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La ovación señala el fin de los discursos. Robert Wolfe estrecha la mano del general y desciende de la tarima, tras invitar a los embajadores a disfrutar de la recepción preparada para agasajarles. Me apresuro a seguirle, tratando de alejarme lo antes posible del militar, pero no lo consigo. Un realizador anglo, rodeado de todo su equipo nos intercepta. Es un mulato de vivos ojos negros, pelo rizado y sonrisa socarrona. Nos saluda ceremoniosamente, mientras los drones revolotean a su alrededor.

—General Mossenko, señorita Stark, soy Charly García, de la cadena Universal News & Events. ¿Pueden concedernos unos minutos?

La expresión de fastidio en el rostro de Mossenko revela lo poco que le apetece hacer declaraciones para la Universal, conocida por ser una de las cadenas más críticas con la autocracia rusa. Pero la mueca se desvanece casi al instante, sustituida por una cortés sonrisa. Sin duda se ha percatado de que los drones que rodean a Charly están transmitiendo a medio mundo cada una de sus reacciones y sabe que no le queda otro remedio que mantener una pose impecable.

—Le ruego que sea breve —exige, con la voz segura de quien está acostumbrado a mandar.

Charly asiente con vigorosos vaivenes de cabeza, pero hay algo en su actitud que delata que la autoridad del general no le amedrenta en absoluto.

—Señorita Stark, imagino que las últimas semanas han sido muy duras para usted —dice el realizador, dirigiéndose a mí—. ¿Puede darnos algún detalle de su cautiverio a manos de los terroristas vor?

—Prefiero no hablar de ello —aventuro, rogando para que no insista y no me vea obligada a urdir una patraña. No se me da bien mentir, y menos delante de los drones.

—Lo comprendo, lo comprendo perfectamente —asegura él, dedicándome una sonrisa dulzona, en la que relucen dos hileras de dientes dorados, la última moda entre los VIP anglos—. Hablemos entonces de la Siberiana. Le consta que se la considera la mejor atleta de nacionalidad no rusa que la Spartana ha producido en toda su historia, ¿verdad? Y no son pocos los que afirman que su actuación en Baikal superó a la de su rival.

—Maya Koutnesova venció la maratón y las Termópilas —respondo—. No la superé en ningún momento.

Observo, con el rabillo del ojo, como Mossenko asiente, satisfecho con mi actitud sumisa. Charly, en cambio, no se da por vencido.

—De todos modos, podría haber ganado la maratón. Tan solo tenía que pasar de largo, sin liberar a su rival de la trampa en la que había caído. ¿Qué le llevó a hacerlo? ¿Por qué renunció a la victoria?

—Fue un impulso —contesto sinceramente—. No lo pensé demasiado.

—¿Lo volvería a hacer de nuevo?

—Sí, supongo que sí —asiento, encogiéndome de hombros.

—Fue una honrosa acción —interviene Mossenko—. Pero innecesaria en todo caso. La comandante Koutnesova no habría tenido problema alguno en liberarse de esa trampa.

—Es curioso —responde el realizador—. Los drones que filmaron la escena no parecen opinar lo mismo.

Al general le consta, tanto como a mí, que las imágenes que proyecta el cubo que flota sobre nuestras cabezas están llegando a todo el mundo. Y las imágenes dejan poco lugar a dudas. Maya entra en el claro del bosque, se distrae un instante, girando la cabeza hacia atrás para comprobar que no la sigo y en ese momento se dispara la trampa. Cae al suelo de bruces, forcejea, se retuerce, trata de cortar el sedal con los dientes. Todo es en vano. El hilo resiste y la dragón parece condenada hasta que aparezco yo en escena.

—¡Esas imágenes son un burdo montaje! —asegura Mossenko, en tono despectivo—. Déjeme asegurarle que nuestra campeona siempre tuvo la victoria al alcance de la mano.

