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Hace calor en el interior del Ágora. Recorremos la plaza, deambulando por un paisaje de ensueño, amplificado por el uso de la realidad virtual. Los efectos especiales son tan sofisticados que resulta casi imposible distinguir los objetos físicos de las holos. Me acerco a admirar una de las muchas fuentes que decoran la plaza; es una muchacha vestida con una túnica ligera que vierte el contenido de su cuenco en un río, el agua es real, pero las holos la hacen asemejarse a oro líquido. En el parterre vecino, las rosas son auténticas, pero las libélulas gigantes que revolotean entre ellas son virtuales. Me pregunto si alguno de los transeúntes que circulan en mangas de camisa por la plaza serán también un montaje informático.
Tengo que admitirme a mí misma que Xavier está siendo un anfitrión exquisito. Lo primero que hemos hecho al llegar a Alberta ha sido llevar a Kurt y Alyosha a las perreras, donde nos hemos encontrado más de una docena de huskies, de estampa tan espléndida como mis ezhen, salvando la diferencia en tamaño.
—Los huskies forman parte de muchas de las expediciones científicas de Alberta —me ha explicado Xavier.
—¿Cómo animales de tiro?
—Más bien como compañeros de viaje. ¿Crees que tus animales se encontrarán a gusto aquí?
—Eso lo tendrán que decidir ellos.
Por fortuna, mis altivos ezhen se han dignado a aceptar el alojamiento que Alberta les ofrece. Después hemos pasado por el mío, un pequeño apartamento en la misma Acrópolis, donde me he limitado a dejar mis bártulos antes de seguir a Xavier al Ágora.
—¿Estás segura de que no prefieres descansar un poco antes de ver a Wolfe? —pregunta, mientras me guía al interior del edificio.
—Dudo que pudiera dormir sin otra de tus cápsulas —respondo—. Mejor mantenerme ocupada.
Recorremos pasillos suavemente iluminados que se abren a oficinas amplias y acogedoras, distingo de pasada grupos de personas, casi todos jóvenes, concentrados frente a sus cubos o enfrascados en discusiones alrededor de una pizarra 3D. Finalmente, Xavier se detiene ante unas puertas de cristal que dan a un ascensor que asciende por el exterior de la cúpula.
—El puente de mando está en el último piso —explica—. Wolfe te está esperando. Mientras te entrevistas con él, me acercaré al hospital.
—Gracias —murmuro, sin saber cómo conciliar al amigo cariñoso y servicial que no ha dejado de preocuparse de mí ni un instante durante los últimos días con el desalmado que no tuvo escrúpulo alguno en manipularme a su antojo.
—No las merezco —contesta él, como adivinando mis pensamientos.