Elecciones y nubarrones financieros. La duquesa de Sutherland y la esclavitud
Londres, viernes 21 de enero de 1853
Las reelecciones que se han celebrado después de las últimas medidas ministeriales han concluido. Los ministros han salido derrotados, el señor Sadleir, uno de los lores del Tesoro y a quien hasta ahora se tenía por líder de la «Brigada irlandesa», ha sido vencido por el señor Alexander, que fue elegido por una mayoría de seis votos. El señor Alexander debe su victoria a una coalición de católicos y miembros de la Orden de Orange. Por otra parte, los ministros ganaron en la Universidad de Oxford, donde las votaciones duraron quince días y la lucha fue extraordinariamente reñida. Gladstone se llevó el gato al agua por una mayoría de 124 frente a Dudley Perceval, candidato del partido de la Iglesia Alta[14]. A los aficionados a la lógica de Hudibras[15] les podríamos recomendar los editoriales de los dos diarios enfrentados en la disputa, The Morning Chronicle y The Morning Herald.
Ayer, tras un largo debate, los directores del Banco de Inglaterra volvieron a elevar el tipo de descuento mínimo del 2,5 al 3 por ciento. Esta subida tuvo un efecto inmediato en la Bolsa de París, donde bajaron valores de todo tipo. Pero, si es verdad que el Banco de Inglaterra consiguió atajar la especulación en París, hay otro agujero por donde el metal precioso se nos escapa: las importaciones de maíz. Se calcula que las últimas cosechas de Gran Bretaña y el Continente han disminuido un tercio con respecto a la media. Además, a raíz del retraso de la siembra a causa de la excesiva humedad del suelo, existen dudas sobre la cantidad de alimentos que estarán disponibles para el consumo antes de la próxima cosecha. Es por tanto necesario importar cereal en grandes cantidades, lo cual hará que el Reino Unido siga sufriendo un tipo de cambio desfavorable. Con el repentino aumento de las importaciones de grano, el oro de Australia no llega al ritmo conveniente.
En uno de mis últimos artículos me referí a la especulación que se estaba produciendo con el hierro. La primera subida del tipo de descuento del Banco de Inglaterra —del 2 al 2,5 por ciento— ya ha surtido efecto en este sector. Los lingotes de hierro escocés, que la pasada quincena se vendían a 78 chelines, han bajado este mes a 61. Y es probable también que el mercado de acciones ferroviarias baje a raíz de la subida del tipo de descuento por la venta forzada de muchas participaciones que hasta ahora estaban en depósito como garantía de muchos préstamos, operación que, por otra parte, ya ha comenzado. En mi opinión, sin embargo, la sangría de metal precioso al exterior no la causa únicamente la exportación de oro, sino también el vigoroso mercado interior —especialmente en las regiones manufactureras—.
En medio de la actual y momentánea inactividad política, el discurso de las Damas de la Asamblea de Stafford House a sus hermanas de Estados Unidos a propósito de la esclavitud de los negros y la «Afectuosa y cristiana alocución de muchos miles de mujeres de los Estados Unidos de América a sus hermanas, las mujeres de Inglaterra», sobre la esclavitud de los blancos son un regalo llovido del cielo para la prensa. Ni uno solo de los periódicos británicos se ha sorprendido de que la Asamblea de Stafford House se celebrara en el palacio de la duquesa de Sutherland y bajo su presidencia, y, sin embargo, los nombres de Stafford y Sutherland deberían bastar para hacerse una idea de cómo es la filantropía de la aristocracia británica, que elige temas tan alejados de los problemas del país como sea posible, y si hay que cruzar al otro lado del océano mejor que quedarse en éste.
La historia de cómo adquirió su riqueza la familia Sutherland es la historia de la ruina y expropiación de la población gaélica de Escocia de su tierra natal. En época tan lejana como el siglo X, los daneses desembarcaron en Escocia, conquistaron las llanuras de Caithness y arrinconaron a los aborígenes en las montañas. El «gran hombre» de Sutherland, o Mor-Fear Chattaibh, que era su nombre gaélico, contó siempre con compañeros de armas prestos a defenderle aun a riesgo de su vida contra todos sus enemigos: daneses o escoceses, nativos o extranjeros. Tras la revolución que expulsó a los Estuardo de Gran Bretaña, los feudos particulares de los pequeños caudillos, o lairds, de Escocia pasaron a ser cada vez menos frecuentes y, con objeto de mantener siquiera apariencia de dominio sobre aquellas regiones remotas, los reyes británicos favorecieron la leva de los, digámoslo así, regimientos familiares por parte de dichos caudillos, sistema gracias al cual éstos podían combinar una organización militar moderna con el antiguo sistema de clanes para apoyarse entre sí.
