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El primero en golpear es Andrei. Lanza una patada circular dirigida a la cabeza de Iván en el momento que menos lo espero. El golpe es rapidísimo, pero su adversario lo esquiva cómodamente. Andrei utiliza el impulso para girar sobre sí mismo e intentar un taconazo que el otro bloquea. Iván no contraataca y Andrei aprovecha para lanzarle encima una lluvia encadenada de golpes. Cada uno llega desde un ángulo diferente, gancho con la izquierda, loki al muslo derecho, tijereta buscando la cabeza seguida de un rodillazo al plexo solar, luego un barrido buscando el cuello, seguido de una patada que apunta al hígado, que precede una tormenta de directos.

Iván finta, esquiva, detiene. La sonrisa felina no desaparece de su rostro en ningún momento.

Su primer golpe da de lleno. Andrei ve venir la patada y la bloquea, pero la fuerza del impacto es demasiado grande y no consigue absorberlo en los antebrazos. Pierde el paso, se tambalea, baja la guardia.

Es solo un instante. Está ya subiéndola cuando el golpe de Iván se cuela por el mínimo hueco que le ha dejado, estrellándose en su rostro. Andrei lo encaja y finta hacia la izquierda, buscando zafarse de su enemigo. Iván ha previsto la maniobra y aprovecha para lanzar la tibia contra sus costillas. Me parece oírlas crujir, aunque lo único que se oye, en realidad, son las voces de los dragones, jaleando a su campeón. Andrei cae de rodillas encogiéndose sobre sí mismo. Tiene el tiempo justo para levantar el brazo y desviar un poco la tremenda patada a su cabeza. Rueda por el suelo pedregoso, se levanta con esfuerzo, trata de recomponer su guardia.

La angustia apenas me deja respirar. No puedo soportar verle así, sacudido como un guiñapo por la furia de Iván Imzaylov.

Pero hay algo extraño en este combate.

Iván sigue acosando a Andrei que retrocede a tumbos, hasta que el otro se cansa de propinarle golpes y le da la espalda.

—¿Eso es todo, Koutnesov? —se burla—. ¿Eso es todo lo que eres capaz de ofrecer?

Iván se aleja unos metros, saluda ceremoniosamente a sus camaradas, levanta los brazos al aire como agradeciendo la ovación de un invisible público. No tiene un rasguño todavía.

Hay algo extraño en este combate.

Andrei puede pelear mejor de lo que lo está haciendo, le he visto derrotar con facilidad a ocho hombres armados. Y si ha estado entrenando todos estos meses, su forma física debe ser mejor de la que aparenta.

Quizás, simplemente está desanimado. Pero si no se recompone a tiempo, Iván lo va a destrozar.

Como si me hubiera leído el pensamiento, Iván se abalanza sobre él y comienza a castigarle con golpes rápidos y potentes, como un vendaval que zarandea a un peluche a su capricho. Es casi un milagro que Andrei todavía esté en pie cuando Iván decide tomarse un segundo respiro. Tiene las cejas rotas, los pómulos hinchados, una patada le ha cortado los labios, su rostro está cubierto de hematomas y dudo que le queda alguna costilla sana.

Pero sigue en pie.

Sigue en pie y me percato de que Iván no se ha tomado una pausa por simple bravuconería, como antes, sino para recuperar el resuello. La sonrisa felina ha desaparecido de su rostro, sustituida por una mueca de frustración. Iván se ha cansado del juego y quiere acabar, quiere aniquilar a su enemigo.

Pero no lo ha conseguido todavía. Aún hay esperanza.

Resopla como un azazel mientras avanza hacia Andrei, que le espera a pie firme. Por unos instantes, se rondan el uno en torno al otro, como dos enormes lobos buscando la yugular de su enemigo.

De repente el puño de Iván se dispara.

Andrei recibe el golpe casi de lleno en el rostro, consigue desviarlo ligeramente con el antebrazo, pero se desequilibra y su rival aprovecha para tumbarlo de un barrido. Andrei cae en la nieve, gira sobre sí mismo, se levanta…

Y la patada de Iván le tumba de nuevo.

—¡Levántate! —grito—. ¡Levántate antes de que se te eche encima!

Demasiado tarde. Iván se abalanza sobre él. Su rodilla le clava un brazo a la lona, bloquea el otro con el cuerpo y su codo se levanta, disponiéndose a asestarle un golpe de gracia que quiebre su tráquea.

Olvidándose de sus piernas.

Y esas piernas se enlazan ahora alrededor del cuello de Ivan, El torso de Andrei gira, su cadera bascula y la presa se cierra.

Atrapando a Iván en la mortal kata del asesino.

Andrei tensa las piernas. Iván palidece y se queda límpido. Un poco más de fuerza quebrará incluso su cuello de toro.

—¡Ten clemencia, lyubimiy! —imploro.

Andrei relaja la llave. Iván rueda sobre la lona, tosiendo. Los dragones se revuelven inquietos y uno de ellos hace ademán de recuperar una de las ametralladora que han apilado en la nieve antes del combate, pero todavía llevo mi arco en bandolera y he tensado una flecha en él antes de que el ruski pueda dar un paso.

—Yo no lo haría —aviso. Mi voz suena tan ronca como el gruñido de Kurt.

—Ha sido un combate limpio —proclama otro de los dragones, dándose por satisfecho.

Los demás asienten. Iván sigue en el suelo, inmóvil. Andrei se acerca a él, le tiende la mano para ayudarle a levantarse.

La hoja del cuchillo que Iván lleva en la mano brilla, mortífera al sol de la Antártida.

Un relámpago plateado cruza el cielo. Un estertor. La sangre, brotando a borbotones, salpica de escarlata las piedras grises del valle de Taylor.

—¡Alyosha, no! —gime Andrei.

El enorme ezhen retrocede, calmadamente, el hocico manchado de sangre. Andrei se arrodilla junto a Iván y le abraza, hasta que cesan las convulsiones.

Spartana
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