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Todo mi ser se niega a marcharse. Pero la ilusión de ver pronto a Andrei me da fuerzas para despedirme de Badark y Anika, de Gitingev y los niños de su escuela, de la ciudad invisible que, en las últimas semanas, se ha convertido en un hogar para mí.
—Adiós, dedushka —me despido, abrazando a Badark—. Adiós babuschka. Hasta pronto, sestra.
Gitingev me besa en las mejillas y Anika insiste en peinarme una vez más antes de dejarme salir de la kibitka. Vuelvo a vestir mi chándal de fibra inteligente y me cuelgo el arco y el carcaj en bandolera. Con Kurt a mi lado, la ocasión parece idéntica a la de tantos otros días en los que me disponía a salir a cazar. Pero esta vez no regresaré al final del día para compartir la abundante cena que prepara Anika y una velada en calma con mi familia adoptiva. Quizás no vuelva a ver jamás a ninguno de ellos.
Le hago una seña a Umqy, indicándole que estoy lista. Él arranca, con el trote ligero y constante típico de los chukchis y nos ponemos en camino. Los niños y sus huskies nos acompañan durante un trecho, después se desvanecen, como duendes en el bosque, y nos dejan solos.