Ahora bien, para poder comprender en su justa medida la usurpación que luego se llevó a cabo, en primer lugar debemos entender qué significaban aquellos clanes. El clan pertenece a una forma de organización social que, dentro de la escala del desarrollo histórico[16], se encuentra un nivel por debajo del estado feudal: la organización patriarcal. La palabra gaélica klaen significa «niños». Todos los usos y tradiciones de los escoceses gaélicos se basan en la suposición de que los miembros de un clan pertenecen a una y la misma familia. El «gran hombre», el caudillo del clan, es por un lado un personaje arbitrario y por otro posee un poder limitado, reducido, por los lazos de consanguineidad, como todo padre de familia. El clan, la familia, posee en propiedad las tierras donde se establece, igual que sucede en Rusia, donde las ocupa una comunidad de campesinos y no pertenecen a éstos como individuos, sino a la comunidad en su conjunto. Las tierras, la región, por tanto, son propiedad comunitaria de la familia. Dentro de este sistema es tan absurdo hablar de propiedad privada en el sentido moderno del término como comparar la vida en sociedad de los miembros de aquellos clanes con la de cualquier individuo de la sociedad moderna. La división y subdivisión de la tierra se correspondía con las funciones militares de cada uno de los miembros del clan. Según su capacidad bélica, el caudillo confiaba determinadas tierras a sus capitanes y éstos las repartían a su vez en pequeñas parcelas entre súbditos y vasallos. Pero esas tierras nunca dejaban de pertenecer al clan y, aunque el derecho de los individuos a disfrutar de ellas pudiera variar, el título de propiedad nunca lo hacía; tampoco aumentaban nunca la contribución a la defensa común o el tributo al laird, que era caudillo en la guerra y cacique en la paz. En conjunto, siempre eran las mismas familias las que cultivaban las mismas parcelas generación tras generación, y con impuestos fijos. Estos impuestos, que eran insignificantes, eran más un tributo que reconocía la supremacía del «gran hombre» y sus capitanes que una renta sobre la tierra en el sentido moderno de ser una fuente de ingresos. Los taksmen eran los capitanes directamente subordinados al «gran hombre», y los taks, las tierras confiadas a su cuidado. Los capitanes tenían bajo sus órdenes a oficiales de inferior rango. Estos oficiales estaban al frente de cada villorrio, y mandaban a su vez a los campesinos.
Vemos, pues, que un clan no era otra cosa que una familia organizada militarmente, tan poco definida por las leyes como estrechamente delimitada por las tradiciones, como cualquier otra familia. Pero la tierra era propiedad de la familia, y en su seno, y a pesar de los lazos de consanguineidad, existían diferencias de rango, como ocurre en todas las antiguas comunidades familiares de Asia.
La primera usurpación se produjo tras la expulsión de los Estuardo con la fundación de los regimientos familiares. A partir de ese momento la paga se convirtió en la principal fuente de ingresos del Mor-Fear Chattaibh. Enredado en la disipación y el derroche de la corte de Londres, el «gran hombre» procuraba exprimir cuanto podía a sus capitanes, y estos hacían lo mismo con sus inferiores. Los antiguos tributos se transformaron en contratos salariales fijos. En cierto aspecto, estos contratos eran un progreso, porque regularizaban los impuestos tradicionales; en otro eran una usurpación, porque a partir de ese momento el «gran hombre» se convertía en terrateniente de los taksmen, que a su vez se convertían en arrendadores de las tierras que cultivaban los campesinos. Como el «gran hombre» no pedía ahora menos dinero que los taksmen, fue necesario producir no solo para el consumo directo, sino también para la exportación y el intercambio; y hubo que transformar el sistema nacional de producción y que librarse de la mano de obra arrinconada tras el cambio. La población, por tanto, descendió. Pese a todo, la disminución no fue exagerada y en el siglo XVIII el hombre aún no había sido abiertamente sacrificado en aras del beneficio neto. Lo podemos leer en un pasaje de An Inquiry into the Principles of Political Economy [Investigación de los principios de política económica], de James Steuart, economista escocés cuya obra fue publicada diez años antes que la de Adam Smith:
La renta de estas tierras es minúscula comparada con su extensión, pero, comparada con el número de bocas que alimenta una granja, es posible que una parcela de las tierras altas de Escocia dé de comer a un número de personas diez veces mayor que otra parcela del mismo tamaño de las provincias más ricas.