—También hay quien sostiene que la maratón Siberiana favorecía a la comandante —afirma el realizador, componiendo una mueca mitad ingenua, mitad impertinente—. Ciertamente, los obstáculos y trampas en el circuito siberiano serían mucho más familiares para alguien acostumbrado a entrenar allí. No son pocos los que están convencidos de que Vega Stark podría derrotar a Maya Koutnesova si compitieran en igualdad de condiciones.

—No tengo tiempo para seguir escuchando necedades —masculla Mossenko, haciendo ademán de marcharse, pero Charly se interpone en su camino ágilmente.

—¿Qué opina, señorita Stark? —pregunta el realizador—. ¿Se vería capaz de vencer en buena lid?

Los ojos del general me taladran, arrogantes, exigiendo que me humille de nuevo. Sin duda, Robert Wolfe me explicaría en este momento, con su tono paternal, que se trata de un sacrificio, necesario por el bien de la causa.

Pero sé que mis abuelos y Carmona estarán siguiendo el tube que la Universal emite en todo Eurosur. Igual que Ingrid y Fran, que Dani y Eva y Julián y toda mi gente.

No voy a humillarme delante de ellos. Yago no lo habría hecho. Andrei no lo haría.

—Sí —contesto, asombrándome de lo firme que suena mi voz—. Creo que podría ganar.

—¡Absurdo! —masculla Mossenko, quitándose de encima a Charly de un empujón—. La entrevista ha concluido.

—¡Podría ganar! —repito, alzando la voz. Sé que voy a arrepentirme de esta imprudencia, pero siento igualmente que me he quitado una losa del corazón. Me he atrevido a dar la cara, a declarar frente al mundo que no le tengo miedo a Maya.

—Su actitud es intolerable, señorita Stark —amenaza el general.

—Vamos, vamos. —La amable voz pertenece al mismísimo Robert Wolfe, que aparece junto a Mossenko, sus modales tan suaves como la fibra inteligente de su traje—. No hay razón alguna para soliviantarse. Todos estamos de acuerdo en que ambas son excelentes atletas, ¿verdad?

Los drones se giran hacia él, que muestra su carismática sonrisa a millones de espectadores. Una luz de alarma se enciende en mi mente. Wolfe no ha intervenido para darle la razón al general y desautorizar mi salida de tono, al contrario, tras su aparente intento pacificador se oculta la insinuación de que no soy inferior a Maya. Algo que, le consta, Mossenko no aceptará jamás.

—Por última vez —declara el general—. La campeona indiscutible de la maratón Siberiana es la comandante Koutnesova.

—¡Indudablemente! —exclama Wolfe—. Pero en caso de que la Federación Rusa quisiera honrarnos con un evento especial que nos permitiera disfrutar de tan extraordinarias atletas una vez más, la ciudad de Alberta estaría encantada de ofrecer el maravilloso entorno natural de la Antártida como escenario.

El rostro de Mossenko expresa tal confusión que me cuesta reprimir una sonrisa. Wolfe aprovecha su desconcierto para zanjar la situación, tomándole del codo y tirando de él hacia el corrillo donde se agrupan los otros embajadores.

—Vamos a tomar un refrigerio, general. Ya sabe, estos realizadores, siempre exagerando…

Pero Charly aún no ha tenido bastante.

—Amigos de todo el mundo —exclama, encarándose teatralmente a los drones—, este año, por primera vez en la historia de la Spartana, Vega Stark nos ha recordado que, incluso en este deporte sanguinario, la valentía y la destreza no están reñidas con la generosidad y la compasión. Os pido un gran aplauso para la heroína de la Siberiana.

La ovación se extiende por todo el Ágora, mientras los cubos que flotan sobre nuestras cabezas muestran las imágenes de multitudes enfervorizadas aplaudiendo en Madrid, Nueva York, Delhi, Río de Janeiro. Charly me planta un par de sonoros besos antes de marcharse, rodeado de su equipo.

—¡Hasta la vista, campeona! —exclama, agitando su mano morena en señal de despedida. Durante un instante, imperceptible, tres de sus dedos se encogen, dejando desplegados el índice y el corazón, dibujando, solo para mis ojos, la V o A invertida, el símbolo de Anónimos.

Spartana
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