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Cuando suena la campana del segundo asalto, Yago está tan fresco como si acabara de saltar al ring, mientras que Vladikas resopla, agotado, después de pasarse los primeros cinco minutos del combate persiguiéndolo. Y no es solo agotamiento lo que hace que el gorila jadee como una bestia apaleada. Está confundido, se da cuenta de que su estrategia es incorrecta, pero no se le ocurre nada mejor y sigue tratando de forzar un cuerpo a cuerpo en el que su enorme mole le de ventaja. Aunque Yago no tiene intención alguna de permitírselo. Durante el primer asalto ha esquivado sus embestidas a base de juego de piernas y sangre fría, manteniéndose siempre a distancia de los peludos brazos del heleno. Ahora, a medida que avanza el segundo asalto y su contrincante comienza a desfondarse, Yago contraataca sin prisas. Un súbito loki al muslo, cuando Vladikas trata de penetrar en su guardia, un par de ganchos bien medidos, un rápido rodillazo en las costillas. Y enseguida un paso atrás, dejando que su enemigo sufra y arañe el aire.
En la realidad aumentada, los realizadores han cambiado ya el atuendo del hoplita griego; se han dado cuenta de que la imagen del divino Aquiles no casa bien con el tosco energúmeno que resopla en el ring y han modificado las holos para hacerle parecerse al gigantesco Áyax, el más fornido y visceral de los héroes de la Ilíada. Tengo que reconocer que el rol le cuadra mucho mejor, y el charlatán, siempre atento al desarrollo del espectáculo, recuerda ahora a los espectadores el famoso combate entre el gigante aqueo y el príncipe troyano, sugiriendo la posibilidad de un empate. Pero para eso Vladikas tiene que aguantar tres asaltos y estoy segura de que Yago no va a permitírselo.
Cuando el primer directo de mi socio alcanza a su rival en pleno rostro y la sangre brota a borbotones de su ceja rota, los realizadores empiezan a disminuir los efectos especiales y los siguen reduciendo a medida que la tormenta de golpes arrecia. Nadie quiere perderse la carnicería, y Yago está decidido a darles toda la que deseen. Vladikas aguanta a base de pura fortaleza física, pero el castigo que está recibiendo es inhumano y Yago no tiene piedad alguna. El árbitro no se decide a parar el combate, no quiere ser el responsable de todos los rublos que se van a esfumar si el favorito pierde.
No deben de faltar ni treinta segundos para el final del segundo asalto cuando Vladikas, desesperado, se abalanza hacia Yago e intenta atraparlo en un abrazo de oso, su intención es romperle la columna, tal como hizo el año pasado con el campeón germano. El griego pelea brutalmente, sus enemigos suelen acabar lesionados, o peor. Esa es la razón por la que el público le adora. Y también la razón por la que Yago no le escatima un golpe.
Por un instante parece que va a conseguirlo y tengo que morderme los labios con furia y clavar mis dedos en el antebrazo de Carmona, para que no se me escape un grito de aviso. Pero a Yago no le hace falta. Le ha visto venir y se limita a ceder frente al empujón, arqueando la espalda, echando los brazos hacia atrás para apoyarse en el piso y proyectando con las piernas la enorme mole del griego contra la lona.
Reconozco la llave de jiu-jitsu, cortesía de Ingrid, he visto a mi socio entrenándola con ella mil veces, es una de las más elementales de nuestro repertorio, pero Vladikas no se la esperaba. Por enésima vez, me asombro de la astucia de Carmona. Ingrid y Fran no han competido este año, es imposible mantener la forma cuando se graban tantos comerciales, pero no por ello Ingrid ha dejado de entrenar regularmente en la palestra, enseñándonos sus mejores tretas.
El hoplita griego intenta levantarse de la lona, pero Yago le derriba de una patada que le salta el protector bucal y posiblemente varios dientes. El árbitro interviene por fin, cuenta hasta ocho antes de que Vladikas consiga ponerse en pie, tambaleándose. Uno de los brazos le cuelga, inerte del costado.
—¿Por qué no tiran la toalla? —Me asombro—. Yago lo va a destrozar.
—Demasiada plata en juego —resopla Carmona—. Esperemos que el campeón lo liquide lo mejor posible.
Pero Yago se toma su tiempo. Baila en torno a su rival, cuyos párpados hinchados apenas le dejan ver, castigándolo con un gancho tras otro. Tassos parece un zombi y apenas quedan diez segundos para el final del asalto.
—¡Acaba ya, campeón! —grita Carmona, desde nuestra esquina del ring.
Yago sonríe, si es que la mueca salvaje que se dibuja en su rostro merece tal nombre, gira sobre sí mismo y estrella su talón contra la mandíbula de su infortunado sparring. Vladikas se derrumba como un árbol talado, golpea la lona y se queda inmóvil. El árbitro ni siquiera hace la pantomima de contar hasta diez. Los paramed saltan al ring, suben al hoplita inconsciente a una camilla y se lo llevan a toda prisa a la enfermería.
El público ruge, satisfecho, y yo intento aliviar la opresión en mi pecho asegurándome a mí misma que esta es mi última Spartana.