Que incluso a principios del siglo XIX los impuestos sobre los alquileres eran muy bajos lo demuestra el trabajo del señor Loch An Account of the Improvements on the Estates of the Marquess of Stafford, in the Counties of Stafford and Salop, and on the Estate of Sutherland [Informe de las mejoras en las propiedades del marqués de Stafford en los condados de Stafford y Salop, y en las propiedades de Sutherland] (1820), administrador de la condesa[17] de Sutherland, que dirigió los trabajos de mejora en sus propiedades. Menciona, por ejemplo, la renta de las tierras de Kintradawell en 1811, y, según parece, hasta ese año todas las familias tenían obligación de abonar un tributo anual que consistía como máximo en un puñado de chelines, unas aves de corral y algunos días de trabajo.
Solo a partir de 1811 se produjo la auténtica y definitiva usurpación, la transformación forzosa de la propiedad del clan en propiedad privada del jefe en el sentido moderno de la palabra. Encabezó esta revolución económica una mujer, Mehmet Alí, condesa de Sutherland, alias marquesa de Stafford, que había digerido perfectamente las ideas de Malthus.
Dejemos claro en primer lugar que los ancestros de la marquesa de Stafford fueron los «grandes hombres» de la mayor parte del norte de Escocia, casi tres cuartas partes de Sutherlandshire. Este condado es más extenso que muchos Départements franceses y que muchos principados alemanes. Cuando la condesa de Sutherland heredó esas tierras, que posteriormente pasaron a formar parte del patrimonio de su marido, el marqués de Stafford, nuevo duque de Sutherland, su población se había reducido a quince mil habitantes. La señora condesa tomó entonces la decisión de emprender una reforma económica radical y resolvió transformar el condado entero en pasto para ovejas. Entre 1814 y 1820, los quince mil habitantes —unas tres mil familias— fueron sistemáticamente expulsados y exterminados. Todos sus pueblos fueron demolidos e incendiados, y los terrenos de cultivo convertidos en pastizales. De ejecutar la acción se encargaron soldados británicos, que se enfrentaron a los nativos. Una anciana se negó a abandonar su choza y quemaron la choza con ella dentro. La señora condesa se apropió de trescientas veinte mil hectáreas de tierra que habían pertenecido al clan desde tiempos inmemoriales. Eso sí, dando muestras de una desbordante generosidad, asignó a los nativos expulsados unas dos mil quinientas hectáreas, es decir, menos de una hectárea por familia. Esas dos mil quinientas hectáreas han permanecido en barbecho desde entonces sin reportar ningún ingreso a sus propietarios. La condesa tuvo la generosidad de vender el acre[18] a un precio medio de dos chelines y seis peniques a hombres del clan que durante siglos habían derramado su sangre por la familia de la señora. El total de las tan injustamente expropiadas tierras del clan lo dividió en veintinueve granjas de ganado ovino en cada una de las cuales habitaba una sola familia, y, de las veintinueve, la mayoría pertenecían a familias inglesas. Para 1821, en donde habían habitado los quince mil gaélicos pastaban ahora 131.000 ovejas[19].
A una parte de los aborígenes los echaron a la costa. Intentaron vivir de la pesca y se convirtieron en seres anfibios, y, como dice un autor inglés, estuvieron viviendo medio en la tierra medio en el agua hasta que al final no sobrevivió ni la mitad.
