cometido ninguna falta. Citamos sus palabras:
Mis hombres no vieron ninguna bandera extranjera en el momento de la captura, y como, además, el oficial encargado de examinar a los prisioneros comprobó que la lorcha no era desde ningún punto de vista una embarcación foránea, mantengo que no se cometió ningún error.
De hecho, la poderosa argumentación de este chino despacha tan eficazmente todo el asunto —y en apariencia zanja el caso— que al almirante Seymour no le ha quedado otro recurso que la siguiente declaración:
Debo declinar tajantemente toda nueva argumentación en lo referente al caso de la lorcha Arrow. Estoy completamente satisfecho con los hechos tal y como se los ha expuesto a su excelencia el cónsul señor Parkes.
Pero, después de tomar las fortificaciones, abrir una brecha en las murallas de la ciudad y bombardearla seis días seguidos, el almirante descubre de repente un nuevo motivo para tomar medidas, y, como vemos a continuación, el 30 de octubre se dirige al gobernador chino en este sentido:
Ahora depende de su excelencia, previa consulta inmediata conmigo, poner fin a un estado de cosas en el cual los males presentes no son menores, pero que, de no corregirse, conducirá inevitablemente a las más graves calamidades.
El gobernador chino responde que, según la Convención de 1849, él no tiene derecho a pedir tal consulta. Y añade:
En referencia a la entrada en la ciudad debo observar que en abril de 1849 su excelencia el plenipotenciario Bonham colgó una nota pública en las factorías de la zona prohibiendo a los forasteros la entrada en la ciudad. La nota apareció publicada en la prensa, así que presumo que su excelencia la habrá leído. Añadamos a esto que la expulsión de extranjeros de la ciudad se hace con el voto unánime de todos los habitantes de Cantón y no será difícil imaginar cuán poco ha sido de su agrado el bombardeo de las fortificaciones y la destrucción de sus hogares. Aprensivo como soy al mal que pueda acaecer a los funcionarios y ciudadanos de la nación de su excelencia, no puedo sugerirles nada mejor que una adhesión prolongada a la política del plenipotenciario Bonham en lo concerniente a la rectitud de los propósitos que se han de perseguir. En cuanto a la consulta que propone su excelencia, hace unos días delegué el asunto en Tcheang, prefecto de Lei-chou-fu.
El almirante Seymour confiesa a continuación con toda franqueza que la Convención del señor Bonham le trae sin cuidado:
La respuesta de su excelencia me remite a la notificación del plenipotenciario británico en 1849 que prohíbe a los extranjeros la entrada en Cantón. Ahora bien, debo recordarle a su excelencia que tenemos en verdad graves motivos de queja contra el gobierno chino por incumplir la promesa dada en 1847 de dejar entrar a los extranjeros en Cantón transcurrido un plazo de dos años; la demanda que ahora hago no tiene nada que ver con las negociaciones que se hayan podido llevar a cabo anteriormente, porque no estoy exigiendo la entrada de ninguna otra persona aparte de unos funcionarios extranjeros y esto únicamente por las razones simples y suficientes que antes he consignado.
En cuanto a mi propuesta de hablar personalmente con su excelencia, me hace su excelencia un gran honor al comunicarme que envió al prefecto hace unos días. Me veo obligado por tanto a considerar toda la carta de su excelencia insatisfactoria en extremo, y solo me queda añadir que, a no ser que reciba de inmediato alguna garantía explícita de que su excelencia consiente en lo que he propuesto, reanudaré las operaciones ofensivas sin dilación.
El gobernador Yeh responde entrando otra vez en los detalles de la Convención de 1849:
En 1848 mi predecesor, Seu, y el plenipotenciario británico, señor Bonham, mantuvieron una larga y polémica correspondencia sobre el asunto y, como el señor Bonham admitió que una entrevista dentro de la ciudad estaba fuera de lugar, dirigió una carta a Seu en abril de 1849 en la que decía: «De momento no puedo seguir discutiendo este asunto con su excelencia». Luego puso una nota en las factorías que decía que ningún extranjero entraría en la ciudad, nota que publicó en los periódicos, y se lo comunicó al gobierno británico. No quedó chino o extranjero que no supiera que la cuestión estaba definitivamente zanjada.
La discusión le impacienta y el almirante británico se abre paso a la fuerza hasta la residencia del gobernador de Cantón al tiempo que destruye la flota imperial en el río. Este drama militar y diplomático tiene por tanto dos actos bien diferenciados: el primero consiste en el inicio del bombardeo de Cantón con el pretexto de una violación del Tratado de 1842[157] cometida por el gobernador chino; el segundo, en proseguir ese bombardeo a gran escala con el pretexto de que el gobernador se aferra tercamente a la Convención de 1849. Primero bombardean Cantón por romper un tratado, luego lo bombardean por observar otro tratado. Además, los británicos ni siquiera fingen que no ha habido gesto de desagravio, sino que no se ha producido de la manera más ortodoxa.
La visión del caso que ofrece The Times no desacreditaría ni al mismísimo general William Walker de Nicaragua[158]:
Con el estallido de las hostilidades, los tratados vigentes quedan anulados y quedamos en libertad para configurar como queramos nuestras relaciones con el Imperio chino […] los recientes acontecimientos de Cantón nos advierten de que debemos imponer el derecho de entrada en ese país y en los puertos abiertos para nosotros según lo estipulado en el Tratado de 1842. No nos podrán volver a decir que se puede excluir a nuestros representantes de la presencia del gobernador general chino, porque hemos saludado con satisfacción el cumplimiento del artículo que permitía que los extranjeros se internaran más allá de los límites de nuestras factorías.
En otras palabras, nosotros hemos iniciado las hostilidades con el fin de romper un tratado ya existente y de imponer una reivindicación que nosotros hemos sancionado ¡con una convención expresa! Nos satisface decir, sin embargo, que otro eminente órgano de la opinión pública británica se expresa con un tono más equilibrado y humano. Dice The Daily News:
es un hecho monstruoso que, con el fin de vengar el orgullo de un irritado funcionario británico y castigar el disparate cometido por un gobernador asiático, prostituyamos nuestra fuerza en la perversa tarea de llevar el fuego y la espada, y la desolación y la muerte, a los pacíficos hogares de hombres inocentes en cuyas costas fuimos originalmente intrusos. Con independencia del motivo del bombardeo de Cantón, el hecho en sí es malo y mezquino, una pérdida de vidas humanas imprudente y gratuita en aras de una falsa etiqueta y de una política equivocada.
Quizá sea oportuno preguntarnos si las naciones del mundo aprobarán esta forma de invadir una nación pacífica, sin previa declaración de guerra y alegando una infracción del curioso código de etiqueta diplomático. Si otras potencias observaron con paciencia la primera guerra china a pesar de su infame pretexto porque se adivinaba que daría pie a la apertura del comercio con el país asiático, ¿no es probable que la segunda suponga un obstáculo para ese mismo comercio por un período indefinido? Su primera consecuencia puede ser la interrupción de las comunicaciones entre Cantón y las regiones del té, que en su mayor parte aún están en manos de los imperialistas, circunstancia que no puede beneficiar a nadie excepto a los comerciantes de té rusos, que operan por vía terrestre.
Con respecto a la destrucción de una fortificación china por parte de la fragata americana Portsmouth, aún no contamos con información suficiente para emitir una opinión rotunda.