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—Fijaos bien en el mapa —dice Carmona, señalando con su puntero láser la holo que flota en el cubo—. Europa, que se consideró durante dos milenios el centro del mundo, no es más que un pedazo insignificante del gran continente eurasiático. Incluso la parte europea de Rusia es pequeña cuando se la compara con Siberia.

»Y no es solo su extensión descomunal lo que hace a Siberia importante. En ella se encuentran los yacimientos de petróleo, carbón y gas natural de los que depende la mitad de la economía mundial. Y sin embargo, Rusia la desprecia todavía más de lo que desprecia al resto de sus protectorados. A excepción, claro está, del Baikal.

El cubo muestra ahora un inmenso lago, rodeado de montañas. Las tomas van elevándose, cada vez más alto, hasta que capturan toda la enorme extensión de la masa de agua, vista desde el satélite. Los folletos de propaganda que nos han mandado llaman al Baikal el ojo azul de Siberia. Pero a mí me parece más bien una larga herida, abriéndose en el verde oscuro de la taiga, supurando sangre color cobalto.

—Ahí lo tenéis —suspira Carmona—. El lago más grande de Asia y el más profundo del mundo. Preguntadle por Siberia a cualquier ruso y lo más probable es que os conteste mentando el Baikal, que representa todo lo que les hace sentirse orgullosos de sí mismos. Una inmensa reserva natural, que incluye los miles de kilómetros cuadrados de bosque y taiga que rodean al lago, un centro turístico de renombre internacional en la vecina ciudad de Irkutsk y, por supuesto, el escenario de la Siberiana, que se celebra cada año en la isla del Olkhon.

El cubo muestra ahora holos cada vez más cercanas al lago. La isla está muy próxima a su costa occidental, más o menos hacia la mitad de sus más de seiscientos kilómetros de perímetro. Recuerda la radiografía de un largo dedo roto por una de las falanges.

—Fijaos en la geografía —dice Carmona—. Tú sobre todo, Vega, la maratón Siberiana abarca dos terceras partes de la isla. La costa oeste es muy suave, todo playas y prados, pero la mayor parte de la superficie de Olkhon está cubierta por bosque de pino y abedul, la famosa taiga siberiana.

El láser traza círculos en torno a un punto situado más o menos hacia la mitad de la isla, muy cerca de la orilla oeste.

—Esto es Khuzhir —nos informa el viejo—. Un antiguo centro turístico, bastante famoso antes de la Gran Depresión. El campamento donde estaremos instalados se encuentra en esa localidad. No muy lejos de allí, en una zona llamada Shara-Nur, en la parte sur de la isla, se encuentra la Academia Militar Spartana, donde se preparan los míticos dragones rusos, los atletas que cada año ganan la Siberiana.

Carmona hace una pausa, deja escapar un sonoro resoplido. Sus mirada me busca, como para asegurarse de que todo va bien. Sonrío y él me guiña un ojo. Los ojos del viejo son idénticos a los de Rómulo y Remo, mis dos pastores alemanes. Marrones, vivaces, muy inteligentes. Es curioso cómo cultiva su pose de hombre sencillo, casi siempre vestido con su mono azul de trabajo, el entrenador exigente que se pasa la vida renegando y azuzándonos para que trabajemos más duro, el patrón de una palestra, que prefiere contratar a un bufón que tomarse la molestia de tratar con los VIP cada fin de semana. Pero cuando hay que preparar una competición, no hay pose que valga. Entonces aparece el verdadero Carmona, metódico, culto, sistemático, conocedor de cada detalle que pueda darnos la más mínima ventaja.

—Ya conocéis el escenario —concluye, dedicándonos una sonrisa malévola—. Dejadme que os presente ahora a los actores.

Spartana
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