En sus Études sociales, Sismondi observa lo siguiente con respecto a esta expropiación de los gaélicos de Sutherlandshire —un ejemplo que, por cierto, luego imitarían otros «grandes hombres» de Escocia—:
La gran extensión de los dominios señoriales no es una peculiaridad de Gran Bretaña. En todo el imperio de Carlomagno, en todo Occidente, jefes guerreros usurparon provincias enteras que hasta entonces había cultivado por cuenta propia el bando derrotado y a veces incluso algún aliado de armas. En los siglos IX y X, los condados de Maine, Anjou, Poitou eran para sus condes grandes haciendas más que principados. Suiza, que se parece a Escocia en tantos aspectos, se la repartía en aquella época un pequeño número de seigneurs. Si los condes de Kiburgo, Lenzburgo, Habsburgo y Gruyères hubieran estado protegidos por las leyes inglesas, se habrían visto en la misma situación que los condes de Sutherland; algunos de ellos quizá hubieran tenido el mismo afán de prosperar que la marquesa de Stafford y más de una república podría haber desaparecido de los Alpes para dejar sitio a unos cuantos rebaños de ovejas. Ni al más despótico monarca de Alemania se le habría permitido intentar algo parecido.
En su defensa de la condesa de Sutherland (1820), el señor Loch responde a lo anterior del siguiente modo:
¿Por qué la norma de todos los demás casos va a tener excepción en éste en particular? ¿Por qué habría que sacrificar la autoridad absoluta del dueño sobre sus tierras al interés público y los motivos del pueblo únicamente?
¿Por qué, pues, iban los propietarios de esclavos de los estados del sur de Norteamérica a renunciar a sus intereses particulares por los melindres filantrópicos de la señora duquesa de Sutherland?
La aristocracia británica, que en todas partes ha sustituido al hombre por ovejas o novillos, se verá en un futuro no demasiado lejano sustituida a su vez por estos útiles animales.
El proceso de vaciado de tierras de Escocia que acabamos de describir se llevó a cabo en Inglaterra en los siglos XVI, XVII y XVIII. Tomás Moro lo lamentaba en Utopía ya a principios del siglo XVI. Se llevó a cabo en Escocia a principios del siglo XIX y en Irlanda está ahora en plena aplicación. El muy noble vizconde de Palmerston también vació de personas sus haciendas de Irlanda precisamente de la forma que hemos descrito.
Si alguna propiedad ha sido alguna vez un auténtico robo, nunca lo ha sido más literalmente que en el caso de las tierras de la aristocracia británica. Robo de propiedades eclesiásticas, robo de terrenos comunales, fraudulenta transformación —acompañada de asesinatos— de propiedades patriarcales y feudales en propiedades privadas… así son los títulos de propiedad de los aristócratas británicos. ¿Y qué servicios ha prestado al proceso una servil clase de hombres de leyes? Los podemos comprobar por las actividades de un letrado inglés de este último siglo, Dalrymple, que en History of Feudal Property [Historia de la propiedad feudal] demuestra muy ingenuamente que en Inglaterra los magistrados siempre han interpretado toda escritura o ley de propiedad a favor de la clase media, cuando la clase media fue adquiriendo riqueza, y en Escocia a favor de la nobleza, cuando la nobleza no paraba de enriquecerse, y que en ambos casos las interpretaciones siempre han perjudicado al pueblo.
Esta reforma a la turca llevada a cabo por la condesa de Sutherland al menos era justificable desde un punto de vista malthusiano. Otros nobles escoceses fueron más allá. Tras sustituir a seres humanos por ovejas, sustituyeron las ovejas por caza y los pastizales por bosques. El más destacado fue el duque de Atholl.
Después de la conquista, los reyes normandos repoblaron grandes zonas boscosas de Inglaterra tal y como aquí y ahora están haciendo los terratenientes con las tierras altas.
R. SOMERS, Letters from the Highlands, 1848
En cuanto al gran número de seres humanos expulsados para hacer sitio a los animales de caza del duque de Atholl y a las ovejas de la condesa de Sutherland, ¿adónde fueron? ¿Dónde encontraron una nueva casa?
En Estados Unidos de América.
El enemigo de los salarios de esclavo británicos tiene derecho a condenar la esclavitud de los negros; una duquesa de Sutherland, un duque de Atholl, un señor del algodón de Manchester, ¡no!