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No es posible.
Y sin embargo, todas las piezas encajan. La perfección sobrehumana de Andrei y la de todos los dragones de la Academia, la forma en que desaparecen después de vencer la Siberiana, el extraordinario parecido entre ellos, como si hubieran sido fabricados en serie.
SMOG. Soldados Modificados Genéticamente. Diseñados como perfectas máquinas de lucha. Fabricados con obsolescencia programa.
No es posible.
—Hay algo que no encaja —jadeo, buscando desesperada una incoherencia en la historia que Mihail acaba de contarme—. Si los dragones son bebés probeta, ¿de dónde salen sus familias? Andrei, sin ir más lejos, recordaba perfectamente a sus padres.
—Es una superchería —contesta Mihail, apesadumbrado—. Los dragones se fabrican en los mismos laboratorios que los computershik. A los nueve meses se les inserta en familias de alquiler, los supuestos padres son mercenarios cuyo cometido es criar a los bebés hasta que cumplen los cinco años y pueden ingresar en la Academia.
—¿Pero por qué? ¿Cuál es el sentido de semejante crueldad?
—¿No es obvio? ¿Esperabas que la Madre Rusia admitiera ante sus ciudadanos y ante el resto del mundo que los dragones de la Academia Spartana, el orgullo de la federación, los mejores atletas del mundo, son una estafa?
—Los padres de Andrei fueron asesinados en un ataque terrorista —insisto—. Murieron defendiéndole, a él y a su hermana Maya. No puedo creer que fueran unos farsantes.
—En cierto sentido no lo eran —suspira Misha—. Querían a Andrei y Maya como si fueran sus propios hijos. Pero en otro, no ha habido mayores farsantes que ellos.
»Fedor Koutnesov era el director del programa SMOG y su esposa, Olga, la sobrina mimada del presidente Ivanchenko. Olga era una belleza, famosa por su encanto y su inteligencia, cortejada por los vástagos de la mayores fortunas moscovitas, que, pese a ello, escogió casarse con un oscuro científico, cuyas actividades el sistema tenía muy poco interés en revelar.
»Ivanchenko toleró el matrimonio, como toleraba todos los caprichos de su sobrina. Cuando Olga descubrió que no podía tener hijos, se empeñó en hacerse con uno de los bebés probeta del laboratorio de su marido, a pesar de las advertencias de que solo podría cuidarlo hasta los cinco años. Quizás ella se creyó capaz de convencer a su tío para que hiciera una excepción, pero no fue así. Al cumplir la edad reglamentaria, Maya Koutnesova ingresó en la Academia, como cualquier otro niño SMOG.
»A cambio, Olga consiguió otro bebé, fabricado con el mismo código genético que Maya. La cepa de ambos es excepcional, el resultado de un experimento que Fedor decidió interrumpir, a pesar de que sus genotipos son superiores a los del resto de los cadetes. Tal vez por eso, precisamente, se detuvo su línea. Andrei y Maya son demasiado perfectos, y quizás Fedor comprendió que si empezaban a aparecer muchos como ellos, su origen acabaría por ser obvio.
»Cuando llegó el turno de que el pequeño ingresara en la Academia, Olga persuadió a su marido para que huyeran del país, llevándose con ellos a Maya y a Andrei. Su plan era escapar a Mongolia y de ahí a la Federación Angla, donde Fedor había establecido contactos. Desgraciadamente, como ya sabes, no lo consiguieron.
—¿Estás seguro de todo esto, Mihail? —pregunto anonadada—. Quizás la información de que dispones es inexacta o…
—Estoy seguro —interrumpe él—. Créeme, mis fuentes son absolutamente fiables.
—Pero si es verdad lo que dices… —dejo la frase en el aire, incapaz de terminarla, destrozada por las implicaciones del relato de Mihail.
—Maya todavía no muestra síntomas de envejecimiento, a pesar de que ya tiene veintitrés años —ofrece Misha—. Ella y su hermano son genéticamente idénticos. Aún hay tiempo, Vega. No es a mí a quien tienes que llevar a Alberta. Es a él.